jueves, 19 de febrero de 2015

Bucarest (II)

 A la mañana siguiente, salí de mi "refugio" con la sana intención de patear Bucarest armado con un humilde plano de propaganda. Me dirigí al centro, no sin antes comprobar con alivio que existían en la ciudad casas de cambio de moneda con tasas mucho más razonables que en la estación. Por fin pude "librarme" de mis eslotis y cambiarlos por lei en una correcta relación 1:1.
Popurrí de estilos
 La sensación que me ofrecían las calles de Bucarest era contradictoria.  La arquitectura es un poco caótica, y muchos edificios están bastante descuidados. Por contra, hay auténticas maravillas arquitectónicas y edificaciones imponentes. Y no es que haya unas zonas cutres y otras lujosas, sino que se encuentra todo bastante mezclado. El centro histórico está muy bien restaurado, aunque siguiendo la línea del resto de la ciudad, cuenta con mucha diversidad de estilos y épocas.
 Al rato llegué a una imponente avenida y al fondo se divisaba el "Palacio del Pueblo", un descomunal edificio mandado construir por el dictador Nicolae Ceaucescu. Para llegar a él tuve que recorrer un inmenso bulevard, construido a semejanza de los Campos Elíseos parisinos, aunque con bastante menos "glamour". Al final de la avenida, se alzaba majestuoso el coloso al que iba a intentar visitar al precio que fuese.
Palacio del Parlamento
 Le pedí a un individuo que me hiciera una foto y comprobé que llevaba la misma intención que yo. Resultó ser de Cracovia, así que ya tuve tema de conversación con él tras mi reciente visita a su ciudad. Tuvimos que rodear casi todo el perímetro del palacio para encontrar la entrada, lo cual nos llevó un buen rato.
 La visita sólo se puede hacer guiada, y según nos explicaron, sólo se enseña un mínimo porcentaje del palacio. Suficiente para hacerse una idea de la magnificencia del edificio. Y también para darse cuenta de lo "pasado de rosca" que estaba Ceaucescu.  Se trata del segundo edificio más grande del mundo después del Pentágono. Cuenta con habitaciones con 15 metros de altura, enormes alfombras que necesitan de una cuadrilla para enrollarlas, una araña de cristal de varias toneladas, unas escaleras de marmol que tuvieron que hacerse 3 veces porque no estaban al gusto de la primera dama....todo ello con materiales de primerísima calidad (rumanos, eso sí) mientras la mayoría de sus sufridos conciudadanos las pasaban canutas. Por eso no me extraña que los rumanos tengan sensaciones encontradas con este palacio. De hecho, incluso se pensó en derribarlo, una vez que cayó el régimen comunista. En todo caso, es una visita absolutamente recomendable.
 Seguí dando vueltas por la caótica e imprevisible, aunque siempre interesante Bucarest, haciendo tiempo hasta que se hicieron las 6 de la tarde, hora en la que empezaba una visita guiada por la ciudad. El grupo era bastante grande (unas 30 personas), pero el guía supo manejarnos con maestría y un gran sentido del humor.
Estatua de Vlad Tepes, inspirador de "Drácula"
 Empezamos por el casco histórico para visitar posteriormente algunos palacios de los que la ciudad tiene en abundancia y acabar en la plaza Revolución, donde Ceaucescu dio su último discurso público antes de que la muchedumbre se volviera contra él.
 Entre ellos había una pareja mallorquina con la que hice buenas migas. Con ellos y algunos miembros más de la expedición nos fuimos a cenar y a echar un trago. Como ya he dicho alguna vez, estos "free tours" son un buen lugar para socializar.
 Me retiré pronto a mis aposentos, ya que al día siguiente tocaba visita a la playa.





 


