viernes, 27 de marzo de 2020

CHERNÓBIL:DEL TURISMO NOMINAL AL TURISMO NUCLEAR

 Madrugada del 26 de abril de 1986. La Central Nuclear Vladimir Ilich Lenin, situada al norte de Ucrania, cerca del límite con Bielorrusia, está haciendo una prueba rutinaria. Debido a una serie de fallos humanos y de diseño, la temperatura del núcleo del reactor 4 se dispara sin control, produciendo una gran explosión.
 Las consecuencias del accidente son de sobra conocidas. Aparte de los trabajadores y bomberos muertos inmediatamente, una nube radiactiva invisible sobrevoló el este de Europa. Esta radiación afectó especialmente a una zona con un radio de 30 kilómetros alrededor de la central. La llamada Zona de Exclusión.
 A nadie con dos dedos de frente se le ocurriría meterse allí. Yo debo tener uno y medio, porque apenas vi un folleto al respecto en mi albergue de Kiev, la idea me empezó a rondar por la cabeza y acabé por contratar la excursión.
 La verdad es que no era barata, ni mucho menos, pero Ucrania pilla bastante a desmano de Huesca, y no era algo que se pudiera dejar para otra ocasión.
 Previo madrugón mediante, me presenté en la Estación Central de Kiev donde nos esperaba una furgoneta. Partimos rumbo norte, y apenas habíamos dejado atrás los arrabales de la ciudad, nos detuvimos en un área de servicio para desayunar. Mientras estaba curioseando el auto-servicio, un individuo de la expedición se dirigió a mí. En un acto reflejo, le respondí que no hablaba ucraniano. Pero insistió y me di cuenta de que me estaba hablando en español. Se trataba de Fernando, un argentino muy simpático que había deducido mi condición de hispanohablante al leer la leyenda de mi camiseta.
 Para amenizar el trayecto, en la furgoneta se nos proyectó un reportaje sobre el accidente de la central. A mí me recordó a la película "Aterriza como puedas". En una escena, les ponen a los sufridos pasajeros una película de desastres aéreos.
 El documental no elevó precisamente la moral de la expedición, pero no se puede negar que nos pusiera en situación.
 Por aquello de seguir con el canguelo, al rato nos tuvimos que detener para pasar un control militar. Nos internábamos en un área restringida a la que no se podía acceder libremente. Tampoco es que apetezca mucho hacerlo alegremente.
 A primera vista, el paisaje que nos encontramos no parecía muy distinto a cualquier otro. Hasta que la furgoneta se detuvo junto a un bosque. Nos internamos un poco en el mismo y nos encontramos con un conjunto de casas en estado calamitoso. Se trataba de un pueblo abandonado.
 En los primeros momentos, el gobierno soviético intentó ocultar el suceso y no tomó medidas en la zona. Pero en cuanto se dieron cuenta de la dimensión del problema, se ordenó la evacuación de forma inminente. 
 Los residentes tuvieron que salir con lo puesto, y no pudieron volver a recuperar sus enseres. Así, dentro de las casas se podían ver juguetes, libros, periódicos y otros objetos. Si no fuera por el evidente deterioro sufrido, se podría decir que en estos lugares se había parado el tiempo. 
Creo que este año no pasa la ITV
 Al reservar la excursión se podía alquilar un detector de radiación. Yo preferí no hacerlo. Ojos que no ven, bolsillo que no lo siente. Pero era curioso ver cómo la radiación se acumulaba en algunos sitios más que en otros. Especialmente en el suelo. De todas formas, se nos aclaró que la visita no suponía ningún riesgo para la salud. Al ver la buena cara que lucía nuestra guía, que recorre la zona todos los días, me quedé más tranquilo.
 Proseguimos nuestra ruta y tuvimos que pasar otro control militar. Estábamos entrando en la zona cero.
 Al poco rato, nos desviamos de la ruta para tomar una carretera secundaria. Nos esperaba algo totalmente inesperado y sorprendente. Se trataba del Duga-3 o "Pájaro Carpintero Ruso", un gigantesco radar usado como detector de misiles intercontinentales en los tiempos de la Guerra Fría. Su sobrenombre se explica porque esta monumental estructura generaba una señal de radio en onda corta, que recordaba al monótono canto de la popular ave al picotear un árbol.
¡¡Detectado peligro nuclear venido de Occidente!!
 Se nos explicó que tanto la existencia como la ubicación de este radar era un secreto de estado en tiempos de la U.R.S.S.
 Hoy en día sobrecoge. No solo por sus colosales dimensiones, sino por la historia que tiene detrás.
 Y tras estos contundentes preliminares, llegamos por fin a las inmediaciones de la central nuclear. Por sorprendente que parezca, después de la catástrofe los reactores que quedaron "sanos" siguieron en funcionamiento, ya que entonces no había otro modo de cubrir la demanda energética de la región.
 Hoy en día, la central está inactiva, aunque se realizan labores de mantenimiento. El reactor ha sido cubierto por un inmenso sarcófago que evita que pueda emitir radiación a la atmósfera. Así que podíamos estar tranquilos mientras nos hacíamos "selfies" a escasa distancia del mismo.
Reactor 4 contundentemente sellado
 Por si no nos hubiéramos arriesgado lo suficiente acercándonos peligrosamente a la central, nos llevaron a comer a su cantina. Se nos avisó de que nuestro menú era similar al que en su día disponían los empleados.
 Si observamos los fríos datos, sólo 31 trabajadores de la central murieron directamente en el accidente, a pesar de lo espectacular del mismo. Si se me permite la licencia, no exenta de malicia, una persona acostumbrada a una dieta basada en lo que nos dieron para comer ese día, podría sobrevivir a casi cualquier cosa.
Alta cocina soviética

