jueves, 14 de julio de 2011

Southend-on-Sea



El sábado pasado me las prometía muy felices ante la perspectiva de visitar el "Thorpe Park", parque de atracciones conocido (por lo menos por mí) porque en él se desarrolló un capítulo de la archiconocida (también por mí) serie "The Inbetweeners". Los organizadores de tal evento desistieron a última hora con lo que tuve que improvisar a riesgo de tener que pasar mi único día libre confinado en una casa, en la que actualmente moran 3 bebés y un perro. Así que cogí un mapa, y busqué la costa. Me fijé en dos destinos más o menos cercanos (Hastings y Southend-on-Sea) y consulté horarios y precios. La ventaja de vivir cerca de Londres es que desde allí hay enlaces a todas partes. Y en muchos casos a precios más que razonables. En este caso, por apenas 10 libras me saqué el billete a la luz y la inmensidad del mar que baña Southend-on Sea. Se trata de una localidad al este de Londres, a orillas del final de la ría que forma el Támesis en su desembocadura.
El trayecto en tren se animó cuando nos acercamos a la costa. La marea baja dejó una gran cantidad de barcos varados en la arena.
El tren me dejó junto a la calle principal,que, para variar, contaba con una gran actividad comercial y estaba repleta de las mismas franquicias que podemos encontrar en todo el país. Pero esto contrastaba con unos tenderetes a lo largo de la calle en los que se vendían productos artesanales y alimentos de las granjas y fincas de los alrededores. Así, en la misma calle convivían dos formas de ver el comercio, y si se me apura, hasta de la vida.
La calle conducía hacia el mar. No había ido allí de compras, así que no perdí mucho tiempo y me dirigí a la playa. Allí me esperaba un pequeño parque de atracciones que, desgraciadamente, me pilló un poco mayor. Más interesante me pareció el muelle, una pasarela que se internaba más de 2 kilómetros en la costa, y que era descrito como "el muelle recreativo más largo del Mundo". El argumento me convenció para desembolsar 3 libras y patearlo hasta el final. Allí no había gran cosa:una tienda, un bareto y un destacamento de salvamento marítimo. Pero las vistas valían la pena. Para los más vaguetes, un pequeño tren hacía el recorrido de ida y vuelta.
De vuelta a tierra firme, seguí caminando por el paseo marítimo. La playa era casi en su totalidad de piedras. Además había bastantes murallas y baluartes defensivos que se construyeron en prevención de un ataque alemán en la II Guerra Mundial.Por si eso fuera poco, el paisaje que ofrecía el otro lado de la ría era más bien industrial.A pesar de tan poco paradisiaco escenario, la playa contaba con cientos de casetas, que a modo de apartamento minúsculo, contaban con cocina y espacio para un par de camas. Una manera económica de estar en primerísima línea de playa, aunque no sea la de Tahití.
Había que reponer las calorías empleadas en patear. Nada mejor allí que un "fish&chips", una de las estrellas de la gastronomía británica. El bacalao rebozado con patatas fue tan contundente, que hasta un estómago a prueba de bombas como el mío, estuvo resintiéndose un par de horas.
Tras una breve visita por las tiendas,llegué al museo de la ciudad, al que accedí 20 minutos antes de su cierre. Tampoco daba para mucho más. Se trataba de una breve historia de la ciudad en la que no podía faltar la heróica resitencia de sus ciudadanos durante la II Guerra Mundial. Habiendo cubierto ya el cupo cultural, gastronómico y recreativo tocaba volver a casa. La marea había subido, y los barcos que por la mañana estaban inmóviles en la arena, contaban ahora con calado suficiente para hacer de las suyas. Es sorprendente cómo puede cambiar un paisaje en sólo unas horas.
Al llegar a Londres, aproveché que el tren me dejó cerca de Whitechapel para hacer una ruta descrita en un libro que nos lleva por los lugares donde "Jack el Destripador" hizo de las suyas. El hecho de que aún fuera de día, que la zona está muy remodelada, y que la mayoría de la gente de la zona proviene de Bangladesh (nada en contra de ellos, pero no ayudan en nada a recrear el ambiente victoriano) hizo que dejara esta morbosa visita para mejor ocasión.
Tenía curiosidad por ver cómo era una ciudad costera y turística de Inglaterra. La verdad es que Southend-on-Sea no carece de atractivo. Unas vistas menos fabriles, una playa de arena y un clima español, harían que pudiese competir con Benidorm. Pero seguramente para alivio de los turistas y residentes en la zona, todavía no puede.

4 comentarios:

Sosaku Runner dijo...

Seguramente tuvo días mejores. Hoy estas zonas van quedándose viejas porque por 150 libras un turista inglés se pega una semana en España. Me has recordado un viaje que hice a la costa de niño cuando aprendía inglés cerca de Londres. No recuerdo el sitio, pero podía parecerse a lo que describes. Recuerdo las medusas grandísimas en el agua.

Rufus dijo...

La verdad es que estos lugares tienen algo de decadente. Pero en el fondo eso les da un cierto encanto. No me acerqué mucho al agua, así que no sé cómo andaba de medusas.

Beltenebros dijo...

¿Has visto el Tour por iTV4?

Rufus dijo...

Lo he visto por iTV4, comentado por Boardman y por la RaiSport.Normalmente en diferido, pero aquí no corro riesgo de que me chafen la emoción diciéndome el ganador.