martes, 21 de octubre de 2014

I Carrera Huesca contra el cáncer

 Ya sé que me he quedado a medias con mi viaje por Europa, pero si esperaba a terminar las entradas de mi ruta por Europa del Este para escribir ésta, ambas estarían obsoletas. Así que podemos tomar esta carrera como un breve descanso antes de entrar en la Polonia profunda.
 Aprovechando la conmemoración del día mundial contra el cáncer de mama, este año se ha organizado en Huesca una carrera para mostrar nuestra solidaridad con los afectados. A mí me parece un propósito muy noble, pero decir que he corrido esta prueba por eso sería mentir. En realidad, participar en carreras es un acto solidario conmigo mismo. Si ya de paso mi aportación sirve para ayudar a otros, mucho mejor.
 La organización tuvo la buena idea (si viviera fuera de Huesca no me lo parecería tanto) de repartir la bolsa del corredor el día anterior. En ella sobresalía una llamativa camiseta rosa que fue mayoritariamente portada por los participantes, dando un espectacular y llamativo colorido a las calles del centro de la ciudad.
 La prueba se podía hacer patinando, andando o corriendo, y se suponía una longitud de 5 kilómetros.
 Después de haber penado por las sierras prepirenaicas tenía ganas de hacer una carrera en la que se pudiera ir a tope de principio a fin.
 La participación superó todas las expectativas, superando holgadamente los 1700 inscritos.
 En la salida, gracias a haberme colocado relativamente adelante, pude correr a buen ritmo desde el principio, aunque no dejaba de adelantar valientes que empezaron con mucha euforia pero pronto se venían abajo.

 Al paso por el primer kilómetro vi que llevaba un buen ritmo (4'05''). La cosa pintaba bien, y más ahora que la ruta se veía bastante despejada.
 En la calle Ramón y Cajal había una curva de 180 grados que permitía cruzarse con la cabeza de carrera. Vi que no andaban (mejor dicho, corrían y mucho) demasiado lejos, y tampoco se veían muchos atletas delante.  Si mantenía el ritmo, podía hacer un puesto interesante.
 La Ronda Montearagón y su ligera aunque constante subida se hizo un poco de rogar, pero el paso por el kilómetro 3 y el cambio de pendiente para enfilar el Coso me dieron renovadas energías.
 Pude mantener el agónico ritmo hasta el kilómetro 4, punto en el que la prueba se internaba en el parque municipal. Si se seguía recto, se llegaba enseguida a la plaza de Navarra, donde estaba la meta, por lo que esperaba algún requiebro de última hora para completar el kilómetro final. Pero ante mi sorpresa vi que la ruta seguía sin inmutarse hasta el arco de meta. Así que hice un sprint de los buenos para superar al atleta que me precedía y pude alcanzar la meta. La carrera había ido como la seda, había regulado perfectamente  y el ritmo había sido alto en todo momento.
  Esperaba un buen tiempo, pero al ver mi cronómetro, marcaba 17' 54''. Eso significaba un ritmo cuasi-africano de 3' 35''/km. Luego, en casa, pude comprobar que la carrera estaba bien medida... hasta el kilómetro 4. El último kilómetro se había quedado en 550 metros. Mojón enorme que pasó desapercibido por el carácter lúdico y solidario del evento. Con la medición real, mi ritmo había sido de 3' 55''/km., que no está nada mal.
 Tras haber corrido todo tipo de pruebas, desde unos pocos kilómetros hasta una maratón, y en todo tipo de terrenos, me doy cuenta de que mi filosofía de vida, que dice que me crezco ante las facilidades, sirve también para mis prestaciones atléticas. Cuanto más llana, corta y de buen piso sea una carrera, mejor es mi rendimiento en ella respecto al nivel general. La prueba es que en este caso ocupé la 10ª posición. Y en las carreras de montaña hay que empezar a buscarme por abajo.
 Una vez recuperado el resuello, pude ver cómo llegaba la gente, y la plaza se llenaba de sonrientes atletas con camisetas rosas, que eran todo un alegato de esperanza y ánimo en favor de los enfermos de cáncer. El radiante sol y la agradable temperatura contribuyeron a que la jornada fuera un éxito en todos los sentidos.
 Es de destacar el gran número de corredoras/andadoras participantes. A ver si se convierte en tendencia y se igualan las ratios. En todo caso, la organización demostró que no es necesario hacer carreras exclusivas para mujeres para que se animen a participar. Un liberal como yo, no acaba de ver bien esas distinciones a la hora de permitir participar en una carrera.
 Como he dicho al principio, mis motivos para participar en esta prueba han sido más competitivos que altruistas. Pero quiero aprovechar la ocasión que me brinda el Blog Heterodoso para manifestar  todo mi apoyo a las víctimas de cáncer y sus familiares y amigos. ¡Ánimo!