 En este caso, y más teniendo en cuenta que tengo un estómago a prueba de bombas, no valoré el menú por su discutible calidad gastronómica. Fue una experiencia muy interesante poder comer en ese lugar tan humilde y proletario menú. Y el placer culinario fue sustituido por las risas que me eché con mi compañero argentino y un fichaje de relumbrón que se nos unió en el ágape. Nada menos que Monique, una cantante profesional estadounidense todo simpatía. Su bonhomía y carisma no solo amenizaron nuestra excursión, sino que disolvieron de un plumazo las reservas que me habían surgido durante esos días respecto a las personas melanodermas, a cuenta de mi lamentable experiencia con la camerunesa Julie.
Tras estos momentos de distensión, tocaba ponerse serios, ya que nos dirigimos a Prípiat. Esta ciudad se construyó ex-profeso para acoger a los empleados de la central y sus familias. Debido a que estaba sólo a 3 kilómetros del reactor, la carga radioactiva que recibió fue inmensa, y debió ser desalojada. Hoy en día es una ciudad fantasma, totalmente inhabitable para el ser humano.
 Resulta sobrecogedor pasear por sus avenidas y ver cómo la vegetación ha empezado a poblar la calzada y las aceras. Los edificios, en su mayoría colmenones estilo socialista, están bastante deteriorados debido a la falta de mantenimiento. Algunos, incluso se han derrumbado parcialmente.

Desolador

 Quizá lo que más impresiona es una zona de atracciones en estado tan decrépito como el resto de la ciudad. Esa noria y esos autos de choque oxidados son el siniestro símbolo de cómo ha acabado lo que fue una ciudad pujante en su día, llena de vida y con una edad media muy joven. Debido a su alto índice de natalidad y su diseño vanguardista fue llamada "La Ciudad del Futuro". Desgraciadamente se convirtió en una ciudad sin futuro y con un amargo pasado.
 Ya de vuelta, nos encontramos con la otra cara de la moneda. Pudimos ver algunos animales salvajes, que desde que se confinó la zona para los humanos, han proliferado sin su competidor natural.
 Antes de abandonar la zona de exclusión, nuestra furgoneta se detuvo en la localidad de Chernóbil, capital de la región a la que da nombre, y por la que se conoce a la central nuclear. Al igual que el resto del área, tuvo que ser desalojada tras la catástrofe. Sin embargo, hoy en día viven en ella trabajadores relacionados con la central. E incluso permite alojarse a turistas que reserven tours de varios días por la zona.
 A las afueras de la ciudad, pudimos visitar un memorial dedicado a los "liquidadores". Con ese nombre se conoce a las personas (unas 600.000) que se dedicaron a limpiar la central y la zona de exclusión para minimizar su carga radioactiva. A riesgo de su vida y de su salud, ya que algunos de ellos murieron rápidamente y otros muchos sufrieron en sus cuerpos las altas radiaciones en forma de graves enfermedades.
Loor a los héroes
 Tanto la labor de estos valientes como la historia del accidente están magistralmente reflejados en la serie televisiva "Chernobyl", que recomiendo encarecidamente. Afortunadamente, su emisión fue posterior a mi visita. Parece ser que la publicidad que dio la serie al evento multiplicó el interés por visitar la zona. Y francamente, puestos a visitar un lugar desolado, que sea con poca gente.

