viernes, 19 de diciembre de 2014

Varsovia (I)

 Para llegar a Varsovia desde Cracovia cogí un autobús al que le costaba más de 5 horas hacer los aproximadamente 300 km que separan ambas ciudades. Mucho me pareció, hasta que pude comprobar que el callejeo por Cracovia hasta que salimos a campo abierto nos llevó casi una hora.
 No me asustan los viajes largos, y más si discurren por tierras desconocidas. Así que estuve entretenido observando el paisaje polaco, que alternaba enormes llanuras con frondosos bosques.
 La única parada la hicimos en la ciudad de Kielce, donde se bajaron y subieron algunos pasajeros. En ese momento pasó un autobús urbano decorado con fotos de los integrantes del equipo de balonmano local, en el que pude identificar al ex-jugador y actual entrenador Talant Dujsebaiev.
 Ya de noche, arribamos a una estación de autobuses al aire libre en los suburbios de la capital. Afortunadamente, tenía una boca de metro a muy poca distancia, donde no tuve que exprimirme mucho la cabeza. Varsovia sólo tiene una linea de metro que recorre la ciudad de norte a sur.
 Al salir a la superficie me encontré un paisaje urbano dominado abrumadoramente por el Palacio de la Cultura y la Ciencia, imponente y descomunal edificio que en su día fue un regalo de la URSS a Polonia.
 La recepcionista del albergue, aparte de darme la bienvenida y la llave de mi cuarto, me ofreció un mapa de la ciudad y me explicó los lugares de interés. Además de este detalle, siempre bien apreciado, las habitaciones eran todas diferentes, cada una referida a una temática concreta. En mi caso se trataba del fútbol, que no es que me apasione, pero daba un toque original al cuarto.

Original habitación

Aunque ya se me habían hecho las 11 de la noche, no pude evitar darme un paseo hasta el centro histórico, no sin antes entrar en un garito de comida rápida local donde me pedí un plato al azar (los carteles estaban en polaco). Resultaron ser unas costillas de cerdo, que no son mi comida favorita precisamente. Es lo que tiene jugársela.
 No estaba muy animado el centro, y tampoco lucía mucho de noche, así que volví al albergue enseguida.
 A la mañana siguiente tenía planeado un tour comunista. El folleto de la compañía, que también organizaba otros tours, reflejaba con todo lujo de detalles el punto de encuentro en una plaza del casco histórico. En letra pequeña advertía que el tour comunista salía junto a la palmera. Por más que buscaba en la plaza, no vi ninguna palmera, así que pregunté en la oficina de turismo. Allí me explicaron que la "famosa" palmera estaba a medio kilómetro de allí. Así que tocó correr un poco para llegar a tiempo e integrarme al grupo que formaban unas 15 personas.
  La guía se trataba de una simpática jovencita, que, paradojicamente se presentaba como 100 % capitalista, ya que había nacido el mismo día en que cayó el muro de Berlín. Pese a ello, el tour fue muy interesante, tanto por los lugares visitados como por las historias que nos contaba. A pesar de no simpatizar mucho con Stalin y sus sucesores, no pudo evitar destacar que las amplias avenidas de Varsovia hacían que el tráfico en ella fuera infinítamente más fluido que en la más anárquica Cracovia.  Vamos, el pique Huesca-Zaragoza en versión polaca (lo pude comprobar en más ocasiones).
 Durante el recorrido, pasamos delante de algún "milk bar", cantinas muy populares en la época comunista con comida casera y bajos precios. Algunas aún se mantienen debido a la presión popular, aunque, al estar subvencionadas, tienen un futuro incierto.
 Al final del tour, un par de participantes le preguntaron a la guía dónde estaba el "milk bar" más cercano. Aproveché la ocasión para unirme a ellos y participar de la experiencia etnológico-gastronómica. Volvía a encontrarme un chileno en mi camino, siendo el otro un casi paisano de Tarragona.
Milk bar: bueno y barato (bonito...no mucho)
 La cantina contaba con precios muy populares y comida no menos popular. Una especie de "Tasca Paco" en versión báltica. Probé unos cuantos platos entre los que destacaban una especie de raviolis de queso fresco llamados "pierogi". El ambiente era totalmente local, e incluía estampas tan cotidianas como un grupo de pintores luciendo el universal mono de trabajo convenientemente "ilustrado".
 Dejé a mis compañeros haciendo la sobremesa y me volví al albergue. En el camino me encontré con un cartel que anunciaba un mitin atlético que se iba a celebrar el día siguiente y que contaba nada menos que con Usain Bolt. Intenté sacarme una entrada en un ordenador del hostel pero el sistema no acababa de funcionar.  No me iba a rendir tan fácilmente. Así que decidí acudir al estadio a comprarla.
 Pero no iba a ir solo. El grupo hispano-chileno que había conocido en Cracovia estaba ahora en Varsovia (aunque en otro albergue). Les propuse acudir al mitin y, aunque no les sedujo la idea, sí les pareció bien acompañarme al estadio.
¡¡Mi tesoro!!
Tras un agradable paseo, que nos llevó al otro lado del Vístula, conseguí mi preciado tesoro. Por poco más de 12 euros iba a ver a Usain Bolt y a una pléyade de lanzadores de absoluta enjundia.
 A la vuelta, nos volvimos a dividir de nuevo. Me tocaba el "free tour" del casco antiguo. Como dos tours son demasiado para una misma entrada, lo dejo para la siguiente.

 



sábado, 22 de noviembre de 2014

Azul y Negro: Me siguen volviendo loco

 Mis primeras memorias sobre ciclismo se remontan a los resúmenes televisivos de la Vuelta a España de 1982. Apenas tengo recuerdos deportivos de esa Vuelta, pero la pegadiza sintonía que parecía acompasarse con el pedaleo de los ciclistas, se me quedó grabada.
  Al año siguiente, pude disfrutar de una de las mejores vueltas de la historia, con Marino Lejarreta, Julián Gorospe y Alberto Fernández  plantando cara al todopoderoso Bernard Hinault. Si la carrera fue apasionante, no le fue a la zaga la sintonía que, al igual que el año anterior había sido compuesta por el dúo de música tecno Azul y Negro. A partir de entonces se convirtió en mi grupo favorito.
 Durante unos años, sus irresistibles samples se utilizaron como sintonías en anuncios, cortinillas y concursos televisivos, mientras su música arrasaba en las discotecas y no conocía fronteras. Estaban hasta en la sopa. ¡Y qué rica sabía esa sopa!
 Pero a finales de los 80, sin saber muy bien por qué, su estrella empezó a decaer y casi desaparecieron de los medios. Aún volvieron por sus fueros para dar sintonía a la Vuelta del 93, pero fue su canto del cisne, al menos si consideramos el dúo original. Porque desde entonces Carlos García Vaso, unas veces en solitario, y otras con algunas colaboraciones, ha intentado mantener viva la llama, con el mismo espíritu aunque con menor repercusión mediática.
 Hace unas semanas, un amigo que estaba por Sevilla, me dijo que iba a ir a un concierto del grupo. Así me enteré que estaban de gira, y pude comprobar que daban un concierto en Zaragoza. No me lo pensé mucho para comprar la entrada.  Nunca los había visto en vivo, y mejor oportunidad no iba a tener.
 Me presenté el día "D" a la hora "H" en la sala "Z" de Zaragoza, y apenas me dio tiempo a pedirme un trago antes de que los dos miembros de Azul y Negro salieran a escena.  Lucían unos llamativos "tecnotrajes", con casco incluido, y estaban arropados por un montaje audivisual que proyectaba unas imágenes en el fondo del escenario que se compenetraban perfectamente con la música. 
 Carlos García Vaso, que tanto le da usar el teclado como tocar la guitarra, se acompañaba para la ocasión del teclista Carlos López, mostrando ambos su pericia con los sintetizadores y el minucioso trabajo de preparación que habían realizado.  Los temas tenían un sonido logradísimo, no habiendo apenas diferencia entre los temas tocados en directo con los de estudio.
 Los grandes clásicos de la primera etapa de la banda como "La Torre de Madrid", "No tengo tiempo"(sintonía de la Vuelta '83)," Números Rojos", "The Night"(nueva versión que no me gusta tanto como la original, aunque aquélla era poco menos que insuperable), "Hitchcok makes me happy" o la entrañable "Isadora" , se sucedían intercaladas con temas de la segunda etapa, menos conocidos, pero no exentos de calidad, como "Baila con la Luna", "Dejà vu" o "El Maniquí"(con caracterización incluida).
 Tras más de una hora y media de concierto, la actuación llegó a su fin con el mítico "Me estoy volviendo loco", sintonía de la Vuelta '82, que es quizá su tema más conocido. Y el que hizo que muchos nos empezáramos a volver locos con su música.

