miércoles, 25 de enero de 2017

APURANDO MIS ÚLTIMAS OPCIONES

 Lo primero que hice al llegar al albergue tras mi visita a Potosí, fue buscar a los huéspedes que me habían propuesto salir con ellos y una amiga la noche anterior.
 Mis pesquisas me llevaron a una habitación donde moraba el varón eslovaco. El entusiasmo con que su compañera me había ofrecido la invitación, contrastaba con la frialdad con la que el centroeuropeo atendió mi visita. Me dijo que no iba a salir, con lo cual deduje que iba a tener que contar únicamente con mis propios medios para la ofensiva nocturna. Por si acaso, le dije que en caso de que cambiara de idea, estaría en mi cuarto.
 Me tumbé en mi cama para reposar, y como me sucedió la noche anterior, me quedé dormido. Pero esta vez Morfeo se ensañó conmigo y no me abandonó hasta las dos de la mañana. La única siesta de enjundia que había tenido en todo mi viaje había llegado en el peor momento.
 Tras el primer instante de desesperación, me arreglé en un periquete y salí a las calles de Sucre a apurar mis últimas opciones.
 Me dirigí a un local cercano al albergue que, afortunadamente, aún seguía abierto. En la portería me comentaron que la discoteca tenía dos ambientes en dos plantas diferentes. Una entrada sencilla daba acceso al piso inferior, mientras que la completa, a ambos. Teniendo en cuenta que a esas horas no iba a tener mucho tiempo para hacer gran cosa, opté por la sencilla.
 La sala estaba a tope de gente, aunque me quedaba la duda de si el otro piso hubiera estado mejor. Intuía que la ley de Murphy estaba muy activa esa noche, y anticipándome a ella, volví a la portería y aboné la diferencia para hacerme con la entrada completa.
 La nueva sala ofrecía una actuación en vivo de música caribeña y el ambiente me parecía mucho más propicio. Llegaba la esperada hora de amortizar las clases de salsa y bachata que había tomado los dos meses anteriores.
 No habían pasado ni 3 minutos desde mi irrupción en la planta noble, cuando el grupo que hacía las delicias de los congregados se despedía de tan entregada audiencia. Además de no haber concedido ni un mísero bis, cuando la música en vivo terminó, las luces se encendieron y se empezó a desalojar el garito. Los dioses del pototeo no podían estar siendo tan crueles conmigo.
Todo se me ponía cuesta arriba

  Agotando mis últimos cartuchos, y ya a la desesperada, le entré a un par de chicas que aún no habían abandonado el local. Como buenas bolivianas, reaccionaron con simpatía.
 A la salida se juntaron con un par de amigos. Me comentaron que aún quedaba algún local abierto y me propusieron que fuera con ellos. Todavía había partido.
 Nos montamos en el coche de una de ellas y nos dirigimos al bareto en el que había estado la noche anterior. No tenía un gran recuerdo de él, pero dadas las circunstancias, en esos momentos me parecía la Studio 54 neoyorquina a finales de los 70.
 Mi gozo se volvió a ir al pozo cuando no nos dejaron entrar, ya que estaban a punto de cerrar.
 No se rindieron mis improvisados compañeros y nos recorrimos medio Sucre buscando locales, aunque fueran clandestinos, para seguir la fiesta.
 Pero no hubo manera. A esas horas ya no se podía entrar en ningún sitio. Los ánimos se fueron enfriando y nos acabamos rindiendo a la evidencia. La ciudad de Sucre se mostró inmisericorde conmigo y no me permitió una despedida a lo grande.
 Lo había intentado por todos los medios. Pero eso no impidió que una sensación amarga se me apoderase cuando volví al albergue a dormir.
  Esa sensación seguía conmigo a la mañana siguiente. Y en consonancia con ella, fui al cementerio. Antes de que los lectores de mi bitácora saquen conclusiones muy pesimistas, aclaro que el cementerio de Sucre fue una de las visitas que me recomendaron nada más llegar a la ciudad.
 Efectivamente, pude comprobar que el camposanto sucreño, independientemente del estado de ánimo, merece una visita. Una portada de estilo neoclásico da paso a unas ordenadas calles donde se pueden encontrar nichos de muy bella factura. Sus amplios jardines y el cuidado entorno lo hacen un lugar muy recomendado para el recogimiento que, en ese momento, tanto necesitaba.
 Por ello, tampoco es de extrañar que mi siguiente visita fuera una iglesia, y aprovechando la ocasión (era domingo), me quedé escuchando la misa, más como curiosidad cultural que como deber religioso.
  Mi último acto oficial en la ciudad, fue la visita al Parque Cretácico, museo situado a las afueras de Sucre. Para llegar al mismo, se ofertaba un billete que incluía la entrada, además del viaje de ida y vuelta hasta el centro en un llamativo autobús turístico.
 El Parque Cretácico consta de dos zonas: la primera cuenta con reproducciones de dinosaurios a tamaño natural, así como numerosa información en forma de gráficos, dibujos y textos. La segunda parte, para mi gusto la más interesante, es un barranco en cuya superficie se pueden apreciar una gran cantidad de huellas de dinosaurio.
Poco se imaginaba el animalico en su paseo que iba a dejar huella  en la Historia

