domingo, 25 de octubre de 2009

I Media Maratón Ciudad de Huesca

Tras muchos años obligado a hacer largos desplazamientos para correr medias maratones en localidades como Vitoria, Barcelona o Portree, por fin he podido correr una en Huesca. Era un clamor popular en la ciudad, que se ha visto reflejado en el alto número de inscritos (más de 400). La siempre polémica medida de cambiar la hora ha jugado hoy en nuestro favor, permitiéndonos una hora más de sueño. El recorrido constaba de tres vueltas a un circuito bastante céntrico. No soy partidario de dar varias vueltas. Se hace mucho más ameno dar una sola, pero Huesca tampoco da para muchas filigranas, y es preferible hacer ésto que mandar la prueba a insulsos y aburridos polígonos industriales.
En la salida se produjo la esperada estampida. Se notaba a la gente muy motivada por correr en casa. Yo ya soy perro viejo y procuré no dejarme llevar. La primera vuelta no forcé mucho, aunque tampoco me quise dormir, con un ritmo aproximado de 4'35''/km. El circuito no era totalmente llano, aunque las subidas y bajadas eran bastante suaves. El momento cumbre era el paso por las Cuatro Esquinas, donde se concentraba un entusiasta y numeroso público. En la segunda vuelta pasé una pequeña crisis. Las piernas empezaron a flojear ligeramente, y me veía "pidiendo la hora". Bajé ligeramente el ritmo, lo que me permitió recuperame. En la tercera y última vuelta volví por mis fueros, e incluso pude lanzarme a tumba abierta en los dos últimos kilómetros para acabar como me gusta acabar las medias maratones:a tope y "recogiendo cadáveres". Al final, un crono de 1h 37'05''. Está bastante bien para mi nivel, aunque no puede batir plusmarca personal. No creo que ayudara mucho jugar un partido de baloncesto completo la tarde anterior (sólo estábamos 5) y salir de marcha hasta las 4 y pico de la mañana. Pero como el atletismo no me da de comer (todavía), no pienso renunciar a ese tipo de actividades, bastante incompatibles con el gran fondo. Tras el pequeño fiasco de la bolsa del corredor de los Oroses, estaba expectante ante el comportamiento de la organización en este sentido. y la verdad es que se ha portado muy bien. Una bolsa para llevar zapatillas que albergaba en su interior una botella de vino, un DVD, unas gafas de sol, una bebida isotónica y unas grageas de chocolate. Una camiseta hubiera sido el broche de oro a semejante derroche. Pero mi armario repleto de zamarras técnicas no echará de menos una más.
En general, la experiencia ha sido muy positiva. Hasta el tiempo ha acompañado, con una temperatura bastante agradable. El alto número de participantes, la más que correcta organización y el amplio seguimiento popular auguran un gran futuro a esta media maratón.