Una vez acabado el concierto, los dos integrantes accedieron gustosamente a firmar discos y hacerse fotos con la gente. Ese detalle, junto al haber empezado el concierto con puntualidad, dan muestra del respeto que tiene la banda por sus seguidores. Como ya comenté en una entrada de mi blog en la que relataba una actuación de un imitador de Elvis en un pequeño pub inglés, es fácil darlo todo cuando se toca en templos de la música ante miles de personas. Pero cuando se hace en una pequeña sala de conciertos, se agradece que un grupo que lo ha sido todo en la música ponga todo su empeño en ofrecer un espectáculo de calidad.
 En definitiva, una noche inolvidable, en la que además pude encontrarme por sorpresa con un amigo entre el público al que hacía más de 10 años que no veía. Eso sí, me quedé con ganas de más. A ver si se pasan por Huesca a tocar un día de éstos, que en provincias también tenemos derecho a disfrutar de lo bueno.





martes, 18 de noviembre de 2014

Cracovia (y III)

 Al volver al albergue, me encontré con el grupo hispano-chileno, al que me uní para ir a echar unos tragos. Se veía bastante ambiente por las calles. No en vano, Cracovia es una ciudad muy turística.
 Mis amigos tenían que madrugar al día siguiente, así que volvimos relativamente pronto a descansar. O eso es lo que pretendía, sin mucho éxito.
 Apenas llegamos, un par de mis compañeros de habitación traían casi a rastras a otro. Precisamente éste último ya me había llamado la atención antes por su aspecto extravagante, puesto que llevaba siempre un sombrero, lucía llamativos colores y tenía unos ademanes bastante afectados. Le pregunté a uno de los "porteadores" qué le había pasado. Me dijo que se habían apuntado a un "pub crowl", actividad organizada por el hostel que consistía en una visita guiada (sería mejor decir bebida) por varios baretos de la ciudad. Su compañero había empezado fuerte, y al segundo pub se le había apoderado el alcohol. También me comentó que su amigo es un cantante pop bastante conocido en Suecia. De hecho me mostró un video en youtube en el que aparecía, aunque debido que los ordenadores del albergue no contaban con altavoz, no pude escucharlo. Me apunté el nombre, pero perdí el papel. Así que si algún lector del Blog Heterodoso está versado en pop sueco, y conoce a un cantante que vista de esa guisa, le agradecería que me ayudara. Por cierto, el colega me pidió disculpas por anticipado, advirtiéndome que sus amigos armarían bastante jaleo cuando volvieran "tajados" a dormir. Pensé que no sería para tanto. Al fin y al cabo Suecia es el ejemplo de sociedad tranquila y pulcra.
Alta cocina polaca
 Los dos suecos tenían intención de retomar la ruta donde la habían dejado, pero su sentido de la orientación estaba algo perjudicado, así que me ofrecí a guiarlos hasta el bar que buscaban y me invitaron a unirme a la peregrinación. Me vi un poco fuera de lugar entre esa gente que ya había compartido unos cuantos cubatas y parecía que se conocían de toda la vida. Así que me volví al albergue, previo paso por un garito donde servían unas tortitas de patata deliciosas.
 Cuando parecía que, por fin, iba a poder dormir, empezaron a regresar los miembros del "pub crowl". Tal y como me habían advertido, la típica mesura sueca se había perdido en algún garito de Cracovia y mis compañeros de cuarto fueron todo menos silenciosos. Me pude enterar de que uno de ellos había "triunfado" con otra inquilina del hostel e incluso que a la hermana de otro la habían ingresado esa noche en el hospital. Cuando ya tuve bastante de "crónica rosa" en versión escandinava, les pedí que se callaran. Lo hicieron, pero un par de minutos después, dos de ellos iniciaron una serenata de ronquidos que me hicieron preguntarme si había sido peor el remedio que la enfermedad.
 A pesar de todo, aún conseguí dormirme, pero fueron pocas horas y de no mucha calidad. Visto en perspectiva, tampoco fue tan grave. Al fin y al cabo, no todos los días se puede dormir con una estrella del pop sueca.
Estatuas de sal
 Para mi última mañana en Cracovia, había reservado una excursión a las minas de sal de Wielizca, a unos 10 km de la ciudad. Cuando me recomendaron esta visita, me mostré un poco escéptico, al imaginarme una excavación a cielo abierto con excavadoras amontonando sal. Pero es bastante más interesante que eso.
 Bajo una intensa lluvia me recogió un microbús a la puerta de mi albergue. Se dio un paseo por la ciudad recogiendo a los integrantes de la excursión, y se dirigió a Wielizca. Allí se concentraba un gran número de visitantes, así que tuvimos que esperar unos 20 minutos hasta que pudimos entrar. En todo momento fuimos con una guía que nos condujo a través de un laberinto de galerías en las que, de vez en cuando aparecían estatuas y dioramas construidos modelando rocas de sal. La verdad es que es un espectáculo impresionante, sobre todo una capilla de más de 50 metros de longitud decorada con todo lujo de detalles.
Castillo de Wawel
 En protesta por el hecho de que hacer el tour en español costaba 10 zlotys más, escogí el que se hacía en inglés. Eso me permitió coincidir con 2 personajes que eran auténticos prototipos de la diferencia norte-sur que existe en Inglaterra. Uno de ellos se trataba de un campechano y fornido cuarentón, con tesis muy en la línea del credo del Daily Mail (periódico británico de derechas sin ningún complejo) y veraneante habitual del litoral español, aunque sin saber una palabra de la lengua local. En oposición a él, se encontraba una refinada londinense de unos 30 años que no tardó en discrepar (muy educadamente, eso sí) con los postulados políticamente incorrectísimos de su compatriota.
  Una vez acabada la visita a las minas, el microbús devolvió  a los miembros del grupo a sus respectivos alojamientos, quedándonos por el centro la londinense y yo. Así que aprovechamos para hacer una visita a un bonito castillo (Wawel) situado sobre una colina y la plaza mayor, donde pudimos comer una de las ya mencionadas ( y suculentas) tortitas de patata.  Me despedí de Sarah, aunque se preveía que nos íbamos a encontrar en el futuro, ya que, casualmente, habíamos reservado el mismo albergue para nuestro próximo destino.
Tocaba dirigirse al corazón de Polonia.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Cracovia (II)

