sábado, 22 de septiembre de 2018

DÜSSELDORF

 Mi siguiente jalón en la ruta hacia Holanda, tenía tres candidatos. Düsseldorf, Bonn y Colonia. Ésta última fue descartada porque no encontré albergues disponibles. Las otras dos estaban más o menos empatadas, pero tuve la "feliz" idea de visitar una página de viajeros donde una lectora mostró su amor incondicional a Düsseldorf. Viendo cómo hablaba de ella, parecía que sería algo así como la Florencia del Rin. Además, el alojamiento me salía algo más barato que el de Bonn. Al elegir la primera opción, pensaba que había hecho una jugada maestra.
 Esta sensación se acrecentó cuando nuestro autobús atravesó en su ruta la ciudad de Colonia y pude ver de pasada su imponente catedral que, por lo que decía la misma página web anteriormente citada, era casi lo único que valía la pena de dicha localidad. Había conseguido hacer un "2 x 1" clarísimo.
 Sentada junto a mí, viajaba una joven alemana con cierto aire de cansancio. No era para menos, ya que me explicó que había partido de Budapest y llevaba tropecientas horas de travesía. A pesar de mis esfuerzos por ser un niunclavelista de categoría, siempre hay quien llega más allá.
"Huele" a los 70 que echa para atrás

 La primera impresión que me dieron las calles de Düsseldorf fue más bien anodina. Algo más impactante, aunque no muy positivamente, fue el descubrir el chamizo que había elegido para hacer noche. Se trataba de un edificio de varias plantas sin ningún letrero o advertencia que le hiciera parecer un alojamiento.
 A la llamada al portero automático, acudió un joven de rasgos asiáticos que me hizo esperar en una sala con una decoración bastante peculiar. Para que los cinéfilos lectores del blog se hagan una idea, el mobiliario me recordaba bastante al "Korova Milk Bar", que aparece al comienzo de la película "La Naranja Mecánica", aunque todavía con peor gusto.
  Estaba a punto de pedirme una leche-plus, cuando el empleado me hizo subir al piso superior.
¿Dónde me he metido?
Allí me encontré el alojamiento más inclasificable que haya videado en toda mi vida.
 Nada más entrar, había una habitación con dos literas y un balcón a la calle. Esta pieza contaba con una puerta que daba acceso a otro cuarto con 1 litera. Entre las camas que la formaban, apenas había medio metro de holgura. Aquí contábamos con una puerta que daba acceso a un minúsculo cuarto de baño. Éste contaba con retrete y ducha, pero no lavabo. El cuarto de baño tenía otra puerta que daba acceso a otra habitación en la que había una cama de matrimonio, una cocina totalmente desfasada (calculo que lo último que se cocinó en ella fue pagado en marcos) y una terraza muy grande con muy buenas vistas.
 Esta distribución tan poco convencional tenía las siguientes consecuencias:
 -Para acceder a dos de las habitaciones, había que pasar por otras distintas, con las molestias consiguientes.
 -Había que cerrar las dos puertas del baño para evitar ser "sorprendido". Pero si al salir te dejabas una cerrada, bloqueabas el flujo de huéspedes del otro lado de la misma.
 -Para hacer uso de la terraza grande había que atravesar la habitación de la cama de matrimonio.
 En resumen: una distribución desastrosa, carente de toda lógica y funcionalidad.
 Al ver la cama de matrimonio desocupada, tomé posesión de ella. No tardó en venir una huésped no muy bien encarada a desalojarme. Así que me conformé con la habitación con dos literas, eligiendo la superior. No lo suelo hacer, pero en este caso, la inferior resultaba algo claustrofóbica.
 Zonas comunes, conexión wifi, taquillas...no estaban, ni se las esperaban.
 Cerca del "albergue"(he leído comentarios que afirman que era un lupanar reacondicionado y me lo creo) había una oficina de turismo (buena señal) donde me hice con un mapa. A pesar de este buen indicio, mis primeros pasos por la ciudad fueron bastante decepcionantes. Baste el dato de que tardé más de una hora de paseo en sacar a que le diera el aire a mi máquina de fotos.
 En las proximidades del Rin, se empezó a animar la cosa y pude, por fin, encontrarme con algunas calles con cierto interés turístico e histórico. Pero al igual que le pasó a Fráncfort, no quedó mucho en pie tras la Segunda Guerra Mundial.
Esto ya parece Alemania