lunes, 19 de octubre de 2009

VI Vuelta a los Oroses


Una vez más se solaparon varias pruebas atléticas el mismo día. Entre el Memorial Chistavín de Berbegal y la Vuelta a los Oroses, en Biescas, me decidí por esta última, ya que nunca la había corrido. Luego me enteré de que también hubo un cross en Villanúa esa misma mañana.
Se empieza a notar el frío otoñal, y más por el Pirineo. Afortunadamente el día fue soleado, y eso siempre anima a correr. Lo que ya no motiva tanto es la escuálida bolsa del corredor con la que tuvo a bien obsequiarnos la organización. Una braga para el cuello, un mosquetón y un folleto publicitario son recompensa demasiado humilde, y más si tenemos en cuenta que la inscripción costaba 10 €. Afortunadamente, la belleza del recorrido compensó con creces esta primera desfavorable impresión. La prueba bajaba por un estrecha carretera hasta Orós Bajo y volvía a Biescas pasando por Orós Alto. El planteamiento en una prueba de 10 km es distinto al que se plantea en una media maratón. Se puede marcar un ritmo más alto desde el principio, teniendo en cuenta que el riesgo de pájara es menor. Pero tampoco hay que pasarse. Nada más sonar el pistoletazo de salida, se produjo una estampida que más de uno pagaría después. Yo procuré no dejarme arrastrar mucho por la emoción. Aún así, hice el primer kilómetro en 4 minutos. Bajé ligeramente el ritmo, pero no mucho, ya que sabía que tenía fondo de sobra para hacer toda la prueba exprimiéndome un poco. Empecé poco a poco a alcanzar gente que había visto volar al principio. Poco antes de llegar al ecuador de la prueba, una cuesta bastante larga, aunque no muy pronunciada, nos condujo a Orós Bajo. Al ritmo que iba, esa subida se nota bastante, así que llegué al pueblo con la lengua fuera. Un leve respiro me permitió aprovechar mi poderosa zancada para lanzarme cuesta abajo. Los últimos 4 kilómetros eran casi llanos, con una ligera pendiente hacia arriba. Allí empecé a pagar mi fuerte ritmo de la primera mitad. Se me hicieron bastante largos, pero pude mantener la compostura. Eso sí, no me quedaba gasolina para hacer mi clásico final demoledor. Con la motivación de alcanzar los pequeños grupillos que iban aún más justitos que yo, pude llegar a Biescas sin bajar el pistón, donde paré el crono en 42 min 18 segundos. Es decir, 4'14'' por kilómetro. Un buen test cara a la Media Maratón Ciudad de Huesca, que se celebrará este domingo. Tras la prueba, la temperatura había subido un poco, por lo que resultó una auténtica delicia estar en la plaza comentando la carrera con los amigos, mientras se disputaban las pruebas infantiles. Hubo un sorteo de regalos, pero preferimos volvernos a Huesca. No hay mejor presente que correr una prueba tan bonita y con un día tan espléndido.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Belfast (y II)



