jueves, 2 de noviembre de 2017

DE BÚNKER A BÚNKER Y TIRAN PORQUE LES TOCA

 Mi apretada jornada comenzaba con el clásico “free tour” por  Tirana. En pocas ciudades se pueden ver elementos tan variados como los que nos ofrecía el recorrido. A saber:  una mezquita, una iglesia católica donde se estaba oficiando una boda, el edificio del parlamento, una iglesia ortodoxa, una pirámide de arquitectura brutalista, una calle dedicada a George Bush padre, la antigua residencia del dictador Enver Hoxha, un trozo del Muro de Berlín y hasta un búnker. 
Pirámide de Tirana. Por razones obvias no es tan conocida como la de Keops

 Esto último que parece tan inusual, no es tan extraño, ya que en la época comunista, ante el temor a una invasión de un estado enemigo (podía ser casi cualquiera, que Hoxha era muy particular), el estado construyó cientos de miles de ellos. Se pueden ver en los lugares más insospechados, en el campo, en una playa, en una calle cualquiera en medio de la ciudad... La buena noticia es que nunca se tuvieron que utilizar. La mala es que costaron un ojo de la cara a un país que no andaba sobrado de dinero.
Búnker casi de juguete, comparado con el que visitaría esa tarde
 Una vez completado el recorrido, que me dio una imagen general de la ciudad, tan ecléctica como sorprendente, visité la Galeria Nacional de Arte.  Lo más interesante para mí fue la sección dedicada a la pintura de estilo socialista: grandes murales cuyo discutible mérito artístico se ve compensado por su gran fuerza expresiva. Parece mentira que alguien tan poco sospechoso de ser de izquierdas como yo, se vea atraído de tal manera por la estética, el arte y la arquitectura comunista.
 Cuando ya estaba a punto de empuñar la hoz para liderar una revolución campesina, me acordé de que tenía pendiente inspeccionar el lugar donde al día siguiente tenía que tomar el transporte para abandonar Tirana.  Se trataba de una explanada que se suponía situada junto al estadio de fútbol Qmal Stafa. El hecho de que lo hubieran demolido para construir uno nuevo, me despistó un poco, pero al fin pude llegar al sitio tras callejear por las inmediaciones. A falta de una estación de autobuses competente,  me encontré con un descampado sin asfaltar con algunas furgonetas aparcadas. Tuve la “genial” idea de preguntarle a un taxista si allí se tomaba el  transporte para Korçe. Rápidamente me ofreció solícito su vehículo a un precio astronómico.  Más conveniente fue la oferta que me hizo el conductor de una furgoneta que, ayudado por un adolescente que hizo de intérprete, me ofreció llevarme al día siguiente a mi destino por una tarifa más que razonable. Eso sí, el hecho de estar negociando con gente a la que no entendía ni papa y en un lugar llamado Qmal Stafa me hacía estar algo intranquilo.  
 No fue, ni mucho menos una "Stafa" mi siguiente adquisición. Por sólo 50 lek (unas 65 pesetas) pude saborear un helado de melocotón que es quizá el mejor que he probado en mi vida. Y hecho con auténtico "Prunus Persica" de los Balcanes, nada de imitaciones ni aromas artificiales.
 Hay quien dice que los grandes lujos sólo están al alcance de los potentados.  No es así. A los humildes se nos permite acceder a esta joya de la gastronomía a un precio irrisorio. Y a quién me diga que, aunque el helado sea barato, llegar a Tirana es caro, le puedo presentar mi billete de autobús que me dio acceso a la capital albanesa por 130 lek (menos de un euro). 
 Tomen nota amables lectores: Heladería Mango (con perdón), calle George W Bush  10 (disculpen los antiimperialistas), de Tirana (ídem para l@s feministas).
 Si antes he mencionado los búnkeres, ahora me tocaba visitar el mayor de ellos. Un refugio de 5 plantas y más de 100 habitaciones excavado en una colina a las afueras de la ciudad.
Entrada al Bunk´Art 1

