jueves, 14 de agosto de 2014

Salzburgo

 Mi siguiente destino iba a ser la ciudad austrica de Salzburgo, conocida sobre todo por ser cuna de Mozart, pero a la que no le faltan encantos para merecer una visita, aunque sólo fuera de un día como la mía.
 El viaje en tren desde Múnich me sirvió para presenciar majestuosos paisajes prealpinos.  Una buena opción hubiera sido tomar dirección sur rumbo a Insbruck para internarme en ellos, pero eso complicaba bastante mi ruta. Otra vez será.
 La estacíon de Salzburgo está un poco alejada del centro. Podría haber cogido un autobús y haber llegado cómodamente a mi albergue. Pero pensaba que no iba a hacer falta al ser una ciudad pequeña. Además..¿qué emoción tiene eso? Así que armado con una brújula y un par de impresiones del Google Maps, me dirigí al hostel. No me fue muy difícil llegar al centro. La verdad es que prometía bastante, pero quería visitarlo sin mochila a cuestas, así que seguí mi camino.
 No era tan fácil como parecía, ya que la ciudad cuenta con una colina que acaba en un acantilado, que ha de rodearse o atravesar por una serie de túneles peatonales. A base de ensayo/error fui probando rutas, para ver que no acababa de orientarme. La situación empezaba a desesperarme, así que decidí asegurar el tiro y tomé una carretera de circunvalación, que hizo la ruta mucho más larga, pero por lo menos pude llegar a mi destino.
Elegantes galerías
  Ciertamente  el albergue no estaba nada céntrico, casi en pleno campo. Se trata de una residencia escolar que en verano acoge a alberguistas. Eso se notaba, por ejemplo en el par de mesas de estudio con las que contaba mi cuarto, que albergaba 4 camas. Al llegar yo estaban vacías. No tardó en aparecer Kory, mi nuevo compañero de cuarto. Se trata de un canadiense con el que hice buenas migas. De hecho, una vez instalados, fuimos al centro a ver la ciudad. Esta vez me pude orientar mejor y coger el túnel correcto a la primera. Dichas galerías, lejos de ser un lugar sórdido como suele pasar en l amayoría de ciudades, contaban con escaparates, anuncios e incluso algún comercio, que hacían que atravesarlos fuera toda una experiencia.
 Kory iba a estar 5 días en la ciudad y decidió alquilar una bicicleta para moverse durante ese periodo. Me propuso alquilar otra por unas horas, pero viendo las marabuntas de turistas que había por el centro, no lo vi muy práctico. Así que nos separamos por un rato.
 Recorriendo las calles de Salzburgo uno entiende que de allí surgiera un genio como Mozart.  La gran cantidad y belleza de un gran número de iglesias, palacios, jardines... es mucho más inspiradora que una ciudad anodina como... (puntos suspensivos para evitar herir susceptibilidades).
 Volví a ver a mi compañero para ver cómo, en un mercadillo callejero de comida italiana le cobraban 15 euros por unas aceitunas, queso y chorizo seridos en un humilde plato de plástico.
 De nuevo por mi cuenta decidí subir a un castillo situado sobre la colina que domina la ciudad. El castillo estaba cerrado, pero se podían visitar sus aledaños y, sobre todo disfrutar de magníficas vistas sobre Salzburgo y las verdes colinas que lo rodean.
 Como el día anterior, empezo a llover, y también como el día anterior, me había dejado la protección contra la lluvia en el albergue, así que decidí volver al mismo.
  Antes de cenar me pasé un rato por la sala de estar, donde un par de chicas trajeron un DVD de la película "Sonrisas y Lágrimas" y lo pusieron. No podía ser más acertada la elección, ya que dicho musical está rodado en Salzburgo. De hecho, una de los "tours" turísticos que se ofrecían en la ciudad era la ruta "The Sound of Music", nombre original de la película.
Vistas desde el castillo
 Tras la cena fui a dar una vuelta con mi compañero canadiense y llegamos a un lago cercano. A orillas del mismo se levantaba un imponente edificio iluminado al que nos acercamos para comprobar que se trataba de un hotel, y no seguramente de los baratos. La curiosidad de Cory fue mayor que mi precaución y nos adentramos en sus jardines, a pesar del aviso en la puerta disuadiendo a curiosos. No contento con ello, se adentró en el edificio. Yo ya temía un desalojo forzoso pero aun así le seguí. Llegamos a un elegante salón donde un par de huéspedes estaban solazándose. En una esquina del salón había un piano. Como si fuera la cosa más natural del mundo, el canadiense le quitó la funda, se sentó, cogió unas partituras que había en una estantería y nos deleitó con unos acordes de algunas melodías populares, entre ellas "Sonrisas y Lágrimas". No sólo no vino ningún empleado del hotel a despacharnos, sino que los huéspedes presentes alabaron las buenas artes musicales del improvisado pianista. Tal naturalidad se explica teniendo en cuenta que el norteamericano trabaja en un crucero como animador, dando un espectáculo al piano todas las noches.
 Esta vez la temperatura del dormitorio permitió una noche sin sobresaltos, hecho al que colaboró que mis compañeros de habitación no estuvieran aquejados de "motosierrismo".
 Por la mañana fui a coger el tren acompañado de Cory. Aprovechamos para hacer una última (espero que penúltima) visita a la ciudad y nos despedimos en la estación en pos de nuevas aventuras.
 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Múnich (y II)