 Por mucho que me guste hacer auténticos "viajes relámpago" para ver el mayor número de cosas posible, Cracovia se merecía algo más que la noche que había pasado al inicio de mi visita a Polonia.
 Así que después de mi grata estancia en los Montes Tatras, decidí pasar un par de días más en la segunda ciudad del país.
  Esta vez me decidí por un albergue un poco más céntrico, y según daban a entender en la página web donde lo reservé, con una gran atmósfera para conocer gente. Esto es un poco relativo, ya que depende de las personas que lo ocupen en ese momento, pero hay algunos detalles de distribución de espacios o de organización, que pueden propiciarlo más.
 El hostel estaba situado cerca de la plaza del Mercado,  auténtico centro neurálgico de la ciudad. Esta vez me había tocado en suerte una habitación con 6 compañeros suecos. Para que nos demos cuenta de la importancia que tiene una humilde letra, solamente con cambiar la "o" de suecos por una "a", la situación hubiera sido muy diferente. Ya se sabe, los hombres roncan más y todo eso...
 La prometida atmósfera festiva del local se empezó a manifestar pronto cuando se organizó un juego parecido al del "duro" al que yo me apunté presto. Aparte de mis compañeros suecos, había gente de lugares como Australia, Ucrania e incluso Mauricio.
Barrio judío (Se nota,¿no?)
 Mientras me estaba haciendo la cena, escuché hablar español a dos individuos. Tras tres días fuera de casa, la morriña empezaba a aparecer, así que me puse a hablar con ellos. Se trataba de un chileno y un pamplonica que estaban haciendo una ruta por Polonia junto a una donostiarra. Después de la cena me fui a dar una vuelta con ellos. Nos acercamos junto al río Vístula a visitar un monumento en hierro que representaba un dragón. Me dijeron que echaba fuego y me pareció una vacilada. pero efectivamente, cada cierto tiempo se oía un rugido y un mecanismo hacía que de sus fauces emergiera un chorro de fuego. Curioso.
 Acabamos echándonos un trago en un bareto. Me "tiré el moco" invitando yo. Con cervezas a 4 slzoty (1 euro) se puede quedar bien sin dejar de ser niunclavelista.
 A la mañana siguiente salí en solitario para recorrer la ciudad. Me dirigí al Kazimierz (barrio judío), zona que, aparte de sinagogas, concentra gran cantidad de bares y restaurantes.
 Proseguí mi paseo histórico para visitar el gueto, que fue la zona donde fueron confinados los judíos bajo el gobierno nazi. Aparte de algunas placas conmemorativas, no quedan apenas vestigios del gueto original, ya que la zona fue totalmente reconstruida.
 No muy lejos del gueto está la Fábrica de Schindler, mundialmente conocida por la película de Spielberg. Se puede visitar, pero no me motivaba demasiado. Si que lo hizo un museo sobre la ocupación nazi de Cracovia que había en el mismo edificio y en el que me pasé un par de horas muy bien aprovechadas.
Nowa Huta
 Ahora tocaba ruta comunista. Así que tomé el tranvía y me dirigí a Nowa Huta, un barrio construido a princio de los años 50 para alojar una gran fábrica siderúrgica y dar vivienda a sus trabajadores, siguiendo el modelo soviético. Es decir, amplias avenidas, arquitectura monumental y un intento de conformar una sociedad laica que no les acabó de salir bien.
 Ya era hora de comer. Aunque había mucho por ver, decidí prescindir de la socorrida comida rápida, y me metí en un restaurante convencional. Nowa Huta no es una zona muy turística. Eso me aseguraba una comida a precio razonable y que fuera algo parecido a lo que pueda comer un polaco un día cualquiera. Arriesgué pidiendo el menú del día que estaba anunciado en polaco en una pizarra en el exterior y no salió nada mal la jugada: una sopa y un plato con una especie de hamburguesa acompañada de patatas al horno y verduras. Buenísimo y muy barato. Me llamó la atención un pequeño busto de Stalin en una mesa decorativa del local. No sé si porque los dueños son unos nostálgicos o por darle un toque temático.
 Tras probar la gastronomía del barrio, me puse a recorrerlo. Esa arquitectura a la vez funcional, grandilocuente  y anodina, no es precisamente algo muy apreciado por el turista estándar. Pero a mí me pareció una visita casi obligada.
 Acabé mi visita de la zona entrando a un museo que contaba la historia de la ciudad. En realidad, llamar a ese recinto museo, es ser muy magnánimo. Se trataba de una sala con fotografías en las paredes con su correspondiente leyenda y algunos objetos dentro de lunas vidrieras. De hecho, me metí por una puerta esperando encontrar más salas y sólo estaban los baños.
Música Klezmer
 Henchido de espíritu socialista, abandoné Nowa Huta con destino al barrio judío. Iba a visitar una sinagoga, pero no para leer la Torá, sino para escuchar un concierto de klezmer, música tradicional de los antiguos judíos de Europa Oriental. Se trataba de un cuarteto de jóvenes músicos que tocaban violín, batería, contrabajo y acordeón. Su gran interpretación, unido a la atmósfera del lugar, me hicieron sentir por momentos que había retrocedido unos cuantos siglos de golpe y estaba metido de lleno en una celebración judía de algún país de Europa del Este.
El día había dado bastante juego. Así que volví al albergue con la satisfacción del deber cumplido, sin saber que me esperaba una noche bastante movida.




martes, 21 de octubre de 2014

I Carrera Huesca contra el cáncer

 Ya sé que me he quedado a medias con mi viaje por Europa, pero si esperaba a terminar las entradas de mi ruta por Europa del Este para escribir ésta, ambas estarían obsoletas. Así que podemos tomar esta carrera como un breve descanso antes de entrar en la Polonia profunda.
 Aprovechando la conmemoración del día mundial contra el cáncer de mama, este año se ha organizado en Huesca una carrera para mostrar nuestra solidaridad con los afectados. A mí me parece un propósito muy noble, pero decir que he corrido esta prueba por eso sería mentir. En realidad, participar en carreras es un acto solidario conmigo mismo. Si ya de paso mi aportación sirve para ayudar a otros, mucho mejor.
 La organización tuvo la buena idea (si viviera fuera de Huesca no me lo parecería tanto) de repartir la bolsa del corredor el día anterior. En ella sobresalía una llamativa camiseta rosa que fue mayoritariamente portada por los participantes, dando un espectacular y llamativo colorido a las calles del centro de la ciudad.
 La prueba se podía hacer patinando, andando o corriendo, y se suponía una longitud de 5 kilómetros.
 Después de haber penado por las sierras prepirenaicas tenía ganas de hacer una carrera en la que se pudiera ir a tope de principio a fin.
 La participación superó todas las expectativas, superando holgadamente los 1700 inscritos.
 En la salida, gracias a haberme colocado relativamente adelante, pude correr a buen ritmo desde el principio, aunque no dejaba de adelantar valientes que empezaron con mucha euforia pero pronto se venían abajo.

 Al paso por el primer kilómetro vi que llevaba un buen ritmo (4'05''). La cosa pintaba bien, y más ahora que la ruta se veía bastante despejada.
 En la calle Ramón y Cajal había una curva de 180 grados que permitía cruzarse con la cabeza de carrera. Vi que no andaban (mejor dicho, corrían y mucho) demasiado lejos, y tampoco se veían muchos atletas delante.  Si mantenía el ritmo, podía hacer un puesto interesante.
 La Ronda Montearagón y su ligera aunque constante subida se hizo un poco de rogar, pero el paso por el kilómetro 3 y el cambio de pendiente para enfilar el Coso me dieron renovadas energías.
 Pude mantener el agónico ritmo hasta el kilómetro 4, punto en el que la prueba se internaba en el parque municipal. Si se seguía recto, se llegaba enseguida a la plaza de Navarra, donde estaba la meta, por lo que esperaba algún requiebro de última hora para completar el kilómetro final. Pero ante mi sorpresa vi que la ruta seguía sin inmutarse hasta el arco de meta. Así que hice un sprint de los buenos para superar al atleta que me precedía y pude alcanzar la meta. La carrera había ido como la seda, había regulado perfectamente  y el ritmo había sido alto en todo momento.
  Esperaba un buen tiempo, pero al ver mi cronómetro, marcaba 17' 54''. Eso significaba un ritmo cuasi-africano de 3' 35''/km. Luego, en casa, pude comprobar que la carrera estaba bien medida... hasta el kilómetro 4. El último kilómetro se había quedado en 550 metros. Mojón enorme que pasó desapercibido por el carácter lúdico y solidario del evento. Con la medición real, mi ritmo había sido de 3' 55''/km., que no está nada mal.
 Tras haber corrido todo tipo de pruebas, desde unos pocos kilómetros hasta una maratón, y en todo tipo de terrenos, me doy cuenta de que mi filosofía de vida, que dice que me crezco ante las facilidades, sirve también para mis prestaciones atléticas. Cuanto más llana, corta y de buen piso sea una carrera, mejor es mi rendimiento en ella respecto al nivel general. La prueba es que en este caso ocupé la 10ª posición. Y en las carreras de montaña hay que empezar a buscarme por abajo.
 Una vez recuperado el resuello, pude ver cómo llegaba la gente, y la plaza se llenaba de sonrientes atletas con camisetas rosas, que eran todo un alegato de esperanza y ánimo en favor de los enfermos de cáncer. El radiante sol y la agradable temperatura contribuyeron a que la jornada fuera un éxito en todos los sentidos.
 Es de destacar el gran número de corredoras/andadoras participantes. A ver si se convierte en tendencia y se igualan las ratios. En todo caso, la organización demostró que no es necesario hacer carreras exclusivas para mujeres para que se animen a participar. Un liberal como yo, no acaba de ver bien esas distinciones a la hora de permitir participar en una carrera.
 Como he dicho al principio, mis motivos para participar en esta prueba han sido más competitivos que altruistas. Pero quiero aprovechar la ocasión que me brinda el Blog Heterodoso para manifestar  todo mi apoyo a las víctimas de cáncer y sus familiares y amigos. ¡Ánimo!



