viernes, 19 de diciembre de 2014

Varsovia (I)

 Para llegar a Varsovia desde Cracovia cogí un autobús al que le costaba más de 5 horas hacer los aproximadamente 300 km que separan ambas ciudades. Mucho me pareció, hasta que pude comprobar que el callejeo por Cracovia hasta que salimos a campo abierto nos llevó casi una hora.
 No me asustan los viajes largos, y más si discurren por tierras desconocidas. Así que estuve entretenido observando el paisaje polaco, que alternaba enormes llanuras con frondosos bosques.
 La única parada la hicimos en la ciudad de Kielce, donde se bajaron y subieron algunos pasajeros. En ese momento pasó un autobús urbano decorado con fotos de los integrantes del equipo de balonmano local, en el que pude identificar al ex-jugador y actual entrenador Talant Dujsebaiev.
 Ya de noche, arribamos a una estación de autobuses al aire libre en los suburbios de la capital. Afortunadamente, tenía una boca de metro a muy poca distancia, donde no tuve que exprimirme mucho la cabeza. Varsovia sólo tiene una linea de metro que recorre la ciudad de norte a sur.
 Al salir a la superficie me encontré un paisaje urbano dominado abrumadoramente por el Palacio de la Cultura y la Ciencia, imponente y descomunal edificio que en su día fue un regalo de la URSS a Polonia.
 La recepcionista del albergue, aparte de darme la bienvenida y la llave de mi cuarto, me ofreció un mapa de la ciudad y me explicó los lugares de interés. Además de este detalle, siempre bien apreciado, las habitaciones eran todas diferentes, cada una referida a una temática concreta. En mi caso se trataba del fútbol, que no es que me apasione, pero daba un toque original al cuarto.

Original habitación

Aunque ya se me habían hecho las 11 de la noche, no pude evitar darme un paseo hasta el centro histórico, no sin antes entrar en un garito de comida rápida local donde me pedí un plato al azar (los carteles estaban en polaco). Resultaron ser unas costillas de cerdo, que no son mi comida favorita precisamente. Es lo que tiene jugársela.
 No estaba muy animado el centro, y tampoco lucía mucho de noche, así que volví al albergue enseguida.
 A la mañana siguiente tenía planeado un tour comunista. El folleto de la compañía, que también organizaba otros tours, reflejaba con todo lujo de detalles el punto de encuentro en una plaza del casco histórico. En letra pequeña advertía que el tour comunista salía junto a la palmera. Por más que buscaba en la plaza, no vi ninguna palmera, así que pregunté en la oficina de turismo. Allí me explicaron que la "famosa" palmera estaba a medio kilómetro de allí. Así que tocó correr un poco para llegar a tiempo e integrarme al grupo que formaban unas 15 personas.
  La guía se trataba de una simpática jovencita, que, paradojicamente se presentaba como 100 % capitalista, ya que había nacido el mismo día en que cayó el muro de Berlín. Pese a ello, el tour fue muy interesante, tanto por los lugares visitados como por las historias que nos contaba. A pesar de no simpatizar mucho con Stalin y sus sucesores, no pudo evitar destacar que las amplias avenidas de Varsovia hacían que el tráfico en ella fuera infinítamente más fluido que en la más anárquica Cracovia.  Vamos, el pique Huesca-Zaragoza en versión polaca (lo pude comprobar en más ocasiones).
 Durante el recorrido, pasamos delante de algún "milk bar", cantinas muy populares en la época comunista con comida casera y bajos precios. Algunas aún se mantienen debido a la presión popular, aunque, al estar subvencionadas, tienen un futuro incierto.
 Al final del tour, un par de participantes le preguntaron a la guía dónde estaba el "milk bar" más cercano. Aproveché la ocasión para unirme a ellos y participar de la experiencia etnológico-gastronómica. Volvía a encontrarme un chileno en mi camino, siendo el otro un casi paisano de Tarragona.
Milk bar: bueno y barato (bonito...no mucho)
 La cantina contaba con precios muy populares y comida no menos popular. Una especie de "Tasca Paco" en versión báltica. Probé unos cuantos platos entre los que destacaban una especie de raviolis de queso fresco llamados "pierogi". El ambiente era totalmente local, e incluía estampas tan cotidianas como un grupo de pintores luciendo el universal mono de trabajo convenientemente "ilustrado".
 Dejé a mis compañeros haciendo la sobremesa y me volví al albergue. En el camino me encontré con un cartel que anunciaba un mitin atlético que se iba a celebrar el día siguiente y que contaba nada menos que con Usain Bolt. Intenté sacarme una entrada en un ordenador del hostel pero el sistema no acababa de funcionar.  No me iba a rendir tan fácilmente. Así que decidí acudir al estadio a comprarla.
 Pero no iba a ir solo. El grupo hispano-chileno que había conocido en Cracovia estaba ahora en Varsovia (aunque en otro albergue). Les propuse acudir al mitin y, aunque no les sedujo la idea, sí les pareció bien acompañarme al estadio.
¡¡Mi tesoro!!
Tras un agradable paseo, que nos llevó al otro lado del Vístula, conseguí mi preciado tesoro. Por poco más de 12 euros iba a ver a Usain Bolt y a una pléyade de lanzadores de absoluta enjundia.
 A la vuelta, nos volvimos a dividir de nuevo. Me tocaba el "free tour" del casco antiguo. Como dos tours son demasiado para una misma entrada, lo dejo para la siguiente.

 



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