jueves, 25 de junio de 2009

Viaje a Inverness

Vivir y trabajar en un hotel tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre las primeras destacan el ahorro que supone tener cubierto el alojamiento y la manutención y el hecho de que el tiempo de desplazamiento entre el trabajo y el domicilio es prácticamente nulo. Respecto a los segundos, el principal es que cuesta bastante desconectar. Estás continuamente viendo a tus compañeros de trabajo. Por eso, en mis días libres procuro huir del hotel. Incluso no bajo a desayunar aunque me cuadre con la pertinente excursión para no ver los mismos caretos.
Tras mucho tiempo saboreando la tranquilidad de la isla de Skye necesitaba un poco de vidilla. Ver gente nueva, tiendas, edificios. Para ello planeé la semana pasada una visita a Inverness, la capital de las Highlands. Tampoco es muy grande, unos 40.000 habitantes, es decir, una especie de Huesca a la escocesa. En todo caso, muy superior a los 200 (si llegan) habitantes de Broadford.
Este viaje me permitía matar dos pájaros de un tiro, ya que en el trayecto se recorre un trecho a orillas del mítico lago Ness. Monstruos aparte, el recorrido en autobús me regaló momentos de gran belleza. Eso sí, el día que se descarte definitivamente la existencia de “Nessie”, más de un negocio se va a ir a pique: Museo del monstruo del lago Ness, Centro de interpretación del monstruo, Hotel “Nessie”, amén de los innumerables souvenirs como camisetas, imanes, collares… representando al popular dinosaurio.
Al llegar a Inverness me dio la sensación de volver a la civilización. No es que sea Nueva York, pero me gustó ver de nuevo edificios, algo de bullicio y un ambiente diferente al casi cosanguíneo del hotel. Aparte de un castillo y algunas iglesias no vi ningún monumento digno deinterés, aunque la ciudad en sí tiene un aspecto bastante agradable. Además en este caso me llamaron más la atención las tiendas. Y es que Inverness es una especie de Glasgow en miniatura, con 2 ó 3 calles repletas de comercios en las que se desarrolla una actividad frenética en horas punta. Aproveché para abastecerme de ropa a precios de risa (un vaquero, 4 libras) y películas de Chaplin a una libra. También le eché el ojo a mucho material para futuras visitas, ya que mi capacidad de carga era limitada.
Me llamó la atención un restaurante español con el curioso y poco políticamente correcto nombre de “la tortilla asesina”. A pesar de la morriña gastronómica que me despertó, era mayor el hambre. Por ello di cumplida cuenta de un buffet libre chino, que , a falta de calidad, me ofreció cantidad y variedad.
En mi ciudad solemos decir “en Huesca nos conocemos todos”. En las Highlands deben tener algún dicho similar, ya que unos días después, una “housekeeper” de mi hotel me comentó que su marido me había visto por Inverness. Mal lugar pues para llevar una doble vida y pasar inadvertido.
Poco más pude hacer en la capital, ya que sólo disponía de 5 horas entre la llegada y la partida del último bus. Queda pendiente una visita nocturna a los baretos y clubs de la ciudad. A ver si consigo un fin de semana libre y elaboro la correspondiente crónica sobre el pototeo en Inverness.

