jueves, 26 de mayo de 2022

XLIV MEDIA MARATÓN DE SABIÑÁNIGO: LA MADUREZ DEL CORREDOR DE FONDO

  Como todos los acontecimientos multitudinarios, las carreras populares han sido unos de los tantos eventos damnificados por las limitaciones que ha supuesto la pandemia. Durante estos dos años he seguido corriendo a mi aire, pero empezaba a echar de menos la liturgia que rodea a estas pruebas.

 Por tanto, cuando vi que una de las carreras en las que más veces he participado volvía por sus fueros, no dudé en apuntarme. Ayudó sin duda a ello que su precio siga inmune a la inflación y al aumento del coste de la vida, manteniéndose en unos humildes 5 €.  Otra de las cosas que se mantienen y se agradecen tanto o más, es la posibilidad de recoger el dorsal apurando casi hasta la hora de la salida. En ella nos presentamos mi hermano, yo...y cuatro gatos. Si hace 20 años se llegaba holgadamente a las 300 personas, en esta ocasión sólo había 36 atletas para correr la Media Maratón. Por suerte, la prueba coincidía con otra de 10 kilómetros, que aportaba una cuarentena más de atletas. La tendencia ya era descendente estos últimos años, y parece ser que el Covid ha puesto la puntilla.

 De lo que no le puedo echar la culpa al maldito virus chino es de mi estado de forma. Llevo ya bastante tiempo corriendo una vez por semana. Con ese entrenamiento tan limitado, es inevitable que con el tiempo las prestaciones vayan menguando. Conscientes de eso, mi hermano y yo acudimos a la prueba sin mayor pretensión que correr a nuestra marcha y acabar de forma decorosa.

                                         Listos para el combate

 Es complicado mantener la sangre fría en la salida. Las fuerzas están intactas y es fácil dejarse llevar por el ímpetu de la mayoría. Cuando hago trotes muy largos, mi ritmo tiende a acercarse a los 6 minutos por kilómetro. Por ello, cuando comprobé que habíamos completado el primer kilómetro en menos de 5, le dije a mi hermano que había que echar el freno, aunque en ese momento íbamos tan frescos. Bajamos poco a poco el ritmo y seguimos recorriendo las anodinas calles del polígono industrial. Si algo caracteriza a la prueba serrablesa es lo poco atractivo de su circuito, en el que más allá del paso por la avenida principal de Sabiñánigo, alterna polígono industrial con ida y vuelta por carretera nacional.

 Completamos el primero de los dos giros al circuito sin mucha novedad, pero los kilómetros iban pesando y la temperatura iba subiendo. Hacía un día soleado, con unas temperaturas que invitaban más a ir al río o a la playa que a correr. Esta segunda vuelta no iba a contar con los corredores que competían en la 10 km, por lo que hubo muchas partes del recorrido en las que nos encontrábamos en absoluta soledad. Correr en estas condiciones se hace bastante cuesta arriba, especialmente si no se está en muy buena forma. Afortunadamente, el público que nos encontrábamos por las calles nos animaba bastante, por lo que el trago no fue tan amargo.

 Los últimos kilómetros íbamos bastante justitos, pero nuestra experiencia basada en muchos años de trote hizo que los pudiéramos completar con solvencia. Incluso nos permitimos el lujo de pegar un arreón en el último medio kilómetro, que además era cuesta arriba. En este tramo nos encontramos con una de las pocas atletas presentes, surgiendo lo que en inglés se conoce como una "no-win situation", es decir, una situación en la que hagas lo que hagas, tendrás un perjuicio. Sobrepasar a la atleta podría ser considerado como un ejemplo del machismo competitivo que no acepta ser superado por una mujer. Por contra, aminorar la marcha para no hacerlo, sería sin duda una muestra de condescendencia que únicamente busque humillar al sexo contrario. Como en cualquier caso íbamos a quedar mal ante quienes solo miran con malos ojos, seguimos nuestro ritmo que fue suficiente para adelantar a la atleta y llegar a la meta con un discretísimo tiempo de 1h 54 minutos. Esta marca supone mi segundo peor tiempo en una media maratón, solamente superado en un minuto por una que corrí en Barbastro, en la que sufrí una pájara de enjundia debida a mi bisoñez.