martes, 14 de octubre de 2014

Morskie Oko

 La noche anterior había intimado bastante con la amiga polaca (todo lo que se puede intimar en un par de horas con una ferviente católica), por lo que habíamos quedado en hacer una excursión juntos al Morskie Oko. Se trata de un lago de montaña situado en el parque nacional Tatra, y es uno de los lugares más visitados de Polonia.
 De buena mañana, tras mi desayuno a base de zumo de remolacha, cogimos un microbús que, tras un trayecto de unos 10 km nos dejó en un gigantesco aparcamiento a la entrada del parque.
 Allí nos esperaba un sendero muy amplio y de buen piso que iba ascendiendo poco a poco. Había bastante gente subiendo, aunque la cosa se iba a animar todavía más en las siguientes horas.
 Los paisajes de alta montaña que nos íbamos encontrando eran una auténtica delicia, aunque la gran cantidad de gente que nos acompañaba hacía que la experiencia no fuera todo lo idílica que era de esperar en ese entorno.
Morskie Oko
 La caminata duraba unas dos horas, pero para los menos avezados se ofrecía la posibilidad de subir en coche de caballos.
 Si los paisajes eran sublimes durante la subida, el presenciar el lago Morski Oko y las montañas de sus alrededores casi me llevó al éxtasis (muy apropiado en una tierra tan católica).
 Mi amiga polaca se despidió, ya que quería hacer una ruta más larga por el parque y me quedé "solo" a orillas del lago. Es un decir, porque las hordas de turistas se empezaban a apoderar del lugar.
 Aún había otro lago más pequeño (el Zarny Staw), situado a mayor altitud que el Morskie Oko, al que pude acceder tras andar una media hora más salvando un camino rocoso de considerable pendiente. Pero no tanta como para impedir que dos recién casados con sus uniformes reglamentarios se hicieran unas fotos en sus orillas. Definitivamente, no era éste un lugar ni recóndito ni inhóspito.
Hora punta
 Desde el Zarny Staw se podía ver a un lado el Rysy (la montaña más alta de Polonia) y hacia el otro el Morskie Oko visto desde arriba. La pateada había valido la pena.
 Las orillas del Morskie Oko a la vuelta recordaban más a Benidorm o Salou en temporada alta que a un lago de alta montaña.
 La bajada se hizo menos amena en solitario, así que procuré hacerla rápido sin recrearme mucho en el paisaje, que a la vuelta ofrecía peores vistas.
La muerte no es el final
 Ya en Zakopane quise aprovechar mis últimos momentos para visitar un curioso cementerio con unas bonitas lápidas de estilo local (mucho menos tétricas que las habituales por nuestros lares) y probar una de las delicias de la gastronomía local que estaba  ala venta en numerosos puestos callejeros. Se trataba de un cilindro de color amarillo oscuro cuya superficie ofrecía bonitas formas geométricas en relieve. Yo pensaba que se trataba de un panecillo, pero al hincarle el diente, pude comprobar que era un queso ahumado. Estaba bastante bueno, pero al poco rato se me empezó a hacer un poco pesado. Es que comerse un queso de una sentada es demasiado, por mucha hambre que se haya acumulado.
 Habiendo sacado a Zakopane todo el jugo posible, recogí mi maleta del albergue y cogí un autobús (esta vez menos concurrido que en el viaje de ida) rumbo al norte.
 Zakopane y su entorno habían sido una grata sorpresa. El aire puro de las montañas me habían dado la energía que tanto iba a necesitar en las jornadas siguientes.

