lunes, 27 de noviembre de 2017

HOSPITALIDAD ALBANESA: IGLESIAS CERRADAS Y CORAZÓN ABIERTO

  Mientras estábamos desayunando en el albergue, y ante la expectación del resto de los huéspedes, apareció nuestro compañero británico. No presentaba muy buena cara, pero  era mucho mejor de la que se espera de alguien que se haya pegado un trompazo sólo unas horas antes. Nos comentó que la noche anterior se había juntado con unos locales, había perdido la cuenta de las cervezas que bebió y que no se acordaba de nada más. Cuando le explicamos lo que le había sucedido, aparte de no saber dónde meter la cabeza, dijo que ahora se explicaba por qué tenía las rodillas enrojecidas. Limitadas consecuencias para tan aparatoso incidente.
Ya empezaba a familiarizarme con el idioma. Hasta entendía los letreros.

 Korcë ya estaba más que explorado, por lo que se imponía hacer alguna excursión. 
 La tarde anterior había preguntado en la oficina de turismo, donde ofrecían excursiones guiadas a precios astronómicos. Por ello se me abrió el cielo cuando mi compañera alemana comentó que tenía intención de visitar el cercano pueblo de Voskopojë. Se trata de una pequeña villa que en su día fue un gran centro cultural y religioso, albergando una buena cantidad de iglesias ortodoxas. Aunque yo sea más bien "heterodoso" me apetecía hacer algo en compañía, y más si era tan buena, ya que la teutona no tenía desperdicio. Como si no tuviera suficiente con ser alemana, además se trataba de una turista alternativa (preguntó si se podían visitar fábricas abandonadas), bloguera, políglota y buena conversadora.
 Para llegar al pueblo había que tomar una furgoneta en la zona oeste de Korcë. Como no teníamos muy claro dónde, preguntamos a una entrañable ancianita que, aunque no hablaba inglés, puso todo de su parte para hacerse entender e incluso nos acompañó andando un buen trecho hasta el lugar. Así da gusto.
 Si Voskopojé tuvo un periodo de esplendor, poco queda del mismo. Se trata de un pueblo muy pequeño, aunque con un número relativamente elevado de iglesias. Eso sí, estaban todas cerradas.
 Mi compañera tenía mucho interés en visitar alguna por dentro, así que no paró de preguntar hasta que nos encontramos a un venerable sacerdote que parecía sacado de otro tiempo. Su estética ascética, en la que destacaba una poblada barba cana, le otorgaba un elevado aire de respetabilidad. Además de ese porte, llevaba consigo la llave de una iglesia, que accedió a mostrarnos a nosotros y a un grupo de franceses. 
Interior de una iglesia ortodoxa

 Aunque el interior del templo estaba muy degradado, se podían encontrar un gran número de pinturas y frescos ortodoxos bastante destacables.
 Seguimos rastreando por el pueblo hasta que encontramos otra persona que nos abrió otra iglesia que, al igual que la anterior, había vivido mejores días. Por lo visto, en la época comunista la mayoría de templos habían sido destinado a usos menos sacros y más agresivos para su conservación.
 Más interesante fue un paseo que hicimos a un monasterio situado a unos 3 km del pueblo, más por el interés paisajístico de la zona de montaña que por el edificio en sí.
 A mediodía Voskopojë había dado de sí todo lo que tenía que dar. A falta de un horario regular de transporte, estuvimos pendientes en la plaza central para ver si aparecía alguna furgoneta de vuelta.
 Al poco rato, se paró un coche delante de nosotros y se ofreció a llevarnos. Nos subimos confiados y nos dejó en el centro de Korcë sin querer cobrarnos.
 No sería el único detalle de la hospitalidad que bendice estas tierras. Por la tarde se nos citó a los huéspedes del albergue a la mesa para celebrar la llegada de un contingente de jóvenes franceses y una pareja de albaneses.
 Mientras el cabeza de la familia anfitriona se esforzaba con su limitado inglés en conversar con los huéspedes foráneos, su hija no dejaba de sacar platos de deliciosa comida local, cortesía de la casa.
 Con el estómago lleno y y la moral alta tocaba darse un voltio por el festival de la cerveza. Esta vez fui acompañado del grupo de galos y de Adam, que como buen británico, seguía dispuesto a seguir bebiendo a pesar del escarmiento del día anterior. Eso sí, me encargó que lo vigilara y lo detuviese al llegar a la quinta consumición.
Korcë: ciudad cervecera

