lunes, 28 de septiembre de 2009

XXI Media Maratón de Castiello de Jaca

En una provincia con escasez de medias maratones, este fin de semana se concentraban nada menos que 3 (Barbastro, Castiello de Jaca y Puyada Oturia) Descartada esta última por sus más de 1000 metros de desnivel, me enfrentaba a una difícil disyuntiva. La media de Barbastro está muy bien. Y este año contaba con el aliciente de la presencia de uno de mis ídolos, el gran Martín Fiz. En el otro lado de la balanza, la media de Castiello sólo la había corrido una vez, un año en que una riada obligó a afeitar el recorrido y dejarlo en apenas 15 km. Por aquello de probar algo nuevo, y teniendo en cuenta que iba a ir acompañado, me decanté por la segunda. Eso sí, fui a la conferencia que dio Martín Fiz en Barbastro el viernes. Una de las razones por las que ahora soy corredor de fondo fue el ver cómo 3 españoles, con Fiz a la cabeza copaban el podio en la maratón de los europeos de atletismo Helsinki '94. Mítico e inolvidable momento. Éste y otros hitos, acompañados de consejos y anécdotas fueron comentados por el maratoniano vitoriano en una amena disertación con un gran ambiente. La verdad es que en esos momentos me arrepentí de no haberme apuntado a la Media del Somontano. Pero hubiera sido una locura correr el sábado por la tarde y el domingo por la mañana, por lo menos en mi actual estado de forma. Así pues, el domingo por la mañana me presenté en Castiello de Jaca sin saber cómo iba a afectar mi periplo escocés a mi rendimiento atlético.
Sorprende que un pueblo tan pequeño cuente con una media maratón y una capital de provincia como Huesca, no. Aunque parece ser que este año están preparando una. A ver si es verdad.
A las 10.30 se dio el pistoletazo de salida. El circuito consistía en subir y bajar por la carretera de la Garcipollera unos 5 km, para, a continuación coger un camino hacia Jaca, y volver por el mismo tras un tramo por las calles jacetanas.
Empecé suave, no dejándome llevar por la fogosidad con la que suele empezar la gente y luego acaba pagando. Por lo visto, los kilómetros venían marcados en la calzada o en piedras grandes. Yo no me di cuenta, por lo que en ningún momento tuve referencia del ritmo que llevaba. Tras el primer tramo de asfalto la carrera transitaba por parte del Camino de Santiago. Más bonito que la parte de asfalto, mejor para las piernas, pero un poco más peligroso para los tobillos. Había que estar muy atento, sobre todo en las bajadas. Y es que este tramo era un auténtico rompepiernas. Especiamente dura me resultó la última subida antes de llegar a Jaca. Allí me sorprendió el frío recibimiento. Escasísimo público y casi nulo apoyo a los atletas. Daba la impresión de que los jacetanos tengan una carrera de estas cada semana, y no les llame mucho la atención. Tras el callejeo, tomamos el mismo camino de vuelta. Ya empezaba a ir justo de fuerzas. No he entrenado mucho fondo últimamemnte y eso se nota. Como no sabía por qué kilometro circulaba, no pude hacer mi tradicional arreón en el último tramo, así que me limité a mantener un ritmo correcto hasta que entramos en el pueblo y apuré mis últimas fuerzas en el sprint final. Paré el crono en 1 h 44' 32'', tiempo bastante correcto teniendo en cuenta mi estado de forma y la irregularidad del recorrido. Primera sorpresa de la mañana al recibir la bolsa del corredor. Aparte de la clásica camiseta técnica, la organización nos obsequió con media docena de huevos. Tras la entrega de premios, nada mejor que una comida gentileza de los organizadores, consistente en fideuá, costillas con patatas y helado, regados con vino "Don Mendo". ¿Se puede pedir más por 12 € que costaba la inscripción? Sí. Sorteo de regalos. Y muy bueno tanto en calidad como en cantidad. Baste el dato que a mi hermano, su amigo Dani y a mí nos tocó premio. En mi caso fui galardonado con unos bastones de marcha nórdica y un tubo para beber agua mientras se hace deporte. Gran colofón a una excelente jornada atlética. Me ha gustado esta prueba. No es tan multitudinaria como otras medias maratones, pero el ambiente y la organización rayan a gran altura. Espero que el año que viene pueda hacer la machada de correr Barbastro y Castiello. No me gustaría perderme ninguna de las dos.