martes, 14 de octubre de 2014

Morskie Oko

 La noche anterior había intimado bastante con la amiga polaca (todo lo que se puede intimar en un par de horas con una ferviente católica), por lo que habíamos quedado en hacer una excursión juntos al Morskie Oko. Se trata de un lago de montaña situado en el parque nacional Tatra, y es uno de los lugares más visitados de Polonia.
 De buena mañana, tras mi desayuno a base de zumo de remolacha, cogimos un microbús que, tras un trayecto de unos 10 km nos dejó en un gigantesco aparcamiento a la entrada del parque.
 Allí nos esperaba un sendero muy amplio y de buen piso que iba ascendiendo poco a poco. Había bastante gente subiendo, aunque la cosa se iba a animar todavía más en las siguientes horas.
 Los paisajes de alta montaña que nos íbamos encontrando eran una auténtica delicia, aunque la gran cantidad de gente que nos acompañaba hacía que la experiencia no fuera todo lo idílica que era de esperar en ese entorno.
Morskie Oko
 La caminata duraba unas dos horas, pero para los menos avezados se ofrecía la posibilidad de subir en coche de caballos.
 Si los paisajes eran sublimes durante la subida, el presenciar el lago Morski Oko y las montañas de sus alrededores casi me llevó al éxtasis (muy apropiado en una tierra tan católica).
 Mi amiga polaca se despidió, ya que quería hacer una ruta más larga por el parque y me quedé "solo" a orillas del lago. Es un decir, porque las hordas de turistas se empezaban a apoderar del lugar.
 Aún había otro lago más pequeño (el Zarny Staw), situado a mayor altitud que el Morskie Oko, al que pude acceder tras andar una media hora más salvando un camino rocoso de considerable pendiente. Pero no tanta como para impedir que dos recién casados con sus uniformes reglamentarios se hicieran unas fotos en sus orillas. Definitivamente, no era éste un lugar ni recóndito ni inhóspito.
Hora punta
 Desde el Zarny Staw se podía ver a un lado el Rysy (la montaña más alta de Polonia) y hacia el otro el Morskie Oko visto desde arriba. La pateada había valido la pena.
 Las orillas del Morskie Oko a la vuelta recordaban más a Benidorm o Salou en temporada alta que a un lago de alta montaña.
 La bajada se hizo menos amena en solitario, así que procuré hacerla rápido sin recrearme mucho en el paisaje, que a la vuelta ofrecía peores vistas.
La muerte no es el final
 Ya en Zakopane quise aprovechar mis últimos momentos para visitar un curioso cementerio con unas bonitas lápidas de estilo local (mucho menos tétricas que las habituales por nuestros lares) y probar una de las delicias de la gastronomía local que estaba  ala venta en numerosos puestos callejeros. Se trataba de un cilindro de color amarillo oscuro cuya superficie ofrecía bonitas formas geométricas en relieve. Yo pensaba que se trataba de un panecillo, pero al hincarle el diente, pude comprobar que era un queso ahumado. Estaba bastante bueno, pero al poco rato se me empezó a hacer un poco pesado. Es que comerse un queso de una sentada es demasiado, por mucha hambre que se haya acumulado.
 Habiendo sacado a Zakopane todo el jugo posible, recogí mi maleta del albergue y cogí un autobús (esta vez menos concurrido que en el viaje de ida) rumbo al norte.
 Zakopane y su entorno habían sido una grata sorpresa. El aire puro de las montañas me habían dado la energía que tanto iba a necesitar en las jornadas siguientes.

domingo, 12 de octubre de 2014

Zakopane

 En mis viajes acostumbro a hacer muchos kilómetros de "senderismo urbano".  Casi tanto o más que este tipo de senderismo me gusta el que se hace por la montaña. Así que decidí incluir la ciudad de Zakopane en mi ruta, ya que se encuentra en una situación privilegiada, al pie de los Montes Tatras, cadena montañosa que hace de frontera entre Eslovaquia y Polonia.
  Tras comprar el billete de autobús en la taquilla de la estación me dirigí a la dársena, donde se acumulaba una gran cantidad de gente. El conductor les iba dando paso poco a poco, mientras iba vendiendo billetes a los que no lo habían adquirido previamente. Iba entrando gente y no veía claro que fuese a quedar plaza para mí. Ya con el vehículo casi a tope, salió el conductor , preguntó quiénes teníamos billete y nos dejó entrar, quedando bastante gente fuera. Avancé por el pasillo hasta que encontré un sitio libre. Lo ocupé y una mujer me dijo que estaba reservado para su marido. Seguí hasta el final y estaba todo ocupado. Empecé a ver la cosa un poco negra, hasta que la mujer de antes me dijo que su marido y su hijo iban a ocupar un único asiento, así que dejaban uno libre, que ocupé de inmediato. No tuvieron tanta suerte unas 10 personas, que se vieron obligadas a ir de pie todo el trayecto, en una escena que me recordaba a los peores tiempos de "Automóviles la Oscense".
Calle principal de Zakopane
 Los paisajes iban ganando en belleza conforme nos acercábamos a la cordillera. Eso (y el ir sentado) hizo que las más de dos horas de viaje no se hicieran en absoluto pesadas.
 A pesar de su pequeño tamaño, Zakopane está considerara como la capital de invierno de Polonia, siendo también un concurrido centro turístico en verano, como tuve ocasión de comprobar.
 Mi albergue estaba apenas a 5 minutos de la estación. Casi me costó más tiempo identificarlo que llegar hasta él, ya que se encontraba en un sótano de un edificio de viviendas y oficinas, el último lugar donde me hubiera esperado encontrar un albergue de montaña.
  Dejé mis bártulos y me lancé a explorar la ciudad, que resulta muy agradable, sobre todo las casas de madera construidas al estilo local.
 La calle principal estaba abarrotada de turistas, en un 99 % polacos. Además de los numerosos comercios habituales, había un mercadillo con numerosos puestos donde se vendían recuerdos, comida, ropa,etc.
Montes Tatras
 A la hora de comer, me decidí por un local que ofrecía comida preparada al peso. Por poco más de 4 euros me zampé casi medio kilo de buena comida polaca.
 No podía permitir que tamaña ingesta calórica se quedara en mi organismo, así que me puse a andar rumbo al parque nacional de los Tatras, cuyas estribaciones se encuentran apenas se sale de la ciudad.
 Me adentré en el bosque y seguí un camino que iba ascendiendo poco a poco. En 10 minutos pasé de callejear por Zakopane a caminar por estrechos senderos rodeados de arbolado que discurrían junto a típicos arroyos de montaña.
 Tras un par de horas de subida, llegué a una cresta desde donde se tenía una vista privilegiada sobre el valle donde se ubica Zakopane. Era hora de volver, pero decidí hacerlo por otra ruta, donde pude presenciar una curiosa estampa: un grupo de tres monjas tomando un tentempié junto a un refugio de montaña.
A Dios rogando, y pateando
 Ya en Zakopane me volví al albergue, previo paso por un supermercado local, para cenar. En la cocina me encontré con un par de compatriotas (un navarro y un catalán) que estaban haciendo montañismo por la zona. En mi línea habitual de probar las delicias de la gastronomía local, había comprado zumo de remolacha, al que me costó un poco cogerle el gusto, pero luego no pude dejar de beber. Como curioso efecto secundario del mismo, mi orina se tornó roja al día siguiente, lo cual, en otras circunstancias, hubiera sido bastante preocupante.
 Tras la cena, me acerqué a la sala común del albergue donde se encontraban la pareja de españoles junto a una joven polaca. En la muy interesante conversación, los escaladores revelaron sus planes (entre los que se encontraba ascender al día siguiente al pico Rysy, el más alto de Polonia) y la polaca nos explicó que estaba allí para asistir a un congreso católico. La conversación derivó a lo espiritual, terreno donde también me siento cómodo. Ciertamente ese albergue no era sólamente distinto a los habituales en su ubicación, sino también en su ambiente.
Me fui a dormir pronto. Aún había que aprovechar la mañana siguiente en ese entorno tan privilegiado.


 

jueves, 2 de octubre de 2014

Cracovia

 Tras mi periplo centroeuropeo y unos días de "descanso" en Huesca, si es que se puede encontrar reposo en medio de las fiestas, tenía un par de semanas libres que había que aprovechar.
 Los precios de viajes de última hora a destinos exóticos estaban por las nubes, así que centré mi búsqueda en Europa. Tras hacer un cribado de países donde no había estado y quería visitar, me quedé con Rumanía y Polonia. Ya sólo faltaba buscar un vuelo asequible y liarme la manta a la cabeza.
 La primera ciudad de mi ruta iba a ser Cracovia. A la espera de que el controvertido aeropuerto Huesca-Pirineos prospere, me vi obligado a salir desde el aeropuerto de Barcelona.
 Para amenizar mis largos desplazamientos me llevé un libro de viajes. No fue muy acertada mi decisión, no por la falta de interés del mismo, sino porque ya me lo leí entero en el viaje en autobús de Huesca a Barcelona. Además me había olvidado los cascos del móvil que uso a modo de mp3 para escuchar música, tertulias políticas y podcasts. Así que me iba a tener que tragar todos los viajes "a pelo".
 El viaje en avión transcurrió sin novedad hasta que arribé al coqueto aeropuerto Juan Pablo II. Nunca había visto un aeropuerto tan parado (Huesca-Pirineos aparte). Había muy poca gente y todas las tiendas, excepto una oficina de cambio, estaban cerradas.  Salí a coger el autobús que lleva al centro de Cracovia y empezó el choque cultural.  Intenté comprarle un billete al conductor que hablaba tanto inglés como yo polaco. Me dio a entender que él no los vendía, así que me dirigí a una máquina que los expedía en el mismo autobús. Sólo aceptaba monedas, de las que carecía. Así que volví al aeropuerto en busca de calderilla.
 La única opción era la oficina de cambio. Cambié 10 € con una ratio muy poco competitiva, pero por lo menos obtuve zlotys en monedas. No debí emplear más de 3 minutos en la operación. Suficientes para que el autobús hubiera zarpado sin piedad rumbo a Cracovia. Me tocó esperar una hora más hasta el siguiente en un aeropuerto desolado y pasada la medianoche.
Polonia no me estaba recibiendo como me merecía.
 La segunda intentona fue más fructífera y pude recorrer sin sobresaltos los 10 km que me separaban de las bonitas y a esa hora más bien solitarias calles de Cracovia.
 Sólo iba a estar unas horas en el albergue. Así que no me había matado mucho la cabeza a la hora de reservar. Escogí el que estaba más cerca de la parada de autobús. Y además me salió muy bien de precio (poco más de 8 euros). Aparte de la situación y el precio, el alojamiento era más que correcto.
 Llegar de noche a un albergue tiene el inconveniente de tener que hacerse la cama a oscuras. Eso o encender la luz y despertar a todo el mundo. Preferí la primera opción.
 Mis compañeros de cuarto se portaron bien y pude dormir sin incidentes.
 El desayuno no estaba incluido en el precio (hubiera sido ya demasiado), pero ofrecían la posibilidad de tomarlo en un bar anexo por unos 2 euros. Me estaba empezando a gustar Polonia. Estos precios eran más que interesantes.
 Di un breve paseo por el centro, donde pude cambiar moneda, esta vez con tasas razonables, y me dirigí a la estación de autobuses. Cracovia sólo había sido parada y fonda. Ahora me tocaba ir camino del sur.