 No pudimos encontrar ninguna mesa libre, así que pululamos por los puestos bebiendo cervezas a gran ritmo.
 Ya llevaba mi compañero inglés 4 cervezas cuando le avisé de que estaba a una de pasar el Rubicón. Se dio por enterado y se pidió dos cervezas en su última auto-ronda. Así pudo beber más de las 5 estipuladas retorciendo al máximo nuestro contrato verbal. Eso sí, ya me comentó que al día siguiente, como era el último, no se iba a poner límites. Genio y figura.
 Aprovechando que aún estábamos razonablemente serenos nos volvimos al albergue. Al día siguiente me tocaba abandonar Albania. Aunque a primera vista no me había atraido demasiado, poco a poco, la hospitalidad de sus gentes y su atmósfera peculiar, hicieron que la idea de despedirme de estas tierras se me hiciese cuesta arriba.


 




 



lunes, 13 de noviembre de 2017

KORÇË: AL FINAL, CAYÓ EL GORDO

 Unos 20 minutos antes de la hora acordada, me presenté junto al solar del Qmal Stafa para tomar el transporte a mi siguiente destino. Se trataba de Korçë, una pequeña ciudad en el sureste de Albania.
 A pesar de mi adelanto, ya tenían todo preparado, y al verme llegar en lontananza me metieron prisa para que ocupara mi sitio en la furgoneta. Dado que el maletero estaba a tope, pusieron mi maleta en otro furgón. Al percibir mi rostro de inquietud, me tranquilizaron diciendo que íbamos todos juntos y que la recuperaría al final.
 Viendo lo poco que nos costó salir de la caótica capital, me di cuenta de que, a falta de unas circunvalaciones competentes, tiene sentido que haya en Tirana diferentes "estaciones" de "autobús" dependiendo del destino al que se dirijan.
 Yo era el único forastero de la expedición, por lo que no pude intervenir en las conversaciones y me mantuve serio ante las bromas del, parece que bastante gracioso, conductor.
 Una vez que me había alejado de la costa y había abandonado la capital, me daba la impresión de que nos estábamos internando en la Albania más profunda y genuina. Y eso se empezó a apreciar en detalles como el que al paso de un pueblo, el conductor de la furgoneta se detuviera para entregar un paquete en una tienda. O que nos parásemos junto a una sala de fiestas donde se bajaron unos ocupantes de la furgoneta, no sin antes descargar del maletero una gran cantidad de ornamentos que iban a decorar el local para albergar una boda. Sin olvidar el recoger a una pareja de ancianos al borde de la carretera para dejarlos en la villa más cercana.
 Así que el viaje fue de lo más entretenido, por lo que las 5 horas se me pasaron en un suspiro. El mismo que di cuando siendo ya el último pasajero de la ruta vi como, por arte de magia, el conductor sacaba de la parte trasera de la furgoneta mi maleta, que había partido de Tirana en otro vehículo. El único momento en el que se pudo producir el trasvase fue en una parada que hicimos en un área de servicio. Pero yo estuve casi todo el rato cerca de mi furgoneta y no vi nada. En este tipo de situaciones me daba cuenta de cuán indefenso estaba y de qué poco se aprovechaban de mi situación los honrados albaneses.
Catedral ortodoxa de Korçë
 Mi albergue no estaba situado muy lejos del centro (a unos 20 minutos andando), pero su entorno distaba de ser idílico. Se trataba de una zona industrial bastante inhóspita.
 Como un oasis en medio del árido desierto, el albergue era un lugar realmente acogedor. No sólo por su estilo, más parecido a una casa corriente, sino también por la amabilidad y calidez de la familia que lo regenta.
 No respondí de la forma más conveniente al generoso recibimiento de la hija, que me ofreció un licor local llamado raki, de que apenas probé un sorbo. Nunca he tolerado bien las bebidas de alta graduación y en este caso preferí pasar por descortés antes que tentar a la cirrosis. En todo caso, me llamó la atención esta bienvenida en un país mayoritariamente musulmán. 
 Pero lo del raki era pecata minuta, teniendo en cuenta que en esos días se estaba celebrando en la ciudad una especie de "Oktoberfest" a la albanesa. Afortunadamente, la "sharia" ni está ni se la espera.
Cualquier nicho de mercado es bueno

 Korçë es una ciudad de un tamaño similar al de Huesca. Como no es ésta una medida universal de superficie, aclararé que cuenta con unos 50.000 habitantes. 
 Aunque presenta algunos edificios religiosos destacables y alberga un museo en la primera escuela del país en la que se enseñó en albanés (antes se hacía en griego), no se puede decir que sea un lugar monumental. A pesar de ello, no deja de ser agradable pasear por sus tranquillas calles y bulevares.
Calentando motores