 Y con este sentido homenaje concluyó nuestra excursión. No se puede decir que fuese divertida, pero sí intensa y tremendamente interesante.
 Al llegar a Kiev, hice mi última visita a mi querido restaurante Puzata Hata, acompañado de Fernando, mi compañero de excursión argentino. Gran tipo al que espero poder visitar algún día en Tailandia, que es donde reside.
 Esa misma noche debía tomar el vuelo de vuelta. A pesar de mis esfuerzos, me fue imposible encontrar transporte público para ir al aeropuerto. Miedo me daba tomar un taxi, y más tras mi amarga experiencia en Járkov. Pero gracias al poder de Uber (que utilicé por primera vez en mi vida) conseguí hacer el trayecto sin sustos para mi corazón y mi bolsillo.
 El vuelo de vuelta fue mucho más plácido que el de ida. No en vano, mis temores y decepciones iniciales acabaron convirtiéndose en gratas experiencias, que me han dejado un buen recuerdo de mi paso por Ucrania.

lunes, 23 de marzo de 2020

KIEV

 El día soleado y de temperatura agradable era una clara invitación a recorrer las calles de Kiev que no cayó en saco roto. 
 La ciudad está atravesada por el río Dniéper y cuenta con numerosas colinas y zonas verdes. Esto hace que pasear por ella sea una auténtica delicia.

Iglesia ortodoxa de San Andrés

 Tras un buen escaneo sin rumbo fijo, decidí que era hora de centrar el tiro. Nunca mejor dicho, porque me dirigí al Museo de la Gran Guerra Patriótica.
 Se trata de un memorial con gigantescas estatuas al aire libre conmemorativas de la Segunda Guerra Mundial. Entre ellas destaca el monumento de la Madre Patria, una especie de Cristo de Corcovado pero de estilo soviético y más belicoso que el brasileño.
Estatuas enormes (compárense con las personas en la parte inferior izquierda)

 Debajo de él, y excavado en la colina, pude visitar un museo del evento. Menos vistoso que el memorial exterior, pero más interesante desde el punto de vista histórico.
 Me bastó un paseo de unos 15 minutos para retroceder casi 1000 años en el tiempo y toparme con el Monasterio de las Cuevas de Kiev. Se trata de un recinto que cuenta con numerosos templos, iglesias y museos. Es como una pequeña ciudad dentro de la ciudad. Para ver bien todo este conjunto monumental y artístico, calculo que harían falta un par de días. Pero como yo no los tenía, me conformé con dos horas.
Entrada al Monasterio de las Cuevas
Algunos de los minutos de ese periodo de tiempo se me hicieron muy largos cuando descendí a las cuevas. Se trata de unas galerías estrechas y abarrotadas de gente, que cuentan con algunas momias que no ayudan a sobrellevar la opresiva atmósfera del lugar. No debían vivirlo así un gran número de fieles que no dejaban de orar junto a tan inquietantes presencias.

 Más agradable fue visitar el interior de algunas iglesias, ricamente decoradas con mosaicos y joyas.
 A diferencia de lo que me había pasado la noche anterior, este día no paré de encontrarme franquicias de los restaurantes Puzata Hata


 El funcionamiento es parecido al de una cantina escolar. Se toma una bandeja y se recorre un gigantesco mostrador eligiendo los platos, que son servidos por unas empleadas. La variedad es enorme, los precios muy ajustados y la calidad muy buena.
 Si a eso sumamos que se trataba de cocina local y de que era mucho menos cantoso ir solo que en un restaurante convencional, no es de extrañar que el Puzata Hata fuera mi local de referencia en este viaje a la hora de llenar la panza.
   хороший апетит (¡Qué aproveche!)
 Y bien que la llené. Casi me costaba andar cuando volví a la calle tras visitarlo. Una buena siesta hubiera sido lo más conveniente. Pero me esperaba el tradicional "Free Tour", actividad indispensable en mis viajes para llegar a donde no lo hacen mi talento natural e improvisación.

 Durante las dos horas que duró el recorrido pudimos comprobar que Kiev es mucho más que la arquitectura comunista que esperaba. Son incontables los edificios reseñables con estilos que van desde el modernismo, al art nouveau o el neoclasicismo. Las historias que nos contaba la guía fueron el complemento perfecto a un tour de gran calidad, que fue convenientemente recompensado.