Había que mejorar urgentemente la austeridad de mi dormitorio. Así que lo primero que hice en mi primera mañana en Múnich fue ir a comprar un cojín al que había echado ojo la tarde anterior. Por sólo 2,5 € ya tenía el problema del confort resuelto.
 Antes de visitar el centro, y como me pillaba más cerca, me dirigí rumbo a la zona que albergó los Juegos Olímpicos de verano de 1972, tristemente recordados por el secuestro de parte de la delegación israelí a manos de terroristas palestinos.
Espíritu olímpico
 La mayoría de recintos utilizados en dicho evento siguen en pie, pero no parece que se les haya dado mucho uso últimamente. De hecho, algún pabellón parecía tapiado y la mayoría de ellos mantienen el entrañable aire de los 70. Lo cual no quiere decir que la zona esté descuidada, ya que las instalaciones cuentan con un lago rodeado de una especie de parque bastante agradable. Además había instaladas unas ferias con gran número de atracciones y chiringuitos.
 Tras empaparme del espíritu olímpico era hora de, por fin, visitar el centro. Como el resto de ciudades alemanas, Munich también fue gravemente dañada en la Segunda Guerra Mundial. Pese a ello, una muy buena labor de reconstrucción ha dejado un centro histórico bastante interesante, que conjuga bien edificios monumentales y comerciales. La afluencia tanto de turistas como consumidores, hace que estas calles tenga una actividad frenética.
Todavía no
 Quizá el edifico más característico es la torre del ayuntamiento, en el que destaca un simpático carillón compuesto por un gran número de personajes. Como iban a ser las 2 en punto me quedé mirando para arriba como un pasmarote, desistiendo tras unos minutos en los que allí no se movía nada. Luego me enteré de que la "representación" sólo tenía lugar a las 11,12 y 17 horas (esta última sólo en verano).

Seguí pateando por las inmediaciones del centro hasta que el cielo se encapotó de repente. Lo que parecía una tormenta de verano se asentó como una lluvia en condiciones, de la que ya convenía guarecerse, ante la ausencia de paraguas o chubasquero. Me refugié en un soportal esperando en vano que amainara el temporal. Hasta que me di cuenta de que ese portal era la entrada a una exposición fotográfica gratuita. La verdad es que unas fotos se ven mucho más bonitas si estás en un lugar cerrado y afuera llueve a mares. Cuando parecía que  la lluvia amainaba, salí de mi refugio, rumbo al Jardín Inglés, que es el mayor parque de la ciudad. Allí presencié una escena de lo más curiosa. En un río que atravesaba el parque había una zona de rápidos que era aprovechada por unos individuos para hacer "surfing", ante la atenta y sorprendida mirada de numeroso público desde un puente.
"Surfing" urbano
 Ya se acercaban las 5 de la tarde, así que marché pitando a la plaza del ayuntamiento. Diez minutos antes de la hora, volvió a llover con fuerza. Allí no tenía refugio, así que acabé empapado. Pero por lo menos pude ver el simpático espectáculo del carillón, que debió durar más de 10 minutos.
 Tras un rato de más pateada, y viendo que la lluvia no cesaba, decidí que era hora de volver "a casa". Para evitar mojarme tenía dos opciones: coger el tranvía o comprar un paraguas. El precio era parecido, pero pensé que el paraguas me podría servir en el futuro. Así que compré víveres para hacerme la cena y fui andando al albergue protegido por mi flamante paraguas.
 La lluvia paró justo a tiempo para que pudiese deleitarme con un delicioso atardecer a mi paso por un palacio cercano al albergue, que contaba con su correspondiente lago.
 Lo primero que hice nada más llegar fue pedir una manta más en recepción. No sólo no me pusieron ninguna objeción, sino que la empleada me ofreció otra más, sabiendo cómo se las gasta la noche muniquesa en esa carpa.
Delicioso atardecer
 Después de cenar, vi que, otra vez se había montado la fiesta en torno a una hoguera como la noche anterior. Todos parecían amigos de toda la vida, y me vi un poco aislado ante tanta camaradería. Era pronto para dormir, así que fui a dar una vuelta para ordenar mis ideas. El entorno del albergue no tenía ningún interés a esa horas, así que tuve que volver y enfrentarme a la soledad rodeado de gente, que es la peor de todas. Pero no me quise rendir y me puse alrededor del fuego, en segunda fila. Allí vi que, aunque mucha gente estaba en animada conversación, otros estaban simplemente mirando el fuego. Y me di cuenta de que mucha gente se debía sentir como yo, aunque lo estuviera disimulando. Así que usé un truco que se me había ocurrido y le pregunté a una coreana que dónde dormía. Como el 80 % de los alberguistas, me dijo que en la carpa, a lo que yo le dije con forzada sorpresa que éramos compañeros de habitación. Eso bastó para ponerme a hablar con ella y un chaval de Boston que estaba al lado. Luego me di cuenta de que la mayoría de la gente reaccionaba muy bien cuando les hablabas. Ya había entendido la filosofía del lugar. Lástima que fuera mi última noche.
Gracias a las dos mantas de más y a mi nuevo cojín, pude dormir en unas condiciones mucho mejores. La capacidad de adaptación del "Homo Viajerus" es impresionante.