 En lugar de desmoralizarnos, acabamos contentos la prueba. Lejos han quedado los días en los que aspirábamos, y muchas veces conseguíamos, mejorar nuestras plusmarcas o nos decepcionábamos si el tiempo no era el esperado. Los años no pasan en balde, y mi poderosa zancada, antaño más explosiva, se lo toma ahora con más calma. Claro que podría entrenar más para mejorar mis prestaciones. Pero, ¿para qué? Correr es para mí un placer y no una obligación. Y se disfruta igual o más corriendo a trote cochinero que a ritmos africanos.

 En definitiva, pese a no haber obtenido un resultado notable, la experiencia de haber vuelto a correr la Media Maratón de Sabiñánigo fue muy positiva. Si hay algo que no me gusta de mi condición de opositor es la competitividad a la que obliga, ya que para conseguir tu objetivo tienes que superar a tus competidores. Nada más lejos de la filosofía con la que me tomé esta prueba, en la que el resto de participantes no eran rivales sino compañeros y en el que la victoria consistía en simplemente correr.

 Es esta para mí una prueba entrañable, lejos de los excesos y fuegos de artificio de otras con más pretensiones. El mero hecho de que se celebre, a pesar del bajo número de inscritos, ya es una signo de respeto a los participantes. Quizá no tenga el entorno más bello, ni el recorrido más cómodo, ni la participación o el renombre de otras pruebas. Pero mientras el cuerpo aguante, será un placer para mí seguir corriendo por las calles, carreteras y polígonos de Sabiñánigo.




viernes, 20 de mayo de 2022

COMO DECÍAMOS AYER...

 Dice la leyenda que el poeta Fray Luis de León pronunció la frase que da título a esta entrada al retomar su trayectoria docente en la universidad, tras haber pasado varios años en la cárcel. No ha sido este mi caso, aunque en ocasiones las cuatro paredes de mi cuarto hayan hecho las veces de celda, en la que he pasado largas jornadas estudiando.

 En mi última entrada acababa de ser nombrado funcionario interino, no habiendo dado señales de vida desde entonces. Entre la ausencia de viajes, mi poco tiempo libre y mi monótona vida de estudiante, he perdido la sana costumbre de relatar mis aventuras y desventuras. Pero como decía Paul Newman en "El color del dinero":"¡he vuelto!"

 Si antes de que me hubieran llamado para trabajar era un auténtico ni-ni, pasé al otro extremo al empezar a cursar un máster por las tardes mientras trabajaba por las mañanas. La interinidad me duró 6 meses sin posibilidad de prórroga, con lo que me vi de patitas en la calle, volviendo a ser ni-ni cuando un par de semanas después terminé mi máster. Pero mi "ninismo" duró poco, ya que empecé a estudiar por mi cuenta las leyes de futuras oposiciones, y a los pocos días me ofrecieron otra interinidad como ordenanza en un archivo de la Diputación Provincial de Huesca. Aunque se me hace raro llamar interinidad a un contrato de 3 años, que es una duración mucho mayor que la mayoría de mis anteriores contratos indefinidos.

 Mi nueva andadura en la administración pública confirmó mis sospechas: se vive mucho mejor que trabajando para el sector privado. Por ello, a pesar de tener tres años por delante, no perdí tiempo y dediqué mis tardes a estudiar para futuras convocatorias. Éstas se fueron sucediendo y me fui presentando a numerosas de ellas, aunque puse el foco en la de Auxiliar Administrativo del Estado. Todavía sentía la espina clavada de haberme quedado a las puertas en la última ocasión que me presenté. Además de ello, ayudaba el tener ya estudiado el temario y darme cuenta de que el tipo de examen se adaptaba mejor a mis características e idiosincrasia que los de los otros cuerpos.

 Siguieron los meses de una vida rutinaria y espartana que me fueron desgastando paulatinamente. En la vida del opositor hay poco tiempo libre, y cuando se tiene, está enfocado a recuperar energías para seguir estudiando. Como dato, baste decir que, lejos de realizar mis habituales viajes, empleé mis días de vacaciones en estudiar. El examen del Estado se aplazó dos meses respecto a la fecha prevista, que prolongaron un poco la agonía, pero me sirvieron para llegar más rodado al día D. 

 La prueba tenía lugar en Zaragoza, un sábado a las 9 de la mañana, por lo que consideré prudente pernoctar en la capital. Nada más salir de la estación de tren, me encontré con unos enormes pebeteros que daban calor a los clientes de la terraza de un bar. A mi cabeza vinieron las palabras del Gran Capitán que, en la batalla de Ceriñola, exclamó tras la explosión de unos carros de pólvora españoles: "¡Estas son las luminarias de la victoria!" Gran presagio antes de un gran evento como el que me aguardaba.