Variedad de estilos

 Esa mañana, desde un mirador sobre el río Dniéper, había visto unas playas fluviales que tenían muy buena pinta. Después del tour, le eché un vistazo al plano del metro, observé que había una estación (Hydropark) situada en una isla en el río y allá que fui.
 Me encontré con un complejo de ocio que, aparte de unas playas bastante competentes, contaba con pistas deportivas, bares, restaurantes... Sin duda un buen lugar para desconectar y relajarse.
Aquí si hay playa

 Me senté en la arena, mientras el sol se escondía por el horizonte. La pesadilla de Járkov me parecía algo muy lejano.
 Sin embargo, al día siguiente iba a visitar un lugar con reminiscencias infinítamente más trágicas.

viernes, 20 de marzo de 2020

ATRAVESANDO UCRANIA

  Mi transporte para Kiev salía a las 12 de la mañana, por lo que decidí darle una última oportunidad a Járkov y me di un paseo. No hubo manera. El encanto, si lo tiene, no se lo acabé de ver.
 Conseguí que en recepción me hicieran una copia del billete de autobús y me dirigí a la estación.
  Esta vez no fui andando, a pesar de que no estaba a una distancia exagerada. Tenía curiosidad por ver cómo eran las estaciones de metro. No eran como las moscovitas, pero tenían su aquel.
 Al llegar a mi destino, me di cuenta de que había cometido un pequeño pero craso error. Como me suele pasar siempre que salgo a la calle por una boca de metro, me cuesta orientarme. Y más en una ciudad que apenas conocía y con los carteles de las calles en cirílico. Sin ninguna referencia, el croquis que me había hecho resultaba estéril.
 A las pocas personas a las que conseguía parar para preguntar, les mostraba mi billete con la dirección. Pero nadie parecía saber nada de ella.
 Acabé llegando a una pequeña estación, pero en la taquilla me dijeron que no era allí. Me indicaron vagamente la dirección a seguir y continué con mi búsqueda.
 Afortunadamente iba con bastante margen. Aun así me estaba empezando a agobiar. Sobre todo porque a nadie parecía sonarle el lugar. Acabé encontrando a un joven que hablaba algo de inglés, y lo más importante, contaba con un teléfono competente en el que pudo buscar la ansiada estación para abandonar aquel maldito lugar. Estaba en la misma calle donde me encontraba, pero en sentido contrario. A unos cientos de metros, como escondida, apareció una pequeña explanada con unas humildes oficinas.
 Presenté en la taquilla el billete y la mujer me empezó a explicar algo en ucraniano. Como el acento de la óblast de Jarkov es un poco cerrado no entendí lo que quería decirme. Me escribió una dirección en el billete, que yo interpreté como la de destino en Kiev.
 Mientras estaba esperando, y una media hora antes de mi teórica partida, la empleada vino a hablarme con un hombre joven que hizo las veces de intérprete. Éste me dijo que lo siguiera, y nos montamos en un autobús.
 El vehículo callejeó un rato por la ciudad hasta que se detuvo en una amplia avenida en las afueras. El hombre bajó y me dijo que hiciera lo propio, tras lo que el autobús volvió a arrancar y siguió su camino a quién sabe donde.

La ansiada y esquiva furgoneta

 Tuvimos que cruzar la calzada de varios carriles y bastante tráfico un tanto inconscientemente, para acabar junto a un mercado. Allí nos esperaba una furgoneta que iba a ser nuestro pasaporte a Kiev. Me pregunto cómo hubiese podido llegar a ella sin la ayuda de esa persona.
 Después de las peripecias que había pasado esa mañana, el viaje en furgoneta de más de 6 horas fue para mí un plácido paseo.
 Para mí, no hay mejor forma de conocer un país que viajando fuera de las grandes ciudades. Desde la ventana de la furgoneta pude contemplar un fresco de la Ucrania rural. Pequeños pueblos, inmensas llanuras cerealistas, gentes en su quehacer cotidiano, vehículos obsoletos y pintorescos vendedores de frutas y verduras a pie de carretera, hicieron que consumiera el largo trayecto con los ojos abiertos como platos.
 Y donde menos pensaría encontrarlo, en un área de servicio en medio de la nada ucraniana, me encontré con un viejo conocido. Nada menos que el entrañable vino Don Simón. 

Donde menos te lo esperas

 En ese momento pensé en la cantidad de procesos agrícolas, comerciales y logísticos que habían generado ese vino, además de la huella de carbono generada para, probablemente, acabar mezclado con alguna bebida gaseada en alguna aldea ucraniana.
 Estaba ya atardeciendo cuando los primeros bloques de edificios estilo comunista aparecieron en el horizonte, anunciando nuestra llegada a la capital. Como último vestigio de la Ucrania profunda, pude ver, en un carril a nuestra derecha, a un coche remolcando a un viejo Lada rojo enganchado a él con una humilde cuerda.

Rústico pero eficaz
 La furgoneta nos dejó en una explanada a las afueras de Kiev. Casi me da un infarto cuando estaba a punto de descender del vehículo y una joven de raza negra asomó la cabeza al interior. Me recuperé del soponcio cuando pude comprobar que no se trataba de Julie. Mi encuentro (o mejor, desencuentro) con esa chica me había afectado sobremanera. Me estaba volviendo racista por momentos.