Amanecí mi segundo día en Belfast con la sana intención de visitar la Calzada de los Gigantes. En la estación de autobuses vi que había una ruta regular, pero volvía un poco tarde a la capital. En la oficina de turismo, además de la ruta larga que había reservado y desreservado el día anterior, había otra que iba directa. No creo que me hubieran mirado con muy buena cara en la oficina de turismo si hubiera vuelto a comprar el mismo viaje. Así que fui al lugar donde salía el autobús (la puerta de un hostel). Allí todavía no me conocían, así que pude reservar sin problemas. No se andaba con tonterías el viaje. Ida y vuelta por la ruta más directa, sin ningún tipo de comentario por parte del conductor. Por 5 libras más hubiera tenido ruta por la costa con varias visitas. Pero en este caso valoré más el disponer de la tarde libre, decisión de la que no me arrepentiría. Tras una hora y media de viaje, el autobús nos dejó junto a un centro de visitantes. Allí se podía coger otro autobús que bajaba hasta la costa o ir andando un kilómetro. A una persona como yo, casi le parece un insulto la primera opción. Como teníamos 2 horas, emplée una y media en recorrer una ruta que discurría por unos acantilados. Estar 5 meses en una isla no me habían vacunado para asombrarme con las maravillas que pueden formar las rocas y el mar. Impresionantes paisajes aún más hermosos en un día soleado, de los que tanto eché a faltar en Skye. Podía haber seguido allí horas y horas, pero me faltaba el plato fuerte. ASí que bajé a la costa por un angosto sendero hasta llegar a una auténtica maravilla: La Calzada de los Gigantes. Se trata de unas 40.000 columnas hexagonales de basalto que forman un conjunto sorprendente. De hecho cuesta creer que sea algo natural. Sin mucho tiempo para disfrutar del espectáculo, volví al autobús. En el viaje de vuelta a Belfast pude observar cómo algunas casas de campo lucían orgullosamente la "Union Jack", en un aperitivo de lo que me esperaba esa misma tarde. Apenas llegué a Belfast, desembuché mi plano y partí rumbo a los barrios más "animados" de la ciudad, y no precisamente por el pototeo. Tras un rato de caminata empezaron a aparecer los primeros murales que me indicaron que estaba en territorio protestante. Por si no lo tenía muy claro, muchas casas lucían banderas británicas y del Ulster. La zona alternaba zonas muy cuidadas con otras bastante escojonadas. Y me sorprendió ver muchos niños sueltos jugando por las calles. Solían vestir camisetas de equipos de fútbol de la Premier League (liga inglesa). Tras una pateada de casi dos horas, empapándome del espíritu unionista, decidí pasar al otro barrio (en sentido literal). Y lo que en el plano eran dos calles, en las 3 dimensiones de la realidad se conviertieron en un rodeo de más de una hora y media. ¿La razón? Un muro que ríete tú del de Berlín. Bueno, no tenía fosos ni guardias, pero calculo que levantaba más de 4 metros del suelo. Mis intentos por encontrar una calle que lo atravesaran fueron infructuosos. Así que tuve que llegar casi al centro y rodearlo. Si a mí me resultó una experiencia bastante claustrofóbica, no hace falta imaginar lo que puede suponer a un residente tener semejante "monumento" en su ciudad. Un mural me dio la bienvenida a la zona católica. La presencia de una catedral me lo confirmó. Decidí internarme en el corazón del barrio. También abundaban los grupos de niños. Esta vez ataviados mayoritariamente con los colores verdes y blancos del Celtic de Glasgow. Había algunas calles realmente degradadas. Incluso había algunas hordas de tiernos infantes haciendo hogueras por las calles. Eso parecía la ciudad sin ley. No me quise quedar con esa imagen y me interné más en el barrio. Pude ver zonas más agradables y más murales, entre ellos uno que aprovechaba la tesitura para, mezclando churras con merinas, defender la autodeterminación del País Vasco. Mi paseo por estos dos barrios me resultó fascinante. No obstante acabé muy cargado. Se respira un ambiente tenso, y eso se termina notando. Al observar los grupos de niños de ambas zonas, tan rubitos y aprentemente inocentes, poca diferencia vi entre ellos, aparte de las camisetas. Ciertamente los nacionalismos y las religiones han generado muchos más problemas de los que, supuestamente, han solucionado. Un muro de más de 4 metros de alto y una mala leche en el ambiente que casi se pueden cortar son prueba de ello.