martes, 22 de septiembre de 2009

Perth



Mi siguiente escala en el camino era la ciudad de Perth. Antes de dirigirme a ella aproveché la mañana para darme un voltio por Dundee. Aparte de visitar los lugares más emblemáticos, no pude evitar darme el clásico paseo por barrios periféricos con sus colmenas correspondientes. Mi hambre de monumentos no era tanta como la de comida. Así que le eché el ojo a un buffet libre indio llamado "Taza"(sic). Allí, por un módico precio, creo recordar inferior a 7 libras, pude degustar auténticas delicias "ad libitum". La gran variedad en entrantes y platos principales se extendía a los postres. Fiel a mi costumbre, traté de no dejar nada sin catar. Menos mal que estos establecimientos no abundan por Huesca. Si no, sería un serio candidato a padecer una obesidad más que mórbida. Ya no quedaba mucho más que hacer en Dundee, así que volví al hostel a por mi maletón y cogí el autobús rumbo a Perth. A diferencia del día anterior, en el que crucé Escocia de Oeste a Este, hoy sólo tenía un corto desplazamiento de menos de una hora. Con la misma filosofía de economizar fuerzas, que empezaban a escasear, había reservado un hotel con habitación individual, en lugar de un hostel con dormitorio multitudinario.
Perth se trata de una localidad de tamaño pequeño-medio, bastante tranquila y agradable. Pude leer que había sido designada como el lugar con mayor calidad de vida de toda Gran Bretaña. Mi estancia no me hizo pensar que eso pudiera ser falso.
El hotel elegido para mi reposo era el "Salutation Hotel". Se situaba en un edifico antiguo, pero, a diferencia de lo que sucede en el mi hotel en Skye, había sido reformado. Con lo cual se conseguía un equilibrio muy bueno, obteniendo el encanto y la genuinidad que le confieren los años, junto con la modernidad del mobiliario. Acostumbrado a los hostels y a mi habitación desvencijada en el Dunollie, mi pieza me pareció un auténtico lujo. Mención especial a la recepcionista, que en apenas dos minutos de conversación, me dio las gracias unas 7 veces. Así da gusto.
A pesar de su relativamente pequeño tamaño, Perth cuenta con gran cantidad de tiendas y centros comerciales. Es una constante en todo el Reino Unido. También está bien surtido de edificios históricos. Se asienta a orilas de un río, lo que sumado a que cuenta con un extensísimo parque, hace que Perth sea una ciudad ideal para pasear. Siempre que el clima lo permita. Esta vez así fue. Por cierto, en el parque había muchos chavales dando patadas al balón. Pero no de fútbol, sino de rugby.
No tenía muchas ganas de vida nocturna. Había tenido bastante la noche anterior y me esperaba un largo viaje al día siguiente. Pero quise tantear un poco el ambiente.
Probé en un disco pub bastante animado. La cosa prometía, pero preferí guardar fuerzas y hacer uso de la habitación del hotel. Al volver al mismo me di cuenta de una cosa. Sí, tenía una habitación con baño para mí solo. Nadie me iba a molestar. Pero...mis posibilidades de conocer gente en la ciudad se vieron muy reducidas. Un hostel es más incómodo, pero da mucha más vida.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Dundee



