Ya empezaba a familiarizarme con el idioma. Hasta entendía los letreros. |
Korcë ya estaba más que explorado, por lo que se imponía hacer alguna excursión.
La tarde anterior había preguntado en la oficina de turismo, donde ofrecían excursiones guiadas a precios astronómicos. Por ello se me abrió el cielo cuando mi compañera alemana comentó que tenía intención de visitar el cercano pueblo de Voskopojë. Se trata de una pequeña villa que en su día fue un gran centro cultural y religioso, albergando una buena cantidad de iglesias ortodoxas. Aunque yo sea más bien "heterodoso" me apetecía hacer algo en compañía, y más si era tan buena, ya que la teutona no tenía desperdicio. Como si no tuviera suficiente con ser alemana, además se trataba de una turista alternativa (preguntó si se podían visitar fábricas abandonadas), bloguera, políglota y buena conversadora.
Para llegar al pueblo había que tomar una furgoneta en la zona oeste de Korcë. Como no teníamos muy claro dónde, preguntamos a una entrañable ancianita que, aunque no hablaba inglés, puso todo de su parte para hacerse entender e incluso nos acompañó andando un buen trecho hasta el lugar. Así da gusto.
Si Voskopojé tuvo un periodo de esplendor, poco queda del mismo. Se trata de un pueblo muy pequeño, aunque con un número relativamente elevado de iglesias. Eso sí, estaban todas cerradas.
Mi compañera tenía mucho interés en visitar alguna por dentro, así que no paró de preguntar hasta que nos encontramos a un venerable sacerdote que parecía sacado de otro tiempo. Su estética ascética, en la que destacaba una poblada barba cana, le otorgaba un elevado aire de respetabilidad. Además de ese porte, llevaba consigo la llave de una iglesia, que accedió a mostrarnos a nosotros y a un grupo de franceses.
Interior de una iglesia ortodoxa |
Aunque el interior del templo estaba muy degradado, se podían encontrar un gran número de pinturas y frescos ortodoxos bastante destacables.
Seguimos rastreando por el pueblo hasta que encontramos otra persona que nos abrió otra iglesia que, al igual que la anterior, había vivido mejores días. Por lo visto, en la época comunista la mayoría de templos habían sido destinado a usos menos sacros y más agresivos para su conservación.
Más interesante fue un paseo que hicimos a un monasterio situado a unos 3 km del pueblo, más por el interés paisajístico de la zona de montaña que por el edificio en sí.
A mediodía Voskopojë había dado de sí todo lo que tenía que dar. A falta de un horario regular de transporte, estuvimos pendientes en la plaza central para ver si aparecía alguna furgoneta de vuelta.
Al poco rato, se paró un coche delante de nosotros y se ofreció a llevarnos. Nos subimos confiados y nos dejó en el centro de Korcë sin querer cobrarnos.
No sería el único detalle de la hospitalidad que bendice estas tierras. Por la tarde se nos citó a los huéspedes del albergue a la mesa para celebrar la llegada de un contingente de jóvenes franceses y una pareja de albaneses.
Mientras el cabeza de la familia anfitriona se esforzaba con su limitado inglés en conversar con los huéspedes foráneos, su hija no dejaba de sacar platos de deliciosa comida local, cortesía de la casa.
Con el estómago lleno y y la moral alta tocaba darse un voltio por el festival de la cerveza. Esta vez fui acompañado del grupo de galos y de Adam, que como buen británico, seguía dispuesto a seguir bebiendo a pesar del escarmiento del día anterior. Eso sí, me encargó que lo vigilara y lo detuviese al llegar a la quinta consumición.
Korcë: ciudad cervecera |
No pudimos encontrar ninguna mesa libre, así que pululamos por los puestos bebiendo cervezas a gran ritmo.
Ya llevaba mi compañero inglés 4 cervezas cuando le avisé de que estaba a una de pasar el Rubicón. Se dio por enterado y se pidió dos cervezas en su última auto-ronda. Así pudo beber más de las 5 estipuladas retorciendo al máximo nuestro contrato verbal. Eso sí, ya me comentó que al día siguiente, como era el último, no se iba a poner límites. Genio y figura.
Aprovechando que aún estábamos razonablemente serenos nos volvimos al albergue. Al día siguiente me tocaba abandonar Albania. Aunque a primera vista no me había atraido demasiado, poco a poco, la hospitalidad de sus gentes y su atmósfera peculiar, hicieron que la idea de despedirme de estas tierras se me hiciese cuesta arriba.