jueves, 18 de septiembre de 2014

II Carrera Reino de los Mallos

 Después de mi última carrera de montaña (Subida al Tozal de Guara) me habían quedado sensaciones encontradas. Por un lado, fue un placer poder presenciar unos paisajes impresionantes mientras corría. Pero por otro lado, acabé absolutamente reventado. Así que se trataba de repetir una experiencia similar, pero, a ser posible, que fuese un poco más accesible.
 Cuando vi que había una carrera que subía a los Mallos de Riglos (auténtica maravilla de la naturaleza), poco me costó decidirme en apuntarme a la ruta corta (de 13,5 km y 635 m de desnivel) en vez de la larga (22'7 km y 1270 m de desnivel). Mis piernas me tienen que durar toda la vida.
 La prueba partía de Murillo de Gállego, localidad de la provincia de Zaragoza, aunque curiosamente, estaba organizada por la Hoya de Huesca.
 A las 9.30 salían los participantes de la prueba larga, y media hora después hacíamos lo propio los de la corta, además de los que iban a hacer esta mismo recorrido andando.
 La primera parte consistía en una bajada hasta alcanzar el nivel del río Gállego, que había que atravesar sobre un puente que debía ser cruzado  andando. Apenas puse el pie sobre el mismo entendí el porqué. Se movía bastante. Creo que su estabilidad hubiera estado seriamente comprometida con un grupo de atletas trotando sobre él.
Grandiosos paisajes
 Al pasar el puente, empezaba "lo bueno". El terreno se empezó a empinar a través de un camino que nos condujo al pintoresco pueblo de Riglos, al que pareció no impresionarle mucho nuestra llegada. Apenas 3 ó 4 personas presenciaron nuestro paso.
 Nada más salir del pueblo, la cosa se empezó a poner seria con un camino estrecho de empinada pendiente. Al principio intenté seguir corriendo, pero me di cuenta que avanzaba lo mismo que los atletas que me precedían caminando, y me cansaba el doble. Así que me rendí y me puse a andar, que tampoco era un esfuerzo desdeñable teniendo en cuenta los grandes porcentajes a los que nos enfrentábamos.
 Conforme ascendíamos, las vistas sobre el valle del Gállego, con la parte trasera de los Mallos, eran más impresionantes. Eso hizo el esfuerzo más llevadero hasta que pudimos coronar y llegó el esperado descenso. El primer tramo permitía lanzarse a tumba abierta. Pero pronto empezaron a aparecer curvas de herradura que hacían que la bajada fuera muy técnica. No soy muy ducho en estas lides ni paso muy buen rato al afrontarlas. Y mucho menos si tengo a alguien pisándome los talones como era el caso. Tenía la sensación de que estaba haciendo de tapón, teoría confirmada cuando dejé pasar al atleta que me seguía y lo perdí de vista en un abrir y cerrar de ojos.

Poderosa zancada
Un rato después, en las inmediaciones de Riglos (que también se pasaba a la vuelta), el camino se hizo más ancho y el firme menos pedregoso. Por fin pude desplegar mi poderosa zancada y disfrutar de la carrera, cosa que apenas había hecho hasta entonces. De ahí al final fui bastante bien, aunque en los últimos kilómetros se me encendió la reserva. Definitivamente había hecho una buena elección escogiendo la ruta corta.
  En el último tramo me superaron dos atletas. Me pareció un poco extraño que no lo hubieran hecho cuando bajaba en la parte pedregosa con mucha precaución y lo hicieran al final cuando iba a "tumba abierta". Por lo visto, eran los primeros corredores de la ruta larga. Que conste que les había dejado salir media hora antes...
 A la llegada se nos obsequió con la tradicional bolsa del corredor (camiseta técnica incluida), un vale por un refresco a canjear en el bar de las piscinas y la posibilidad de usar las mismas. Me gustó el detalle, así que, tras la ducha, me lancé a la piscina, aunque en ese momento estaba vacía y la temperatura era bastante otoñal..
Llegada triunfal
 Me podía haber ido ya a casa con la satisfacción del deber cumplido. Pero en la inscripción también incluía una comida. Lo malo es que estaba anunciada "entre 2 y 2 y media"(locutor de la carrera dixit), y eran las 12. Aproveché ese "impasse" para visitar a unos amigos que viven en la zona y recorrer un poco el pueblo.
 A las 2 estaba ya merodeando por la Plaza Mayor, donde habían colocado una carpa para albergar el ágape. Pero el tiempo pasaba y aquello no tenía visos de empezar. Al hambre canina se le unía un sol de justicia, y para rematar la faena, la atronadora música discotequera expelida por unos altavoces que la organización había puesto en la plaza para amansar a las fieras hambrientas.
 Ya pasadas las 3, cuando parecía que las mesas estaban preparadas, se celebró la entrega de trofeos. Hábil jugada de la organización, porque si hubieran sido después. no se hubiera quedado ni el tato.
 No me pareció muy buena idea que dieran una copa al primer y primera senderistas en concluir la prueba. De hecho, escuché a unos atletas que comentaban que los habían visto correr. Como puede comprobar después sus tiempos fueron inferiores a algunos participantes que habían hecho la ruta corriendo.  Para mí, eso desvirtúa totalmente la esencia de una ruta senderista.
 La ensalada de pasta, el pollo guisado y el helado supieron muy ricos y dejaron un buen sabor de boca. Eso sí, mi compañero de mesa también se quejaba de haberse colado en un desvío, lo que le costó el tercer puesto.
 La espera para comer, la selección musical discutible y los desvíos no del todo bien señalizados se vieron compensados con la belleza de los paisajes, el baño en la piscina y la más que correcta comida.
Así que si la organización pule un poco algunos detalles, tendremos una carrera de enjundia en años sucesivos.

P.D: Las fotos están sacadas de la página del organizador.
https://plus.google.com/110949641503857302982/posts