Hay dos formas de enfocar un viaje. Una de ellas es planificarlo todo al milímetro, reservando todos los traslados y alojamientos por anticipado. La otra es ir sobre la marcha, pensando sólo en el día a día. El año pasado hice un viaje a la Bretaña francesa con mi amigo Luis. El planteamiento fue mixto. Reservamos medio viaje y el resto “ya se vería”. Eso nos costó no encontrar habitación en Morlaix y acabar durmiendo él en el coche y yo tumbado en un húmedo césped cerca de Guimpgamp. Con ese precedente, decidí que, en este caso, y más teniendo en cuenta el maletón de más de 20 kilos que llevaba a cuestas, lo mejor sería reservarlo todo con antelación. Y así lo hice. Y a punto estuvo la jugada de salirme rana.
Como comenté en mi anterior entrada, el martes 7 de septiembre, la isla de Lewis fue azotada por feroces vientos de más de 100 km/h. Eso provocó que todos los ferrys con destino o salida de la isla suspendieran su actividad durante todo el día. Yo tenía que coger el transbordador Stornoway-Ullapool a las 7 de la mañana. De lo contrario perdía el autobús Ullapoll-Inverness y el tren Inverness-Dundee, ya comprados. Y tampoco tenía claro si podría llegar a dormir a Dundee utilizando otras combinaciones. Así que, un poco atemorizado, lo primero que hice nada más levantarme el miércoles fue ir al puerto a preguntar. Afortunadamente los vientos habían amainado, por lo que el ferry pudo zarpar con normalidad. En él volví a encontrarme a Marcello y Herminio, amén de más gente del hostel. Sólo había pasado dos días en Stornoway y ya empezaba a ser un rostro conocido.
Ullapool es una localidad costera bastante pintoresca. Apenas pude quedarme con unas cuantas vistas de la villa desde el barco, ya que el autobús de Inverness nos esperaba en el puerto. Me tomé este trayecto como mi despedida de las Highlands. Paisajes desolados, lagos, montañas y costas rocosas me habían acompañado durante 5 meses. No cabe duda de que es una tierra hermosa, pero también dura y difícil.
Inverness lo tenía ya visto, así que fui al grano y llené mi panza en el ya conocido “Jimmy Chung’s”, buffet libre chino de excelsa relación calidad-precio. Sin tiempo para digerir tan pantagruélico ágape tomé el tren que me condujo a Dundee, previa escala en Perth.
A los pocos kilómetros de trayecto, los paisajes empezaron a cambiar. Nos adentrábamos en la Escocia más genuina, aquella en la que abundan los castillos y las destilerías. Las solitarias praderas de las Highlands dejaban paso a frondosos bosques en los que aparecían con frecuencia castillos y villas. Allí me di cuenta que Escocia es mucha Escocia. Y que yo, a pesar de pasar casi medio año en ella, apenas conocía una ínfima parte. Ese mismo día, la selección de fútbol de Escocia se jugaba su presencia en la fase final del próximo mundial en un partido frente a Holanda que se disputaba en Glasgow. Eso hizo que una gran cantidad de aficionados, vistosamente ataviados dieran la nota de color en el tren hasta Perth. Allí, mientras ellos esperaban el tren que les conduciría a la decepción más absoluta, yo tomé rumbo al este, a Dundee. La ciudad se sitúa en la costa Oeste de Escocia. Por lo que ese día fui de un extremo a otro del país. Un radiante y para mí inusual sol me recibió al salir de la estación. Todavía eran las 6 y media de la tarde, así que había mucho por hacer. En la oficina de turismo me explicaron cómo llegar al hostel. También les pregunté por Broughty Ferry. Había leído que era un barrio costero muy turístico, y me picó la curiosidad. La señora de la oficina me dijo los horarios de autobús, dando por hecho que no era muy lógico recorrer las 4 millas a pie. Pero yo tampoco soy un turista al uso. Aunque en este caso acabé dándole la razón.
