lunes, 20 de enero de 2020

DE NEGROS A ILOÍLO

 Tocaba abandonar la isla de Negros, pero lo iba a hacer a lo grande, recorriéndola de cabo a rabo en autobús, desde Dumaguete hasta Bacolod.
 Los vehículos que hacían la ruta podían contar, o no, con aire acondicionado, según a la hora que partían. Como buen friolero, a la par que niunclavelista, me presenté en la estación para conseguir plaza en el autobús que iba a "pelo". Gran acierto, que no solo se notó en mi bolsillo y en mi garganta. El poder circular con las ventanas abiertas, me permitió observar de una forma más cercana la atmósfera de las localidades que atravesamos.
Estampa negrense

 Tras un primer tramo paralelo a la costa, nos internamos en el corazón de la isla, montañoso y selvático. El espectacular paisaje hizo que el largo viaje se hiciera muy llevadero. También ayudó a ello que durante un trecho del recorrido se sentara junto a mí una simpática negrense con ganas de hablar.
 Como curiosidad, pude atravesar las ciudades de Pontevedra y Valladolid, que en poco o nada recordaban a sus homólogas peninsulares.
 Poco antes de entrar en Bacolod, el autobús se detuvo y bajó bastante gente. Pregunté y me indicaron que esa era la parada más cercana al puerto. Pero el mar no se divisaba por ninguna parte. Para solventar esa incidencia, no faltaban taxistas y conductores de triciclos al acecho. Gracias a que en uno de estos últimos aún quedaba un hueco me sumé a la comitiva de unos jóvenes neerlandeses con los que compartí trayecto. Llevar a 4 personas con sus correspondientes maletas no es fácil en un vehículo tan pequeño. Pero en las Filipinas no hay nada imposible.
 Aproveché la espera en el puerto para comer algo y embarqué rumbo a Iloílo, ciudad situada en la isla de Panay, a la que llegué a la hora del ocaso.
 Mi trayecto desde el puerto hasta mi albergue prometía ser complicado, ya que, evitando el costosísimo y menos emocionante taxi, tenía que tomar 2 "jeepneys". Estos vehículos arrancan cuando están llenos y hacen una ruta fija, parando de vez en cuando para que suba y baje la gente. No es fácil orientarse cuando se circula en uno de ellos.    Afortunadamente, el conductor me avisó y pude bajarme en el momento exacto. Para tomar el segundo jeepney también tuve que preguntar a algunos viandantes, pero no hubo mayor problema y pude alcanzar mi destino por un pírrico importe.
El albergue cubicaba

 El albergue elegido fue un auténtico acierto. Se trataba de un amplio edificio con patios ajardinados de estilo español, muy apacible. Además contaba con habitaciones reformadas amplias, cómodas y completas.
 Me tocó en suerte un filipino de compañero de habitación con ganas de pototeo. No hacia a mí, sino conmigo. Me propuso una inspección por una zona de baretos que, según sus palabras estaba a una "distancia caminable". Yo aún arrastraba molestias en la planta del pie de mi arriesgada visita a las cataratas Casaroro, por lo que no me convenía andar mucho. Pero confié en que los estándares pateadores de mi improvisado compañero fueran menos exigentes que los míos. Y no lo fueron, ya que casi empleamos media hora en llegar a "Smallville", una zona de ocio un poco desangelada a esas horas aún tempranas. Entre la poca actividad y que el estado de mi pie no era el mejor, volvimos enseguida al albergue, donde reservé energías para mi inspección diurna del día siguiente.
 Intenté recabar información sobre la ciudad preguntando a la recepcionista. Se sorprendió y me dijo que la gente que se alojaba allí solía estar de paso, normalmente rumbo a Boracay, y que no le preguntaban nunca sobre sitios que visitar en Iloílo. Me pidió media hora para buscar información, tras la que me presentó un "dossier" que me iba a ser bastante útil para mi exploración del día siguiente.
Ruta del día