martes, 3 de enero de 2017

LA PAZ

 El autobús no nos dejó en una terminal, sino en medio de una estrecha calle comercial. Lo que en principio supuso ciertos problemas de movilidad, se convirtió en una ventaja, ya que no estaba lejos de la casa de un amigo, donde iba a alojarme. Eso me permitió llegar andando tras un paseo de una media hora que transcurrió mayormente por la avenida principal de la ciudad. En mi primer contacto con La Paz, me di cuenta de que el nombre, muy bonito por cierto, no es acorde con el frenético y bullicioso ambiente de la ciudad.
 El piso de mi amigo estaba situado en la parte más noble de la ciudad, junto a las embajadas y la residencia del presidente de la nación (en este caso plurinación).
Estampa paceña
 A la mañana siguiente, mientras mi compañero trabajaba, me lancé a conocer la ciudad. Pero antes de ello quería dejar cerrado mi siguiente trayecto. Para ello me dirigí a la estación de autobuses que ofrecía un panorama desolador. La huelga que me impidió llegar a Copacabana por tierra, estaba extendida por todo el país, que tenía cortadas sus principales carreteras por furibundos huelguistas. Todas las rutas que salían de La Paz estaban anuladas. No se sabía cuánto iba a durar la acción colectiva de protesta (buen eufemismo) por lo que empecé a barajar otras opciones para alcanzar mi siguiente destino. Para ello me dirigí a la oficina de Boliviana de Aviación, que estaba a rebosar. Tras una larga espera me hice con un billete de avión que, aunque era bastante más caro que el de autobús, me iba a ahorrar más de 10 horas de travesía nocturna, algún que otro quebradero de cabeza e incluso quizá alguna amenaza a mi integridad física, habida cuenta que los huelguistas no se andaban con tonterías.
 A la hora de comer, cometí un pequeño, pero craso error al pedirme una cerveza con el menú, que me costó casi tanto como los dos platos y el postre. Recuerdo que hace un par de años conocí en Estambul a un zaragozano que se quejaba de que en Bolivia le habían tratado muy mal, y entre los agravios sufridos estaba el que en un bar le intentasen cobrar la cerveza a precio español. Mi experiencia en este viaje, amén de desmentir el mal trato al turista español (en mi caso fue todo lo contrario), sirvió para comprobar que la popular bebida fermentada es, comparativamente al resto de precios, muy cara en todos los lugares y para todos los públicos, sean autóctonos o de importación.
 La ciudad de La Paz se asienta en el fondo de un valle cuyas laderas se han ido poblando formando barrios cuyo nivel de humildad es proporcional a su altitud y distancia al centro. Para facilitar las comunicaciones entre estas barriadas con el resto de la ciudad, se ha construido un teleférico que no me quería ir sin probar. Me hice el recorrido completo de 2 de las 3 líneas y la verdad es que es una experiencia que merece la pena. Las vistas desde las cabinas sobre La Paz con las montañas al fondo son impresionantes.
Indescriptibles vistas desde el teleférico
 La vuelta al centro la hice andando, aprovechando para visitar una barbería y cortarme el pelo. 
 Para mí, viajar no sólo consiste en visitar momunentos y museos, sino también en hacer cosas cotidianas del día a día en otro contexto al que estoy acostumbrado. Mis temores acerca de la higiene en un local tan humilde desaparecieron cuando vi que el peluquero, en un alarde de profesionalidad, desinfectaba el material haciendo uso del fuego. Además me dio conversación y me dejó un corte que iba a causar sensación en la noche paceña. Desde luego que no se puede pedir más por 15 bolivianos (unos 2 euros).
 Ya por el centro, me encontré con una calle comercial y la seguí. Y si algo hay en la Paz son tiendas. En locales de edificios y en puestos improvisados. Si en una calle no paraba de encontrarme comercios especializados en ropas, a la vuelta de la esquina empezaban los puestos de comida, para pasar al rato a los de electrónica y llamándome poderosamente la atención la zona destinada a los remedios y objetos relacionados con la brujería, entre los que destacaban, y no precisamente por el buen rollo que me transmitían, los fetos de llama.  Tantas vueltas di siguiendo los diferentes gremios que acabé perdiéndome. Por suerte, en la Paz es muy fácil orientarse. Sólo hay que ir cuesta abajo para acabar llegando a la avenida principal que recorre longitudinalmente el valle que forma la ciudad.
Tiendas,gente, coches, y más tiendas.
 Para rematar mi conocimiento integral de la atmósfera paceña, me pasé por un local donde había visto anunciada una conferencia con el ambicioso título de "Conocer la causa de los problemas humanos, para así disolverlos". A pesar de que la mayoría de la gente estaría de acuerdo en disolver sus problemas, no pasaban de ocho los asistentes a la charla. Mi ilusión por encontrarme argumentos originales y sorprendentes se difuminó cuando la ponente se presentó como miembro de la Orden Rosacruz, una escuela de pensamiento de la que ya conocía sus planteamientos, al haber asistido a alguna conferencia de ellos en España. Aguanté pacientemente al final de la disertación, y abandoné la sala en cuanto vi que las preguntas de los asistentes eran contestadas siguiendo la "linea editorial" de la organización. "Cantaba" un poco irse estando tan poca gente, pero mi amigo me estaba esperando para cenar. 
 No estaba pasando un buen momento mi anfitrión, que al estrés de su trabajo y el ajetreo de la ciudad, se añadía el vivir a más de 3600 metros sobre el nivel del mar . Así que esa noche nos la tomamos con tranquilidad y aprovechamos para descansar. La Paz aún tenía mucho que ofrecerme al día siguiente.



2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Desde luego veo que el teleférico hace que el malogrado que pusieron aquí con motivo de la expo parezca un juego de niños.

Yo también opino que las ciudades encajadas en valles tienen su encanto. En la serie televisiva "narcos" se ofrecen unas espectaculares vistas de Medellin, aunque en este caso me temo que se trataría de turismo de alto riesgo, pues parece que los señores de la droga controlan barriadas enteras.

Te queda ilustrarnos con imágenes de ese corte de pelo que causaría furor en la noche paceña.

Rufus dijo...

La verdad es que es una auténtica maravilla el teleférico de La Paz. No solo por las vistas. La frecuencia es altísima, las cabinas pasan cada pocos segundos.
Me estás tentando con lo de Medellín, aunque lo de las barriadas controladas por los narcos no me cubica mucho.
No consigo meter un "selfie" que me hice al día siguiente. Si no lo incluyo en mi próxima entrada, ya te mandaré la foto.