A pesar de ser una "aerolinea de bandera", no había leído muy buenas críticas de Air Serbia en los foros de viajes, así que iba con cierta prevención.No sólo no tuve ningún problema, sino que después de tantos vuelos "low cost" pude disfrutar de esos pequeños detalles que se reservan a las compañías de mayor fuste. Como por ejemplo que te sirvan comida, y además una en cada vuelo, a pesar de que sólo duraban alrededor de una hora cada uno.
La escala en el aeropuerto Nikola Tesla de Belgrado fue muy breve, y apenas sirvió para poder decir que he visitado otro país más.
En el segundo vuelo monté por primera vez en un avión de turbohélices (modelos con las hélices a la vista) bastante estrecho, que da una cierta sensación de inseguridad, aunque su fiabilidad está más que demostrada.
Aeroplano de turbohélices |
La "estación" de tren estaba un poco alejada del aeropuerto. Una furgoneta (en la que sólo montamos dos viajeros) se encargaba de salvar esa distancia. Las comillas que he puesto en "estación" están con toda la intención, ya que se trataba de un apeadero en mitad de la nada sin ningún letrero y con unos humildes asientos de plástico de los que la mitad estaba destrozados.
Apeadero espartano donde los haya |
Con dinero fresco se ve todo de otra manera, así que busqué la oficina de cambio de la estación donde, esta vez sí, mis eslotis, que ya estaban pesándome sobremanera en el bolsillo, se podían cambiar a moneda local. Eso sí, cuando vi la tasa de cambio, me vine abajo. Por cada esloti me daban medio leu (en el cambio oficial están casi a la par), lo que en números redondos es una comisión del 50 %. Ahora entiendo por qué dicen que el euro es una "moneda refugio", y nunca lo he oído del esloti.
Estación del Norte (Gara Nord). Ha vivido tiempos mejores |
Pronto empezaron a cambiar las cosas. Mi visita a un hipermercado cercano, no sólo me sirvió para satisfacer mi curiosidad cultural, sino también para comprobar que los precios en Rumanía eran tan competitivos o más que los polacos.
Al volver al hostel, la recepcionista me comentó que unos huéspedes habían preparado una barbacoa en el jardín y estaba invitado. Eso me resolvía de mis necesidades gastronómicas y sociales de un solo golpe, así que acepté encantado.Fui bien acogido en el grupo, batante heterogéneo, aunque con mayoría gala. Mi idea de hacer una incursión nocturna por el centro de la ciudad se esfumaba mientras caían las cervezas y los trozos de pollo. Definitivamente, Bucarest estaba empezando a remontar...
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