 No lejos de allí pude encontrar una boca para tomar el metro, que me dejó a escasos 50 metros de mi alojamiento. Un par de noches en un hotel y ya echaba de menos las literas, la cocina compartida, las salas comunes y las infinitas posibilidades que ofrecen los albergues.
 Aún quedaba algo de luz natural que aproveché para dar mi primer voltio por Kiev. Iglesias ortodoxas con cúpulas doradas, edificios monumentales, calles concurridas... Esto ya tenía otro aire. Prometía mucho más que Járkov. 
 Esta sensación esperanzadora se confirmó cuando llegué a una avenida principal. Estaba cortada al tráfico durante esa tarde, para dejarla a disposición de los peatones. Había numerosos espectáculos callejeros que congregaban numerosos espectadores. Otros simplemente paseaban. Se respiraba un ambiente de optimismo y vitalidad. La tristona y áspera Járkov, era ya sólo un recuerdo.

Calles llenas de vida

 La alegría alimenta el espíritu, pero no el estómago. Había oído hablar de una cadena de restaurantes locales llamada "Puzata Hata" que quería probar a toda costa. A pesar de mi exhaustiva exploración, no encontré ningún local. Como ya era tarde, me tuve que conformar con el universal McDonald´s. Como única licencia a la gastronomía del lugar, pude aderezar mis hamburguesas con salsa ucraniana. 
 Mi toma de contacto con Kiev había sido de lo más positiva. Al día siguiente contaba con explorarla a fondo, esperando que se confirmaran los buenos augurios.

miércoles, 18 de marzo de 2020

JÁRKOV: ME TOCÓ LA NEGRA

 Julie me había dicho el día anterior que se pasaría por el hotel a las 8. Me hubiera venido bien descansar un poco más y lo hubiera podido haber hecho perfectamente, ya que no hizo acto de presencia. Tampoco contestó a mis mensajes. Como a estas alturas ya me había dado que la camerunesa era una persona un tanto voluble, no me preocupé demasiado y salí a explorar Járkov.
 Junto al hotel había una enorme plaza, un clásico de los países ex-comunistas, que según había leído, era la tercera más grande de Europa. Tristemente he de decir que una explanada semi-vacía fue lo que más me llamó la atención de la ciudad.
Plaza de la Libertad

 Me acerqué al centro donde había algunas iglesias ortodoxas y edificios históricos que hacían lo que podían, pero no despertaron mucho mi interés. Por lo visto, la ciudad fue escenario de cruentas batallas durante la Segunda Guerra Mundial y se debió perder mucho patrimonio histórico.
 Prometía más el museo de historia de la ciudad, pero para mi desencanto, estaba cerrado. 
Teatro de la Ópera y el Ballet

 En un par de horas me había ventilado la visita turística a Járkov, así que volví al hotel para contactar de nuevo con mi amiga (usando muy alegremente el término) que, ahora sí, se dignó a contestar.
 No había acudido esa mañana porque se había dormido (lógico a esas horas, pero fue ella quien lo había propuesto). Me dijo que iba a ir a la tienda donde trabajaba y que podíamos quedar en breve para comer. Ese "en breve" acabó siendo cuatro horas más tarde. Además de comprobar la escasa seriedad de Julie, pude darme cuenta de que era bastante mandona, cosa que no me cubica ni por asomo. Presentía que no nos íbamos a llevar muy bien.
 Estuve un rato viendo la tele y tuve la suerte (algo me tenía que salir bien ese día) de poder sintonizar el Campeonato de Europa de Atletismo. Nuestros compatriotas estaban barriendo en la marcha atlética.
 No pude haber tenido mayor motivación para darme otra caminata por Járkov. Esta vez acabé en un parque de atracciones un tanto curioso, ya que no tenía vallado y se podía acceder libremente. Más que un "parque de atracciones" era un "parque con atracciones". Y falta les hacía divertirse a sus habitantes, porque la ciudad me pareció de lo más tristona. Y no lo dice precisamente el Rey de la Fiesta. Me crucé con mucha cara estaca y poca sonrisa.
 También pude deducir que la ciudad no atrae muchos turistas. En la pocas interacciones con la población local, aparte de pasarlas canutas para hacerme entender, noté que se me trataba con cierta distancia.
Parque Gorky

