miércoles, 21 de febrero de 2018

SALÓNICA

   Mi habitual estrategia de buscar alojamientos cerca de la estación de llegada a una ciudad, se vio impedida por la gran distancia de la terminal de Salónica respecto al centro. Ello me obligó a tomar un autobús urbano al que se le sumó casi media hora de sofocante paseo bajo el tórrido sol heleno.
 No era fácil encontrar el albergue, situado en una zona antigua de la ciudad. De ello da fe que mientras buscaba mi destino, una angelical tinajera cargada con un maletón que la podría contener, me preguntó cómo llegar al "Studios Arabas" que casualmente era el alojamiento al que yo me dirigía.
 En su caso su estancia iba a ser más prolongada que la mía, ya que la joven suiza iba a trabajar en el albergue.
 Mientras la dejé tomando el pulso a su nuevo trabajo, yo hice lo propio con la ciudad. Y la primera impresión no pudo ser más desafortunada. Mi camino de inspección por la zona de la estación discurrió por calles desangeladas, llenas de grafittis y suciedad. Ya estaba empezando a echar de menos Kavala cuando llegué a un paseo marítimo y la cosa empezó a mejorar dramáticamente.
 Aparte de la enjundia que da el mar a toda ciudad que baña, Salónica presenta numerosos vestigios de su denso y turbulento pasado, con restos de la Antigua Grecia y Roma, iglesias ortodoxas, sinagogas, construcciones otomanas...
 Especialmente interesante y relajante fue el paseo por el casco antiguo, auténtico laberinto de callejuelas tan estrechas como sugerentes. En sus inmediaciones me encontré con la casa natal de Ataturk que, curiosamente, fue el impulsor de la modernización de Turquía y su primer presidente. Evidentemente, las fronteras de la región han cambiado bastante en el último siglo.
Vistas sobre la bahía

 En la habitación del albergue, amén de otros 5 huéspedes, me esperaba un amenazador ventilador que, cual espada de Damocles pendía colgando del techo sobre mi cama. Afortunadamente pude manipularlo para encontrar el equilibrio entre eficiencia frigorífica y ruido soportable, por lo que "sólo" habría de preocuparme de los potenciales ronquidos de mis compañeros. Entre ellos me llamó la atención uno que además de ser compatriota (era catalán) destacaba por su aspecto perroflautístico. Esa tan discutible estética, que todavía canta más pasados los 40, como era el caso, no me impidió descubrir que se trataba de un personaje simpático e interesante. Tomé nota de su recomendación. Según él, la zona de Exarchía era la más recomendable en Atenas. Curiosamente, Christina, mi anterior anfitriona, me dijo que la evitara a toda costa. ¿Quién tendría razón? La respuesta llegará en las siguientes entradas.
 A la mañana siguiente tenía previsto empezar mi ruta con un tour gratuito. Sobreestimé mi sentido de la orientación y, a pesar de desplegar mi poderosa zancada una vez que me aclaré con la ruta a seguir, llegué tarde al lugar de encuentro.
 Nada mejor para superar el disgusto que aprovechar un pase turístico que me había regalado un compañero del albergue para visitar gratuitamente la Torre Blanca. Se trata de una estructura otomana  que ofrece en su azotea una privilegiada vista sobre el paseo marítimo.
Torre Blanca

  Desde allí no pude evitar dirigirme al Museo Olímpico que, para mi decepción, tenía cerrado el acceso a sus salas debido a un problema con el aire acondicionado. No coló que le expusiera a la recepcionista mi alta resistencia a las altas temperaturas, así que me tuve que conformar con una exposición temporal situada a la entrada con objetos de deportistas griegos de las olimpiadas de Río 2016. Teniendo en cuenta que esta visita también me salió gratis, tampoco puedo decir que me saliera del todo mal la jugada.
 Ya tuve que estirarme un poco (5 €, que tampoco me sacaron de rico) para entrar al Museo Judío de Salónica. Mas allá de las simpatías que el sionismo pueda despertar en mí, la visita encerraba una razón sentimental. No en vano, durante varios siglos la ciudad albergó una importantísima colonia de judíos sefardíes. Éstos mantuvieron su lengua y sus costumbres a pesar de hallarse a tantos kilómetros de Sefarad, que es como llamaban a su antigua patria española, de la que fueron expulsados en 1492. Para que nos hagamos una idea de su importancia, a principios del siglo XX, más de la mitad de la población de Salónica era sefardí. 
 Si esa colonia es hoy algo testimonial es, sobre todo, debido a los estragos que la invasión alemana produjo en la comunidad judía local en la Segunda Guerra Mundial.
Museo Judío de Salónica