 La bajada al barranco se hacía en grupo, dirigido por un guía y con la obligación de portar casco (facilitado por el museo).
 Por mucho que nos lo intentaron explicar, no alcancé a comprender cómo una superficie horizontal por donde habían caminado los dinosaurios, se presentaba ahora como una pared casi vertical. En todo caso, se trataba de una atracción curiosa e interesante. 
 Después de la visita a las huellas, aún debía esperar casi una hora hasta la salida del autobús del museo. No me apetecía estar allí como un pasmarote durante tanto tiempo, así que decidí volver por mis medios al centro. Poco después de salir del museo, vi un microbús urbano a punto de arrancar que parecía expresamente fletado para mí. Me hubiera dejado muy cerca de mi albergue. Pero eso hubiera sido demasiado fácil.
  Al paso por un concurrido mercado, vi un lugar que ofrecía menús a unos precios que no podía rechazar. Apenas bajé del vehículo me di cuenta de que había cometido un pequeño pero craso error. No tenía ni idea de dónde estaba y aunque tenía tiempo, no podía descuidarme mucho, ya que esa misma tarde tenía que tomar el vuelo de vuelta.
 Así que me olvidé de mi hambre y de los cantos de sirena de menús a 10 bolivianos y me centré en encontrar el camino de vuelta al centro.  Parecía que estaba bastante lejos, ya que la gente a la que preguntaba, ni siquiera sabía darme una orientación para volver andando. Tampoco me sabían dar razón de cuál de los microbuses que pasaban con gran frecuencia me acercaría a mi destino.  Me acabé subiendo a uno con un cartel que indicaba "Mercado Central". Casi me tuve que tirar en marcha cuando descubrí que iba en el sentido equivocado. Aprendiendo de mis errores, fui preguntando a todos los conductores que pasaban por la zona hasta que encontré el vehículo que me acercó al centro.
Animada calle sucreña

 En las inmediaciones del albergue me encontré a la pareja boliviano-eslovaca con la que había protagonizado la frustrada quedada. Por lo que me contó la chica, se habían dado una serie de acontecimientos que impidieron la cita. Parece ser que el día anterior estaban peleados entre ellos, por lo que el eslovaco no salió. Éste no debió entenderme muy bien cuando le visité y no transmitió nuestra conversación con eficacia. La boliviana y su amiga, aun así, salieron en mi busca por los baretos de Sucre, pero no me encontraron, básicamente porque yo estaba dormido. Como he dicho anteriormente, Murphy estaba particularmente activo esa noche. Para más INRI, y ahondado en la herida, me mostraron una foto de su amiga, digno ejemplar de la afamada belleza boliviana, a la que no tuve el gusto de conocer.
 Con el sabor amargo de la frustración, desalojé el albergue y cogí una furgoneta hacia el aeropuerto.
 Nada menos que tres vuelos me esperaban, ya que tuve que hacer 2 escalas en Bolivia, antes de cruzar el charco.
 En el control de seguridad del aeropuerto de Cochabamba, me apartaron de la fila para someterme a un reconocimiento más exhaustivo en busca de drogas. No iban mal encaminados, ya que me al registrar la mochila, encontraron coca. 
 Por fortuna (si no, estaría escribiendo esta entrada desde un penal boliviano), no se trataba del popular polvo blanco, sino de mate de coca, una infusión tan inofensiva como lo pueda ser una manzanilla. Por ello, la guardia de seguridad, aunque me puso alguna objeción, me dejó continuar mi viaje.
 En Santa Cruz también me separaron de la fila, esta vez para pasarme por un escáner de cuerpo entero. Y ya en el pasillo de entrada al avión, sufrimos una nueva inspección a manos (o patas) de perros adiestrados. No se andan con tonterías en los aeropuertos bolivianos. Las pocas o ninguna ganas que hubiera podido tener de traerme droga de Bolivia, han desaparecido para siempre.
 Un largo vuelo nocturno, en el que apenas pude dormir, me dejó en Madrid. De allí me permití el lujo de tomar un AVE que me condujo hasta Huesca, tras más de tres semanas de aventuras y desventuras por lugares tan alejados de mi casa como cercanos a mi corazón.

3 comentarios:

Rufus dijo...

¡Gracias!

Tyrannosaurus dijo...

Una pena que los dioses del pototeo no permitieran una mejor despedida, aunque así siempre te queda un motivo para volver a repetir.

La verdad es que la visita a un cementerio no es algo que entusiasme. Como diría el maestro Nietzsche: "ha llegado la hora de preocuparse del mas acá y no del mas allá". Y un cementerio siempre nos recuerda la fragilidad y fugacidad de la vida, verdad que no por evidente, siempre resulta incomoda.

Cambiando de país y volviendo a Perú, ayer tuve oportunidad de visitar en Zaragoza en Caixaforum una esplendida exposición sobre el arte mochica. Me sorprendió gratamente la variedad y habilidad de los artistas peruanos. Ademas resulta curioso conocer otras culturas precolombinas, ya que parece que cuando hablamos de estas culturas en Perú siempre nos viene a la cabeza los incas, y sin embargo la cultura moche o mochica parece que fue mas duradera que la de los incas.

Rufus dijo...

Bolivia ofrece muchos atractivos, además del pototeo para volver.
Por mucho que queramos orillarla, la muerte siempre acaba llegando. Por eso no está de más irse familiarizando con ella para que no nos pille despistados.
La América prehispánica era un mosaico de pueblos bastante diverso. Afortunadamente, se han podido conservar muchas muestras de su arte.