lunes, 19 de noviembre de 2018

AMBERES Y GANTE: JOYAS FLAMENCAS

  ¡Nuestra es Amberes!, se dice que gritó eufórico el habitualmente discreto Felipe II, cuando se enteró de que sus tropas habían lograron reconquistar la importante ciudad flamenca, en un destacado episodio de la Guerra de los 80 años.
 Mientras mi autobús se internaba por tierras belgas, tras haber hecho una breve escala en la ciudad neerlandesa de Eindovhen, me preguntaba si la euforia del monarca español estaba justificada o no.
  Lo primero que vi de Amberes ya me impactó. El autobús nos dejó junto a la imponente fachada de la estación de tren, una de las más impresionantes que haya visto nunca.
 Tras un paseo de una media hora por las agradables calles de la llamada "capital mundial de los diamantes" llegué a mi albergue donde fui recibido por un simpático uruguayo. No era el primer recepcionista de esa nacionalidad que me encontraba, ya que en Durres (Albania), fui atendido por un compatriota suyo.
 Dentro de la humildad que caracteriza a estos establecimientos, en este caso me había estirado un poco y el albergue era bastante competente, con unas instalaciones modernas y acogedoras.
 Nada que ver con el antro en el que había dormido la noche anterior en Düsseldorf.
Plaza Mayor de Amberes

 Los buenos augurios que se habían presentado al contemplar la estación se confirmaron cuando realicé mi primera inspección por el centro de Amberes. Las anodinas y funcionales calles que me había encontrado en Alemania dieron paso a un gran número de edificios históricos e iglesias. Por momentos me sentía trasladado al siglo XVI y no me hubiera asustado si me hubiera cruzado con una compañía de Tercios por sus calles (ventajas de no ser protestante).
 A la mañana siguiente, cumpliendo con la tradición, me uní al tour "gratuito" por la ciudad donde un simpático y espigado holandés nos explicó con pelos y señales los principales atractivos de la ciudad. Aparte de la gran cantidad de vestigios de la Edad Moderna, y la inevitable referencia al pintor local Rubens, me llamó la atención el "Boerentoren" un edificio  de estilo art déco  que fue el primer rascacielos construido en Europa.
Primer rascacielos europeo

 Aconsejado por nuestro guía, cuando acabó el recorrido turístico visité el museo Plantin-Moretus, de material tipográfico que cuenta con la prensa más antigua del mundo.
 Llevado por mi, en ocasiones insana, curiosidad, no dudé en atravesar una puerta con un cartel en flamenco. Al hacerlo fui severamente reprendido por un empleado que me preguntó si no lo había leído el cartel.  Sí, pero a mí lo de "niet voorbijgaan" no me había dicho gran cosa.
 A continuación me dirigí a la estación para hacer una excursión vespertina. Aprovechando que era la hora de comer, pude degustar el plato nacional belga, que no  fue otra cosa que un cucurucho de patatas fritas. Esto habla tan bien del popular tubérculo, como mal de la gastronomía belga.
 Satisfecha mi hambre física, tocaba cubrir la cultural e histórica. Nada mejor para ello que tomar un tren para la cercana ciudad de Gante.
Imponente entrada de la estación de tren

 Como suele pasarme, no sólo no había buscado nada de información sobre la ciudad, sino que tampoco sabía en cual de las dos estaciones que tiene Gante me convenía apearme. A la hora de preguntar a mi compañera de asiento más próxima se me planteaba la duda de hacerlo en francés o en inglés, habida cuenta de que el neerlandés aún no lo dominaba a esas alturas del viaje como había quedado claro en el museo.  Le dejé elegir y se decantó rotundamente por el inglés, por lo que deduje que era una flamenca acérrima. 
 Cuando vi que cojeaba un poco en historia local deduje que no era de la zona, extremo confirmado al confesarme su origen ruso. Contrariamente a lo que un asiduo lector de este blog me ha contado sobre las mujeres de ese gran país, en este caso, la eslava fue un dechado de amabilidad y simpatía.
 Sólo por conocerla y haber hablado un rato con ella ya había amortizado el viaje. La inversión se antojó aún más rentable cuando empecé a encontrarme auténticas joyas en forma de edificios históricos de gran valor. Es una delicia pasear a orillas del río Lys flanqueado por innumerables vestigios de la densa historia de la ciudad, lugar de nacimiento del rey Carlos I de España, emperador de Alemania, y uno de los hombres más poderosos de la historia.
Una ciudad ele-Gante

 Ya de vuelta en la estación, al pedir un billete para Amberes, el empleado me insistió varias veces en que era sólo de ida. No entendí muy bien esa puntualización hasta que  me di cuenta de que había cometido un pequeño, pero craso error. La ida costaba 10,80 € por trayecto, y el billete de ida y vuelta, 11 €. Así que sólo los desorientados como yo, compran billetes exclusivamente de ida.
 No tardaría mucho en recuperarme de este penoso incidente. En el albergue se había formado una animada tertulia a la que no dudé en unirme. Una cosa llevó a la otra y acabamos saliendo a dar un voltio el recepcionista uruguayo, dos simpáticas (en este caso no se trata de ningún eufemismo) holandesas y un servidor.
 Las calles de Gante, aparte de lucir esplendorosas por la noche, contaban con una gran animación. No le faltan encantos para tratarse de un destino turístico muy popular. Además de pasear por el centro, nos acercamos a la zona portuaria. Curiosamente, a pesar de tratarse de un puerto fluvial, es uno de los más grandes de Europa, gracias al gran calado y anchura del río Escalda.
Zona portuaria

 Ya de vuelta al albergue, observamos una gran animación en una calle cercana. Me comentaron que se trataba del "Barrio Rojo" amberino que, a semejanza de su hermano de Ámsterdam, sirve de escaparate publico y notorio a las meretrices locales, aunque a mucha menor escala. Me sorprendió, ya que pensaba que dicho formato sólo existía en la capital holandesa.  Ya dicen bien que viajar abre mucho la mente.
 Mi visita por tierras flamencas me había causado una gratísima impresión. El listón había quedado muy alto, pero confiaba en que los Países Bajos no hicieran honor a su nombre y lo pudieran superar.