Decidí hacer una visita más lúdica y opté por el castillo de Belfast. No es que aún tuviera ganas de batalla, sino porque las vistas desde la colina en la que se asienta son de enjundia. Cogí un autobús urbano que dejaba cerca del castillo. El vehículo estaba lleno de tinajeros que volvían de comprar en el centro. Yo iba de pie y mi visibilidad era limitada. Como no sabía exactamente dónde tenía que bajarme iba mirando como podía a ver si divisaba la fortaleza. El autobús se alejaba y se alejaba del centro mientras la noche caía sobre Belfast. Pasamos un desvío al zoo que me hizo sospechar. Miré mi plano y se confirmaron mis sospechas. Me había pasado bastante. Bajé echando virutas. Descarté la opción de visitar el castillo y volví al centro en otro autobús. Se me estaba haciendo tarde y me estaba jugando el pototeo del sábado. Fui al hostel a adecentarme un poco y salí, como en el día anterior en plan "me llamaban Trinidad". Todavía estaban los garitos con mucho cemento, así que volví al hostel. Tenía la esperanza de encontrar algún "alma perdida" como yo para compartir andanzas. Se había formado un grupillo en la entrada. Parecían todos muy amiguetes. Pero cuando los vi marcharse vi que entre ellos estaba la dueña del hostel. Así que deduje que ésta había formado una especie de quedada informal entre los huéspedes. Les seguí un rato y me hice el encontradizo con dos chicas que se habían descolgado. Como había previsto, recibieron de buen grado mi incorporación. Se trataba de dos irlandesas, que junto a 2 canadienses, 2 yanquis, un belga y algún que otro elemento sin bandera conocida, amén de los dos dueños del hostel formaban un grupo más que interesante. Pero ya se sabe que cuando hay grupos grandes se suele buscar el mínimo común múltiplo, es decir, contentar a todos. Así que fuimos al típico pub para turistas. Allí pude entablar conversaciones varias con las canadienses, las estadounidenses y el belga. Eso cuando no lo impedía el ensordecedor ruido que generaba un grupillo que no paraba de berrear versiones pop. Hartos de tamaño despliegue de decibelios salimos del local. El dueño del hostel, aprovechó el manejar la manada para conducirnos a un taxi que nos conduciría al garito más chic de la ciudad. Aunque hubo gente que picó, algunos nos sentimos un poco como ovejas en un rebaño y declinamos la quizá sí o quizá no, interesada oferta. Las canadienses se había dispersado. Lástima porque una de ellas era una pívot de categoría. Así que volvimos al hostel las yanquis y el belga. Estuve hablando con una de ellas todo el camino. Iba a pasarse el año en una universidad galesa estudiando teatro y quería hacer antes algo de turismo. Resultó un placer hablar con una persona que mostró tener dos dedos de frente. Es decir, hablaba lo suficientemente despacio para que la entendiera. Algo tan sencillo fue más bien escaso en Skye. Al llegar al hostel, los cánones cinematográficos lo dejan bien claro. Dos americanas y dos europeos=bacanal. La vida real es otra cosa. Se fueron a dormir y yo le propuse al valón volver a los baretos. Rechazó mi oferta, por lo que tuve que volver sólo. No dio para mucho más la noche. Los bares cerraban de nuevo a la una y media. Asistí a mi última salida de los toros en Belfast y me retiré definitivamente a mis aposentos. El grupillo que se había formado al principio de la noche prometía bastante. Lástima que las circunstancias hicieron que no pudiese dar mucho juego.