lunes, 11 de agosto de 2014

Múnich (I)

 Como no me gusta meter todos los huevos en el mismo cesto, este año he decidido hacer dos viajes en mis vacaciones, en vez de uno largo. Para el primero, he utilizado una técnica que me dio buen resultado el año pasado. Consiste en volar a una ciudad, hacer una ruta y volver a España desde otro punto.
 Esta vez tocaba empezar por el sur de Alemania e ir hacia el este. Había pensado partir desde la Selva Negra, pero me di cuenta que verla en un día era demasiado acelerado, así que simplifiqué las cosas y tomé la ciudad bávara de Múnich como punto de partida.
 En el vuelo entablé conversación con una señora muniquesa muy simpática que me debió ver muy desvalido, porque se empeñó en acompañarme hasta la parada de tranvía que tenía que coger para llegar a mi albergue. Aproveché para preguntarle qué cosas ver en la ciudad y alrededores. La preparación del viaje había sido bastante improvisada, y no me había parado a pensar en esos pequeños detalles.
 Estuve un buen rato en la parada, sin ver ningún tranvía que llegara a mi destino, hasta que vi un cartel que anunciaba que esa línea estaba en obras sólo hacía la mitad del recorrido. Se complicaba la cosa un poco.
 Al llegar a la parada, otra amable señora me vio desamparado de nuevo y me explicó que podía coger un autobús que hacía el resto del trayecto. Para que luego digan que los alemanes son secos. Como no estaba muy lejos, recorrí el resto andando hasta que llegué a una especie de parque donde se hallaba el albergue. Más humilde no podía ser. Se trata de una carpa gigante que alberga 50 literas de dos camas cada una. Eso era la "primera clase". Porque también existía la modalidad de acampada y un recinto cerrado donde se podía dormir sobre el suelo. No parece una buena decisión reservar un albergue tan espartano y encima alejado del centro, pero es lo único que encontré disponible.
 Aprovechando que me había comprado un billete-día para ir del aeropuerto a la ciudad, cogí el metro y fui a visitar un lago a unos 30 km al sur de Múnich llamado Stamberger. Apuré la linea de metro hasta llegar al pueblo de Tutzing y una vez allí me puse a patear. Llegué un poco tarde. Estaba atardeciendo y la visibilidad empezaba a ser deficiente. Aun así aún vi algunas valientes pegándose un baño en sus aguas. Resultaba ser un paraje muy agradable. Los Alpes se perfilaban en el horizonte, lo cual hacía que las vistas fueran muy sugerentes. Por el litoral del lago abundaban los restaurantes y bares. Definitivamente este es un buen sitio para venir a relajarse del estrés diario, ya sea laboral o viajero como era mi caso.
 Miedo me daba volver al albergue para dormir con 99 compañeros de habitación. Al llegar al mismo, el ambiente estaba muy animado. Había habilitada una zona donde habían hecho una hoguera y la gente estaba en torno a ella hablando o cantando, siguiendo las notas de una guitarra. Parecía un campamento. Yo no estaba para muchos trotes, así que me fui a dormir directamente.
 La espartanidad del establecimiento se extendía a las camas. Era una litera con un colchón sin más. Nos daban 3 mantas a cada uno y allí nos las apañásemos. A falta de almohada, usé una de estas mantas para reposar la cabeza y me acosté. Pero las noches no son calurosas en Baviera. Y al poco rato me di cuenta de que iba a necesitar la tercera manta. Improvisé una nueva almohada poniendo una toalla sobre unos cuantos calzoncillos (afortunadamente aún limpios). No era un almohadón de pluma de ganso pero podría salvar la noche, aunque se notara la falta de amortiguación.
 Pese a lo que pueda parecer, dormir con 100 personas puede no ser tan malo si se está en un lugar grande como esa carpa. Escuchaba varios ronquidos en distintas partes, pero su onda expansiva se difuminaba, así que el ruido no fue problema esa noche. Sí lo fue el frío, ya que a mitad de noche me desperté temblando. Tuve que ponerme varias capas de ropa (vaqueros incluidos) para soportarlo. A pesar de todo, aún pude dormir 6 ó 7 horas, que falta me iban a hacer para proseguir mi viaje.