martes, 19 de octubre de 2010

II Media Maratón Ciudad de Huesca

Cual si fuera un atleta de élite, la semana pasada cogí un vuelo desde Londres para estar presente en la media maratón que se celebraba en Huesca el domingo. Lástima que todavía no tenga un caché reconocido, y la organización no me facilitara ni el transporte, ni el alojamiento, ni siquiera un fijo por correr.
El año pasado nacía esta prueba que contaba con una gran demanda en la ciudad. La carrera se organizó deprisa y corriendo (nunca mejor dicho), pero aún así, fue un éxito. Este año tampoco parece que hayan cambiado el método, quizá por aquello de no cambiar las cosas que salen bien. La difusión ha sido bastante escasa. En Slough nadie estaba al cabo de la calle, y yo me tuve que enterar a través de familiares y amigos.
Aún así, más de 500 atletas nos presentamos en la linea de salida. El día amaneció fresco, pero soleado, invitando a participar, ya fuera corriendo o animando.
En mi estancia en tierras británicas apenas he ido dos o tres veces a correr. Las pateadas no me han dejado mucho margen. Pero estoy muy fino, y eso compensa bastante. Salí muy atrás y empecé pronto a remontar gente. La primera vuelta fue bien, pero las piernas se empezaban a cargar. Me di cuenta de que me iba a faltar fondo, y que mi plusmarca personal iba a ser una quimera. Así que me junté con un amigo y con él fuimos casi todo el trayecto hablando y haciendo humores. Cambia mucho la cosa de correr así o hacerlo a tope para batir marca. Los kilómetros caían como churros, aunque las piernas cada vez estaban más rígidas. Tampoco fue mucho problema, ya que no contaba con la presión del cronómetro. Sin forzar mucho, ya que no iba muy sobrado, conseguí llegar a meta con una marca aceptable de 1h 38' 52". Lejos de mi 1h 31', pero bastante correcta. En la llegada nos encontramos con un cuello de botella en la recogida de la bolsa del corredor. No es nada bueno acabar una media maratón y tener que esperar 5 minutos parado para devolver el chip y recoger la bolsa. Otra cosa que eché en falta fue una charanga o similar que animara el cotarro en algún lugar del recorrido. Espero que estos detalles se vayan limando para que haya más gente que, como yo, recorran miles de kilómetros para correr en Huesca.

lunes, 11 de octubre de 2010

Media Maratón Royal Parks


Este domingo había una media maratón en el centro de Londres. Evidentemente, la hubiera corrido. Pero cuando me enteré de su existencia, la inscripción estaba cerrada. A pesar de ello , me acerqué a verla. La salida y la meta se situaban en el Hyde Park. Apenas llegué al parque, empezaron a desfilar corredores. Y no pararon, porque estuvo más de media hora pasando gente. Algunos de ellos con disfraces bastante originales, como uno caracterizado como Son-Woku o un par que iban cubiertos con una coraza en forma de pez. Una de las participantes cayó justo delante de mí (yo no hice nada)nada más empezar. Estuvo unos minutos parada con mareos mientras le dábamos ánimos, pero pudo continuar. Como aún quedaba un rato hasta que volvieran al parque, fui a dar una vuelta por la zona de meta. Es habitual que en las carreras importantes haya una zona con casetas de patrocinadores. En este caso la había, y resultó ser una auténtica mina. Algunas casetas vendían productos, pero la mayoría los regalaban. Patatas fritas, refrescos, chocolatinas, barras energéticas, pasta, el Sunday Thelegraph,queso, galletas y hasta pedazos de hamburguesa de ternera de Gales. Por unos momentos, tamaña catarata de obsequios me hizo olvidar la pena por no haber podido correr. Con el estómago y la mochila colmados de viandas, di varias vueltas por el parque para ver la prueba. Me llamó la atención que había muchos puestos de miembros de asociaciones caritativas, que fieles a sus principios de ayudar al necesitado, animaban con gran entusiasmo a los participantes.
Como suele ser habitual allende de nuestras fronteras, destacaba el elevado porcentaje de mujeres, que calculo que frisaba el 40% (En España, apenas alcanza el 10%) También se notaba un carácter menos competitivo que en España. Mucha gente hacía los últimos kilómetros andando, y el cierre de control estaba fijado en 3 horas.
El día soleado y la temperatura muy agradable redondearon una mañana casi perfecta. La próxima prueba que se corra por aquí no se me puede escapar viva.