 Mientras esperaba a que abrieran el museo, entablé conversación con un par de israelitas que se extrañaron de que un gentil lo visitara. Cuando les comenté mi origen, me comentaron, totalmente en serio, que España empezó su declinar como imperio a causa de la expulsión de los judíos. Teniendo en cuenta que eso sucedió el mismo año en que Colón arribó a América, se puede decir que, como mínimo, es una teoría discutible.
 Igualmente emotivo, aunque por razones muy distintas fue mi incursión en el Pabellón Nikos Gallis, al que me costó bastante encontrar, tanto por su nula señalización como por el hecho de que estuviera semioculto entre una densa arboleda. Vi una puerta abierta y me metí como Nikos por su casa. Me encontré con un guardia de seguridad que no puso ningún problema para que accediera a la pista.  A pesar de que el recinto estaba vacío, no me costó imaginarme las gradas abarrotadas de fogosos hinchas animando fervorosamente (e insultando aún más fervorosamente a sus rivales) a los Gallis, Yannakis y compañía.
Lástima no haber llevado encima un balón

 Aproveché una visita a un supermercado cercano a mi albergue para seguir profundizando en mi conocimiento de la gastronomía local. Me llamó la atención una tarrina que contenía una vistosa pasta de bonito color rosado llamada Taramosalata. Craso error, ya que me enteré a posteriori de que estaba hecha a base de huevas de pescado y tenía un sabor muy fuerte y desagradable para mi selecto paladar. Menos mal que una excelente sidra griega me ayudó a pasar el trance .
Arco de Galerio

 Esta vez calculé mejor y me pude sumar al turno de tarde del tour gratuito. La verdad es que con tanto y tan variado legado monumental, al simpático guía no le faltaron argumentos para vendernos Salónica como la gran ciudad histórica que es. Y eso a pesar de algunos desmanes como el de rodear completamente de rascacielos un yacimiento romano, y no contentos con ello, apurar al máximo apoyando las columnas de uno de los edificios en tan valioso resto histórico. Por lo que nos comentó el guía, en Grecia, la conservación de su vastísimo patrimonio no siempre ha sido la mejor, y esto era buena prueba de ello.
Las clásicas columnas griegas

 Una vez que acabó el recorrido, me hice el encontradizo con una albanesa que había formado parte de la comitiva. No tardamos en adoptar a otras dos ex-compañeras que aún no se habían desperdigado para formar un improvisado cuarteto en busca de un lugar donde cenar en buena y novedosa compañía.  Acabamos en una agradable taberna del casco viejo donde servían deliciosa comida tradicional. La albanesa dio una de cal y otra de arena. Primero pidió 4 platos (quería probar un poco de todo) que, evidentemente no se pudo terminar y a los que el resto de comensales pudimos gustosamente finiquitar. La conversación derivó a la política y acabó surgiendo el monotema, del que no me pude librar ni en Grecia. Ella había pasado 10 días en Cataluña y su punto de vista no admitía dudas. Los catalanes (así en general) se querían independizar y Madrid no les dejaba. Mientras expuse mi punto de vista, que matizaba bastante sus tesis, entendí que si una albanesa ya talludita era proindependentista tras pasar poco más de una semana en Mollerusa, cuánta mayor influencia recibirá un niño sometido a la inmersión. Algo que suena tan asfixiante no puede ser, en mi opinión, ni mucho menos pedagógico, amén de otros efectos secundarios adversos.
 Casualmente, dos de mis improvisadas compañeras pernoctaban en mi albergue, así que nos despedimos de la albano-catalana y nos retiramos a nuestros cuarteles de verano. Aún tuve allí algo de conversación con mis compañeros de cuarto antes de dormir. Al día siguiente tocaba proseguir viaje. La mítica ciudad de Salónica no me había defraudado en absoluto. Pero Grecia aún tenía mucho más que ofrecerme.
 




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Alfonso, me gusta mucho leer tu blog!!
Un fuerte abrazo de un catalan - albanés! ;)
Jordi

Rufus dijo...

Moltes Gracies Jordi!

Aún me encontré algún catalán más (esta vez sin el componente albanés) en mi viaje. Lo contaré en próximas entradas.

Un abrazo para ti, la Eli y los nens.

Zamorano dijo...

Gran entrada, como suele ser tónica habitual en tu Blog. Me sorprende que, pese a encontrarte muchas veces con odiosos ventiladores de techo en tus escapadas, sigues resistiéndote estoicamente a acudir a alojamientos más lujosos, muy admirable, yo sería incapaz de viajar con esas limitaciones. Que sigan bien los viajes, permaneceremos atentos. Espero que en los regresos a la patria puedas disfrutar como recompensa de sendos vasos de leche de oveja Gaza.

Saludos!

Rufus dijo...

¡Gracias Zamorano! A veces también me planteo mi política de alojamientos baratos. Pero para viajar solo y conocer gente es mucho mejor un albergue. Quizá la clave sea viajar en un mes menos caluroso para evitar los temidos ventiladores.
Desafortunadamente no es fácil de encontrar la leche de oveja Gaza en Huesca. Pero en cuanto la vea, iré a por ella.
Un saludo.