martes, 16 de septiembre de 2014

Budapest

 El autobús que nos llevó de Bratislava a Budapest fue una auténtica delicia. Aparte de tener asientos anchos y confortables, contaba con azafata, pantalla interactiva con música y películas, además de invitarnos a una bebida caliente. Sin olvidar mi favorito: el mensaje de bienvenida apenas arranca el autobús. Es algo que echo mucho de menos en mis viajes a Zaragoza.
 Nada más salir de Bratislava, nos adentramos en tierras magiares. No en vano, la capital eslovaca es fronteriza con Austria y Hungría, lo cual hace que sus habitantes lo tengan "chupao" para hacer viajes internacionales cuando les apetece.
 Tras un recorrido de algo más de dos horas por las verdes llanuras húngaras, una gran cantidad de enormes "colmenones" nos indicaron que habíamos entrado en Budapest.
 El autobús nos dejó un poco a las afueras (nadie es perfecto), así que tomamos el metro y aparecimos en una plaza octogonal (no por casualidad llamada Oktogon) donde nos costó orientarnos. Recurrimos a un panel con un plano de la zona donde nos encontramos a la pívot australiana que habíamos conocido en la estación de Bratislava. Se dirigía al mismo albergue que nosotros (y en Budapest hay unos cuantos...). Una vez instalados en el mismo, salimos a inspeccionar la ciudad, acompañados de nuestra "vieja" conocida aussie.  Nuestra idea era ir hasta el Danubio, cruzarlo y echarle un vistazo al castillo y al parlamento.
Vista desde el castillo de Buda
 Consulté en un plano la calle que había que tomar y nos adentramos en la noche de Budapest. Tras un rato de pateada amenizada por una agradable conversación, llegamos a una espectacular plaza flanqueada por estatuas de reyes húngaros. Junto a ella había un puente que cruzaba sobre el Danubio. Bueno, eso me creía yo. Tras el puente llegamos a un parque que contaba con un majestuoso palacio.
 Ya era tarde, así que decidimos volver, planeando visitar el parlamento a la vuelta. Tras mucho patear y no verlo, lo dejamos estar y nos planteamos volver al hostel. A la hora de buscar la ruta más corta nos encontramos con el problema de que no sabíamos dónde estábamos exactamente, por más que mirábamos el plano. Hasta que nuestra amiga australiana se dio cuenta de que estábamos en la otra punta del mapa. Efectivamente, al empezar nuestra excursión, habíamos cogido la calle correcta, pero en sentido contrario. Nos lo tomamos con humor y nos fuimos a dormir, eso sí, sin dejar de mirar el plano cada vez que cambiábamos de calle.
 Nuestro compañero de pieza no era ni mucho menos un "idem". Se trataba de un discreto asiático que no supuso ningún problema a la hora de dormir.
 A la mañana siguiente, mi amigo y yo analizamos exhaustivamente el plano, y esta vez sí, tomamos el rumbo correcto. El Danubio apareció ante nosotros mucho más imponente que el canal que habíamos visto la noche anterior. Lo cruzamos y nos encontramos una cola que esperaba a un teleférico que subía al castillo de Buda. Como no teníamos tiempo (ni florines) que perder, subimos la cuesta andando. El castillo es en realidad un conjunto arquitectónico formado por palacios, museos y estrechas callejuelas con mucho encanto. Además, al estar sobre una colina, se tiene una panorámica excepcional sobre el resto de la ciudad.
El mítico Nepstadium
Bajamos del castillo, y visitamos las inmediaciones del parlamento, al otro lado del Danubio. Se trata de un impresionante edificio que muestra el poderío que tuvo antaño la ciudad.
 Tocaba ruta no turística, así que dejé a mi amigo por la zona y cogí el metro para dirigirme al Nepstadium, o estadio Ferenc Puskas, lugar de míticos y emotivos acontecimientos.
 En ese momento me vinieron a la memoria tres: el ascenso a primera división de la selección española de atletismo en la Copa de Europa en 1985, el concierto de Queen en su gira del 86 (único en un país comunista) y los Europeos de Atletismo de 1998. A pesar de tan poderosas razones, el estadio no es centro de peregrinaje. De hecho, me costó bastante dar con la entrada al complejo deportivo. Luego intenté entrar al estadio pero un funcionario me lo impidió sin dar muchas explicaciones.
 Volví al centro a tiempo para sumarme a un "free tour". Se trata de un tour por la ciudad en el que se paga la voluntad al final del mismo. Suelen estar muy bien y es algo que recomiendo a todo turista con un mínimo de curiosidad por el lugar que se visita. En este caso elegí el tour comunista, que nos hizo un recorrido por los puntos más representativos de la ciudad durante el periodo en el que Hungría fue un país satélite de la URSS. Los dos guías hicieron muy bien su trabajo, no sólo porque se les escuchaba muy bien, poderosos gritos mediante, a pesar de que éramos un grupo numeroso,
Tour comunista
sino porque contaron numerosas anécdotas de cómo era el día a día en esa época, añorada por unos y vilipendiada por otros.
 Mi siguiente evento me condujo a un tiempo aún más pretérito. Se trataba de un concierto de música tradicional húngara, que alternaba bailes folclóricos con composiciones de música clásica. La interpretación de todas ellas rayó a gran altura, aunque mi favorita fue "Czardas de Monti", la pieza que más me evoca al país magiar, aunque curiosamente esté compuesta por un napolitano.
 De vuelta al albergue, me encontré de nuevo con la australiana, que estaba reclutando un grupo para salir esa noche de fiesta. Era mi última noche, así que podía echar el resto sin temor.Nos dirigimos a un garito que nos recomendaron en el albergue y en el camino intenté hablar con una rusa. Lo de "intenté" no quiere decir que no me hiciera ni caso, sino que su inglés era muy primario. Aun así pudimos entendernos. Está claro que la buena voluntad es clave para la comunicación. A veces estamos con gente cercana y parece que hablamos un idioma distinto.
 El bar se trataba de un "ruin pub". Así se llaman unos locales muy característicos de la ciudad, con bastantes años a sus espaldas, que no sólo no ocultan sus desconchones y mobiliario anticuado, sino que lo exponen como parte de su decoración. Además, éste en concreto contaba con un gran patio interior al aire libre, además de múltiples pasillos y escaleras, que hacían que estar allí fuera una experiencia cuando menos curiosa.
Budapest "la nuit"
  Al final de la noche se fueron perdiendo unidades y sólo quedaba la australiana, que estaba siendo pototeada por un par de húngaros que, astuciosamente, estaban situados junto a la puerta del baño femenino. Pensaba que eran los clásicos depredadores, especie extendida por todo el mundo, hasta
que me los presentó mi amiga y se ofrecieron a invitarnos a un trago. Hablando con uno de ellos  me pareció que mi primera impresión no había sido muy atinada. Apreciaban el ambiente internacional del bar ya que les gusta conocer gente de todo el mundo. Según me comentaron, en los bares de locales, los grupos son más cerrados. Y acabé de descartar su inclusión en el grupo de depredadores nocturnos cuando uno nos enseñó una foto de su novia. La verdad es que me cuesta imaginar una situación así en España, el la que dos chicos se pongan a hablar contigo simplemente por la curiosidad de conocer a otra persona.
 A la salida, la pareja de húngaros nos acompañó un trecho hasta las cercanías del albergue y nos despedimos. Ya en el albergue hice lo propio con la australiana y me fui a dormir las 3 ó 4 horas que tenía de tiempo antes de hacer el "chek-out". Poco más quedaba por hacer en Budapest, ya que el vuelo de vuelta a España nos salía por la mañana.
 A pesar de que fue intenso, un día y medio no es, ni mucho menos suficiente para aprovechar todo lo que la capital húngara puede ofrecer. Así que habrá que volver a ella, y si es posible, visitar el resto del país.
 Esta es la grandeza y la miseria de mis viajes. Hago muchas cosas, visito muchos sitios y conozco mucha gente, pero no puedo profundizar en nada. Ya llegará la época de asentarse y sentar la cabeza.

 

lunes, 8 de septiembre de 2014

Bratislava

 Para abandonar Viena, elegimos hacerlo a lo grande, así que en vez de tomar el tren o el autobús, decidimos surcar las aguas del Danubio en barco, con destino Bratislava.
 Nada más salir del puerto, el transbordador estuvo parado unos 30 minutos. No nos dieron ninguna explicación y la verdad es que era un poco desesperante estar allí parados sin saber por qué. Hasta que me di cuenta de que, poco a poco, el nivel de la orilla iba ascendiendo. O mejor dicho, nosotros estábamos descendiendo.  El barco no podía pasar a través de un puente, y por medio de unas exclusas, fuimos bajando de nivel y continuamos el trayecto.
Surcardo el Danubio
 No pude aguantar mucho tiempo en el interior, y salí a la cubierta, que era un estrecho pasillo donde había que estar de pie y soportar un fuerte viento. Gracias a ello pude presenciar bonitos paisajes, "visitar" alguna ciudad desde el río o admirar un bonito castillo encaramado en una colina.
  Tras una hora y media de trayecto, se empezaron a divisar los primeros edificios de la capital eslovaca, a la que no íbamos a dedicar mucho tiempo. Habíamos pensado dedicarle un día entero, pero eso hubiera apretado demasiado nuestro calendario. Así que sólo estuvimos unas pocas horas en ella. Tiempo suficiente para hacerse una idea de la ciudad, pero no para conocerla a fondo.
 Nada más bajar del puerto me encontré con unos cuantos edificios de estética "socialista". La cosa se ponía interesante. Poco a poco nos adentramos en el casco histórico, muy bien conservado y bastante agradable para pasear. A pesar de ser una ciudad notable, es bastante modesta en comparación con la mayoría de capitales europeas. Quizá poco más de 20 años como capital de estado no sean suficientes para imprimir ese carácter.
 Mientras mi amigo se quedó descansando en la plaza mayor, yo me fui a hacer una fugaz visita al
Viajero bohemio
castillo que domina la ciudad .Desde allí se veían claramente las diferencias entre las dos márgenes del Danubio. En la margen izquierda, que era donde me encontraba, se halla el casco antiguo, los edificios históricos, y con ellos los turistas. Al otro lado está el barrio de Petržalka, zona residencial dominada por colmenones comunistas. De alguna forma, el Danubio era una alegoría del "Telón de Acero".
 Lamentablemente no disponíamos de mucho tiempo, y no pude visitar la margen derecha (un poco confuso que la margen derecha sea la de arquitectura comunista, eso debían haberlo pensado antes de construir).
 Nada mejor que una buena comida para superar mi decepción. En el casco antiguo encontramos un buffet libre donde vengamos todos los ágapes de medio pelo, que habían sido la tónica en nuestro viaje.
Petržalka
 Nuestro tiempo en Bratislava tocaba a su fin. Nos dirigimos a la estación de autobuses donde pasamos unos momentos de incertidumbre. No había ningún panel que mostrara las salidas. Al dirigirnos al andén que nos indicaba la reserva del billete, no había ninguna mención al autobús que teníamos que coger. Para añadir más confusión, a mi amigo le llegó un mensaje de la compañía de autobuses en eslovaco. Gracias al traductor de Google, dedujimos que ese mensaje nos avisaba de que el autobús se iba a retrasar 20 minutos. Le preguntamos a una pívot que estaba esperando en el mismo andén. Parecía estar tan despistada como nosotros, pero por lo menos iba a coger el mismo autobús, y eso da una cierta tranquilidad. Aprovechamos para entablar conversación con ella. Era autraliana y daría que hablar en el futuro.
 Con puntualidad eslovaca, el autobús se presentó con los 20 minutos de retraso prometidos y nos despedimos de Bratislava. Espero volver algún día y poder conocerla con más calma.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Viena