El paseo hasta el hostel me sirvió para llevarme una grata impresión de la ciudad. De un tamaño medio, se trata de una localidad con mucha vida, sin llegar a ser agobiante. Mi hostel estaba situado en pleno centro. Se trata de un edificio histórico rehabilitado. El resultado es brillante, ya que conjuga modernidad en las instalaciones con antigüedad y solera en el inmueble. Dejé mis cosas en la habitación y me dirigí rumbo a Brougthy Ferry. Lo que empezó siendo un agradable paseo cerca del mar, se convirtió en un insufrible trayecto por el puerto y por una carretera muy transitada, todo ello escasamente estético. Cansado de tan monótono recorrido vi un camino turístico que circulaba al lado del mar. El problema es que estaba al otro lado de una vía del tren vallada. Eso no iba a detenerme, así que abordé la valla por su punto más bajo y salté a la vía. Apenas toqué tierra, un ruido me sobresaltó. Se acercaba el tren. Casi sin tiempo de reacción me pegué todo lo que pude al muro. Fue suficiente para que el tren pasara junto a mí, pero mi susto fue de los buenos, así como el del conductor, que me dedicó un bocinazo de enjundia. No digo que el nuevo camino fuera tan bueno como para jugarse la vida, pero la verdad es que era muy bonito. Brougthy Ferry resultó ser una apacible villa bastante agradable, gran playa arenosa incluida. Pensé hacer la vuelta en bus, pero el último se me escapó por los pelos. Así que caminata de nuevo. Procuré hacerla rápido ya que quería ir a algún pub a ver el Escocia-Holanda. A estas alturas no me ha entrado el gusto por el fútbol, simplemente quería ver el ambientillo. Y a fe que lo había. El bar estaba hasta las trancas. Yo, por supuesto, también apoyaba a Escocia. Uno no es de nace sino de donde pace. Y además pensaba salir después de baretos, y la gente es siempre más receptiva cuando celebra algo. Partido emocionante, pero casi al final Holanda metió un gol que acabó con las esperanzas de mi país de acogida por volver a un Mundial. Volví al hostel y vi que mi habitación estaba poblada por dos alemanes que iban a su bola y una irlandesa llamada Kina, que, ni mucho menos hacía honor a su nombre. Se trataba de una estudiante que se alojaba en el hostel a la espera de encontrar alojamiento. Había estudiado unos años en Belfast, por lo que me hizo de improvisada guía turística de la ciudad que pensaba visitar pronto. La dejé yéndose a dormir y salí a “prender fuego a Dundee”. Esperaba una noche floja, por ser miércoles y por la derrota de la selección nacional. Pero estaba equivocado. Dundee es una ciudad universitaria, y los miércoles hay bastante pototeo. Di unas cuantas vueltas por las zonas de marcha y me decidí por una discoteca en la que se empezaba a formar cola. En España, si un tío sale solo, lo más fácil es que siga solo toda la noche. Pero esto es Escocia, y la gente es mucho más abierta. Así, esperando en la cola conocí a un par de post-tinajeros que, al ver que estaba solo, me “adoptaron”. Y con ellos estuve toda la noche. La discoteca estaba bastante bien. Muy grande, varias pistas, música dance y lleno de escocesas luciendo sus escuálidos modelitos, melenas rubias y hermosos luceritos. Era lo que necesitaba tras varios meses en el aburrido y previsible Broadford. A eso de las 2 y media cerró la discoteca, pero aún estuve un rato con mis nuevos amigos mientras recenaban en un local cercano. Iban un poco “tajados”, lo que los hacía aún más graciosos. Uno de ellos incluso se ofreció a acompañarme al hostel temiendo que me fuera a perder. Estaba empeñado en que me quedara con una buena imagen de la gente escocesa. Y a fe que lo hizo. No hizo falta que me acompañara.Había pateado mucho por Dundee y no había pérdida. Así que volví al hostel. Estaba cansado, no en vano habían pasado muchas cosas ese día. Pero eso es precisamente lo que estaba buscando cuando planeé mi viaje.

