Una de las cosas que
más me gustaban de mi periodo en Inglaterra era la gran cantidad de carreras
que se organizaban en Londres y alrededores. Así, era posible correr un par
cada fin de semana, siempre que las piernas, el trabajo y el bolsillo lo
permitiesen.
Aprovechando mi última
visita a Londres, sólo tuve que plantearme qué día quería correr y me apunté a
la prueba que tocaba. En este caso se trataba de una modalidad que no me acaba
de hacer mucha gracia, y no es otra que aprovechar la coyuntura para juntar
varias distancias y que cada cual elija la que más le convenga. Ésto no sólo
genera cierta confusión, sino que también hace que los ánimos del público
lleguen a todos por igual, independientemente de la distancia recorrida.
La prueba de marras
era un popurrí que iba desde la milla a la media maratón, pasando por los 5 km,
5 millas, 10 km y 10 millas, que había que recorrer dando vuentas a un circuito
de asfalto que rodea el velódromo olímpico en Stratford.
Por aquello que no me
apetecía madrugar mucho el sábado (¿a quién le gusta?), elegí la distancia de
10 km., que era la que más tarde empezaba.
La entrega de dorsales
finalizaba a las 9:45 h. Teniendo en cuenta que tenía pensado pasarme por el
banco a arreglar unos asuntos financieros (Montoro no lee este blog,¿no?) a las 9 y que Stratford no es una zona precisamente céntrica, iba a
llegar un poco apurado.
Mis trámites bancarios
fueron bien, pero me llevaron más tiempo del que esperaba. Estuve a punto de
dejar correr la carrera (valga la redundancia) pero no podía rendirme sin
intentarlo.
Ya eran las 9:50
cuando llegué a la estación de metro de Stratford. Pero el velódromo estaba a
una distancia apreciable, que hice corriendo, aprovechando para calentar y
pasar la fase de estrés.
Al llegar a la zona de
salida vi que había mucha gente corriendo. Pero no cundió el pánico ya que se
trataba de participantes de otras pruebas.
A pesar de estar
teóricamente fuera de plazo, conseguí que me dieran el dorsal y esperé
pacientemente a que dieran la salida. Debido a mi apretado calendario matinal, no me había dado tiempo a desayunar. Aproveché que había plátanos a disposición de los participantes que acababan sus pruebas para comerme uno. No es buena idea hacerlo justo antes de empezar a correr, pero era eso o hacerme 10 km en ayunas.
El tiempo pasaba y no
veía que en la línea de salida se colocase ningún atleta, así que pregunté a un
simpático miembro de la organización. Para mi sorpresa, éste me dijo que la
carrera ya había salido, y que no comenzaba en el arco de meta, sino a unos 200
metros de ésta. Me indicó la dirección y me dijo que le preguntara a un chico
con un chaleco reflectante. Así lo hice, y el voluntario me recordó que ya
habían salido hace un rato, pero me tranquilizó afirmando que al llevar chip,
se reflejaría mi tiempo real. La “zona de salida” estaba marcada por dos
humildes conos, que para más INRI estaban fuera del alcance de la vista de la zona de meta y no tenían ningún tipo de indicación.
Como queriendo recuperar el tiempo perdido, empecé
bastante fuerte, pero al medio minuto se me desató el cordón de una zapatilla,
lo que, aparte de cortarme el ritmo, hizo que los pocos atletas que había
adelantado, me rebasaran de nuevo.
Solucionados estos
pequeños incidentes, pude por fin marcarme un ritmo de crucero y empezar a dar vueltas. El
circuito tenía una milla. Al tener que cubrir 10 km., debía dar 6 vueltas y
pico. Ese pico es el que motivó que la línea de salida estuviera retrasada
respecto al arco de meta.
Por momentos me sentí
como el mítico Pedro Delgado cuando llegó casi tres minutos tarde a la salida
del prólogo del Tour de Francia de 1989, perdiendo un tiempo precioso que ya no
podría recuperar en el resto de la prueba.
El perfil era
ondulado, con algunas subidas y bajadas de no mucha pendiente, pero que iban
cargando las piernas poco a poco. El día era soleado y la temperatura fresca,
ideal para correr.
Si ya es complicado
tener referencias cuando se corre en millas, no digamos si, como era el caso,
me había olvidado llevar cronómetro, salgo unos minutos tarde y en el mismo
circuito convivimos participantes de varias distancias diferentes. No me quedó
otra que correr por el placer de correr y disfrutar del ambiente. Y la verdad
es que fue una buena experiencia.
A diferencia de lo que
suele suceder en España, donde la mayoría sale en las carreras “con el cuchillo
en los dientes” y si no está finos no hacen acto de presencia, en Inglaterra es
grande la presencia de gente que va a su propio (y bajo) ritmo, con el único
propósito de terminar. También destaca, como he reseñado en más de una entrada,
el elevado número de mujeres, que hace que la ratio por sexos esté
prácticamente igualada.
Tiempo más que discreto |
A falta de otros
objetivos, me tomé la carrera como un entrenamiento intentando mantener un buen
ritmo. Mi tiempo final fue superior a los 55 minutos. Luego pude calcular que mi retraso en la salida rondó los 10 minutos. Aun así quedé en mitad de la clasificación, lo que confirma mi teoría anterior sobre los relajados ritmos de carrera británicos (aunque los primeros sí que fueron " a saco").
En la llegada no podía
faltar la clásica aunque poco práctica medalla (esta vez hay que reconocer que,
por lo menos era bonita) . Había una bolsa de la que algunos participantes
cogían una camiseta. A pesar de que no era gran cosa, pregunté si me podía coger una, pero me comentaron que sólo era para los que habían corrido la media maratón. Los organizadores de carreras británicos son aún más niunclavelistas que el que suscribe. Eso sí, son todo amabilidad, pues no faltó quien me felicitó por haber cubierto los 10 km.