viernes, 13 de febrero de 2015

Bucarest

  Una vez que hube decidido que mis dos destinos en Europa del Este serían Polonia y Rumanía, tuve que estudiar el calendario para optimizar la ruta a seguir. El punto crítico era encontrar un vuelo que enlazara ambos países más o menos a mitad de viaje y a un precio competitivo. Gracias a un buscador de vuelos de última generación, encontré un trayecto que unía Varsovia y Bucarest, con escala en Belgrado, a precio de risa. Ya puestos, miré cuánto me hubiera costado hacer esos mismos vuelos por separado para pasar por lo menos una día en la capital serbia. Curiosamente, cada uno de ellos por separado costaba mucho más que el trayecto combinado, lo cual despejó cualquier duda.
 A pesar de ser una "aerolinea de bandera", no había leído muy buenas críticas de Air Serbia en los foros de viajes, así que iba con cierta prevención.No sólo no tuve ningún problema, sino que después de tantos vuelos "low cost" pude disfrutar de esos pequeños detalles que se reservan a las compañías de mayor fuste. Como por ejemplo que te sirvan comida, y además una en cada vuelo, a pesar de que sólo duraban alrededor de una hora cada uno.
  La escala en el aeropuerto Nikola Tesla de Belgrado fue muy breve, y apenas sirvió para poder decir que he visitado otro país más.
 En el segundo vuelo monté por primera vez en un avión de turbohélices (modelos con las hélices a la vista) bastante estrecho, que da una cierta sensación de inseguridad, aunque su fiabilidad está más que demostrada.
Aeroplano de turbohélices
 Nada más llegar al aropuerto de Bucarest acudí raudo al oficina de cambio en busca de moneda local (lei). Para mi decepción, no aceptaban divisa polaca, por lo que ya me veía jugando al monopoly con la morterada de eslotis que llevaba encima. Cambié una mínima cantidad de euros y compré un billete de tren para el centro.  Me extrañó que el siguiente viaje saliera una hora y veinte más tarde, hasta que reparé en que el huso horario rumano está una hora adelantado al polaco.
 La "estación" de tren estaba un poco alejada del aeropuerto. Una furgoneta  (en la que sólo montamos dos viajeros) se encargaba de salvar esa distancia. Las comillas que he puesto en "estación" están con toda la intención, ya que se trataba de un apeadero en mitad de la nada sin ningún letrero y con unos humildes asientos de plástico de los que la mitad estaba destrozados.
Apeadero espartano donde los haya
 Al rato se paró un tren y no se subió nadie, lo que me hizo dudar un momento. Vi que una empleada se asomó a la puerta de un vagón y corrí a preguntarle. Efectivamente, ese tren iba a Bucarest.
 En ciudades con clara vocación turística se intenta un poco "engañar" al visitante para la impresión que se lleve de su estancia sea buena, y sobre todo se cuida el primer impacto que recibe. En este caso, no parece que Bucarest ponga mucho afán en ello. La Estación del Norte cuenta con un estilo arquitectónico monumental, pero se nota que no ha sido renovada en muchos años, y me transmitió un espíritu muy decadente.
 Con dinero fresco se ve todo de otra manera, así que busqué la oficina de cambio de la estación donde, esta vez sí, mis eslotis, que ya estaban pesándome sobremanera en el bolsillo, se podían cambiar a moneda local. Eso sí, cuando vi la tasa de cambio, me vine abajo. Por cada esloti me daban medio leu (en el cambio oficial están casi a la par), lo que en números redondos es una comisión del 50 %. Ahora entiendo por qué dicen que el euro es una "moneda refugio", y nunca lo he oído del esloti.
Estación del Norte (Gara Nord). Ha vivido tiempos mejores
 Los apenas 15 minutos que separaban la estación de mi albergue tampoco hicieron mucho por mejorar la imagen que me estaba formando de Rumanía. No parecía ser la zona más ilustre de Bucarest, así que llegué a mi morada con un sentimiento que se acercaba al desamparo. No ayudó mucho que la recepcionista me advirtiera de que tuviera cuidado si volvía por la noche al albergue, ya que esa calle era una zona de prostitución.  Hay un dicho que se aplica a algunas ciudades que dice: "A xxx se viene llorando, y se sale llorando". De momento, Bucarest, garantizaba la primera parte del adagio.
 Pronto empezaron a cambiar las cosas. Mi visita a un hipermercado cercano, no sólo me sirvió para satisfacer mi curiosidad cultural, sino también para comprobar que los precios en Rumanía eran tan competitivos o más que los polacos.
 Al volver al hostel, la recepcionista me comentó que unos huéspedes habían preparado una barbacoa en el jardín y estaba invitado. Eso me resolvía de mis necesidades gastronómicas y sociales de un solo golpe, así que acepté encantado.Fui bien acogido en el grupo, batante heterogéneo, aunque con mayoría gala. Mi idea de hacer una incursión nocturna por el centro de la ciudad se esfumaba mientras caían las cervezas y los trozos de pollo. Definitivamente, Bucarest estaba empezando a remontar...