jueves, 5 de octubre de 2017

SURCANDO EL ADRIÁTICO

  No quería abandonar Italia sin comerme un buen plato de pasta (original que es uno). Así que tras un exhaustivo escaneo por la ciudad, pude encontrar un restaurante con la cocina abierta a las 11 de la mañana, que además ofrecía precios ajustados.
  La carta contaba con nada menos que 12 tipos de espaguetis. Siguiendo mi arrriesgada política de innovación culinaria, aposté por unos desconocidos "Spaghetti alla Poveraccia". No es infrecuente en mis viajes que, al pedir un plato a ciegas, me encuentre con algunas sorpresas desagradables, destacando una sopa de tripas a la que me enfrenté en Rumanía. Esto se evitaría fácilmente preguntando al camarero qué lleva cada plato.
  Pero nada sustituye a la emoción de deleitarse con una maravilla gastronómica inesperada. En este caso no llegó a tanto, aunque la pasta acompañada de tomates a pedazos y alcaparras, servida con pan de focaccia pasó el corte con creces.
 Aunque el "desayuno" había sido bastante contundente, debía aprovisionarme para mi larga travesía marítima. Así que entré en un supermercado, que como era de esperar al estar abierto en domingo, estaba regentado por asiáticos (indios en este caso). Habiéndome conformado con cualquier cosa que me hubiese matado el gusanillo a bordo del barco, me encontré e hice acopio de un viejo conocido de mi etapa británica: el London Mix, aperitivo hindú tan sabroso como calórico, con lo que a Dios (en este caso Shiva) puse por testigo de que no volvería a pasar hambre en mi viaje.
 Absolutamente confiado, me presenté en el embarcadero una hora antes de la partida. Al mostrar el billete en la zona de embarque, el empleado me dijo que antes debía hacer el "check in" en la zona de registro, que estaba al otro lado del puerto, cerca de la entrada que había inspeccionado el día anterior, y a la que no pude acceder. Pero para eso estaba un autobús gratuito que hacía la ruta y que se cogía en una parada junto al embarcadero. Bueno, se supone, porque estuve un buen rato esperando y allí no aparecía nada ni remotamente parecido a un autobús, ni la marquesina mostraba ningún horario.
Arrivederci, Bari
  En mi misma situación estaba una pareja, con la que no tardé en contactar. Viendo que los minutos pasaban y no había ni rastro del autobús portuario, nos empezamos a poner tensos. El billete anunciaba que la facturación finalizaba una hora antes de la salida del barco, y ya habíamos cruzado el Rubicón.
 Viendome condenado a tener que quedarme más tiempo del esperado en el sur de Italia (vale, hay condenas peores...) paré un taxi  y les ofrecí a mis improvisados compañeros compartirlo. El taxista, parece que adivinando nuestra complicada situación se descolgó pidiéndonos 20 € por un trayecto de unos 3 km. El individuo de la pareja se negó en redondo, pero su compañera y yo le hicimos ver que perder el ferri sería mucho peor, así que se avino a negociar. "Logramos" que el taimado conductor nos hiciera el trayecto de ida, nos esperara y nos trajera por 15 €. Seguía siendo un atraco, pero al final, por 5 € nos asegurábamos no perder el barco.
 El "check in" no era otra cosa que llevar el billete impreso, entregarlo en la taquilla y recibir otro un poco más currado que permitía el acceso a bordo, para lo cual había que volver a la zona de embarque.  El por qué hace falta pasar ese trámite y recorrerte el puerto de arriba a abajo, en vez de hacerlo todo en el mismo sitio, lo desconozco. Aunque quizá sea para que individuos con pocos escrúpulos como nuestro taxista hagan negocio. No contento con lo que nos sacó a nosotros, a la vuelta cogió al vuelo a un par de pasajeros más que se unieron a nuestra carrera, sableándoles convenientemente, sin reducir nuestra gravosa tarifa.
 Mis improvisados compañeros estaban que trinaban. Venían del norte de Italia y les parecía fatal la informalidad que reina en el sur. A mí, a pesar de la inesperada "derrama", me hizo mucha gracia la situación.
 Ya no me hizo tanta que una vez a bordo del gigantesco ferri, se nos avisara de que iba a zarpar con 3 horas de retraso. La anterior ocasión que hice un trayecto marítimo de larga distancia salió puntual como un reloj. Claro, que esa vez fui de Alemania a Suecia...
Mobiliario espartano
 Siempre me han llamado la atención los grandes barcos. En este caso, la estampa desde el puerto del buque "Francesca"era imponente. No lo era tanto su interior, bastante austero, aunque muy amplio.
 Y a la fuerza tenía que serlo, porque allí no paraba de subir gente hasta que nos pusimos en marcha. Para ese momento, todos los bancos (duros e incómodos con ganas) estaban repletos y no eran pocos los pasajeros que viajaban tumbados en los pasillos.
 Las casi 8 horas de travesía a través del Adriático no se me hicieron muy pesadas, gracias a los paseos por el interior y la cubierta, además de las interesantes conversaciones con mis compañeros transalpinos.
Ocaso en el mar Adriático
 Ya era de noche cuando en lontananza se empezaron a vislumbrar las primeras luces de la ciudad albanesa de Durres. ¿Qué me esperaba en este misterioso país que ha estado tan aislado durante muchos años y del que tan poco se conoce? 
 Si al pensar en un albano kosovar me viene a la cabeza un temible guerrillero, ¿es entonces un albanés a secas medio guerrillero?
 ¿Lograría hacerme entender teniendo en cuenta que los albaneses no son muy políglotas y su lengua es absolutamente desconocida para mí? 
 Todas estas cavilaciones desaparecieron de un plumazo cuando al llegar al albergue, me atendió un simpático recepcionista en perfecto español (era uruguayo). Pronto me di cuenta de que lo más temible que me iba a encontrar en Albania iba a ser el ruidoso ventilador que, como si fuera una maldición que me perseguía, traqueteaba ruidosamente en mi habitación.
 

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Como bien dices, lo tuyo con los ventiladores lleva camino de ser maldición. Hace poco el presidente americano, Trump, se refirió al presidente norcoreano Kim Jong Un como rocket-man (hombre cohete), así que en tu caso creo que te adjudicaría el apodo de fan-man. Para estos casos, hay unos tapones de espuma para los oídos, que si bien no erradican del todo los sonidos molestos, los amortiguan bastante.

Espero ansioso tus crónicas, sobre la cercana, aunque en gran parte misteriosa Albania. Aparte de contar con mucha población musulmana y un pasado comunista, poco más conozco sobre Albania.

Rufus dijo...

Lo de los tapones ya lo he probado, pero no hay ninguno a prueba de ventiladores hiper-ruidosos como era el caso.
Las dos cosas son ciertas sobre Albania, aunque es un poco distinto al resto de estados ex-comunistas y muy diferente al resto de países musulmanes.