lunes, 13 de noviembre de 2017

KORÇË: AL FINAL, CAYÓ EL GORDO

 Unos 20 minutos antes de la hora acordada, me presenté junto al solar del Qmal Stafa para tomar el transporte a mi siguiente destino. Se trataba de Korçë, una pequeña ciudad en el sureste de Albania.
 A pesar de mi adelanto, ya tenían todo preparado, y al verme llegar en lontananza me metieron prisa para que ocupara mi sitio en la furgoneta. Dado que el maletero estaba a tope, pusieron mi maleta en otro furgón. Al percibir mi rostro de inquietud, me tranquilizaron diciendo que íbamos todos juntos y que la recuperaría al final.
 Viendo lo poco que nos costó salir de la caótica capital, me di cuenta de que, a falta de unas circunvalaciones competentes, tiene sentido que haya en Tirana diferentes "estaciones" de "autobús" dependiendo del destino al que se dirijan.
 Yo era el único forastero de la expedición, por lo que no pude intervenir en las conversaciones y me mantuve serio ante las bromas del, parece que bastante gracioso, conductor.
 Una vez que me había alejado de la costa y había abandonado la capital, me daba la impresión de que nos estábamos internando en la Albania más profunda y genuina. Y eso se empezó a apreciar en detalles como el que al paso de un pueblo, el conductor de la furgoneta se detuviera para entregar un paquete en una tienda. O que nos parásemos junto a una sala de fiestas donde se bajaron unos ocupantes de la furgoneta, no sin antes descargar del maletero una gran cantidad de ornamentos que iban a decorar el local para albergar una boda. Sin olvidar el recoger a una pareja de ancianos al borde de la carretera para dejarlos en la villa más cercana.
 Así que el viaje fue de lo más entretenido, por lo que las 5 horas se me pasaron en un suspiro. El mismo que di cuando siendo ya el último pasajero de la ruta vi como, por arte de magia, el conductor sacaba de la parte trasera de la furgoneta mi maleta, que había partido de Tirana en otro vehículo. El único momento en el que se pudo producir el trasvase fue en una parada que hicimos en un área de servicio. Pero yo estuve casi todo el rato cerca de mi furgoneta y no vi nada. En este tipo de situaciones me daba cuenta de cuán indefenso estaba y de qué poco se aprovechaban de mi situación los honrados albaneses.
Catedral ortodoxa de Korçë
 Mi albergue no estaba situado muy lejos del centro (a unos 20 minutos andando), pero su entorno distaba de ser idílico. Se trataba de una zona industrial bastante inhóspita.
 Como un oasis en medio del árido desierto, el albergue era un lugar realmente acogedor. No sólo por su estilo, más parecido a una casa corriente, sino también por la amabilidad y calidez de la familia que lo regenta.
 No respondí de la forma más conveniente al generoso recibimiento de la hija, que me ofreció un licor local llamado raki, de que apenas probé un sorbo. Nunca he tolerado bien las bebidas de alta graduación y en este caso preferí pasar por descortés antes que tentar a la cirrosis. En todo caso, me llamó la atención esta bienvenida en un país mayoritariamente musulmán. 
 Pero lo del raki era pecata minuta, teniendo en cuenta que en esos días se estaba celebrando en la ciudad una especie de "Oktoberfest" a la albanesa. Afortunadamente, la "sharia" ni está ni se la espera.
Cualquier nicho de mercado es bueno

 Korçë es una ciudad de un tamaño similar al de Huesca. Como no es ésta una medida universal de superficie, aclararé que cuenta con unos 50.000 habitantes. 
 Aunque presenta algunos edificios religiosos destacables y alberga un museo en la primera escuela del país en la que se enseñó en albanés (antes se hacía en griego), no se puede decir que sea un lugar monumental. A pesar de ello, no deja de ser agradable pasear por sus tranquillas calles y bulevares.
Calentando motores

 Volví al albergue con la esperanza de reclutar compañía para desfasar un poco en la feria de la cerveza. Pero no hubo suerte. Mis dos compañeros de habitación eran una alemana que no ejercía como tal, poco amante de la cerveza, y un británico que honraba con creces su procedencia, pero había quedado ya con otra gente.
 El "Festa e Birrës" es uno de los mayores eventos del país. Durante 5 días se habían habilitado dos escenarios distintos con música en vivo y numerosos puestos de cerveza y comida. Junto a ellos se habían colocado un gran número de bancos y mesas corridas, ideales para fraternizar. 
Poco pude fraternizar yo, aparte de conmigo mismo. Así que me limité a darme un voltio por los dos escenarios y probar alguna de las cervezas, que aunaban una más que aceptable calidad y un precio imbatible.
 A pesar de que la música en vivo no me parecía muy interesante (Pop en albanés; hubiera preferido algo más tradicional) la fiesta presentaba un gran ambiente.
Se les apoderan las cervezas

 Entre tanta gente, mi soledad se hacía algo incómoda, así que no tardé en volverme a descansar. Esa era mi intención, que pude llevar a cabo hasta que nuestro compañero londinense empezó a hablar en sueños. Su estado onírico no debía estar siendo muy plácido, ya que pronto se empezó a mover en la cama. La tenue luz de la pieza me permitió vislumbrar cómo se iba acercando peligrosamente al borde de la litera superior.  Sin poder hacer nada por evitarlo, presencié cómo esos más de 100 kg de inglés ebrio caían a plomo sobre el suelo de la habitación, provocando un gran estruendo.
 Con el lógico impacto, mi primer pensamiento fue dudar entre si se había matado o sólo malherido. Algo parecido debió pensar la compañera alemana que dormía debajo de él y que, asustada, le preguntó si estaba bien.
 Tras unos segundos que parecieron horas, Adam balbuceó algo parecido a una respuesta. Por lo menos estaba vivo. Y tanto. Al poco rato se levantó del suelo e hizo una visita al retrete, tras lo cual, volvió a subir a la litera como si nada hubiera sucedido.
 Si impactante fue la escena nocturna, casi traumática fue la primera imagen del accidentado con la que me encontré nada más despertarme. Estaba profundamente dormido y como única prenda llevaba una camiseta. Por desgracia, ésta no se había estirado lo suficiente para ocultar ciertas partes de su anatomía que el decoro me impide nombrar.





3 comentarios:

Immortelle dijo...

Alfonsooo!!! Soy Soraya. He llamado a tu trabajo y no estabas...

Tyrannosaurus dijo...

Decía el filósofo Nietzsche: "la valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que le es posible soportar". Y es que hacer un viaje al extranjero con la compañía de uno mismo requiere grandes dosis de audacia y espíritu aventurero. Supongo que el inglés sería la única manera de interactuar con la población local, y por lo que he leído en los carteles, me ha parecido encontrar ciertas similitudes entre el albanés y el rumano.

Al final cayó el gordo, y en este caso, a diferencia el de Navidad mejor que les tocara a otros (o a nadie) y no te cayera encima.

Rufus dijo...

Soraya, te contesto en privado a tu cuestión.
Tyrannosaurus: Realmente no sé si el albanés es similar al rumano. En todo caso, tampoco me sirve de mucho, habida cuenta de mi escaso conocimiento del segundo. El inglés servía para hablar con la gente joven. De todas formas, lo más importante a la hora de comunicarse es la buena voluntad. Y la gente albanesa pone la mejor para entenderse con el turista.
Si me hubiera caído Adam encima no sé si ahora estaría escribiendo estas líneas.