domingo, 12 de octubre de 2014

Zakopane

 En mis viajes acostumbro a hacer muchos kilómetros de "senderismo urbano".  Casi tanto o más que este tipo de senderismo me gusta el que se hace por la montaña. Así que decidí incluir la ciudad de Zakopane en mi ruta, ya que se encuentra en una situación privilegiada, al pie de los Montes Tatras, cadena montañosa que hace de frontera entre Eslovaquia y Polonia.
  Tras comprar el billete de autobús en la taquilla de la estación me dirigí a la dársena, donde se acumulaba una gran cantidad de gente. El conductor les iba dando paso poco a poco, mientras iba vendiendo billetes a los que no lo habían adquirido previamente. Iba entrando gente y no veía claro que fuese a quedar plaza para mí. Ya con el vehículo casi a tope, salió el conductor , preguntó quiénes teníamos billete y nos dejó entrar, quedando bastante gente fuera. Avancé por el pasillo hasta que encontré un sitio libre. Lo ocupé y una mujer me dijo que estaba reservado para su marido. Seguí hasta el final y estaba todo ocupado. Empecé a ver la cosa un poco negra, hasta que la mujer de antes me dijo que su marido y su hijo iban a ocupar un único asiento, así que dejaban uno libre, que ocupé de inmediato. No tuvieron tanta suerte unas 10 personas, que se vieron obligadas a ir de pie todo el trayecto, en una escena que me recordaba a los peores tiempos de "Automóviles la Oscense".
Calle principal de Zakopane
 Los paisajes iban ganando en belleza conforme nos acercábamos a la cordillera. Eso (y el ir sentado) hizo que las más de dos horas de viaje no se hicieran en absoluto pesadas.
 A pesar de su pequeño tamaño, Zakopane está considerara como la capital de invierno de Polonia, siendo también un concurrido centro turístico en verano, como tuve ocasión de comprobar.
 Mi albergue estaba apenas a 5 minutos de la estación. Casi me costó más tiempo identificarlo que llegar hasta él, ya que se encontraba en un sótano de un edificio de viviendas y oficinas, el último lugar donde me hubiera esperado encontrar un albergue de montaña.
  Dejé mis bártulos y me lancé a explorar la ciudad, que resulta muy agradable, sobre todo las casas de madera construidas al estilo local.
 La calle principal estaba abarrotada de turistas, en un 99 % polacos. Además de los numerosos comercios habituales, había un mercadillo con numerosos puestos donde se vendían recuerdos, comida, ropa,etc.
Montes Tatras
 A la hora de comer, me decidí por un local que ofrecía comida preparada al peso. Por poco más de 4 euros me zampé casi medio kilo de buena comida polaca.
 No podía permitir que tamaña ingesta calórica se quedara en mi organismo, así que me puse a andar rumbo al parque nacional de los Tatras, cuyas estribaciones se encuentran apenas se sale de la ciudad.
 Me adentré en el bosque y seguí un camino que iba ascendiendo poco a poco. En 10 minutos pasé de callejear por Zakopane a caminar por estrechos senderos rodeados de arbolado que discurrían junto a típicos arroyos de montaña.
 Tras un par de horas de subida, llegué a una cresta desde donde se tenía una vista privilegiada sobre el valle donde se ubica Zakopane. Era hora de volver, pero decidí hacerlo por otra ruta, donde pude presenciar una curiosa estampa: un grupo de tres monjas tomando un tentempié junto a un refugio de montaña.
A Dios rogando, y pateando
 Ya en Zakopane me volví al albergue, previo paso por un supermercado local, para cenar. En la cocina me encontré con un par de compatriotas (un navarro y un catalán) que estaban haciendo montañismo por la zona. En mi línea habitual de probar las delicias de la gastronomía local, había comprado zumo de remolacha, al que me costó un poco cogerle el gusto, pero luego no pude dejar de beber. Como curioso efecto secundario del mismo, mi orina se tornó roja al día siguiente, lo cual, en otras circunstancias, hubiera sido bastante preocupante.
 Tras la cena, me acerqué a la sala común del albergue donde se encontraban la pareja de españoles junto a una joven polaca. En la muy interesante conversación, los escaladores revelaron sus planes (entre los que se encontraba ascender al día siguiente al pico Rysy, el más alto de Polonia) y la polaca nos explicó que estaba allí para asistir a un congreso católico. La conversación derivó a lo espiritual, terreno donde también me siento cómodo. Ciertamente ese albergue no era sólamente distinto a los habituales en su ubicación, sino también en su ambiente.
Me fui a dormir pronto. Aún había que aprovechar la mañana siguiente en ese entorno tan privilegiado.