sábado, 9 de octubre de 2010

Back to the light

Al poco tiempo de llegar a Inglaterra, me apunté a una agencia de trabajo temporal de Windsor, especializada en restauración. Hace unas semanas me llamaron para hacer una entrevista. Me hicieron un cursillo acelerado y me dijeron que me irían llamando para trabajos de camarero.
Este jueves tenía el día libre (desde que he llegado aquí, sólo he tenido dos días no-libres), así que planeé una caminata hasta Maidenhead, localidad cercana a Slough. Aprovechando que no tengo muchos compromisos sociales, me recorté un poco la barba, dejando el bigote intacto. Cogí el autobús para Slough y a las 11 y cuarto me sonó el teléfono. Era una empleada de la agencia que me preguntó si me interesaba trabajar ese día. Le dije que sí, lógicamente, y me dijo que tenía que llevar camisa blanca, pantalones negros y zapatos. Además de una pajarita que me suministraban ellos. De esa guisa tenía que aparecer a las 12 en la oficina de Windsor. Por supuesto, yo iba en vaqueros, zapatillas y jersey, además de estar a varios kilómetros de Windsor. Les llamé y pedí una prórroga de media hora, ya que estaba en el autobús y no tenía la ropa. Me dijeron que me podían dejar una camisa y que sí, que si me daba prisa llegaba. Y tanto que me di prisa. Nada más llegar a Slough fui a una zapatería y les pedí zapatos baratos de mi talla. No tenían, así que fui a otra. Por 9.99 libras había unos que me iban como anillo al dedo. Mientras el dependiente les colocaba los cordones fui a una tienda de ropa y adquirí unos pantalones negros sin poder probármelos, además de unos calcetines. Recogí los zapatos y fui a una droguería donde compré unas maquinillas desechables y espuma de afeitar, por si acaso no colaba mi poco convencional afeitado. Eran ya las 11.45, y aún tenía que ir a Windsor. Corriendo con las bolsas y la mochila, aún me llamaron dos veces para ver por dónde andaba. A las 12.10 conseguí llegar, un tanto sofocado, a la agencia. Me dieron una camisa blanca y una pajarita, me cambié en el baño y aparecí hecho un pincel. Nada que ver con el desastrado personaje que había entrado en la agencia 5 minutos antes. Incluso una empleada exclamó: Lovely!, al verme salir. Afortunadamente, no me dijeron nada de mi afeitado. Bien mirado, este bigote con la sombra de barba no me queda tan mal. Yo creo que hasta me da más aire de camarero.
Un coche me estaba esperando a la salida. En él estaban mis nuevos compañeros por un día. Nuestro cometido era servir las bebidas y los canapés en un picoteo que se iba a celebrar en la pequeña localidad de Pangbourne, cercana a Reading. Siempre he sido un asiduo a este tipo de actos. Para mí era toda una experiencia vivirlo desde otro punto de vista.
Tras preparar el local y las bebidas, empezó a llegar la gente. Se trataba de un grupo de unas 100 personas de mediana edad. No estábamos en el multicultural Londres ni en el cuasi monocultural (islámico) Slough. El grupo era genuinamente británico. No sólo en su aspecto, sino también en su exquisita educación. Daba gusto servir a gente tan correcta y amable. Para mí, que he pasado por el infierno de las cocinas, estar allí, en un recinto con vistas al exterior, viendo las caras de la gente y pensando que sería otra persona quien se ocupara de la vajilla, era como ver la luz después de un periodo de oscuridad. Parecida sensación debió sentir el genial guitarrista Brian May cuando, tras un periodo complicado de su vida, volvió a la actividad con su trabajo: “Back to the light”. Por eso he titulado esta entrada así. Como testimonio de que más allá de las tinieblas, siempre se encuentra la luz.

