miércoles, 27 de mayo de 2009

El libro para niños de cosas divertidas para hacer

Aquí los cocineros del restaurante, en vez de dedicarse a tocarme la moral, prefieren ayudarme en lo que pueden. Uno de ellos es húngaro y el otro indio. Este último se llama Alberto. Es de Goa, antigua colonia portuguesa, lo que explica su nombre tan ibérico. El húngaro se llama Jozsef pero se hace llamar Joe para facilitar la tarea de nombrarle a los locales y es un cachondo.
El estar tantas horas trabajando y descansando poco, hacen que mi mente no ande muy despierta. Y de ello se resiente mi nivel de inglés. Me cuesta mucho más entender a la gente y articular frases correctas en la lengua de Shakespeare. La prueba de ello es que Alberto me dijo un día, tras acabar la faena que le acompañara a la biblioteca. Allí le preguntó a la empleada si tenía libros para aprender inglés. Le dijo que no, pero podían valer libros para niños. Alberto estuvo hojeando unos cuantos, y aparte de dos enciclopedias juveniles cogió para mí un libro con el nombre : Toddler’s book of fun things to do. Toddler significa “niño que empieza a andar”. Es decir, el título del libro viene a ser: El libro para niños de cosas divertidas para hacer. En él aparecen fotos de niños de dos o tres años jugando y frases cortas que explican lo que hacen. Esos libros ya me aburrían a los 4 años, aunque alguna palabra si que he aprendido hojeándolo. Pero vi a Alberto con tanta buena voluntad, que me supo malo decirle que en estos momentos también estoy leyendo en inglés el libro “el mundo perdido del comunismo”

Trabajo dickensiano

Como comenté en mi anterior entrada, en estos momentos resido y trabajo en un hotel. Aquí no se andan con tonterías. Hablé un par de minutos con el manager, me enseñó la habitación y me dijo que empezaba a las 6 de la tarde a trabajar. El anterior era un restaurante pequeño, y éste es un hotel con un comedor de enjundia. Por lo tanto la faena se ha multiplicado. El horario es de un hijoputismo total: De 7 a 12 ó 12.30 por la mañana y por la tarde de 18 a..fin. Ese fin bascula entre las 22.30 y las 23. Es decir, unas 10 horas diarias. Y no precisamente de ver pasar el rato. Menos mal que el ambiente de trabajo es agradable y el trato es muy correcto. Además de las comidas reglamentarias, los cocineros nos ofrecen viandas que sobran, todas ellas deliciosas.
Tantas horas de trabajo y tan intensas no me dejan tiempo para mucho más. Estoy ganando bastante dinero, ya que apenas gasto y pagan por horas. Pero no estoy practicando mucho inglés. No sé si compensa. De todas formas no me arrepiento de haberme ido del otro trabajo. Eso había que hacerlo sí, o sí. Quizá acepté este demasiado rápido. Pero alguien que está viviendo en la calle en un país extranjero no tiene muchos ases en la manga para decidir.

jueves, 21 de mayo de 2009

Dunollie Hotel

Ya entraré en detalles en próximas entradas. En esta sólo comentaré que mi amiga del cursillo me llamó el martes por la mañana. Fui a Broadford y ese mismo día empecé a trabajar en el Dunollie Hotel como “técnico en acondicionamiento para lavado de menaje en restauración”, con lo que he solucionado de golpe la falta de trabajo y la falta de casa (el hotel me proporciona alojamiento). Ciertamente la flexibilidad del sistema laboral británico es asombrosa. Y les va bastante mejor que a nosotros.