 Si el Museo de Historia me había faltado algo de "Guerra Fría", en el Bunk´Art 1, me sumergí de lleno en ella. Un angosto pasillo conduce al visitante a unos cuartos en los que se explican diferentes aspectos de la construcción y uso del búnker, así como de la época comunista en general.  Se puede visitar la habitación destinada para refugio de Enver Hoxa, con el mobiliario original, e incluso un gran salón de actos para acoger reuniones del gobierno en pleno en caso de emergencia.
Interior del búnker

 Después de haber estado en un hermético y opresivo búnker, necesitaba algo de aire puro. Para ello, nada mejor que tomar un teléferico que, tras un largo y espectacular recorrido me dejó en la cima del Monte Dajti. Está situado en un parque nacional y cuenta con unas magníficas vistas sobre la ciudad.   
 No pude evitar hacer algo de senderismo en tan idílico entorno, que me sirvió para recuperar la paz interior tras unos días bastante movidos. Pero como la cabra siempre acaba tirando al monte, y en mis viajes me suelo complicar bastante la vida, me perdí por el bosque.  
 Acabé entrando en una zona militar, que para mayor canguelo, presentaba algunos búnkeres bastante degradados, pero siempre amenazantes.
Teleférico Dajti

 Pude salir de una pieza de tan inquietante lugar y tomar el teleférico de vuelta a Tirana sin novedad, aunque el día aún presentaría alguna sorpresa más.
 La primera, de corte agradable, fue que en el jardín del albergue se había montado tertulia. Además de los huéspedes, la reunión contaba con dos jóvenes albanesas que  los empleados habían conocido en una de sus habituales incursiones nocturnas. Una de ellas me sorprendió con un más que correcto español que, según me comentó, no había aprendido en clase, sino viendo series españolas en televisión. 
 Entré un momento al interior del albergue y escuché a la dueña gritando indignada. Pensaba que algún compañero había hecho alguna trastada. Pero lo que había sucedido es que un vecino, probablemente molesto por el ruido que generábamos, nos había lanzado un bote de champú vacío y un trozo de patata.
  A pesar de lo poco amenazador de semejantes "proyectiles", la propietaria llamó a la policía, que no tardó en venir. Al ver entrar a la pareja uniformada me vino a la cabeza la Sigurimi (temible policía política de la era comunista). Pero ni estos policias eran tan fieros, ni el "delito" era tan grave. Así que tomaron nota y se fueron pronto a solucionar asuntos de mayor calado.
 Por lo que me comentó un empleado, no era la primera vez que el albergue sufría estos ataques aéreos. Lástima que a Hoxha no se le hubiera ocurrido construir uno de sus miles de búnkeres en el jardín. A diferencia del resto, se le hubiera dado algo de uso.
 
 
 
 

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Deduzco que el nivel de inglés en Albania es bastante aceptable, así que como comentas en algún caso incluso se habla español.

Qmal Stafa tiene todas las papeletas, aunque sea un lugar, para ingresar en el selecto club del turismo nominal. Y lo de la calle George W Bush me deja pasmado. Siempre me ha parecido de dudoso gusto poner a las calles nombres de políticos. Si son locales aun se podría llegar a entender pero poner el nombre de un político extranjero ya se supone que es rizar el rizo. Y es que ir a un país con pasado comunista y encontrarse el nombre de una calle de un ex-presidente de Estados Unidos me parece una situación que roza el surrealismo y que sería un buen argumento para una película de Berlanga.

Rufus dijo...

El nivel de inglés en Albania es bastante aceptable en la gente joven. De 40 años para arriba es otra cosa. Como en España, para qué nos vamos a engañar.
La calle se le dedicó a George Bush porque hizo una visita a Tirana. Aunque sólo fuera de unas horas, para el país fue todo un acontecimiento, tras tantos años de aislamiento.
Precisamente el pasado comunista, con muchas más sombras que luces hace que el capitalismo sea algo muy apreciado en la población albanesa.