 Volví al albergue con la esperanza de reclutar compañía para desfasar un poco en la feria de la cerveza. Pero no hubo suerte. Mis dos compañeros de habitación eran una alemana que no ejercía como tal, poco amante de la cerveza, y un británico que honraba con creces su procedencia, pero había quedado ya con otra gente.
 El "Festa e Birrës" es uno de los mayores eventos del país. Durante 5 días se habían habilitado dos escenarios distintos con música en vivo y numerosos puestos de cerveza y comida. Junto a ellos se habían colocado un gran número de bancos y mesas corridas, ideales para fraternizar. 
Poco pude fraternizar yo, aparte de conmigo mismo. Así que me limité a darme un voltio por los dos escenarios y probar alguna de las cervezas, que aunaban una más que aceptable calidad y un precio imbatible.
 A pesar de que la música en vivo no me parecía muy interesante (Pop en albanés; hubiera preferido algo más tradicional) la fiesta presentaba un gran ambiente.
Se les apoderan las cervezas

 Entre tanta gente, mi soledad se hacía algo incómoda, así que no tardé en volverme a descansar. Esa era mi intención, que pude llevar a cabo hasta que nuestro compañero londinense empezó a hablar en sueños. Su estado onírico no debía estar siendo muy plácido, ya que pronto se empezó a mover en la cama. La tenue luz de la pieza me permitió vislumbrar cómo se iba acercando peligrosamente al borde de la litera superior.  Sin poder hacer nada por evitarlo, presencié cómo esos más de 100 kg de inglés ebrio caían a plomo sobre el suelo de la habitación, provocando un gran estruendo.
 Con el lógico impacto, mi primer pensamiento fue dudar entre si se había matado o sólo malherido. Algo parecido debió pensar la compañera alemana que dormía debajo de él y que, asustada, le preguntó si estaba bien.
 Tras unos segundos que parecieron horas, Adam balbuceó algo parecido a una respuesta. Por lo menos estaba vivo. Y tanto. Al poco rato se levantó del suelo e hizo una visita al retrete, tras lo cual, volvió a subir a la litera como si nada hubiera sucedido.
 Si impactante fue la escena nocturna, casi traumática fue la primera imagen del accidentado con la que me encontré nada más despertarme. Estaba profundamente dormido y como única prenda llevaba una camiseta. Por desgracia, ésta no se había estirado lo suficiente para ocultar ciertas partes de su anatomía que el decoro me impide nombrar.





jueves, 2 de noviembre de 2017

DE BÚNKER A BÚNKER Y TIRAN PORQUE LES TOCA

 Mi apretada jornada comenzaba con el clásico “free tour” por  Tirana. En pocas ciudades se pueden ver elementos tan variados como los que nos ofrecía el recorrido. A saber:  una mezquita, una iglesia católica donde se estaba oficiando una boda, el edificio del parlamento, una iglesia ortodoxa, una pirámide de arquitectura brutalista, una calle dedicada a George Bush padre, la antigua residencia del dictador Enver Hoxha, un trozo del Muro de Berlín y hasta un búnker. 
Pirámide de Tirana. Por razones obvias no es tan conocida como la de Keops