martes, 6 de octubre de 2009

Belfast (I)



Tras el paréntesis atlético, voy a continuar con mi crónica del viaje de vuelta. Quede claro pues, que no vine a España a correr la media maratón de Castiello y luego me volví a Escocia. La inspiración literaria viene cuando viene.
En mi última entrada estaba pernoctando en un lujoso (para mí) hotel en Perth. El desayuno que me ofreció fue casi legendario: 5 tipos de cereales, yogurt, frutos secos, miel, bacon, salchichas, huevos revueltos y fritos, triángulos de patata de dos estilos, frutas en almíbar, “baked beans”, tostadas y un largo etcétera. Me puse como el quico haciendo acopio de la energía que me iba a hacer falta para el largo viaje al que me iba a enfrentar.
Cogí un tren que me dejó en Glasgow. Vuelta a los orígenes, ya que en esa ciudad empezó mi viaje allá por el mes de abril. Sin tiempo para nostalgias me dirigí a la estación de autobuses.
Allí cogí un autobús que me llevó a Stranraer, localidad costera en la que debía coger el ferry para Belfast. Suaves y verdes colinas, junto con un tramo costero espectacular significaron mi despedida de Escocia. El perder de vista semejantes paisajes se hace menos cuesta arriba si el siguiente destino es Irlanda. Tras una espera de algo más de una hora en el puerto, me embarqué en el ferry. Si el transbordador que me condujo a Lewis y Harris me pareció espectacular, éste me dejó boquiabierto. El parking parecía un garaje de un centro comercial. Contaba con varios restaurantes, tienda, sala de juegos… No pude parar quieto un momento del viaje, dando vueltas y descubriendo nuevos servicios y rincones. Hasta que, unas dos horas y media después, los astilleros de Belfast aparecieron en el horizonte. En el puerto esperaba un autobús que nos condujo a la estación central de autobuses. Por sólo 25 libras había hecho dos viajes en autobús y uno en ferry para ir de Glasgow a Belfast. En general, el Reino Unido es más caro que España. Pero hay auténticos chollos si se busca un poco.
Nada más llegar a la estación, y siguiendo con la tradición, me dirigí a la oficina de turismo. Tras averiguar dónde estaba mi hostel, pregunté sobre la posibilidad de ir a la Calzada de los Gigantes, maravilla geológica en la costa norte de Irlanda. Allí me propusieron un viaje que bordeaba la costa visitando varios puntos de interés. Lo reservé sin pensar mucho. Aunque mi coco siguió dándole vueltas. Ya en la calle me percaté de que había cometido un pequeño aunque craso error. La excursión duraba unas 10 horas, con lo que prácticamente se me comía todo el sábado. Aparte de que en esos viajes organizados suele haber paradas estratégicas con poco que ver y mucho para gastar. A un viajero amante de la libertad como yo, eso no le cubica nada. Así que pensé que sería mejor coger un coche de linea público y dejarme de circuitos. Volví a la oficina de turismo para anular la reserva (ya pagada). La señorita me dijo que no se podía anular. Pero ante la cara de buenecito que lucía (se me da muy bien, supongo que será porque algo de eso tengo) me preguntó cuándo lo había reservado. Como sólo hacía 15 minutos, decidió devolverme el dinero. Me dirigí al hostel aprovechando para hacer mis primeras observaciones sobre la capital norirlandesa. Es curiosa la mezcla que se da en Irlanda del Norte. Por un lado, se respira ambiente irlandés. Pero gran parte de la arquitectura y mobiliario urbano (aparte de la moneda), nos recuerdan que estamos en el Reino Unido. También destaca la amabilidad de la gente. Las dos veces en las que desplegué mi plano para situarme, dos personas se ofrecieron gentilmente a ayudarme.
Mi hostel estaba cerca de la universidad, en una zona repleta de pubs y restaurantes. La recepción en el albergue fue de lo más cálido. Nada más llegar, la propietaria hizo de guía turística explicándome con todo lujo de detalles todo lo que había que ver y lo que no en la ciudad. Tanta amabilidad, sumada a mi debilidad por las “Irish”, y más si son pelirrojas como ésta, me cautivaron. Menos mal que ese efecto no duró mucho y no cai en la trampa de reservar las dos excursiones que me propuso. La Calzada de los Gigantes (versión 11 horas) y visita a los murales de los barrios católicos y protestantes en taxi con guía. Tampoco me gustó mucho lo de “tienes que ver esto, y no vayas a ver esto”. Pero en todo caso se agradece llegar solo a un sitio nuevo y recibir tanta atención. Dejé el maletón en la habitación y fui a dar un voltio. Cené humildemente en un “Kentucky fried chicken” y me acerqué al centro. Era viernes y tenía la idea de palpar el pototeo de la capital. Me apetecía escuchar un poco de música irlandesa, así que entré en un pub donde había un grupo tocando. Lo escuché un rato bebiendo la clásica pinta de Guinness , pero me fui rápido. La clientela frisaba la cincuentena, y ya había tenido bastante de eso en mi hotel escocés. Hice un escaneo por todos los baretos hasta que me decidí por uno que me había recomendado la dueña del hostel. Se tratada de una discoteca pequeña con música disco. Justo lo que necesitaba. Sólo cobraban 2 libras por entrar, y por tan módico precio se podía también beber botellines de sidra de pera. Lo malo es que cuando llegué, el bar estaba un poco vacío. Le pregunté al guardia si me podía poner sello y volver más tarde, pero me dijo que sólo se podía salir para fumar. Así que me quedé y, poco a poco se fue llenando. Se hace un poco incómodo estar sólo en un sitio semivacío. Pero poco a poco me sumergí en la magia del local. No difería mucho de las discos escocesas. Los modelitos seguían los cánones anglosajones: taconazos, minifaldas y escotes generosos. Eso sí, no observé vestigios de frotamiento. A eso de la una me cansé y salí de la discoteca. Aún eché un ojo a los pubs de la zona. Era el momento de la “salida de los toros”. Allí cierra todo a la una y media. Evidentemente a esas horas tan tempranas la gente no tiene muchas ganas de volver a casa. Así que se producen grandes concentraciones de gente apurando sus posibilidades de pototeo. Cuando vi que se empezaban a disolver los grupillos di por finiquitada la noche y volví al hostel a dormir.