sábado, 22 de noviembre de 2014

Azul y Negro: Me siguen volviendo loco

 Mis primeras memorias sobre ciclismo se remontan a los resúmenes televisivos de la Vuelta a España de 1982. Apenas tengo recuerdos deportivos de esa Vuelta, pero la pegadiza sintonía que parecía acompasarse con el pedaleo de los ciclistas, se me quedó grabada.
  Al año siguiente, pude disfrutar de una de las mejores vueltas de la historia, con Marino Lejarreta, Julián Gorospe y Alberto Fernández  plantando cara al todopoderoso Bernard Hinault. Si la carrera fue apasionante, no le fue a la zaga la sintonía que, al igual que el año anterior había sido compuesta por el dúo de música tecno Azul y Negro. A partir de entonces se convirtió en mi grupo favorito.
 Durante unos años, sus irresistibles samples se utilizaron como sintonías en anuncios, cortinillas y concursos televisivos, mientras su música arrasaba en las discotecas y no conocía fronteras. Estaban hasta en la sopa. ¡Y qué rica sabía esa sopa!
 Pero a finales de los 80, sin saber muy bien por qué, su estrella empezó a decaer y casi desaparecieron de los medios. Aún volvieron por sus fueros para dar sintonía a la Vuelta del 93, pero fue su canto del cisne, al menos si consideramos el dúo original. Porque desde entonces Carlos García Vaso, unas veces en solitario, y otras con algunas colaboraciones, ha intentado mantener viva la llama, con el mismo espíritu aunque con menor repercusión mediática.
 Hace unas semanas, un amigo que estaba por Sevilla, me dijo que iba a ir a un concierto del grupo. Así me enteré que estaban de gira, y pude comprobar que daban un concierto en Zaragoza. No me lo pensé mucho para comprar la entrada.  Nunca los había visto en vivo, y mejor oportunidad no iba a tener.
 Me presenté el día "D" a la hora "H" en la sala "Z" de Zaragoza, y apenas me dio tiempo a pedirme un trago antes de que los dos miembros de Azul y Negro salieran a escena.  Lucían unos llamativos "tecnotrajes", con casco incluido, y estaban arropados por un montaje audivisual que proyectaba unas imágenes en el fondo del escenario que se compenetraban perfectamente con la música. 
 Carlos García Vaso, que tanto le da usar el teclado como tocar la guitarra, se acompañaba para la ocasión del teclista Carlos López, mostrando ambos su pericia con los sintetizadores y el minucioso trabajo de preparación que habían realizado.  Los temas tenían un sonido logradísimo, no habiendo apenas diferencia entre los temas tocados en directo con los de estudio.
 Los grandes clásicos de la primera etapa de la banda como "La Torre de Madrid", "No tengo tiempo"(sintonía de la Vuelta '83)," Números Rojos", "The Night"(nueva versión que no me gusta tanto como la original, aunque aquélla era poco menos que insuperable), "Hitchcok makes me happy" o la entrañable "Isadora" , se sucedían intercaladas con temas de la segunda etapa, menos conocidos, pero no exentos de calidad, como "Baila con la Luna", "Dejà vu" o "El Maniquí"(con caracterización incluida).
 Tras más de una hora y media de concierto, la actuación llegó a su fin con el mítico "Me estoy volviendo loco", sintonía de la Vuelta '82, que es quizá su tema más conocido. Y el que hizo que muchos nos empezáramos a volver locos con su música.

Una vez acabado el concierto, los dos integrantes accedieron gustosamente a firmar discos y hacerse fotos con la gente. Ese detalle, junto al haber empezado el concierto con puntualidad, dan muestra del respeto que tiene la banda por sus seguidores. Como ya comenté en una entrada de mi blog en la que relataba una actuación de un imitador de Elvis en un pequeño pub inglés, es fácil darlo todo cuando se toca en templos de la música ante miles de personas. Pero cuando se hace en una pequeña sala de conciertos, se agradece que un grupo que lo ha sido todo en la música ponga todo su empeño en ofrecer un espectáculo de calidad.
 En definitiva, una noche inolvidable, en la que además pude encontrarme por sorpresa con un amigo entre el público al que hacía más de 10 años que no veía. Eso sí, me quedé con ganas de más. A ver si se pasan por Huesca a tocar un día de éstos, que en provincias también tenemos derecho a disfrutar de lo bueno.





martes, 18 de noviembre de 2014

Cracovia (y III)

