lunes, 28 de noviembre de 2016

PUNO

 El largo trayecto en autobús contó con la "actuación" de un comercial que se subió a mitad de camino y nos soltó una perorata de más de 15 minutos sobre las bondades de una especie de muesli-cuasi milagroso. No dejaba de sorprenderme el intenso y curioso movimiento comercial que se produce en los transportes públicos peruanos.
 A medio camino, pasamos por Juliaca, cuyo caótico y áspero urbanismo me hizo pensar en el poco trabajo que tendrán en la oficina de turismo de la ciudad, si es que la hay. El que sea conocida como "la Ciudad de los Vientos" y su entorno semidesértico, no ayudaron mucho a mejorar la impresión que dejó en mí Juliaca. Aunque en su defensa, hay que aclarar que sólo la vi desde el autobús y que unos días más tarde, otra ciudad la iba a superar en deméritos estéticos.
Juliaca, encanto discutido y discutible
 A media tarde llegué a mi destino, que no era otro que la ciudad de Puno, estratégicamente situada a orillas del lago Titicaca. Esta vez decidí tirar la casa por la ventana, y reservé una habitación individual con vistas al lago. Eso sí, me salió a precio de habitación compartida en albergue europeo, que las esencias no hay que abandonarlas.
En línea con dichas esencias, el alojamiento elegido estaba muy cerca de la estación de autobuses, por lo que me ahorraba el temido taxi.
 El amable recepcionista me dio algunas indicaciones turísticas, entre las que no faltaba el ofrecimiento de una visita a la isla de Amantani (situada en medio del lago) con la posibilidad de alojamiento en una casa local. Era una actividad que me interesaba, pero mi sangre fría me frenó, pensando que ese servicio podría obtenerse en mejores condiciones en el puerto.
 Allí me encaminé y contraté el servicio con una cooperativa de habitantes de la isla, en lugar de una agencia turística, como me habían ofrecido en el hotel.  Por lo que me había informado, de esta forma el dinero les llegaba de forma más directa a ellos, al evitar intermediarios. Está muy bien ser solidario, sobre todo con uno mismo, ya que me salía 20 soles más barato.
 Aunque en la negociación me colaron 5 soles de más por una tasa de visita a otra isla (Taquile). Comentando posteriormente la jugada con mis compañeros de excursión, a algunos se la habían cobrado y a otros no, vaya usted a saber con qué criterio.
 Mucho cuidado con las palabras solidaridad, sostenibilidad, igualdad y similares. A menudo encierran intenciones y actuaciones no tan nobles como las que quieren dar a entender.
Orillas del lago
 Una vez resuelto mi futuro inmediato en la región, me centré en conocer la ciudad de Puno. Más allá de la Plaza de Armas con una reseñable catedral y una calle principal repleta de restaurantes, no vi mucho destacable en la ciudad. Esa falta de encanto era suplida con una gran actividad comercial que hacía que las calles estuvieran llenas de vida. Observé que los precios eran muy competitivos, incluso para los estándares peruanos. De hecho vi algunos sitios donde se podía cenar por 3 soles y medio (menos de un euro), pero yo, siguiendo con mi proceso de aburguesamiento, me gasté 6 soles en un local algo más glamuroso.
Precios populares
 Era sábado por la noche, lo cual me brindaba la oportunidad de tantear el pototeo peruano, después de haber dejado escapar viva a la ciudad de Arequipa.
 Mi expedición de reconocimiento no obtuvo resultados esperanzadores. Las filas para entrar en los locales estaban pobladas por auténticas maromadas y cuando vi que de un bar salía un borracho poco amigablemente escoltado por dos guardias de seguridad, se me pasaron las ganas de seguir explorando para volver a dormir al hotel.
 Nada más despertarme, me asomé a la ventana para ver cómo el inmenso lago Titicaca me invitaba a navegar por sus aguas y explorarlo. Una invitación que que acepté de muy buen grado.
Una habitación con vistas





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