 De vuelta al hotel pude ya concertar la reunión con la camerunesa. Me dijo que fuera a su tienda en taxi. Buen chico yo para gastarme el dinero pudiendo patear. Ella instió (más bien ordenó) que tomara el taxi. A duras penas conseguí que me diera la dirección, pero no la encontré en Google Maps. En esos momentos tenía muchas ganas de verla... para mandarla a paseo. Pero quería hacerlo en vivo. Así que accedí a ir en taxi. Eso sí, al menos conseguí que lo reservara ella y con precio cerrado.
 Al rato me mandó un mensaje diciendo que había un taxi gris esperándome en la puerta con el número 2307 que me iba a costar 97 grivnas (Unos 3 €). Bajé y, efectivamente había un taxi gris, aunque no vi el número 2307 por ningún lado. Será el bastidor, pensé.
 El conductor no hablaba inglés pero pudo hacerme entender que la carrera ascendía a 250 grivnas. Ya estamos con el dichoso regateo... A pesar de mis intentos, no cedía ni un céntimo. Pensando en arreglar el descuadre a la llegada, le dije que arrancara. Le mandé un mensaje a Julie y me dijo que saliera del coche echando virutas. Justo a tiempo, porque unos segundos más tarde se habría perdido la señal del wifi. Salí del taxi y vi que otro de color gris había aparcado a unos metros de distancia. 
 ¿Existen muchas posibilidades de que dos taxis del mismo color sean reservados a la misma hora y en el mismo sitio? Más bien no, pero por poder, puede pasar.
 Esta vez me aseguré al 100 % de que era el que debía tomar. El número 2307 coincidía con su matrícula y el taxista me dijo que la había llamado una tal Julie y al preguntarle el precio de la carrera me sacó su cartera, señalándome un billete de 100 grivnas.
 Ya en ruta, me di cuenta de que había estado a punto de meterme en un buen lío  y noté que mis nervios estaban a flor de piel. Porque a saber dónde hubiera acabado con el taxi anterior. A juzgar por su tarifa, bastante lejos. 
 Y ya puestos a pensar maldades, me pasaba por la imaginación que si el taxista que me llevaba en ese momento se hubiera metido en alguna nave de los polígonos que estábamos atravesando para secuestrarme con sus compinches, hubiera estado totalmente indefenso. Esto me pasa por ver películas de la Guerra Fría.
 Sin más novedad (que ya son bastantes) llegué al lugar de encuentro. Nada más bajarme del taxi comprobé que no estaba lejos de una boca de metro. De haberlo sabido, me hubiera ahorrado una discusión y más de un disgusto.
 Julie me llevó a un local que me pareció un poco raro para tratarse de un restaurante. Efectivamente, no era un lugar de restauración sino una clínica dental.
 Para qué me había citado en ese lugar cuando le tocaba visita, es una incógnita que aún no he logrado resolver.
 Mientras esperábamos que la atendieran, Julie empezó a organizarnos la vida. Al día siguiente ella tenía que trabajar y por la noche nos desplazaríamos a Kiev en tren-cama que, por supuesto, iba a pagar yo. 
 No es fácil mandar a paseo a una persona con la que apenas se tiene confianza. Así que poco a poco le fui dejando clara mi postura. En esa ciudad yo no pensaba quedarme más de lo necesario, así que le dije que yo me iría por la mañana a Kiev y en todo caso, la esperaría allí. No le hizo mucha gracia, pero siguió a lo suyo.
 Tras el trámite médico, nos dirigimos, esta vez sí, a un restaurante. Se trataba de un establecimiento de comida ucraniana con cierta enjundia.
 A Julie le acaban de hacer un apaño en la boca, por lo que no podía comer. Así que pedí algo para mí. Pero yo creo que se le debía estar moviendo algo por dentro. No debía caberle en la cabeza ir con un tío a un restaurante y no sablearlo. Primero me sugirió que pidiera más comida para llevar. Fingiendo preocupación por mí, me dijo que así podría comer algo por la noche, ya que junto a mi hotel no había sitios para comer. Dato absolutamente falso ya que por lo menos había visto un par a escasos metros del mismo.
 Rechacé su sugerencia y al rato pidió algo de beber. El tiempo que no estaba probándome hasta dónde podía llegar, lo empleaba en mirar su móvil y contestar a mensajes sin hacerme mucho caso.
 Cuando ya estaba pensando en dar por concluida la velada, su flamante celular se quedó sin batería y lo tuvo que dejar cargando en otra zona del restaurante. Eso le obligó a hablar conmigo y pudimos tener un rato de conversación en la que incluso llegué a pensar por momentos que se trataba de una persona agradable.
 La cordialidad del momento hizo que se viniera arriba. Su boca ya estaba en condiciones de masticar y empezó a pedir comida como si no hubiera un mañana. En su éxtasis acabo solicitando una cachimba como fin de fiesta.
 Naturalmente, y eso que yo me puse como el Quico, nos sobró mucha comida que ella se llevó consigo. 
 Le di una oportunidad de contribuir al desembolso de la factura que, por supuesto, no aprovechó. La favorable ratio euro/grivna hizo que la "dolorosa" no lo fuera tanto. Pero en todo caso, era una suma elevada respecto al nivel medio del país.
 Volvimos en taxi y, para evitar sorpresas, le pregunté a mi ""ligue"" el precio de la carrera.
  Cuando llegamos al hotel, le pagué religiosamente  al conductor  las 85 grivnas, pero me exigía más. Julie me explicó que ese era el precio hasta mi hotel, pero hasta su casa valía 50 más. Entregué al taxista el resto y me despedí friamente de Julie. No es fácil hacerme perder la paciencia y saber estar dentro y fuera de la cancha. Pero esa chica había estado a punto de conseguirlo.
 Una vez recuperada mi añorada individualidad y liberado de cargas, volvió a renacer la ilusión en mi corazón mientras planeaba mis movimientos y hacía reservas para la jornada siguiente. Y eso a pesar de la lentitud exasperante de mis dispositivos de bajísimo coste y la dificultad de encontrar transporte a Kiev.
 Los trenes estaban agotados y a los autobuses poco les faltaba. Pero afortunadamente encontré plaza en uno a una hora razonable.
 Más fácil fue la elección de alojamiento. Un albergue de los baratos, que un hotel de 4 estrellas está muy bien, pero no hay que perder las esencias.
 Ya estaba a punto de irme a dormir con la satifacción del deber cumplido cuando vi que Julie volvía a la carga. Me agradecía que le hubiera pagado el taxi, pero me decía que le tenía que haber dado el dinero a ella, en lugar de al conductor. Yo no entendía nada. Me aseguré de que hubiera llegado sana y salva a casa sin pagarle más al taxista y dejé por zanjado el tema.
 La verdad es que sabía del peligro que corría cuando se queda con una persona desconocida, y más cuando había visto antes algún detalle que no me cuadraba. Yo tomé el riesgo y lo asumo con deportividad. Había fallado el plan A y tocaba activar el B.
 No me pareció que Julie fuese mala persona. Sin embargo, parecía estar acostumbrada a sablear a los hombres y a manejarlos. Le debía parecer lo más normal del mundo.
 Pero se encontró con un niunclavelista independiente y, como era de esperar, saltaron las chispas. No precisamente las del amor.
 Hasta ese momento, mi periplo por Ucrania había sido un fiasco absoluto. Pero la vida me daba la oportunidad de poner el marcador a cero. El VIAJE estaba a punto de comenzar.