jueves, 17 de septiembre de 2009

El faro del fin del Mundo


Un día, paseando por Broadford vi con sorpresa la presencia de un camión de una empresa de marisco gallega en el aparcamiento del supermercado. Esa misma semana,el cocinero del hotel me comentó que había un cliente español y que me esperaba en la puerta. Hablé un rato con él y quedamos para tomar algo esa semana. El viernes fuimos con él y su compañero a echar unas cervezas. Lo mejor de estar en un lugar tan apartado y carente de compatriotas era que, siempre que me encontraba con un español, se produjera una gran complicidad. Supongo que en lugares como Edimburgo o Dublín será más difícil que esto suceda.
Se trataba de dos trabajadores de una empresa de Vigo que venían con regularidad a la Isla de Skye a cargar marisco para venderlo en España. Me comentaron que les salía rentable, ya que en Galicia la demanda supera la oferta y no dan a basto. Pero lo que más me llamó la atención es que uno de ellos había vivido unos meses en la Isla de Harris. Decía que, dado su mayor aislamiento con el "Mainland" (no hay puente,a diferencia de la isla de Skye), era un lugar bastante diferente y peculiar.
En un mundo cada vez más estandarizado, cuesta encontrar cosas diferentes. La isla de Lewis y Harris, en cierto modo lo es. Y ya puestos, me sedujo la idea de ir al lugar más apartado de un lugar, ya de por sí apartado. Así pues, mi elección para la única excursión que podía hacer en la isla fue el Butt of Lewis, el punto más septentrional de las Hébridas. También me comentó mi amigo vigués que en Lewis y Harris abundaban las playas de arena, las cuales costaba Dios y ayuda encontar en Skye. Pude comprobar en un mapa que cerca de mi destino había una playa de arena. Por ello podía matar dos pájaros de un tiro.
Tras un frugal desayuno en el hostel, tomé el autobús. Conforme subía al norte, aumentaba la desolación del paisaje y la sensación de estar en "el culo del Mundo". Esa sensación se acentuó nada más bajar del vehículo y ser recibido por un viento casi huracanado. Conmigo se apearon también Sue, una chica inglesa que también dormía en mi hostel, además de Erminio y Marcello, dos simpáticos transalpinos. En un medio hostil, la gente tiende a unirse. y eso hicimos, emprendiendo juntos la exploración de tan peculiar entorno. Primero fuimos a la playa. El viento lanzaba contra nosotros oleadas de arena, dando la sensación de que nos encontrábamos en plena tormenta de arena en el desierto. El esfuerzo mereció la pena, ya que la playa era realmente espectacular. Acostumbrado al desmadre urbanístico mediterráneo, me llamó la atención que una playa tan playa no contara con chiringuitos ni hoteles. Claro que no tienta mucho bañarse en aguas tan frías y con un clima tan poco cálido.
Posteriormente nos encaminamos al Butt of Lewis, extremo norte de la isla, donde hay construido un faro. Una caminata de una media hora por una carretera estrecha y desolada nos condujo a unos acantilados de una belleza dramática. El fortísimo viento acentuaba la sensación de desolación. Viendo ese faro allí, en un extremo de la isla, al borde de un acantilado y azotado por el viento, pensaba que bien pudiera haberse inspirado en él Jules Verne para su novela "el Faro del fin del Mundo".
Volvimos pateando hasta la parada de autobús, pero como aún teníamos tiempo, decidimos ir a Port of Ness, un pueblo cercano.Allí, aparte de una pequeña y curiosa galería de arte nos encontramos otra espectacular playa de fina arena, tras lo cual volvimos "a casa". Y llamo así al hostel, porque, por primera vez en casi cinco meses, tuve la sensación de estar en mi propia casa, tan acogedor era el establecimiento.
Por la tarde, amén de dar un paseo intentando abarcar todos los rincones de Stornoway, teníamos cita con los dos amigos del día anterior. A ellos y a Baptiste se sumó otro inquilino del hostel. Los cinco fuimos a un pub donde tuvimos una muy interesante conversación. Acabamos por definir cada uno nuestra idea de felicidad. En este caso, si esa charla tan profunda,con gente tan agradable no era la felicidad, poco le faltaba.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Lewis y Harris