Lo consiguieron

En mi última entrada reflejaba cierto descontento con mis jefas y dueñas del piso donde moraba. La idea de marcharme rondó por mi cabeza. Pero decidí esperar unos días a ver cómo evolucionaba el tema. No tuve que esperar mucho para comprobar cómo evolucionaba el asunto. Nada más entrar el lunes mi jefa me preguntó si yo creía que ella era idiota. Idiota no, pero otros epítetos poco halagadores sí se me ocurrieron. Me volvió a acusar, cargada de odio, de haber tocado de nuevo los radiadores del piso. También me dijo que a la próxima me echaba. En ese momento tuve claro que no podía continuar ni en ese piso ni en ese trabajo. Iban a por mí. Apenas me quedaban ganas de defenderme. Porque este personaje tiene el secreto para tener siempre razón. Si te acusa de algo y lo niegas, la estás tratando de mentirosa. Tenía claro que en cuanto plegara ese día le diría que “c’est fini”. Pero los acontecimientos se precipitaron. Al cerrar el lavavajillas se estropeó una pieza y dejó de funcionar. Me acusaron de haberlo roto, que era nuevo, que era un arreglo muy caro, y lo peor, que me lo había cargado queriendo. Me he enfrentado a todo tipo de jefes y de trabajos. Pero lo de esa mañana supera con creces todo lo vivido. Cada minuto en esa cocina me restaba días de vida. Así que le dije a la jefa que me iba. Le ofrecí quedarme unos días hasta que encontraran a otro infeliz. Pero me dijo que me fuera ya, y que tenía una hora para desalojar el piso. No me dejó ni despedirme de mi compañera finlandesa, a la que dejé sola ante las fieras.
Empaqueté mis cosas, y en un abrir y cerrar de ojos pasé a estar sin trabajo y sin casa en una isla escocesa. No suena muy tranquilizador. No tenía ni idea de qué hacer en ese momento. Así que llamé a mis amigos húngaros buscando apoyo y consejo. Vinieron prestos y recorrimos Portree en busca de trabajo. El hecho de ser un “homeless” no ayudaba mucho. En algunos sitios nos dijeron que en 2 ó 3 semanas podía salir algo. Dejé mi teléfono en un par de sitios y me preocupé de dónde iba a pasar esa noche. Afortunadamente aún no es temporada alta, y no hubo problema para conseguir habitación en un hostel, compartida con dos andarines alemanes. Procuré seguir de alguna forma con mi vida cotidiana y acudí al curso de inglés donde les comenté mi problema. Una chica me dijo que en el hotel donde trabaja, en Broadford (a unos 40 km de Portree) necesitaban una persona para el mismo puesto que ocupaba yo. Prometió que hablaría con el mánager del hotel. Aparte de eso, la profesora y los compañeros me dieron todo su apoyo. Incluso una de ellas me preguntó si necesitaba dinero me podía prestar sin problema. A la salida del curso me encontré con una pareja de españoles (Elena y Gonzalo) de los que había oído hablar, pero no había conocido. Hablamos un rato y me invitaron a cenar, cosa que siempre se agradece, y más en esas circunstancias. Llevan unos 3 años aquí y según me dijeron son los únicos españoles que viven habitualmente en la isla de Skye. Tras una cena que me supo a gloria (aceite de oliva incluido) vimos “Gran Torino” en su ordenador. Magnífica película en aún mejor compañía. Ya era la una y tocaba despedirse, pero Gonzalo aún me acompañó al hostel. En la puerta seguimos hablando de lo divino y de lo humano durante más de dos horas. Empezaba a clarear (aquí ahora amanece muy temprano) y nos despedimos. No sabía qué iba a ser de mí al día siguiente. Pero tenía confianza en la vida y además sabía que contaba con el apoyo de mucha gente.

lunes, 18 de mayo de 2009

La inquilina que vino del frío

Tras más de un mes hablando con las paredes (las reales y las metafóricas), eso sí, en inglés, por fin ha llegado mi nueva compañera. Vino ayer, pero yo estaba bebiendo Tokays y similares con mis amigos magiares. Es curiosa la sensación de estar en el piso sabiendo que hay otra persona durmiendo sin saber cómo es. Esta mañana se han disipado mis dudas. Se trata de Pia, una finlandesa de 22 años que cumple los clásicos estándares del país nórdico. Rubia, enjuta y rostro angelical. Parece un poco reservada y buena gente. Creo que nos llevaremos bien.
Más allá del tópico de pototeo, la llegada de Pia ha supuesto una bendición para mí por los siguientes motivos:
-No me siento tan solo
-Puedo hablare en inglés con una persona en vez de con una pared
-La atención de nuestra Securitate particular se va a dividir para dos
Hemos aprovechado el magnífico día para dar un paseo en barco por la bahía. Lo mejor, sin duda es el numerito que monta el patrón del barco. Saca un pescado de la nevera, lo agita con el brazo levantado como si estuviera saludando para atraer aves y lo lanza al mar. Tras varios intentos ha conseguido que acudiera un águila marina. Si este ave supiera que es la atracción principal del show seguramente exigiría mayores emolumentos que un simple pez.
Lástima que tan plácido y agradable trayecto se haya visto ensombrecido por el disgusto de mi nueva compañera. Un malentendido sin mucha importancia con la jefa, con la que tenía que hablar para ver a qué hora empezaba a trabajar el lunes fue magnificado de tal forma a través de mi celular Sagen que la finlandesa ya se veía más pronto de lo planificado rumbo al país de los mil lagos. Daba pena ver el mal rato que estaba pasando. Yo intentaba apoyarla, pero dado el arisco carácter de mi jefa cuando se enfada (afortunadamente no sucede mucho) tampoco tenía muchos argumentos. Al llegar a puerto, una visita al restaurante de 5 minutos ha encauzado las cosas. Para celebrarlo me he ido a correr. 1 h 45’ con final poderosísimo. Estoy muy fino para la media de Skye (si estoy aqui para correrla)