domingo, 21 de junio de 2009

XXVI Media Maratón de la Isla de Skye

Una vez que supe que el destino de mi periplo escocés iba a ser la Isla de Skye, no tardé en enterarme que en la capital se corría una media maratón. Evidentemente ese iba a ser uno de mis objetivos principales. Mis cambios laborales pusieron en riesgo poder estar presente. Afortunadamente en el trabajo me dieron la mañana libre y contaba con un autobús que me permitía estar a tiempo para la prueba. Intenté lograr alguna adhesión entre el personal del hotel sino para correrla, por lo menos para que viniera a empaparse del ambientillo y me hiciera compañía. Predicar en el desierto hubiera sido más productivo.
Según los expertos, antes de una carrera hay que pasar la “fase de stress”, es decir, poner el corazón a muchas pulsaciones durante un corto espacio de tiempo. En este caso yo la pasé y la sobrepasé debido a mi mala cabeza. A escasos minutos de que llegara el autobús revisé la mochila echando en falta el resguardo de inscripción. Jugándome el perder el bus, volví al hotel, entré en la habitación, pero no lo vi. Volví corriendo a la parada cuando vi aparecer el vehículo. Le hice una señal y paró. Menos mal porque no creo que me hubiera dado tiempo de llegar a la parada. Un rato después, aún con el corazón acelerado, el resguardo apareció en uno de mis bolsillos. Los genios tenemos esas cosas.
Al llegar a Portree me olvidé de mi oscuro trabajo y me sentí renacer al palpar ese ambientillo pre-media maratón que tanto me gusta. Entre los espectadores estaba un ex compañero de mi anterior restaurante. Un día dejó de venir. Yo no sabía qué había pasado. Me contó que había sido despedido por una nimiedad. Por cierto, si a alguno le interesa, en el restaurante siguen buscando kitchen porter y camarero.
A las 10.30 entre 150 y 200 mediomaratonianos partíamos del instituto de Portre . Enorme la sensación de volver a competir. El primer tramo era por una carretera estrecha, llena de toboganes, con tendencia a subir. El tiempo era muy agradable, fresco y ligeramente nuboso.
Mis sensaciones eran buenas, aunque era consciente que no había hecho ningún fondo en las útimas 4 semanas y tenía miedo de hundirme al final. El hecho de que se midiera la carrera en millas en vez de kilómetros me impidió tener las referencias habituales. Usé el truco millas es a kilómetros como euros es a pesetas, que da una idea bastante aproximada. En todo caso, se me hacía muy larga la distancia entre milla y milla.
El paisaje era bastante agradable, con montañas al fondo y pasando de vez en cuando junto a alguna granja o algún Bed&Breakfast. Esa fue la tónica hasta la milla 7. Mi ritmo era bastante uniforme y lo llevaba comodamente. En ese momento cogimos una carretera más ancha y monótona, con grandes rectas, y con el añadido de que la circulación de vehículos estaba permitida. No es nada agradable estar corriendo por una carretera casi recta con automóviles circulando en los dos sentidos y además con ligero viento en contra. Allí salió a relucir la fortaleza mental que me está otorgando la lucha contra los obstáculos que no dejan de surgirme en los últimos tiempos. A falta de tres millas, tras coronar una pequeña tachuela, Portree apareció en el horizonte. Aproveché la bajada para desplegar mi poderosa zancada y acelerar el ritmo. Fui a tope hasta el final, donde nos esperaba una banda de gaiteros ataviados con el tradicional traje escocés, dando la nota costumbrista y musical al evento. Paré el crono en 1h 38’57’’. Una marca muy buena para mí, aunque en este caso la calificaría de excelente teniendo en cuenta la dureza del recorrido, el viento y mi escasa preparación en el último mes previo a la carrera. La tan esperada “bolsa del corredor” se quedó en una humilde taza y una barra de “Mars”. Además, el único líquido suministrado durante y después de la prueba fue agua. No les vendría mal a los organizadores pasarse por la media de Barbastro o la Carrera del Ebro y tomar nota. Eso sí, en el interior del pabellón unas viejecitas ofrecían comidas y bebida, pero a cambio de dinero para obras de caridad. ¿Qué mejor obra de caridad que dar de comer y beber al hambriento y sediento corredor?
La lluvia hizo acto presencia para aumentar el sufrimiento de los últimos corredores. Tras un voltio por Portree volví al hotel donde no faltaron las clásicas preguntas que también me suelen hacer en España:¿Has ganado? No. ¿Y en qué puesto has quedado? Ahora lo puedo responder: el quincuagésimo noveno de 290.