 Como detalle curioso, me encontré con lo que se denomina "la barra de bar más larga del mundo", que no es otra cosa que un conjunto de bares que copan los dos lados de una calle. Todos ellos cuentan con mesas en la acera donde la gente se toma, de pie, una cerveza oscura, muy típica de la zona. No pude evitar la tentación y la probé. Es una cerveza bastante fuerte, lo que sumado a la cantidad de "esponjas" que pueblan las tierras germanas, hace pensar que en este lugar se pillen unas cogorzas de aúpa.
Les gusta, les gusta beber

 Dado que la parte antigua me había dejado un poco frío, probé con otra más moderna. Se trata de un conjunto de edificios vanguardistas cerca del puerto. Algunos son bastante curiosos y originales.
¡Qué majetes los moñacos!

 La aparentemente civilizada y tranquila ciudad diurna, dio paso a otra un poco más agitada por la noche. Por los alrededores de la estación de tren merodeaban pedigüeños borrachines. En un intento de confundirme con el paisaje, y a la vez catar productos locales, accedí a un kiosko que vendía cervezas. Allí  me hice con una botella de medio litro por la irrisoria cantidad de 60 céntimos. ¡Así da gusto embriagarse!
 Viendo que la cantidad de potenciales pendencieros aumentaba, me volví a mi extraña, pero en ese momento deseada morada, donde dormí bastante bien, a pesar de lo poco que prometía.
 A la mañana siguiente, le di otra vuelta a la ciudad, ya sin vagabundos a la vista. Se trata de un lugar agradable, pero de escaso interés turístico. Definitivamente la persona que publicó en la página de internet debía de tener acciones en la oficina de turismo dusseldorfina.
Como última curiosidad, en un mercado local me compré dos manzanas que tenían un aspecto estupendo y un sabor aún mejor. Eso sí, cada una me costó un euro.
  Un país donde una manzana cuesta casi el doble que una cerveza de medio litro, se lo tendría que hacer mirar.
 En el apeadero de autobuses se repitieron las escenas de improvisación y desconcierto que se habían dado en Fráncfort. Pero a estas alturas del viaje, y a punto de abandonar Alemania, me di cuenta de que en un país de más de 80 millones de personas, tiene que haber sitio para todos (desde ingenieros eficientes a caóticos buscavidas) y para todo (ya sean pulcros edificios o establecimientos de dudosa reputación). 
 Así pues, no importa el tópico que se aplique a los alemanes, sean positivos o negativos. Todos serán ciertos en alguna medida.
¿Quién dijo que los alemanes era fríos y secos?


