sábado, 27 de julio de 2019

BOHOLEANDO

  Aproveché mi involuntario madrugón para ir a darme un baño en la playa cercana, que era tan vistosa y espectacular como poco práctica. Su arena blanquecina, sus bonitas aguas y las lustrosas palmeras no compensaban que la zona de baño estuviera muy acotada y su escaso calado no permitiera más que mojarme hasta la cintura. Para eso me quedo en Salou...
Más interesante iba a ser la visita a la isla de Bohol, que en una superficie relativamente reducida, ofrece atractivos de lo más variopinto.
 Fui el primer huésped al que recogió la furgoneta, que fue haciendo un recorrido por distintos alojamientos sumando componentes hasta que completó todas sus plazas. Mi espíritu niunclavelista se enervó cuando algunos de estos turistas abonaban 50 pesos menos que yo al conductor, que en mi caso fueron gustosamente recaudados por los dueños de mi albergue, a modo de comisión.
 Mi comprensible enfado pronto se mitigó al enterarme que nuestro primer destino era una antigua iglesia española. Estaba cerrada pero pude paliar mi sed histórico-cultural con la visita a un museo contiguo.
Iglesia de Baclayon

 A continuación nos internamos en los bosques tropicales insulares para acceder a una reserva donde poder contemplar a los monos Tarsier. Se trata de una de las especies de primates más pequeña del mundo, y a diferencia de sus primos más talluditos, se trata de unos seres asustadizos y entrañables.
¡Qué mono!

 Más inquietantes iban a ser los "bichos" que nos esperaban en un pequeño zoo, donde destacaban unas enormes serpientes amarillas que, afortunadamente, estaban bastante calmadas. También había algunos monos (algo más creciditos que los Tarsies) y un buen surtido de mariposas de vivos colores.
¡Qué mona!

 Se acercaba la hora de comer, así que, astuciosamente, la furgoneta nos llevó a las orillas del río Loboc, donde se apostaban unos barcos que hacían una ruta fluvial, mientras se podía comer a bordo.
 Un grupo de 3 jóvenes europeos que conformaban la expedición desoyó los cantos (no precisamente baratos) de sirena y permanecieron en tierra. Yo, en cambio, decidí tirar la casa por la ventana y embarcarme. 
Fue una acertada decisión.  Y eso a pesar de que la comida, aún siendo buffet libre, tampoco era muy allá.  Pero el navegar entre orillas selváticas fue una gran experiencia, que se complementó con la confraternización con mis compañeros de excursión que, en su gran mayoría, venían de la capital.
Hacia el corazón de las tinieblas

 El plato fuerte de la jornada no fue el que se nos sirvió en el barco, sino las "Colinas de Chocolate", cuyo nombre no deriva de que se cultive cacao en sus laderas, sino del color que cientos de ellas adquieren en el estío. Aunque nos las encontramos más bien verdosas, no dejaba de ser curioso presenciar este fenómeno geológico que, según comentaban, es uno de los lugares más visitados de las Filipinas. Y así pareció corroborarlo el gran número de turistas que se agolpaban en el mirador en pos de la foto o "selfie" correspondiente.
Colinas de Chocolate

 Siguió una breve parada en el "Man made Forest", que no era otra cosa que un vistoso bosque de grandes árboles plantados por el hombre (debió acabar baldado el pobre).
 Más entrañable para mí fue nuestro siguiente destino, ya que nos detuvimos en Sevilla, para caminar por un curioso puente de bambú sobre un río (ya no sé si era el Guadalquivir).
Sevilla y olé

 Nuestro último hito de la jornada fue aún más conmovedor. Se trataba de una estatua que celebraba el pacto de sangre que Miguel López de Legazpi selló con el jefe local Sikatuna, y que es todo un símbolo de cómo el mítico explorador vasco se desempeñó en lo que algunos indocumentados se empeñan en considerar "despiadada conquista" o "brutal colonización". Para eso habría que esperar más de 3 siglos, cuando los usenses acudieron a "civilizar" las ya más que civilizadas Filipinas.
Al centro y pa´dentro

 Por si no hubiera tenido bastantes emociones la jornada, aproveché el paso de mi furgoneta por la capital Tagbilaran para apearme, ya que había concertado una cita allí.
Pero antes me despedí cordialmente de mis compañeros de travesía. A pesar de mi condición de europeo, no fue con el grupillo de este continente con el que congenié en la excursión, sino con los filipinos, a los que yo sentí mucho más cerca cultural y emocionalmente.
 Dejando aparte lo que pudo suceder o no con mi cita de Tagbilaran, detalle que sin duda no interesará a los sesudos y selectos lectores de este blog, me ocurrió una anécdota bastante reveladora.
 En un momento de la tarde-noche, me di cuenta de que mi inseparable mochila ya no estaba junto a mí. Hice memoria y volví a un bar donde había estado media hora antes. Allí estaba esperándome intacta, en la silla donde la había abandonado inconscientemente. ¿Hubiera pasado lo mismo en...digamos... Barcelona? Probablemente no, y no hablo por hablar.
 Para volver a mi albergue en la isla de Panglao, ya no circulaba transporte público. Por ello que tuve que agenciarme un triciclo cuyo conductor no tuvo pudor en detenerse a medio camino en el arcén. No a repostar, sino a todo lo contrario, ustedes ya me entienden.
 Ello no impidió que, educación y buenas maneras obligan, aceptara incólume, aunque algo desconcertado, su apretón de manos a modo de despedida cuando acabó la carrera.
 Como guinda a tan denso día, aún tenía otra cita. Aunque visto desde fuera pareciera que soy un frívolo, no es tan fácil planificar todos estos acontecimientos sociales para que cuadre todo y no se hieran sentimientos.
 En este caso se trataba de una mujer casada que apenas había salido de la isla y que no parecía estar pasando los mejores momentos en su matrimonio. En este río revuelto, no vi muy ético meter la caña, así que nos limitamos a tener una más que cordial conversación en el salón del albergue. A pesar de tan cándido encuentro, mi cita se mostró muy agradecida por la experiencia, ya que suponía un respiro en su, últimamente, un tanto gris existencia.
 La verdad es que le había sacado mucho jugo al día. Bohol se reveló como un destino más que interesante, pero al día siguiente tocaba abandonar la isla en pos de un destino un tanto oscuro...