 

jueves, 2 de octubre de 2014

Cracovia

 Tras mi periplo centroeuropeo y unos días de "descanso" en Huesca, si es que se puede encontrar reposo en medio de las fiestas, tenía un par de semanas libres que había que aprovechar.
 Los precios de viajes de última hora a destinos exóticos estaban por las nubes, así que centré mi búsqueda en Europa. Tras hacer un cribado de países donde no había estado y quería visitar, me quedé con Rumanía y Polonia. Ya sólo faltaba buscar un vuelo asequible y liarme la manta a la cabeza.
 La primera ciudad de mi ruta iba a ser Cracovia. A la espera de que el controvertido aeropuerto Huesca-Pirineos prospere, me vi obligado a salir desde el aeropuerto de Barcelona.
 Para amenizar mis largos desplazamientos me llevé un libro de viajes. No fue muy acertada mi decisión, no por la falta de interés del mismo, sino porque ya me lo leí entero en el viaje en autobús de Huesca a Barcelona. Además me había olvidado los cascos del móvil que uso a modo de mp3 para escuchar música, tertulias políticas y podcasts. Así que me iba a tener que tragar todos los viajes "a pelo".
 El viaje en avión transcurrió sin novedad hasta que arribé al coqueto aeropuerto Juan Pablo II. Nunca había visto un aeropuerto tan parado (Huesca-Pirineos aparte). Había muy poca gente y todas las tiendas, excepto una oficina de cambio, estaban cerradas.  Salí a coger el autobús que lleva al centro de Cracovia y empezó el choque cultural.  Intenté comprarle un billete al conductor que hablaba tanto inglés como yo polaco. Me dio a entender que él no los vendía, así que me dirigí a una máquina que los expedía en el mismo autobús. Sólo aceptaba monedas, de las que carecía. Así que volví al aeropuerto en busca de calderilla.
 La única opción era la oficina de cambio. Cambié 10 € con una ratio muy poco competitiva, pero por lo menos obtuve zlotys en monedas. No debí emplear más de 3 minutos en la operación. Suficientes para que el autobús hubiera zarpado sin piedad rumbo a Cracovia. Me tocó esperar una hora más hasta el siguiente en un aeropuerto desolado y pasada la medianoche.
Polonia no me estaba recibiendo como me merecía.
 La segunda intentona fue más fructífera y pude recorrer sin sobresaltos los 10 km que me separaban de las bonitas y a esa hora más bien solitarias calles de Cracovia.
 Sólo iba a estar unas horas en el albergue. Así que no me había matado mucho la cabeza a la hora de reservar. Escogí el que estaba más cerca de la parada de autobús. Y además me salió muy bien de precio (poco más de 8 euros). Aparte de la situación y el precio, el alojamiento era más que correcto.
 Llegar de noche a un albergue tiene el inconveniente de tener que hacerse la cama a oscuras. Eso o encender la luz y despertar a todo el mundo. Preferí la primera opción.
 Mis compañeros de cuarto se portaron bien y pude dormir sin incidentes.
 El desayuno no estaba incluido en el precio (hubiera sido ya demasiado), pero ofrecían la posibilidad de tomarlo en un bar anexo por unos 2 euros. Me estaba empezando a gustar Polonia. Estos precios eran más que interesantes.
 Di un breve paseo por el centro, donde pude cambiar moneda, esta vez con tasas razonables, y me dirigí a la estación de autobuses. Cracovia sólo había sido parada y fonda. Ahora me tocaba ir camino del sur.