 Al volver al albergue, me encontré con el grupo hispano-chileno, al que me uní para ir a echar unos tragos. Se veía bastante ambiente por las calles. No en vano, Cracovia es una ciudad muy turística.
 Mis amigos tenían que madrugar al día siguiente, así que volvimos relativamente pronto a descansar. O eso es lo que pretendía, sin mucho éxito.
 Apenas llegamos, un par de mis compañeros de habitación traían casi a rastras a otro. Precisamente éste último ya me había llamado la atención antes por su aspecto extravagante, puesto que llevaba siempre un sombrero, lucía llamativos colores y tenía unos ademanes bastante afectados. Le pregunté a uno de los "porteadores" qué le había pasado. Me dijo que se habían apuntado a un "pub crowl", actividad organizada por el hostel que consistía en una visita guiada (sería mejor decir bebida) por varios baretos de la ciudad. Su compañero había empezado fuerte, y al segundo pub se le había apoderado el alcohol. También me comentó que su amigo es un cantante pop bastante conocido en Suecia. De hecho me mostró un video en youtube en el que aparecía, aunque debido que los ordenadores del albergue no contaban con altavoz, no pude escucharlo. Me apunté el nombre, pero perdí el papel. Así que si algún lector del Blog Heterodoso está versado en pop sueco, y conoce a un cantante que vista de esa guisa, le agradecería que me ayudara. Por cierto, el colega me pidió disculpas por anticipado, advirtiéndome que sus amigos armarían bastante jaleo cuando volvieran "tajados" a dormir. Pensé que no sería para tanto. Al fin y al cabo Suecia es el ejemplo de sociedad tranquila y pulcra.
Alta cocina polaca
 Los dos suecos tenían intención de retomar la ruta donde la habían dejado, pero su sentido de la orientación estaba algo perjudicado, así que me ofrecí a guiarlos hasta el bar que buscaban y me invitaron a unirme a la peregrinación. Me vi un poco fuera de lugar entre esa gente que ya había compartido unos cuantos cubatas y parecía que se conocían de toda la vida. Así que me volví al albergue, previo paso por un garito donde servían unas tortitas de patata deliciosas.
 Cuando parecía que, por fin, iba a poder dormir, empezaron a regresar los miembros del "pub crowl". Tal y como me habían advertido, la típica mesura sueca se había perdido en algún garito de Cracovia y mis compañeros de cuarto fueron todo menos silenciosos. Me pude enterar de que uno de ellos había "triunfado" con otra inquilina del hostel e incluso que a la hermana de otro la habían ingresado esa noche en el hospital. Cuando ya tuve bastante de "crónica rosa" en versión escandinava, les pedí que se callaran. Lo hicieron, pero un par de minutos después, dos de ellos iniciaron una serenata de ronquidos que me hicieron preguntarme si había sido peor el remedio que la enfermedad.
 A pesar de todo, aún conseguí dormirme, pero fueron pocas horas y de no mucha calidad. Visto en perspectiva, tampoco fue tan grave. Al fin y al cabo, no todos los días se puede dormir con una estrella del pop sueca.
Estatuas de sal
 Para mi última mañana en Cracovia, había reservado una excursión a las minas de sal de Wielizca, a unos 10 km de la ciudad. Cuando me recomendaron esta visita, me mostré un poco escéptico, al imaginarme una excavación a cielo abierto con excavadoras amontonando sal. Pero es bastante más interesante que eso.
 Bajo una intensa lluvia me recogió un microbús a la puerta de mi albergue. Se dio un paseo por la ciudad recogiendo a los integrantes de la excursión, y se dirigió a Wielizca. Allí se concentraba un gran número de visitantes, así que tuvimos que esperar unos 20 minutos hasta que pudimos entrar. En todo momento fuimos con una guía que nos condujo a través de un laberinto de galerías en las que, de vez en cuando aparecían estatuas y dioramas construidos modelando rocas de sal. La verdad es que es un espectáculo impresionante, sobre todo una capilla de más de 50 metros de longitud decorada con todo lujo de detalles.
Castillo de Wawel
 En protesta por el hecho de que hacer el tour en español costaba 10 zlotys más, escogí el que se hacía en inglés. Eso me permitió coincidir con 2 personajes que eran auténticos prototipos de la diferencia norte-sur que existe en Inglaterra. Uno de ellos se trataba de un campechano y fornido cuarentón, con tesis muy en la línea del credo del Daily Mail (periódico británico de derechas sin ningún complejo) y veraneante habitual del litoral español, aunque sin saber una palabra de la lengua local. En oposición a él, se encontraba una refinada londinense de unos 30 años que no tardó en discrepar (muy educadamente, eso sí) con los postulados políticamente incorrectísimos de su compatriota.
  Una vez acabada la visita a las minas, el microbús devolvió  a los miembros del grupo a sus respectivos alojamientos, quedándonos por el centro la londinense y yo. Así que aprovechamos para hacer una visita a un bonito castillo (Wawel) situado sobre una colina y la plaza mayor, donde pudimos comer una de las ya mencionadas ( y suculentas) tortitas de patata.  Me despedí de Sarah, aunque se preveía que nos íbamos a encontrar en el futuro, ya que, casualmente, habíamos reservado el mismo albergue para nuestro próximo destino.
Tocaba dirigirse al corazón de Polonia.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Cracovia (II)