Por fin llegó el día que tanto esperaba: Mi despedida del Hotel Dunollie y de la Isla de Skye. Aunque echaré de menos a algunos compañeros, no me cabe duda de que la decisión de irme ha sido la correcta. Y más claro lo tengo ahora que he salido de ese entorno y empiezo a respirar aire fresco.
Tras unos cuantos días planificando meticulosamente mi viaje, lo más difícil fue sin duda meter todos mis enseres en la maleta. A pesar de que me he deshecho de gran cantidad de objetos, e incluso mandé unos cuantos libros y revistas a mi domicilio español, me veo obligado a cargar con un maletón de enjundia. Menos mal que en mis primeros días en Portree tuve la genial idea de agenciarme un “trolley”.
Mi primer destino era Stornoway, capital de la isla de Lewis y Harris, una de las Hébridas exteriores. Un poco más al noroeste que Skye, más alejada del “Mainland” y sin puente que le una a ella. Tomé un autobús a Portree, donde me despedí de mis primeros amigos húngaros. Otro coche de línea me dejó en Uig, donde cogí el transbordador. Cuando empezó a moverse me di cuenta de que me despedía de Skye por mucho tiempo. Está muy a desmano, y ya he hecho allí todo lo que tenía que hacer. Pero siempre da algo de pena distanciarse de un sitio tan bonito.
El ferry me sorprendió por su tamaño y por la cantidad y calidad de servicios que tiene a bordo. Además de resultar muy económico. Por menos de 5 libras todo un viaje en barco de casi dos horas. Parecido a lo que nos ofrece nuestra entrañable compañía de transporte de viajeros “la Oscense”.
El ferry me dejó en Tarbert, en la isla de Harris. Aunque se trata de una única isla, la parte norte se llama Lewis y la parte sur, Harris. Otro autobús (el tercero del día) me condujo hasta Stornoway, donde iba a pasar los dos días siguientes.
La capital de las Hébridas es, a pesar de su reducido tamaño, un lugar de gran actividad. No en vano es el único núcleo urbano de importancia de la isla, y concentra gran cantidad de servicios, industria y comercio. A pesar de su dinamismo, la iglesia local tiene un gran peso. Tanto que los domingos está prácticamente todo cerrado y no hay servicios de ferry ni de autobús.
Nada más llegar, me hice con una guía de horarios de autobús en la oficina de turismo donde mi indicaron el camino para encontrar mi albergue, el Heb Hostel, donde había reservado cama en una habitación de 6. El recibimiento fue, como se suele dar por estos lares, muy cálido. En pocos momentos recuperé una sensación que no conocía desde hace meses. La de estar en casa. Está claro que el tipo de turismo que va a un sitio como Lewis no tiene nada que ver con el que frecuenta, por ejemplo Lloret de Mar. Y eso hace que el ambiente sea muy distinto. Ni mejor ni peor, pero para mí no hay color.
Una de las principales atracciones de la ciudad es un centro cultural de estética muy moderna que cuenta con salas de exposiciones, restaurante y teatro. Ávido de cultura que fuera más allá de los conciertos con los que nos obsequiaban algunos solistas de poco renombre en el pub del hotel, vi que esa tarde había una función de teatro y no me lo pensé dos veces. Se trataba de “Madre Coraje”, de Bertold Bretch. Me gustaron las sensaciones de estar en ese teatro tan moderno, en un sitio tan alejado. Pero la verdad es que no me enteré de mucho, Todavía me falta bastante para lograr el bilingüismo. Eso sí aguanté dos horas. Hasta que hicieron una pausa para descansar. Ahí me di cuenta que la cosa iba para largo, así que decidí volver al hostel. Entablé conversación con un joven francés llamado Batiste que es residente habitual. Ayuda a la dueña a cambio de vivir allí. En ese momento llegaron dos amigos suyos,un inglés y una muchacha de rasgos chinescos, que nos propusieron ir a echar un trago. Vano intento, ya que a esa hora (frisando las 11 de la noche) los pubs estaban de retirada y no pudimos saciar nuestra sed de alcohol. Aunque quedamos para el día siguiente un poco antes. Vuelta al hostel, donde Batiste y yo continuamos nuestra conversación. A ratos intentaba hablar en francés, pero 5 meses habituando a mi mente a pensar en inglés han hecho estragos en mi dominio del idioma románico. A eso de la una me retiré a mis aposentos. Al día siguiente tocaba excursión, relato que dejo para mi próxima entrada.

viernes, 4 de septiembre de 2009

I’m Hungary, no stupid.