 Habiendo dormido en casa de un amigo y teniendo en cuenta que mi hermano también se presentó al examen, contaba con un gran apoyo moral. Si a eso le sumamos que el aula de examen era la misma que me sirvió para pasar el primer corte la anterior convocatoria, se puede decir que jugaba en casa.

 El temido examen práctico de ofimática que hice en su día en Madrid y que supuso mi tumba,  se había suprimido esta vez, añadiendo más preguntas teóricas de informática al test. Me lo iba a jugar todo a una carta. Parecía que todo se ponía de cara, pero había que tener en cuenta que el número de plazas que otorgaba la convocatoria era menos de la mitad que en la anterior, por lo que la nota de corte iba a subir e iba a necesitar una puntuación más alta.

 Me noté muy suelto cuando empecé a hacer el examen. Los cientos de horas machacando el temario estaban dando su fruto, y contesté con solvencia la parte de legislación. Mantuve el ritmo en las preguntas psicotécnicas más sencillas, dejándome para el final del examen las que exigían cálculos más complejos. La parte de informática contaba con 50 preguntas que iban de lo más elemental a lo más rebuscado, siendo en general, más exigente que la de otros años. La dificultad de esta parte del examen es doble: no se ciñe a un temario establecido y obliga a estudiarse una gran cantidad de menús y atajos que a nadie en su sano juicio se le ocurriría aprenderse de memoria. Conseguí salvar decorosamente este trance y volví a la parte psicotécnica que me había dejado. El cansancio acumulado por tantos días sin asueto me empezó a pasar factura, y me costó más de la cuenta hacer los cálculos que, en otras circunstancias no hubieran supuesto mucho desafío. Apenas tuve tiempo de repasar el examen cuando los 90 minutos llegaron a su fin. La idea general es que había mejorado mi rendimiento respecto a la anterior convocatoria, a pesar de haber cometido algún pequeño y craso error, como pasar mal una pregunta del examen a la plantilla. Pero no iba a comerme la cabeza por eso. Tocaba esperar unos cuantos meses hasta conocer el resultado y la vida seguía.

                                           Misión cumplida

 Aprovechando mi estado de forma, me presenté a otras pruebas entre las que destaca un meritorio aprobado en un examen de peritos agrícolas. Los distintos cuerpos iban sacando convocatorias a las que me negaba a renunciar, aunque cada día me costaba más seguir exprimiendo mis agotadas neuronas.

 Cuando ya casi me había olvidado, y a los tres meses de haber hecho el examen del Estado, me llegó un mensaje de un ex-compañero de fatigas. La nota ya estaba colgada. Con la frialdad que me caracteriza, dentro y fuera de las canchas, consulté primero si había habido alguna pregunta anulada. Así fue, y ello me hizo ganar unos valiosos 1,33 puntos gracias a haber contestado bien la primera pregunta de reserva. Comprobé luego la nota de corte y la cosa se empezó a poner bien. Según la corrección que había hecho con mi plantilla, la había superado. Pero como decía el grupo "The Spotnicks", nunca confíes en un robot, que en este caso era la máquina que había corregido el test. Así que entré, por fin, en la lista de aprobados. Mientras se cargaba la página, vino a mi mente la amarga experiencia de hace un par de años, en la que la desolación se apoderó de mí cuando mi nombre no apareció en el maldito listado, por más que lo busqué. La tragedia de entonces se tornó en euforia cuando, esta vez sí, en tan selecto grupo aparecía quien les escribe. Había superado el examen y había obtenido plaza de funcionario de carrera. Casi nada.

 Los primeros días me miraba la lista varias veces para ver si seguía allí, pero ahora me lo empiezo a creer. Aún tardaré unos meses en conocer mi destino, que me llevará a quién sabe qué rincón de España. Empezará una nueva vida que, sin duda, ofrecerá momentos dignos de ser contados en este, su blog.

 Y hasta que ello llegue seguiré, dentro de mi habitual templanza, celebrando el éxito conseguido. Un logro que se empezó a fraguar cuando conseguí levantarme tras mi anterior batacazo y, parafraseando a Rudyar Kipling, "confié en mí cuando otros dudaban".