 Por mucho que me guste hacer auténticos "viajes relámpago" para ver el mayor número de cosas posible, Cracovia se merecía algo más que la noche que había pasado al inicio de mi visita a Polonia.
 Así que después de mi grata estancia en los Montes Tatras, decidí pasar un par de días más en la segunda ciudad del país.
  Esta vez me decidí por un albergue un poco más céntrico, y según daban a entender en la página web donde lo reservé, con una gran atmósfera para conocer gente. Esto es un poco relativo, ya que depende de las personas que lo ocupen en ese momento, pero hay algunos detalles de distribución de espacios o de organización, que pueden propiciarlo más.
 El hostel estaba situado cerca de la plaza del Mercado,  auténtico centro neurálgico de la ciudad. Esta vez me había tocado en suerte una habitación con 6 compañeros suecos. Para que nos demos cuenta de la importancia que tiene una humilde letra, solamente con cambiar la "o" de suecos por una "a", la situación hubiera sido muy diferente. Ya se sabe, los hombres roncan más y todo eso...
 La prometida atmósfera festiva del local se empezó a manifestar pronto cuando se organizó un juego parecido al del "duro" al que yo me apunté presto. Aparte de mis compañeros suecos, había gente de lugares como Australia, Ucrania e incluso Mauricio.
Barrio judío (Se nota,¿no?)
 Mientras me estaba haciendo la cena, escuché hablar español a dos individuos. Tras tres días fuera de casa, la morriña empezaba a aparecer, así que me puse a hablar con ellos. Se trataba de un chileno y un pamplonica que estaban haciendo una ruta por Polonia junto a una donostiarra. Después de la cena me fui a dar una vuelta con ellos. Nos acercamos junto al río Vístula a visitar un monumento en hierro que representaba un dragón. Me dijeron que echaba fuego y me pareció una vacilada. pero efectivamente, cada cierto tiempo se oía un rugido y un mecanismo hacía que de sus fauces emergiera un chorro de fuego. Curioso.
 Acabamos echándonos un trago en un bareto. Me "tiré el moco" invitando yo. Con cervezas a 4 slzoty (1 euro) se puede quedar bien sin dejar de ser niunclavelista.
 A la mañana siguiente salí en solitario para recorrer la ciudad. Me dirigí al Kazimierz (barrio judío), zona que, aparte de sinagogas, concentra gran cantidad de bares y restaurantes.
 Proseguí mi paseo histórico para visitar el gueto, que fue la zona donde fueron confinados los judíos bajo el gobierno nazi. Aparte de algunas placas conmemorativas, no quedan apenas vestigios del gueto original, ya que la zona fue totalmente reconstruida.
 No muy lejos del gueto está la Fábrica de Schindler, mundialmente conocida por la película de Spielberg. Se puede visitar, pero no me motivaba demasiado. Si que lo hizo un museo sobre la ocupación nazi de Cracovia que había en el mismo edificio y en el que me pasé un par de horas muy bien aprovechadas.
Nowa Huta
 Ahora tocaba ruta comunista. Así que tomé el tranvía y me dirigí a Nowa Huta, un barrio construido a princio de los años 50 para alojar una gran fábrica siderúrgica y dar vivienda a sus trabajadores, siguiendo el modelo soviético. Es decir, amplias avenidas, arquitectura monumental y un intento de conformar una sociedad laica que no les acabó de salir bien.
 Ya era hora de comer. Aunque había mucho por ver, decidí prescindir de la socorrida comida rápida, y me metí en un restaurante convencional. Nowa Huta no es una zona muy turística. Eso me aseguraba una comida a precio razonable y que fuera algo parecido a lo que pueda comer un polaco un día cualquiera. Arriesgué pidiendo el menú del día que estaba anunciado en polaco en una pizarra en el exterior y no salió nada mal la jugada: una sopa y un plato con una especie de hamburguesa acompañada de patatas al horno y verduras. Buenísimo y muy barato. Me llamó la atención un pequeño busto de Stalin en una mesa decorativa del local. No sé si porque los dueños son unos nostálgicos o por darle un toque temático.
 Tras probar la gastronomía del barrio, me puse a recorrerlo. Esa arquitectura a la vez funcional, grandilocuente  y anodina, no es precisamente algo muy apreciado por el turista estándar. Pero a mí me pareció una visita casi obligada.
 Acabé mi visita de la zona entrando a un museo que contaba la historia de la ciudad. En realidad, llamar a ese recinto museo, es ser muy magnánimo. Se trataba de una sala con fotografías en las paredes con su correspondiente leyenda y algunos objetos dentro de lunas vidrieras. De hecho, me metí por una puerta esperando encontrar más salas y sólo estaban los baños.
Música Klezmer
 Henchido de espíritu socialista, abandoné Nowa Huta con destino al barrio judío. Iba a visitar una sinagoga, pero no para leer la Torá, sino para escuchar un concierto de klezmer, música tradicional de los antiguos judíos de Europa Oriental. Se trataba de un cuarteto de jóvenes músicos que tocaban violín, batería, contrabajo y acordeón. Su gran interpretación, unido a la atmósfera del lugar, me hicieron sentir por momentos que había retrocedido unos cuantos siglos de golpe y estaba metido de lleno en una celebración judía de algún país de Europa del Este.
El día había dado bastante juego. Así que volví al albergue con la satisfacción del deber cumplido, sin saber que me esperaba una noche bastante movida.