Algo más que comida

Hace poco comenté que había conocido a una pequeña colonia húngara de 5 personas que trabajan en un hotel cercano a mi casa. Son muy buena gente, y ha sido una suerte para mí conocerlos. Uno de ellos es Steve, que trabaja de chef. Un día me comentó que a veces les sobra comida y que me podía dar alguna cosa. Teniendo en cuenta que mi abrelatas escocés es prácticamente inoperante y mi escasa pericia en los fogones no dudé en aceptar su propuesta.
En una semana difícil para mí, Steve me ha traido a casa 3 recipientes que contenían auténticas delicias para mi poco exigente paladar. Pero en las cajas iba algo más. Su apoyo y su interés que me han sabido aún mejor que las viandas. Gracias Steve.

“Big Sisters” me vigilan

 Una de las frases más famosas de la historia del cine fue la que dijo Al Pacino en “El Padrino II”: “Ten cerca a tus amigos, pero aún más cerca a tus enemigos”. Seguramente si Pacino hubiera trabajado en mi restaurante y vivido en mi piso no la hubiera pronunciado.
 Hace unos días me pegué un gran susto cuando fui a entrar al piso, vi la puerta abierta y escuché unos ruidos dentro. Se trataba de la casera y su marido haciendo unos apaños en una habitación. Además del susto no me hizo mucha gracia que presenciara la entropía que reinaba en el inmueble. Aunque pensé, por lo visto, con poco acierto que no era asunto suyo.
 Esta semana vino un día al restaurante hecha una furia. Parece ser que accidentalmente cambié el funcionamiento de los radiadores y estaban operando todo el día con el consiguiente gasto energético. Digo accidentalmente porque a día de hoy no tengo ni idea de cómo funcionan, a pesar de mis intentos por descifrar su complejo mecanismo. Me acusó de haberlo hecho premeditadamente para estar calentito en el piso. Acusación muy poco oportuna para un inquilino como yo que, para evitar encender un radiador eléctrico y aumentar la factura eléctrica,duerme con 3 nórdicos y acostumbra a ir en cazadora por el piso. Aprovechando el tirón tuvo unas palabras poco edificantes sobre el estado del piso. Afortunadamente mi nivel de inglés actual no fue suficiente para entenderlas, aunque el lenguaje no verbal no auguraba nada medianamente positivo.
  Con mucho esfuerzo y paciencia por mi parte logré hacerle entender que lo de los radiadores no había sido ninguna maniobra premeditada, y que pensaba dejar el piso como un pincel ante la inminente llegada de la nueva inquilina. También le hice saber la conveniencia de avisar antes de ir al piso, para evitar sorpresas desagradables tanto por su parte como por la mía. Hablar con una pared es difícil. Si encima está cabreada y habla en inglés, es casi imposible. Resumiendo, el piso es suyo y no tiene que dar ninguna explicación ni aviso.
 Además de esto, últimamente, la casera y la otra jefa, hermanas ellas, han insistido en la necesidad de abrir las ventanas del piso para a ventilarlo. Lo que empezó siendo una sugerencia se ha convertido prácticamente en una orden. El problema es que el piso y el restaurante están enfocados al mismo patio, con lo cual, “La Ventana Indiscreta” se rueda un día sí y otro también. Domingos incluidos, ya que hoy ha aparecido una de ellas, ha entrado en el piso sin apenar saludar, ha abierto unas ventanas y se ha ido sin decir ni mu, ante el estupor de la nueva inquilina.
 Todos estos acontecimientos, y otros que no vienen al caso han hecho que esta semana me haya sentido cual disidente controlado por la Stasi. Y lo que no han conseguido el frío, la lluvia, el granizo, la soledad, las cazuelas grasientas y el acento de Glasgow, casi lo han conseguido las “Big Sisters” en una versión escocesa de la novela de Orwell 1984.
 Parecía demasiado bonito estar en un piso bastante grande, pagando muy poco y con la luz incluida. Pero todo tiene su precio. Y me estoy planteando seriamente si merece la pena pagarlo.

