domingo, 22 de noviembre de 2015

San Juan (I)

 En un libro que tengo sobre el indómito aventurero Miguel de la Quadra-Salcedo, se dice que afirma que un español no lo es plenamente si no ha estado y sentido las tierras del otro lado del Atlántico.
 Hasta ahora no había visitado ningún país hispanoamericano. Así que ya tocaba. Tenía curiosidad por conocer aquéllos que más tardiamente se separaron de España, ya que, teóricamente presentarían más vínculos con la ex-metrópoli. La disyuntiva era Cuba o Puerto Rico. Siendo avisado de lo insistentes que son ciertos personajes en la primera para turistas solos y desamparados como yo, me decanté por la segunda, quedando Cuba en la lista de tareas pendientes.
Las casi 8 horas de vuelo  de Madrid a San Juan, no se me hicieron muy pesadas gracias a las tertulias y programas político-históricos que pude escuchar con mi mp3.
 La llegada al aeropuerto, con los engorrosos controles para entrar en los Estados Unidos y la mayoría de carteles en inglés, me transmitieron la misma sensación que había tenido en mis anteriores visitas al país norteamericano. Pero no me hizo la misma gracia en Nueva York, que en una isla caribeña. Por lo menos el policía del control me habló en español.
 Del aeropuerto a mi albergue había una distancia considerable, que obligaba a coger transporte público. Me había informado y, por lo visto, el hacer el trayecto en autobús era poco menos que una odisea.
 Ya anochecía en San Juan, y dejé a un lado mi tradicional niunclavelismo para coger un oneroso taxi. La música local que tenía sintonizada el taxista, me hizo sumergirme en el ambiente caribeño. Pronto subí a la superficie cuando me dejó en un barrio de lo que parecían ser los bajos fondos de la ciudad. En recepción me atendió un simpático muchacho de raza negra que no hablaba español. Para acabar de desconcertarme, me comentó que era alemán.
 La habitación era muy humilde, incluso para los estándares de un albergue. En ese momento me hice la clásica pregunta que uno se hace cuando tras un largo viaje, no ha llegado a lo que se dice, un paraíso: ¿Qué c.. hago yo aquí?  La llegada de dos compañeros de cuarto, cortaron la cadena de pensamientos oscuros que poblaban mi cabeza. Se trataba de una chica colombiana y un individuo panameño. El compartir idioma y acervo cultural con ellos me hizo, por un momento, sentirme menos desamparado.
 Pero no había recorrido miles de kilómetros para quedarme en una habitación, y menos si era de estética tan poco afortunada como aquélla. Así que le pregunté al recepcionista cómo llegar al Viejo San Juan. No me conocía mucho, ya que me dijo qué autobús había que coger, advirtiéndome que a la vuelta debería coger un taxi, ya que entonces no habría líneas de transporte público abiertas. Buen chico yo para coger dos taxis en el mismo día.
 Antes de lanzarme a la exploración urbana, acudí, aconsejado por mis compañeros de habitación, a un puesto de comida callejera.El vendedor me dijo lo que tenía, todos nombres exóticos para mí. Podría haberle preguntado qué es cada cosa, pero me gustan las sorpresas, así que me decidí por el guanajito. Por si acaso, lo pedí pequeño. Y bien que hice, porque se trataba de unos trozos de plátano hervido que acompañaban a algo indefinido que tenía toda la pinta de ser tripas. ¿Cómo un nombre tan simpático e inofensivo como "guanajito" puede nombrar a las entrañas de un animal?
 Me comí lo justo para saciar mi hambre y aún porté un rato más el recipiente que aún estaba por la mitad. El barrio por el que me movía no parecía muy seguro, y el guanajito era la única arma con la que contaba.
Plaza de San Juan Bautista. Al fondo se vislumbra el castillo de San Cristóbal
 Tras casi una hora caminando por avenidas un tanto anodinas, apareció en el horizonte una fortaleza de estilo colonial (el castillo de San Cristóbal), que marcaba el inicio del Viejo San Juan. El panorama cambió radicalmente al internarme en sus encantadoras calles coloristas y llenas de ambiente. No sin razón, el casco viejo de la capital boricua está declarado Parimonio de la Humanidad por la Unesco. Ya habría tiempo de explorarlo en profundidad. El cansancio del viaje empezaba a notarse y el albergue no estaba cerca, así que no estuve mucho tiempo por la zona.
Viejo San Juan

Ya en mi habitación la noche no fue todo lo plácida que hubiera deseado, debido al atronador sonido del aire acondicionado que era el único (y molesto) lujo con el que contaba la habitación.
 Cuando todos dormían, en un sigiloso movimiento, lo desconecté y por fin, pude descansar.

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