sábado, 13 de junio de 2009

Day on



En inglés a los días festivos se les llama “day off”. No me parece muy adecuada esa denominación. Para mí, y sobre todo ahora los días off son los laborales. Para mí un día festivo es la oportunidad de conocer la zona. La red de autobuses en la isla es bastante extensa y eficiente, lo que hace que no eche de menos mi Ax a la hora de recorrerla. En este caso la jugada es sacarse un “billete-día”, que por el módico precio de 6 libras permite hacer todos los viajes que se quieran hacer en el mismo día dentro de la isla de Skye. Y eso es lo que hice, en este caso, y a diferencia de la soledad que me acompaña en mis visitas, acompañado de Ann, una tailandesa que trabaja en el hotel.
Tenía que hacer unas gestiones en Portree (mi antigua morada), así que esa fue la primera escala. Yo ya lo tenía visto, pero a mi compañera le gustó mucho. Cuando se está en una aldea, un pueblo llama bastante la atención. Y si está en un enclave tan privilegiado, más. Vi a mis amigos húngaros que me comentaron que en mi antiguo restaurante, no solo buscaban ayudante de cocina, sino también camarero/a. Lo cual me hace sospechar que mi ex-compañera finlandesa había tomado el mismo camino que yo, y sin duda confirma que el “Central Restaurant” no es un lugar en el que la gente se dé de tortas para trabajar en él.
Nuestro segundo destino fue Armadale, en el extremo sur . De allí sale un ferry que conecta con la isla de Gran Bretaña. La zona es muy distinta al resto de Skye, con frondosos bosques. En uno de ellos había una especie de colonia “hippie” donde vendían productos orgánicos. Nos apresuramos a coger el último autobús que volvía a Broadford ese mismo día. Pero como aún eran las 7 de la tarde estiramos nuestro billete-día para visitar Kyleakin, última localidad antes del puente. No es gran cosa: unos cuantos albergues y unas ruinas de un antiguo castillo. Esta última visita no cubicó mucho. Nos habíamos pasado de listos haciendo viajes y viajes con el mismo billete. Al coger el bus de vuelta, el conductor nos dijo que no valía. Se trataba del autobús que venía de Glasgow, que al parecer es de otra compañía. Como ya no había más, tuvimos que cogerlo y nos soplaron 4,20 libras por un trayecto de apenas 10 km. Ni “La Oscense” en sus mejores tiempos. A pesar de este pequeño y craso error, acabé con la sesnación de haber aprovechado muy bien mi “day on”.

sábado, 6 de junio de 2009

Eilean Donan Castle


Tras 10 días de jornadas maratonianas de trabajo, por fin tuve mi primer día libre en el trabajo. Hay gente que se queda en el hotel. Algunos incluso se pasan por la cocina y echan un cable que otro. Se agradece, pero después de hacer una media de 11 horas diarias, yo prefiero evaporarme. Así que aproveché que hacía un día espléndido para visitar el Eillian Dorne, castillo que pude ver desde el autobús el día que llegué a Portree. Está unos kilómetros antes de llegar a la Isla de Skye. Lo fácil hubiera sido ir y volver en el autobús. Pero como me gusta complicarme la vida, planeé ir en bus, volver andando hasta el puente que une Skye con Gran Bretaña y hacer el último tramo (unos 6 km) en autobús.

Según he leído en alguna guía, el castillo Eillian Dorne es el más fotografiado de Escocia. No es de extrañar, teniendo en cuenta su privilegiada posición ocupando una pequeña isla en una ría. Se ha utilizado en películas como Higlander (Los Inmortales) o Misión Imposible III.

Ciertamente la vista que ofrece es espectacular. Por dentro está bien, aunque tampoco sea para echar cohetes. De todas formas, tiene truco, ya que en el siglo XVIII sufrió un asedio defendido por soldados españoles y quedó hecho una ruina. Hasta que en el siglo pasado se restauró casi por completo. A pesar de eso da el pego bastante bien.

Tras la visita empezó la pateada. Tras unos cientos de metros vi una tienda para montañeros en la que entré a curiosear. No pude evitar comprar un puding de chocolate especial para llevar al monte, que me sirvió de suculento almuerzo.

La caminata no era muy agradable, ya que tenía que andar por una carretera sin arcén y con bastante tráfico. Afortunadamente, de vez en cuando los paisajes animaban un poco la vista. Me llamó la atención un improvisado camping en el que unas 6 ó 7 caravanas compartían espacio con unos cuantos contenedores de reciclaje de basuras. Como iba sobrado de tiempo, decidir hacer el último tramo por una carretera secundaria. Alargaba bastante la cosa, pero valió la pena. Pasé en unos minutos, de pasear junto al mar a estar metido en un auténtico paisaje de montaña. Tras una hora en la que recordé bastante el Pirineo o la Sierra de Guara volví a la la orilla del mar para hacer el último tramo y llegar a Kyle of Lochalsh, localidad donde se situa el puente. Bastante agradable, aunque no da para mucho. Es la capital de la comarca, pero en 10 minutos se puede ver. Ciertamente las Highlands están muy poco pobladas. A veces veo pueblos en mapas y cuando llego se trata de 3 o 4 casas dispersas.

Tras un rato viendo barquitos en el puerto cogí el autobús que me devolvió al hotel. El soleado día y mi vida en la penumbra los últimos 10 días hicieron que mi cara luciese el típico moreno-cangrejo al que son tan aficionados los británicos cuando viajan a España.