lunes, 16 de marzo de 2020

UN VIAJE DE PLACER POCO PLACENTERO

 Siguiendo la estela de algunos artistas que están haciendo  actuaciones on-line para sus seguidores recluidos en sus casas, he decidido crear unas entradas para entretener a mis selectos lectores. Así podrán descansar, aunque sea por unos minutos, de los memes y comunicados de dudosa procedencia que saturan nuestros teléfonos y ordenadores, a cuenta del Coronavirus.
 Como el último viaje que he realizado hasta el momento es el que me hizo recorrer las Islas Filipinas, voy a tirar de archivo para relatar uno que hice hace un tiempo y me había dejado en el tintero. No voy a ser tan ladino como una cadena televisiva, que ayer mostraba los encantos de Cartagena de Indias, con sus paradisíacas playas, su destacable patrimonio arquitectónico e histórico y sus encantadoras mujeres, a espectadores que no pueden salir ni a la esquina. Este viaje fue el número uno de los que podría catalogar como "¿Dónde me he metido?". Cuenta con playas, patrimonio y mujeres, pero mayormente en poco se parecen a sus homólogos colombianos antes referidos. Después de leer el relato, quizá agradezcan permanecer en la seguridad de sus casas.
 Aprovechando el cierre de la empresa donde trabajaba, con motivo de las fiestas patronales, tenía 6 días de fiesta que, como suele ser habitual, no iba a aprovechar para descansar.
 En esa época, y sirviendo de precedente, además de antecedente, estaba soltero. Haciendo caso a Jesucristo y su mítica frase "No es bueno que el hombre esté solo", me apunté a una página de pototeo donde no sé cómo, acabé contactando con una camerunesa que vivía en Ucrania. Desde tiempos del Mundial de fútbol '82, donde brillaron sus jugadores Roger Milla y Tommy N´Kono, Camerún era un país que me caía simpático. Otros detalles menores como que la chica midiese 1,80 m y fuera bien parecida, también contribuyeron a despertar mi interés.
 Ya sé lo que están pensado. Pero yo ya peino canas y tengo un historial. No sería la primera vez que la persona real y la virtual son pura coincidencia o que me ponen un "lapin"(expresión francesa usada cuando la cita no hace acto de presencia). Pero como ya he sugerido en una entrada anterior, Huesca es una ciudad un poco áspera para un soltero y se echa de menos algo de emoción a la vida. 
 Eso no quita para que no las tuviera todas conmigo, y más viendo algún detalle que me chirriaba un poco en el proceder de la dama en cuestión. Por ello planteé dos escenarios de viaje. El optimista, que confirmaba la buena salud de las relaciones hispano-camerunesas y el realista, en el que me vería obligado a sobrevivir como pudiera, y con el corazón destrozado, en las indómitas e interminables llanuras ucranianas.
 Conforme se acercaba la fecha del vuelo, mis dudas se incrementaban ante el comportamiento un tanto voluble de la camerunense.  No ayudaban mucho las recomendaciones del Ministerios de Exteriores que avisaba de conflictos armados con la vecina Rusia en ciertas partes del país.
 Ya había pagado el billete y no había posibilidad de cancelación. Era rajarme y perder la inversión o lanzarme a la piscina. Decidí la segunda opción, no sin tomar ciertas precauciones. Mis temores iban desde que simplemente mi amiga no hiciera acto de presencia hasta acabar secuestrado por una banda que podía ser, según mi grado de paranoia del momento, camerunense o ucraniana. Pero solo se vive una vez, y si puede ser, que sea muriendo a lo grande. Así que seguí adelante con los faroles. Por si acaso, envié un correo a la embajada española avisando de mi visita y contándoles mi plan de viaje. Siempre queda muy bien en el telediario, y da una imagen de seriedad, eso de que el turista español desaparecido había previamente avisado a sus representantes consulares.
  Para rematar mis temores, el día de mi vuelo, Julie me pidió una foto mía para ver la ropa que llevaba y otra del billete. Esto olía a emboscada, pero la suerte estaba echada. Así que para salir del paso y evitar que olieran mi miedo le envié una foto en la que apenas se veía mi cara. No había que ponérselo tan fácil.
Aeropuerto de Minsk