jueves, 6 de septiembre de 2018

FRÁNCFORT DEL MENO

  Habida cuenta de que apenas me quedaba una semana de vacaciones, no podía irme muy lejos en mi siguiente destino. Tras una exhaustiva criba, en el último cedazo aparecían dos posibles destinos: Holanda y Marruecos. Éste último lo acabé descartando por motivos energéticos. A esas alturas del mes, llevaba bastante tute viajero. 
 Un país como Marruecos, donde manda el regateo y numerosos personajes locales están dispuestos a "ayudarte" aunque no quieras, exige unas fuerzas de las que yo carecía en esos momentos.
 Por ello me decanté por la más previsible y ordenada Holanda, dejando al misterioso reino alauita para mejor ocasión.
 Una vez tomada tan trascendental decisión, me centré en reservar el viaje, y vi cómo los vuelos a Ámsterdam costaban un ojo de la cara, no mejorando mucho si buscaba otros destinos en los Países Bajos.  Pero no me iba a rendir fácilmente.
  ¿Volar a Holanda es caro? Pues probemos con Bélgica, que está al lado. El clavelismo seguía presente. 
 Sólo hizo falta alejarse un poco más para encontrar un vuelo a la ciudad alemana de Fráncfort (Frankfurt) a precio de amigo. Y para redondear la jugada, me saqué la vuelta desde Eindhoven casi regalada. Esto empezaba a tomar color, y no precisamente el del dinero.
 La sensación de orfandad que me invade al llegar a un aeropuerto de noche se acrecentó al poner pie en el de Fráncfort, que es inmenso. Pero lo que tiene de grande lo tiene de ordenado y eficaz, así que no me fue muy difícil encontrar el tren que me llevaría hacia el centro. 
 Esta vez me había buscado un albergue muy céntrico y a buen precio. ¿Tendría truco?
 Apenas salí de la estación y me acerqué a mi destino, mi ego empezó a dispararse por momentos. Las que yo tenía por inalcanzables alemanas me miraban con gran interés y alguna de ellas incluso se dirigió a mí en lo que yo interpreté como un requiebro. Por fin, tras muchos años escondido, mi irresistible  magnetismo era apreciado en toda su extensión. 
 Pero al fijarme en los letreros luminosos de los locales que atravesaba y en una no pequeña cantidad de "maromos" que pululaban por la zona con igual o mayor éxito que yo, me di cuenta que las simpáticas damiselas que me cortejaban no lo hacían movidas por motivos platónicos. No en vano, mi albergue estaba situado en el corazón del Barrio Rojo de Fráncfort. En ese momento, recordé que me había llegado un correo electrónico del establecimiento advirtiéndomelo, pero estaba escrito en un tono tan informal que no lo me lo acabé de creer. O quizá preferí pensar que esos rubiones habían sucumbido a mis encantos.
 Una vez que llegué al hostel me centré en otros temas más inmediatos, como orientarme en una habitación a oscuras y ocupar mi litera. En tan complejo trance, mis torpes movimientos despertaron a una compañera kazaja, que fue todo amabilidad, ayudándome incluso a hacerme la cama. En línea con el resto de entrada, y pidiendo disculpas más por lo malo del chiste que por ofender al feminismo, hubiera preferido que me la hubiera ayudado a deshacer. Y es que, aparte de su simpatía, en la ex-soviética, se conjugaban con maestría el exotismo oriental con la estadísticamente superior antropometría occidental (que era alta, vaya).
  Miedo me daba volver a la calle. Y lo debía hacer, si quería cenar algo tras muchas horas de ayuno. Pude burlar el bloqueo que las colipoterras sometían a las calles cercanas, para visitar un local turco donde pude agenciarme una pizza. Por lo menos la maridé con una cerveza para que la cena tuviera siquiera un toque alemán.
  Mi paseo nocturno, que me llevó hasta el río Meno, no me hizo pensar que Fráncfort fuera a dar mucho juego desde el punto de vista monumental.
Ya se vé quién manda por aquí

 Mis sospechas se confirmaron al día siguiente. Como a la mayoría de las ciudades alemanas, los bombardeos aliados de la II Guerra Mundial, dejaron al casco histórico de la ciudad reducido a la mínima expresión, restauración incluida.  Así, en una ciudad de tanta importancia apenas un par de plazas y algunas calles adyacentes tienen un sabor añejo y característico. El resto es bastante más aséptico y funcional.
Algo se pudo salvar

 A falta de referencias históricas, el centro de Fráncfort cuenta con una línea de rascacielos o "skyline" muy carácterística con modernos edificios comerciales. La guinda del pastel es la sede del Banco Central Europeo, que cuenta en sus inmediaciones con un monumento homenaje al Euro.
 No me falló mi previsión, que sólo había concedido una mañana para recorrer la ciudad. Creo que es tiempo suficiente para visitarla y hacerse una idea de ella, a menos que se tengan negocios pendientes (económicos o carnales).
También hay sitio para la cultura:Ópera Antigua de Fráncfort

 Si la llegada a una ciudad que yo suponía seria y ordenada me descolocó al toparme de bruces con el Barrio Rojo, no fue menor mi sorpresa al comprobar cómo la "estación de autobuses" donde debía tomar mi transporte para seguir ruta, era una explanada situada en un solar donde reinaba el caos.
 En ningún sitio se podía consultar el destino de los autobuses situados en las dársenas y a falta de empleados que informaran, la gente preguntaba a los desbordados conductores. El nuestro llegó con un considerable retraso. 
 A pesar de ello, y  por razones que se me escapaban, aparcó el vehículo y permaneció  sentado con la puerta cerrada, mientras los sufridos clientes soportaban estoicamente el sol estival.
  Por fin, tras un buen rato de espera, el conductor decidió abrirnos la puerta del autobús y pudimos partir en busca de nuevas aventuras por tierras centroeuropeas.