 Esto último que parece tan inusual, no es tan extraño, ya que en la época comunista, ante el temor a una invasión de un estado enemigo (podía ser casi cualquiera, que Hoxha era muy particular), el estado construyó cientos de miles de ellos. Se pueden ver en los lugares más insospechados, en el campo, en una playa, en una calle cualquiera en medio de la ciudad... La buena noticia es que nunca se tuvieron que utilizar. La mala es que costaron un ojo de la cara a un país que no andaba sobrado de dinero.
Búnker casi de juguete, comparado con el que visitaría esa tarde
 Una vez completado el recorrido, que me dio una imagen general de la ciudad, tan ecléctica como sorprendente, visité la Galeria Nacional de Arte.  Lo más interesante para mí fue la sección dedicada a la pintura de estilo socialista: grandes murales cuyo discutible mérito artístico se ve compensado por su gran fuerza expresiva. Parece mentira que alguien tan poco sospechoso de ser de izquierdas como yo, se vea atraído de tal manera por la estética, el arte y la arquitectura comunista.
 Cuando ya estaba a punto de empuñar la hoz para liderar una revolución campesina, me acordé de que tenía pendiente inspeccionar el lugar donde al día siguiente tenía que tomar el transporte para abandonar Tirana.  Se trataba de una explanada que se suponía situada junto al estadio de fútbol Qmal Stafa. El hecho de que lo hubieran demolido para construir uno nuevo, me despistó un poco, pero al fin pude llegar al sitio tras callejear por las inmediaciones. A falta de una estación de autobuses competente,  me encontré con un descampado sin asfaltar con algunas furgonetas aparcadas. Tuve la “genial” idea de preguntarle a un taxista si allí se tomaba el  transporte para Korçe. Rápidamente me ofreció solícito su vehículo a un precio astronómico.  Más conveniente fue la oferta que me hizo el conductor de una furgoneta que, ayudado por un adolescente que hizo de intérprete, me ofreció llevarme al día siguiente a mi destino por una tarifa más que razonable. Eso sí, el hecho de estar negociando con gente a la que no entendía ni papa y en un lugar llamado Qmal Stafa me hacía estar algo intranquilo.  
 No fue, ni mucho menos una "Stafa" mi siguiente adquisición. Por sólo 50 lek (unas 65 pesetas) pude saborear un helado de melocotón que es quizá el mejor que he probado en mi vida. Y hecho con auténtico "Prunus Persica" de los Balcanes, nada de imitaciones ni aromas artificiales.
 Hay quien dice que los grandes lujos sólo están al alcance de los potentados.  No es así. A los humildes se nos permite acceder a esta joya de la gastronomía a un precio irrisorio. Y a quién me diga que, aunque el helado sea barato, llegar a Tirana es caro, le puedo presentar mi billete de autobús que me dio acceso a la capital albanesa por 130 lek (menos de un euro). 
 Tomen nota amables lectores: Heladería Mango (con perdón), calle George W Bush  10 (disculpen los antiimperialistas), de Tirana (ídem para l@s feministas).
 Si antes he mencionado los búnkeres, ahora me tocaba visitar el mayor de ellos. Un refugio de 5 plantas y más de 100 habitaciones excavado en una colina a las afueras de la ciudad.
Entrada al Bunk´Art 1

 Si el Museo de Historia me había faltado algo de "Guerra Fría", en el Bunk´Art 1, me sumergí de lleno en ella. Un angosto pasillo conduce al visitante a unos cuartos en los que se explican diferentes aspectos de la construcción y uso del búnker, así como de la época comunista en general.  Se puede visitar la habitación destinada para refugio de Enver Hoxa, con el mobiliario original, e incluso un gran salón de actos para acoger reuniones del gobierno en pleno en caso de emergencia.
Interior del búnker

 Después de haber estado en un hermético y opresivo búnker, necesitaba algo de aire puro. Para ello, nada mejor que tomar un teléferico que, tras un largo y espectacular recorrido me dejó en la cima del Monte Dajti. Está situado en un parque nacional y cuenta con unas magníficas vistas sobre la ciudad.   
 No pude evitar hacer algo de senderismo en tan idílico entorno, que me sirvió para recuperar la paz interior tras unos días bastante movidos. Pero como la cabra siempre acaba tirando al monte, y en mis viajes me suelo complicar bastante la vida, me perdí por el bosque.  
 Acabé entrando en una zona militar, que para mayor canguelo, presentaba algunos búnkeres bastante degradados, pero siempre amenazantes.
Teleférico Dajti

 Pude salir de una pieza de tan inquietante lugar y tomar el teleférico de vuelta a Tirana sin novedad, aunque el día aún presentaría alguna sorpresa más.
 La primera, de corte agradable, fue que en el jardín del albergue se había montado tertulia. Además de los huéspedes, la reunión contaba con dos jóvenes albanesas que  los empleados habían conocido en una de sus habituales incursiones nocturnas. Una de ellas me sorprendió con un más que correcto español que, según me comentó, no había aprendido en clase, sino viendo series españolas en televisión. 
 Entré un momento al interior del albergue y escuché a la dueña gritando indignada. Pensaba que algún compañero había hecho alguna trastada. Pero lo que había sucedido es que un vecino, probablemente molesto por el ruido que generábamos, nos había lanzado un bote de champú vacío y un trozo de patata.
  A pesar de lo poco amenazador de semejantes "proyectiles", la propietaria llamó a la policía, que no tardó en venir. Al ver entrar a la pareja uniformada me vino a la cabeza la Sigurimi (temible policía política de la era comunista). Pero ni estos policias eran tan fieros, ni el "delito" era tan grave. Así que tomaron nota y se fueron pronto a solucionar asuntos de mayor calado.
 Por lo que me comentó un empleado, no era la primera vez que el albergue sufría estos ataques aéreos. Lástima que a Hoxha no se le hubiera ocurrido construir uno de sus miles de búnkeres en el jardín. A diferencia del resto, se le hubiera dado algo de uso.