 Mi siguiente destino iba a ser Viena, la capital del vals. Aunque cuando la visité no dejaban de acudir a mi mente las notas del genial tema compuesto por Anton Karas para la película "El Tercer Hombre".
 Allí tenía previsto encontrarme con un amigo que me iba a acompañar el resto del viaje. Para hacer tiempo hasta nuestro encuentro fui al albergue a dejar la mochila. Esta vez no tuve ningún problema para acceder al mismo, ya que se encontraba a menos de 10 minutos de la estación de tren. 
 A diferencia de lo que hizo Orson Welles en el Tercer Hombre, me presenté a la cita, y me junté con mi amigo en la estación un rato después.
 No había tiempo que perder, así que enseguida enfilamos el camino hacia el centro de la ciudad. Poco a poco, los edificios residenciales fueron dando paso a los jardines y palacios, de los que la capital austriaca está más que bien servida. La verdad es que el centro histórico es como un museo al aire libre de colosales proporciones.
 Ya en el ocaso, llegamos a una plaza llena de chiringuitos de comida. Pero hasta en esto los austriacos son elegantes. "Fast-food" de diseño, con precios nada populares.  Por lo visto se celebraba un festival en el que se proyectaban espectáculos musicales en una pantalla de cine al aire libre. Esa noche se trataba de una ópera de Richard Strauss en alemán. La música clásica me gusta, pero eso era para melómanos muy avezados, así que presenciamos el espectáculo unos 10 minutos y nos fuimos en busca de emociones menos elevadas, hasta que nos cansamos de patear y volvimos al albergue.
Allí nos esperaba un compatriota a punto de dormir, que se sorprendió mucho cuando adiviné su procedencia asturiana. Es que el uso del "ye" en vez de "es" ye muy evidente...
Al rato vinieron otros 3 compañeros transalpinos (dos féminas y un varón) que completaban el quinteto de huéspedes, y que no tuvieron recato en enceder las luces del cuarto para orientarse. Definitivamente, las nuevas generaciones están perdiendo las maneras.
 El día siguiente fuimos a a visitar el palacio de Schönbrunn, un majestuoso edificio, antigua residencia de verano de la familia imperial, que cuenta con unos jardines que poco tienen que envidiar a los de Versalles. Tanta belleza no puede pasar desapercibida, por lo que la afluencia de turistas era considerable. Siguiendo nuestra astuciosa política niunclavelista, hicimos una breve visita por los lugares de libre acceso. Cansados de tanto ambiente aristocrático, tomamos el metro y nos dirigimos a un lugar totalmente antagónico. Se trataba del Karl-Max-Hof, un gigantesco edificio de viviendas construido en los años 20 por el gobierno socialdemócrata de la ciudad, pensado para dar alojamiento a las grandes masas obreras que malvivían en Viena por aquel entonces. Aunque no sea muy alta, la construcción es impresionante, sobre todo teniendo en cuenta que su perímetro tiene una longitud superior a un kilómetro.
 Dando un nuevo golpe de timón, dirigimos nuestros pasos a Grinzing, un pueblecito incorporado a Viena que se caracteriza por tener un gran número de bares típicos que producen y venden su propio vino. Nosotros no los catamos, sino que nos limitamos a pasear por tan bucólico escenario hasta que tomamos un viejo tranvía que nos acercó a nuestro siguiente destino. Se me había antojado ir a visitar unos edicificios de la ONU que había en la otra punta de la ciudad. La verdad es que cuando compro un billete día, como era el caso, acaba echando humo invariablemente.
 Más que ver los edificios en sí, que eran rascacielos modernos sin más, me apetecía ver el trajín de diplomáticos que esperaba encontrar. Nada más lejos de la realidad. Cuando llegamos, las oficinas estaban cerrando y no se permitía el acceso al interior de los edificios. A falta de ejecutivos trajeados, nos encontramos con una manifestación muy colorista de súdbitos de algún país del Medio Oriente que no pude identificar.
 No estábamos lejos del mítico Danubio, así que nos encaminamos hacia él y lo atravesamos por un estrecho puente peatonal. La verdad es que el río es ancho e imponente. Pero no es menos cierto que está un poco "guarrete" y dista bastante de ser tan azul como Johan Strauss lo pintaba.
 Todo aquel que haya visto "el Tercer Hombre" y visite Viena no puede dejar de visitar el Prater y su icónica noria. Eso sí, seguro que los protagonistas no pagaron 9 euros por subirse a la misma, y por eso nos quedamos a las puertas. El resto del parque de atracciones tampoco desmerecía, así que dimos por bien empleada la visita.
 Ya de vuelta al centro, nos comportamos como si fuéramos unos turistas cualesquiera (es curioso cómo la mayoría de turistas no quieren que se les etiquete como tales, aunque no dejan de hacer cosas típicas de turistas) y nos hicimos una foto en la célebre y dorada estatua del gran Johan Strauss tocando el violín.
 En un día y medio nos habíamos ventilado Viena. También se pueden visitar museos, palacios, comer tranquilamente, parar a echarse un café (vienés a ser posible)... Pero para ello nos harían falta 4 ó 5 días que no teníamos (o que preferimos emplear viendo otras ciudades). Así que a la mañana siguiente no nos conformamos con atravesar el Danubio, sino que lo utilizamos como vía de transporte para internarnos en el Este de Europa.




 