lunes, 11 de mayo de 2009

Portree la nuit

Tras casi un mes en la isla, por fin he salido un sábado por la noche y he podido comprobar cómo se mueve el asunto del pototeo. Hasta ahora mi única posibilidad de salir era en plan “me llamaban Trinidad”, pero no me acabo de sentir cómodo saliendo solo. En el curso de inglés he conocido a una húngara que me ha presentado a sus amigos. Uno de ellos es chef de un hotel y ha ido contratando a conocidos de su misma nacionalidad. Así, se ha establecido una colonia húngara en el hotel de unas 5 ó 6 personas. El chef me comentó que prefiere contratar a húngaros que a escoceses, ya que, según él, los nativos no suelen ser buenos trabajadores. Extremo que ha sido confirmado por mi jefa en el restaurante.
El sábado, tras unos cuantos tragos en “su” hotel y en mi piso nos dirigimos al, según me comentaron, único local donde se puede bailar y hay algo de vidilla en Portree. Hay bastantes pubs, pero son más de estar sentado. Eran sobre las 11 de la noche. Un poco tarde teniendo en cuenta que el cierre aquí se produce a las 12 y media. Tendré que volver a mis tiempos de bachiller y salir a las 7 u 8 de la tarde. No hay problema, siempre he pensado que es mucho más lógico hacer eso que salir a la una y volver a casa de día.
Intentamos entrar en el “Caledonian” pero nos dijo la portera que estaba lleno y que teníamos que esperar a que saliera gente. Tras unos 15 minutos de gélida espera (soportada por algunos locales en mangas de camisa) nos permitieron entrar. Se trata de un local de tamaño medio, con una pequeña pista de baile que los sábados está amenizada por una banda que toca versiones de música pop y rock. A pesar de llevar poco tiempo aquí vi muchas caras conocidas: la oficinista que no quiso abrime la cuenta en al banco, la que sí me la abrió, la cajera del supermercado… Es un garito poco conocido por los turistas en el que se da cita el “todo Portree”. A mi me hizo gracia por ser el primer día. Supongo que debe cansar con el paso del tiempo, viendo siempre los mismos caretos.
  Las mujeres, siguiendo los cánones anglosajones andaban sobre grandes tacones. A un par de ellas no les hacían falta. Si no eran más altas que yo, poco les faltaba. Eso de encontrarse pívots femeninos siempre es de agradecer.
 Conforme la gente abandonaba la barra, convenientemente provistos de alcohol, la pista de baile se iba animando y llenando. Donde caben 20 caben malamente 40. Y si encima esos 40 van tajados y vibran como locos con la banda de música, la habitual cortesía escocesa se transforma en empujones, pisotones y constante olor a pedo (en España, este aroma está enmascarado por el aún más nocivo olor a tabaco). Tras un mes de habitual soledad, tampoco me importunaron mucho estas apreturas. Se empezó a ver pototeo, pero el frotamiento brilló por su ausencia.
A las 12 y media de encendieron las luces y el grupo dejó de tocar. De tocar música, porque no faltó un trio de “gruppies” que les abordaron antes de que pudieran soltar las guitarras.
Y luego vino unos de los mejores momentos, el que mi amigo Luis Carlos bautizó como “la salida de los toros”. Mucha gente , a las 12 y media no tiene ganas de irse a casa. Otros esperan que venga el taxi. Y ese es un buen momento para entablar relaciones sociales, sin el impedimento de la ensordecedora música del local. Pudimos felicitar a una chica que acababa de cumplir los 18. Lo celebró marcándose un break-dance en medio de la calle, a pesar de llevar los reglamentarios tacones. La gente fue despejando la zona y decidimos regresar a nuestros cuarteles. En mi caso, un breve paseo de 20 segundos fue suficiente para alcanzar mi hogar. Ventajas de la vida en Portree.

viernes, 8 de mayo de 2009

Se acaba la buena vida

Lo bueno no suele durar mucho. En este caso ha sido mas de un mes, pero la buena vida se me va a acabar. Ya no voy a tener el piso para mi solo. A mediados de mes vendra una finlandesa. Lo llevaremos como podamos.