lunes, 4 de octubre de 2010

Restaurante Los Rosales

Mi ajustada política de gasto, sumada a una cierta aversión a pasar mucho tiempo en la cocina, por motivos ya comentados, ha acabado por afectar de forma negativa a la calidad de mi dieta.
No quiero echar la culpa al tópico de que en Inglaterra “se come mal”. En el supermercado hay de todo y en Londres hay restaurantes de todas las nacionalidades, amén de bastantes cocineros de renombre. Pero es inevitable echar la vista atrás y recordar las comidas de la mejor cocinera del mundo que es siempre nuestra madre. También es buen momento para hacer una crítica gastronómica que los acontecimientos me empujaron a dejar de lado en su momento. Me refiero a un restaurante que frecuenté en mis últimos meses en España por motivos de trabajo, y que responde al nombre de “Los Rosales”.
El local, en un ejemplo de atinada estrategia, se sitúa en el municipio de Angüés, a medio camino de la muy transitada carretera que une Huesca y Barbastro. A la gran cantidad de coches que circulan por dicho tramo, se le suman los excursionistas que acuden a hacer barrancos por el Río Vero. La reciente inauguración de la autovía que evita Angüés, abre una nueva etapa en el establecimiento. Eso que suena tan bien, supone que el número de comensales se va a ver, seguramente, sensiblemente disminuido. ¿Tiene armas en restaurante para aguantar el envite? Yo creo que sí.
Que nadie espere llegar aquí y que un botones le aparque el coche y otro le cuelgue el abrigo. El menú jamás tendrá nombres tan rimbombantes como “virutas de foie gascón con espuma de vieras sobre un lecho de huevas de salmón fumé en salsa de echalotes caramelizados”. No usaremos vajilla de Sèvres ni cubertería de plata. No servirá a la Familia Real, ni aparecerá nunca en guías gourmet.
Nos espera un menú del día compuesto por productos tan corrientes como verduras salteadas, pollo al horno o natillas, servido sobre mantel de papel y regado con vino cosechero. Lo que puede parecer un defecto, se convierte en su mayor virtud. Porque aquí no vienen a comer la nobleza escocesa o los jeques dubaitís. La clientela habitual está formada por familias que están de viaje y pasan por allí, obreros que están haciendo de las suyas por la zona o agricultores de los pueblos cercanos. Es decir, gente que quiere comer algo digno sin sufrir un desfalco en sus cuentas corrientes. Teniendo en cuenta que una gran parte de la clientela es asidua, es de esperar una variedad suficiente, y que las comidas entren más por la boca que por los ojos. Tras una semana en un sitio, los fuegos de artificio ya no impresionan. Y en este aspecto, Los Rosales cumple su cometido a la perfección. Comida variada, adaptable a una dieta equilibrada, a un precio razonable. Hace unos años me enseñaron que la calidad es la adecuación de los servicios ofertados respecto a las expectativas del cliente. En este caso, puedo afirmar que el restaurante Los Rosales, es un establecimiento de calidad.

Ni un clavel

Desde que tengo uso de razón, siempre he oído que Londres es una ciudad cara. Si a eso le sumamos que yo no soy precisamente un manirroto y que mis ingresos son, hasta ahora, bastante limitados, el resultado es que estoy siguiendo una política de austeridad que deja a la que ha tomado el gobierno griego a la altura del betún.
¿Cuáles son las cosas más caras por aquí? La vivienda y el transporte. Solución: Una casa en medio de la nada (es un decir, porque estamos rodeados de coches y aviones) con habitaciones individuales a precios casi insuperables. La sangría del transporte se mitiga en parte con la llamada Oyster Card, que hace jugosos descuentos en los desplazamientos en metro y autobús, siempre que éstos se hagan fuera de las horas punta. Pero nosotros rizamos el rizo y, a menos que no quede más remedio, utilizamos nuestra poderosa zancada para desplazarnos. Ha habido días que hemos superado los 40 kilómetros entre pitos y flautas. Pero lo que los pies lamentan, el bolsillo lo agradece.
Pero donde más se despliega nuestra hábil ingeniería financiera es en la compra de productos de primera (o no tan primera) necesidad. Solemos comprar en un hipermercado de la marca Tesco . Allí hemos descubierto una auténtica mina en los productos “Tesco Value”, auténticas gangas que me hacen sospechar si sus ajustados precios pueden cubrir los gastos de fabricación y distribución. Así, por 10 peniques, podemos degustar unos noodles (fideos) sabor curry. De segundo plato, y por 42 p., nos esperan crujientes y nutritivos palitos de pescado. Y de postre, nada mejor que un mousse de chocolate por unos míseros 9 peniques.
No se queda allí la cosa. Por la zona abundan las tiendas “todo a una libra”, con un surtido impresionante. Ni siquiera la cultura se libra de esta filosofía. Y de ello da fe mi diccionario Collins de inglés por una libra, o mi visita a una tienda en la que todos los libros costaban 2 libras. Sólo me pude llevar dos por motivos de espacio. Este es un factor aún más limitante que el económico, pero excede el propósito de esta entrada.
Viendo que unos humildes emigrantes como nosotros podemos llevar ambiciosas políticas de ajuste presupuestario, es de esperar que nuestros gobiernos se pongan las pilas y metan la tijera donde hay que meterla.