 Partí desde Barcelona para hacer escala en Minsk. En el aeropuerto de la capital bielorrusa me encontré con los primeros carteles con caracteres cirílicos, además de un diseño retro-futurista bastante curioso.
 Mi destino no era otro que Jarkov, ciudad de más de un millón de habitantes, situada en el el noreste de Ucrania, no lejos de la frontera con Rusia. Conforme se acercaba el momento del aterrizaje, aumentaba mi preocupación.
 Nada más poner pie en la terminal de llegadas, casi me da un vuelco al corazón al ver que estaba esperando un fornido individuo de raza negra. Seguí andando con paso firme y comprobé con alivio como ignoró mi presencia. Había salvado el peor de los escenarios posibles. Por ello, no me importó demasiado que no hubiera ni rastro de Julie en el aeropuerto.
 Mientras dejaba que la frecuencia de mis latidos volviera a la normalidad, se me acercó un individuo ofreciéndome servicio de taxi. A esas horas no había transporte público y el sujeto, además de hablar un buen inglés, parecía bastante agradable. En esos momentos inciertos necesitaba un aliado, así que tras un breve regateo, acepté sus servicios.
 El taxista me permitió utilizar el wifi de su vehículo, lo que aproveché para enviar un mensaje a mi "anfitriona".
 Mis teorías conspiranoicas no se habían cumplido. Simplemente se había equivocado y pensaba que mi vuelo llegaba una hora más tarde. Estaba en otro taxi camino del aeropuerto.
 Le dije que se dirigiera directamente a mi hotel para vernos allí.
 Aprovechando los precios extremadamente competitivos del país, había reservado un hotel de cuatro estrellas, lujo que jamás me había permitido, y dudo que vuelva a permitirme.
 Esperé un rato en la recepción y, al rato, por fin apareció Julie. Lo primero que me llamó la atención fue darme cuenta que las fotos que me había mandado habían tenido su buena ración de filtros. No tardaría en darme cuenta de que eso iba a ser el menor de mis problemas.
 Y por mucho que su piel fuese menos homogénea y sus rasgos menos armónicos de lo esperado, seguía siendo una negra de 1,80 m, y yo no había sufrido ningún asalto, por lo que mi moral se mantuvo incólume por el momento.
 Estuvimos hablando unos 5 minutos y Julie me dijo que se tenía que ir, ya que vivía muy lejos y al día siguiente tenía que madrugar. En otras circunstancias esto hubiera supuesto una decepción. Pero yo estaba muy cansado después de las emociones vividas y para una vez que dormía en un cuatro estrellas, quería aprovecharlo. Así que casi agradecí su espantada.
 Ya tendría tiempo al día siguiente para comprobar qué podían ofrecerme tanto la ciudad como mi compañera camerunesa.
Vistas desde mi habitación