martes, 5 de mayo de 2009

MARINO: GRITOS DE SUFRIMIENTO

 Este fue el titular de un artículo que la revista “Ciclismo a fondo “ dedicó al Giro de Italia ’91. Marino Lejarreta afrontó un ambicioso reto ese año. Ya había corrido las tres vueltas grandes en una misma temporada, pero en el 91 quería disputar las tres. En la Vuelta a España se encontró con un poderosísimo Melchor Mauri que corría en su mismo equipo y tuvo las manos atadas para poder atacar, aunque estaba muy fuerte.
 Empezó el Giro aún más fuerte, pero se encontró con un Franco Chiocholli intratable. Ese año, el Giro fue durísmo, sobre todo en la última semana. Y a ella llegó Marino con la reserva, que se le acabó en la etapa que finalizó en el Passo Pordoi. Esta etapa pasaba por la Marmolada, una auténtica pared. Y fue en ese puerto donde Lejarreta las pasó canutas. Yo no llegué a gritar el domingo, pero poco me faltó.
 La semana pasada sólo libraba el domingo. El problema para un turista permanente como yo, es que ese día apenas circulan autobuses en la isla. Por ello alquilé una bicicleta el sábado por la tarde, para devolverla el lunes por la mañana. Ya la tarde del sábado fui a dar una vuelta por cerca de Portree para recuperar viejas sensaciones. Echaba de menos el pedalear y fue un gustazo. Se me hizo un poco raro circular por la izquierda, incluso tuve algún despiste en algún cruce donde instintivamente me iba al otro lado. Y es que, como dijo el ex-ministro Bermejo, yo siempre he ido por la derecha.
Mi plan para el domingo era ir al Neist Point Lighthouse, un faro que me habían dicho que era digno de ver. Está “un poquillo” lejos de Portree, pero contaba con emplear todo el día para ir y volver. Temía por el mal tiempo, así que cuando a las 6 de la mañana me despertó la lluvia me veía encerrado en casa todo el día. Pero la almohada soluciona muchos problemas, así que me volví a dormir y un rayo de sol me despertó a las 10. Tras un copioso desayuno partí a las 11 en pos del faro.
 Primer problema: mis glúteos acusaban el contacto con el sillín del día anterior.
 Segundo: Se trataba de una bicicleta de montaña bastante pesada, poco adecuada para circular por carretera. De hecho me hizo recordar por qué nunca me he comprado un velocípedo de esta guisa.
  Tercero: Durante la ida sufrí un viento ora en contra, ora lateral en contra.
 Cuarto: En esta isla no hay cien metros llanos.
 Quinto: Hacía unos dos años que no montaba en bicicleta.
 Sexto: La carretera era muy estrecha y debía pararme cada vez que me cruzaba con un coche. 
 Séptimo: Mi bidón de agua había sido el día anterior portador de una bebida con presunto sabor a naranja, que, como el Cid, siguió aportando su repelente sabor al agua que ahora contenía.
Con estos condicionantes lo que debería haber sido un plácido paseo se convirtió casi en una tortura que sólo mi motivación logró vencer.