La semana pasada, ya en el declinar de la temporada turística, un nuevo kitchen porter pasó a engrosar la nómina del hotel Dunollie. Una buena noticia, que supone menos trabajo para mí, pero llega un poco tarde. Ya tenía decidido que la presente semana sería la última que pasara entre fogones y detergentes. Cansado de mi rutinaria tarea y habiendo ya recorrido todos los rincones de la Isla de Skye que estaban a tiro de autobús y pata, no tenía mucho sentido continuar, pese a que mi contrato expiraba en octubre. Como el primer plato en Portree me resultó muy indigesto y el segundo en Broadford ha fallado en algunos de sus ingredientes, me tomaré un postre a modo de viaje por Escocia e Irlanda intentando que, por lo menos, me quede buen sabor de boca.
El nuevo ayudante de cocina se trata de un húngaro de mediana edad que apenas habla inglés. Tampoco hace falta mucho para desempeñar esta tarea. Se hace llamar Steve, que es la traducción al inglés de su nombre. Esta costumbre, con la que no estoy muy de acuerdo es frecuente entre sus compatriotas por estos lares
Dice el adagio ciclista tantas veces repetido: “Hasta que no se cruza la raya de meta no hay nada decidido”. En mi hotel pasa lo mismo. Me esperaba una última semana plácida, preparándolo todo y planteándome qué hacer en los dos días libres consecutivos (toda una rareza) que me habían tocado en suerte. Eso hasta que el domingo a eso de las 7 de la tarde el mánager se acercó a nosotros mientras desempeñábamos nuestra noble y poco reconocida tarea y nos comentó, de forma un tanto apresurada que “debido a que no podía darnos horas de trabajo” en la cocina, yo tenía que ir de lunes a viernes a otro hotel y trabajar el fin de semana en el Dunollie. Respecto a mi compañero, no hacía falta que se moviera del sitio, pero debía trabajar los 7 días. El mánager no se preocupó mucho del “feed-back” en la comunicación. Más bien lo soltó y se fue. Yo más o menos lo pillé, pero el magiar se quedó como Gabriel Ciprés, es decir, “a verlas venir”. Gracias a la ayuda de una camarera húngara, que estaba al cabo de la calle e hizo las veces de intérprete, Steve se pudo enterar de que se había quedado sin días libres y tendría que trabajar sin ayuda hasta el viernes. Pero no fue eso lo que más le cabreó, sino la actitud del mánager al comentarnos la jugada. De ahí que me dijera con tanta razón como incorrección gramatical: “I’m Hungary, no stupid” (Soy Hungría, no estúpido).
Respecto a mí, ya conozco al mánager. Una persona muy correcta, que le gusta llevarse bien con todos. En su posición, a veces, hay que ser el malo de la película. Y no es un papel en el que se encuentre cómodo. Así que no me sorprendió la situación. Teniendo en cuenta que no sabía qué hacer en esos días libres (como he comentado antes, Skye y redolada no tienen secretos para mí) y considerando que me encanta salir de la rutina, me lo temé como algo, por lo menos, no negativo.
Mi nuevo destino por unos días se trata del “Kyle Hotel”, en Kyle of Lochalsh, última localidad del “Mainland” antes de la Isla de Skye. Por aquí, cuando se refieren a Gran Bretaña, se refieren al “Mainland”, que no deja de ser una isla, pero mucho mayor que Skye. Antes de venir me informé y vi con agrado que es un hotel mucho más pequeño que el Dunollie. Menos capacidad conlleva menos clientes, ergo, menos platos. Y ciertamente se nota a la hora del trabajo. Menos horas y trabajo más reposado. Además me ha tocado en suerte una pedazo de habitación doble que en realidad es el triple de la mía en Broadford. Si no fuera porque el pueblo es un muermazo y ya estoy más que de vuelta, me intentaría quedar más tiempo aquí. Pero la decisión ya está tomada. El lunes parto rumbo a las Hébridas Exteriores.