jueves, 14 de agosto de 2014

Salzburgo

 Mi siguiente destino iba a ser la ciudad austrica de Salzburgo, conocida sobre todo por ser cuna de Mozart, pero a la que no le faltan encantos para merecer una visita, aunque sólo fuera de un día como la mía.
 El viaje en tren desde Múnich me sirvió para presenciar majestuosos paisajes prealpinos.  Una buena opción hubiera sido tomar dirección sur rumbo a Insbruck para internarme en ellos, pero eso complicaba bastante mi ruta. Otra vez será.
 La estacíon de Salzburgo está un poco alejada del centro. Podría haber cogido un autobús y haber llegado cómodamente a mi albergue. Pero pensaba que no iba a hacer falta al ser una ciudad pequeña. Además..¿qué emoción tiene eso? Así que armado con una brújula y un par de impresiones del Google Maps, me dirigí al hostel. No me fue muy difícil llegar al centro. La verdad es que prometía bastante, pero quería visitarlo sin mochila a cuestas, así que seguí mi camino.
 No era tan fácil como parecía, ya que la ciudad cuenta con una colina que acaba en un acantilado, que ha de rodearse o atravesar por una serie de túneles peatonales. A base de ensayo/error fui probando rutas, para ver que no acababa de orientarme. La situación empezaba a desesperarme, así que decidí asegurar el tiro y tomé una carretera de circunvalación, que hizo la ruta mucho más larga, pero por lo menos pude llegar a mi destino.
Elegantes galerías
  Ciertamente  el albergue no estaba nada céntrico, casi en pleno campo. Se trata de una residencia escolar que en verano acoge a alberguistas. Eso se notaba, por ejemplo en el par de mesas de estudio con las que contaba mi cuarto, que albergaba 4 camas. Al llegar yo estaban vacías. No tardó en aparecer Kory, mi nuevo compañero de cuarto. Se trata de un canadiense con el que hice buenas migas. De hecho, una vez instalados, fuimos al centro a ver la ciudad. Esta vez me pude orientar mejor y coger el túnel correcto a la primera. Dichas galerías, lejos de ser un lugar sórdido como suele pasar en l amayoría de ciudades, contaban con escaparates, anuncios e incluso algún comercio, que hacían que atravesarlos fuera toda una experiencia.
 Kory iba a estar 5 días en la ciudad y decidió alquilar una bicicleta para moverse durante ese periodo. Me propuso alquilar otra por unas horas, pero viendo las marabuntas de turistas que había por el centro, no lo vi muy práctico. Así que nos separamos por un rato.
 Recorriendo las calles de Salzburgo uno entiende que de allí surgiera un genio como Mozart.  La gran cantidad y belleza de un gran número de iglesias, palacios, jardines... es mucho más inspiradora que una ciudad anodina como... (puntos suspensivos para evitar herir susceptibilidades).
 Volví a ver a mi compañero para ver cómo, en un mercadillo callejero de comida italiana le cobraban 15 euros por unas aceitunas, queso y chorizo seridos en un humilde plato de plástico.
 De nuevo por mi cuenta decidí subir a un castillo situado sobre la colina que domina la ciudad. El castillo estaba cerrado, pero se podían visitar sus aledaños y, sobre todo disfrutar de magníficas vistas sobre Salzburgo y las verdes colinas que lo rodean.
 Como el día anterior, empezo a llover, y también como el día anterior, me había dejado la protección contra la lluvia en el albergue, así que decidí volver al mismo.
  Antes de cenar me pasé un rato por la sala de estar, donde un par de chicas trajeron un DVD de la película "Sonrisas y Lágrimas" y lo pusieron. No podía ser más acertada la elección, ya que dicho musical está rodado en Salzburgo. De hecho, una de los "tours" turísticos que se ofrecían en la ciudad era la ruta "The Sound of Music", nombre original de la película.
Vistas desde el castillo
 Tras la cena fui a dar una vuelta con mi compañero canadiense y llegamos a un lago cercano. A orillas del mismo se levantaba un imponente edificio iluminado al que nos acercamos para comprobar que se trataba de un hotel, y no seguramente de los baratos. La curiosidad de Cory fue mayor que mi precaución y nos adentramos en sus jardines, a pesar del aviso en la puerta disuadiendo a curiosos. No contento con ello, se adentró en el edificio. Yo ya temía un desalojo forzoso pero aun así le seguí. Llegamos a un elegante salón donde un par de huéspedes estaban solazándose. En una esquina del salón había un piano. Como si fuera la cosa más natural del mundo, el canadiense le quitó la funda, se sentó, cogió unas partituras que había en una estantería y nos deleitó con unos acordes de algunas melodías populares, entre ellas "Sonrisas y Lágrimas". No sólo no vino ningún empleado del hotel a despacharnos, sino que los huéspedes presentes alabaron las buenas artes musicales del improvisado pianista. Tal naturalidad se explica teniendo en cuenta que el norteamericano trabaja en un crucero como animador, dando un espectáculo al piano todas las noches.
 Esta vez la temperatura del dormitorio permitió una noche sin sobresaltos, hecho al que colaboró que mis compañeros de habitación no estuvieran aquejados de "motosierrismo".
 Por la mañana fui a coger el tren acompañado de Cory. Aprovechamos para hacer una última (espero que penúltima) visita a la ciudad y nos despedimos en la estación en pos de nuevas aventuras.
 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Múnich (y II)

Había que mejorar urgentemente la austeridad de mi dormitorio. Así que lo primero que hice en mi primera mañana en Múnich fue ir a comprar un cojín al que había echado ojo la tarde anterior. Por sólo 2,5 € ya tenía el problema del confort resuelto.
 Antes de visitar el centro, y como me pillaba más cerca, me dirigí rumbo a la zona que albergó los Juegos Olímpicos de verano de 1972, tristemente recordados por el secuestro de parte de la delegación israelí a manos de terroristas palestinos.
Espíritu olímpico
 La mayoría de recintos utilizados en dicho evento siguen en pie, pero no parece que se les haya dado mucho uso últimamente. De hecho, algún pabellón parecía tapiado y la mayoría de ellos mantienen el entrañable aire de los 70. Lo cual no quiere decir que la zona esté descuidada, ya que las instalaciones cuentan con un lago rodeado de una especie de parque bastante agradable. Además había instaladas unas ferias con gran número de atracciones y chiringuitos.
 Tras empaparme del espíritu olímpico era hora de, por fin, visitar el centro. Como el resto de ciudades alemanas, Munich también fue gravemente dañada en la Segunda Guerra Mundial. Pese a ello, una muy buena labor de reconstrucción ha dejado un centro histórico bastante interesante, que conjuga bien edificios monumentales y comerciales. La afluencia tanto de turistas como consumidores, hace que estas calles tenga una actividad frenética.
Todavía no
 Quizá el edifico más característico es la torre del ayuntamiento, en el que destaca un simpático carillón compuesto por un gran número de personajes. Como iban a ser las 2 en punto me quedé mirando para arriba como un pasmarote, desistiendo tras unos minutos en los que allí no se movía nada. Luego me enteré de que la "representación" sólo tenía lugar a las 11,12 y 17 horas (esta última sólo en verano).

Seguí pateando por las inmediaciones del centro hasta que el cielo se encapotó de repente. Lo que parecía una tormenta de verano se asentó como una lluvia en condiciones, de la que ya convenía guarecerse, ante la ausencia de paraguas o chubasquero. Me refugié en un soportal esperando en vano que amainara el temporal. Hasta que me di cuenta de que ese portal era la entrada a una exposición fotográfica gratuita. La verdad es que unas fotos se ven mucho más bonitas si estás en un lugar cerrado y afuera llueve a mares. Cuando parecía que  la lluvia amainaba, salí de mi refugio, rumbo al Jardín Inglés, que es el mayor parque de la ciudad. Allí presencié una escena de lo más curiosa. En un río que atravesaba el parque había una zona de rápidos que era aprovechada por unos individuos para hacer "surfing", ante la atenta y sorprendida mirada de numeroso público desde un puente.
"Surfing" urbano
 Ya se acercaban las 5 de la tarde, así que marché pitando a la plaza del ayuntamiento. Diez minutos antes de la hora, volvió a llover con fuerza. Allí no tenía refugio, así que acabé empapado. Pero por lo menos pude ver el simpático espectáculo del carillón, que debió durar más de 10 minutos.
 Tras un rato de más pateada, y viendo que la lluvia no cesaba, decidí que era hora de volver "a casa". Para evitar mojarme tenía dos opciones: coger el tranvía o comprar un paraguas. El precio era parecido, pero pensé que el paraguas me podría servir en el futuro. Así que compré víveres para hacerme la cena y fui andando al albergue protegido por mi flamante paraguas.
 La lluvia paró justo a tiempo para que pudiese deleitarme con un delicioso atardecer a mi paso por un palacio cercano al albergue, que contaba con su correspondiente lago.
 Lo primero que hice nada más llegar fue pedir una manta más en recepción. No sólo no me pusieron ninguna objeción, sino que la empleada me ofreció otra más, sabiendo cómo se las gasta la noche muniquesa en esa carpa.
Delicioso atardecer
 Después de cenar, vi que, otra vez se había montado la fiesta en torno a una hoguera como la noche anterior. Todos parecían amigos de toda la vida, y me vi un poco aislado ante tanta camaradería. Era pronto para dormir, así que fui a dar una vuelta para ordenar mis ideas. El entorno del albergue no tenía ningún interés a esa horas, así que tuve que volver y enfrentarme a la soledad rodeado de gente, que es la peor de todas. Pero no me quise rendir y me puse alrededor del fuego, en segunda fila. Allí vi que, aunque mucha gente estaba en animada conversación, otros estaban simplemente mirando el fuego. Y me di cuenta de que mucha gente se debía sentir como yo, aunque lo estuviera disimulando. Así que usé un truco que se me había ocurrido y le pregunté a una coreana que dónde dormía. Como el 80 % de los alberguistas, me dijo que en la carpa, a lo que yo le dije con forzada sorpresa que éramos compañeros de habitación. Eso bastó para ponerme a hablar con ella y un chaval de Boston que estaba al lado. Luego me di cuenta de que la mayoría de la gente reaccionaba muy bien cuando les hablabas. Ya había entendido la filosofía del lugar. Lástima que fuera mi última noche.
Gracias a las dos mantas de más y a mi nuevo cojín, pude dormir en unas condiciones mucho mejores. La capacidad de adaptación del "Homo Viajerus" es impresionante.