   A la altura de Dunvegan, donde visité un castillo hace dos semanas, cogí una carretera más secundaria aún y llegué a un cruce. Los carteles señalando el faro brillaban por su ausencia. Así que le pregunté al primer coche que paró, en este caso ocupado por dos suizas. Tras las parrafadas y balbuceos en inglés resultó que hablaban español. Nada más irse el coche de las suizas me preguntó un turista lo mismo. Yo me curé en salud y le dije:”Esas chicas de allí me han dicho que es por esta carretera” Seguí mi camino haciendo cuentas. Iba a ir muy justito para llegar, no sólo de fuerzas, sino de tiempo, para que no se me hiciera de noche a la vuelta.
Tras unas cuantas millas de sube-baja-para que viene coche, atravesando un paisaje privilegiado que el cansancio apenas me permitía admirar, me topé con una rampa del 16 % que fulminó mi ya escasa moral. La subí a pata, llegué al cartel de un pueblo (Glendale) y decidí regresar. Me quedaban unas 3 o 4 millas, pero se veían unas cuestas de horror y probablemente se me hubiera hecho de noche a la vuelta, suponiendo que hubiera tenido fuerzas para llegar a casa. Supongo que debí sentir la sensación de fracaso, pero el cansancio y el miedo a no poder volver, hicieron que no la notara.
En la vuelta el viento fue más favorable a mis intereses. Lástima que en mis condiciones no lo pudiera aprovechar mucho, pero por lo menos no me daba en contra. Una parada en Dunvegal para aprovisionarme de una chocolatina “Lion” me dio ánimos para afrontar las 22 millas que anunciaba el cartel de la ruta que elegí para volver, distinta a la de la ida. Cada pedalada era una tortura. La subidas, por suaves que fueran, se me hacían eternas. En las bajadas ni pedaleaba. La imagen de Lejarreta gritando en la Marmolada se me hacía continuamente presente. Para mayor escarnio, había ratos en los que se ponía a llover con fuerza, aunque a los 10 ó 15 minutos, cesaba. Al final, me veía obligado a subir las cuestas andando. Mis piernas no daban más de sí.
 La nota artística la dio un perfecto arcoíris de 180 grados, que compensó una o dos horas de la excursión, pero no toda.
 A unas dos millas de Portree, una bajada considerable me dio el empujón para poder llegar. Un último arreón de lluvia y viento huracanado le dieron el toque épico a mi entrada en Portree a las 8. Pocas cosas positivas se pueden sacar de un palizón de este calibre, en el que apenas he disfrutado, no he conseguido mi objetivo y como decía Santiago Urrialde, “no siento las piernas”. Pero eso es lo que tienen las grandes empresas, pueden llevarnos a la gloria o al fracaso.

viernes, 1 de mayo de 2009

YMCA: Ve la oportunidad, no el problema.

Si algo echaba a faltar de Huesca en mi andadura escocesa eran las conferencias. Estoy en un pueblo de 3000 habitantes y no se pueden pedir peras al olmo. Por eso, a la primera ocasión que he visto me he lanzado de cabeza. Había visto unos carteles por el pueblo anunciando una AGM, que no sabía lo que era en la que un miembro de YMCA (qué gran publicidad le hicieron los Village People) daba una disertación con el título: Ve la oportunidad, no el problema. Como tratar con jóvenes problemáticos. Se invitará a refrigerio. Un auténtico cazapicoteos como yo no podía fallar. Además ha sido en la misma calle donde vivo.
Tras recorrer los escasos 30 metros que había desde mi casa al acto me he sentado en una sala un poco cohibido, ya que todo el mundo parecía conocerse. Me ha venido una señora para que apuntara mi nombre, teléfono y dirección. Empezaba a olerme una encerrona. Luego me han pasado una hoja con el orden del día y otra con los gastos e ingresos. Se trataba de una reunión de socios. Han comentado los presupuestos y han reelegido a la junta directiva. Yo estaba esperando que me echaran de un momento a otro por topo, pero no. A continuación, un chico bastante joven ha empezado su charla. Hablaba de los métodos que usa YMCA para tratar con jóvenes con inclinaciones rufianescas. Hablaba bastante rápido. Gracias a que usaba una presentación con PowerPoint he podido enterarme de algo. De vez en cuando soltaba alguna parida que yo, por supuesto no llegaba a pillar. Al final, he visto como una mujer iba desplegando el picoteo. Decidí que era mejor pirarse para evitar el para mí previsible: ¿Y tú que haces aquí?, incómodo en tu propio país, y másembarazoso en tierra extranjera.
Con paso firme me he encaminado a la salida, pero una mujer me ha ofrecido coger comida. “Bueno, la cojo y me voy”. Apenas le había hincado el diente me ha venido otra mujer a presentarse. Hablando con ella resultó trabajar en la biblioteca donde voy a consultar internet. Y así como quien no quiere la cosa nos hemos puesto a hablar mientras iba cayendo bocadillo tras bocadillo, regados con suculentos y exóticos zumos. Conocía a la camarera de mi restaurante y al entrenador de los chavales con los que juego a baloncesto. Me gusta. Ya empiezo a integrarme en la vida local. Luego me ha presentado a un pastor presbiteriano con el que he hablado un ratillo. Cuando mi estómago ha llegado al límite he empezado a despedirme y la mujer ha insistido para que me llevara unos cuantos bocadillos a casa. Con lo cual, aparte de haber cenado, ya tengo almuerzo para mañana.
Haciendo uso del título de la conferencia, de un problema como es el acudir por error a una junta de socios he aprovechado la oportunidad para ponerme las botas, conocer gente y practicar inglés.