viernes, 2 de junio de 2023

MINCA

  Con solo dos días en la ajetreada Santa Marta, me había ganado el derecho a un descanso. Nada mejor para ello que Minca, una pequeña población no muy lejana en la distancia, pero con un ambiente muy distinto, en las estribaciones de la Sierra Nevada.

 Pero antes de la calma, hubo que pasar por la tempestad. La furgoneta que debía tomar partía del mercado de Santa Marta, un bullicioso conglomerado de puestos en los que se mezclaban todo tipo de productos, gente, imágenes y olores. Algunos de estos dos últimos no son a los que un habitante del aséptico occidente esté muy acostumbrado. Afortunadamente no tuve que esperar mucho tiempo en un entorno tan abrumador, ya que la furgoneta no tardó en llenarse y partir. En ella me encontré a una joven pareja de franceses no del todo bien avenida. El chico (Félix) me explicó que vivía en Lima y que llevaba un tiempo viajando por Sudamérica. A mitad de camino se unió a su periplo su amiga Astrid, con lo que su libertad de movimientos quedó limitada. Además no eran pareja, por lo que tampoco pototeaban. Me sorprendió la confianza con la que me contaba eso, sobre todo teniendo en cuenta que si me hubiera ido de la lengua con su compañera, le habría metido en un lío. 

 Tras poco más de media hora llegamos a Minca. Llamar a eso pueblo sería pecar de generoso. 4 ó 5 calles, una plaza y algunas casas dispersas. Eso sí, los decibelios per cápita mantenían la media colombiana. Buscando más tranquilidad dentro de la tranquilidad, había reservado un albergue situado a unos 3 kilómetros del pueblo. Así que me despedí de mis compañeros galos y seguí en la misma furgoneta que me dejó en un desvío. Tras un paseo de unos 15 minutos llegué a un idílico enclave junto a un río en el que se ubicaba mi albergue. No perdí mucho tiempo allí, así que me registré, dejé la mochila y acudí a una cascada cercana. La gran cantidad de motos que me adelantaban y los grupos de caminantes que me encontré me hicieron pensar que mi destino no iba a ser un paraje solitario. Así fue. Apenas cabía un alma más en el paraje, del que no puede apreciar su encanto natural.

Al fondo hay sitio

 Me habían recomendado un par de lugares en Minca para ver el atardecer. Así que, tras el fiasco de la cascada, dirigí mis pasos hacia el pueblo. A pesar de su diminuto tamaño, contaba con mucha animación, que alcanzaba su culmen en un recodo junto al río donde se agolpaban decenas, sino cientos de personas solazándose. No duré mucho en tan masificado entorno, y me interné por un camino para buscar una buena puesta de sol. Como en Minca nos conocemos todos, me acabé encontrando con la pareja francesa con la que había compartido transporte. Formando un terceto hispano galo, caminamos un buen rato entre bosques semitropicales y paisajes inigualables. Nuestros pasos nos llevaron a un albergue aún más recóndito que el mío. Con la excusa de probar el chocolate que vendían, lo visitamos y descubrimos un mirador perfecto para nuestros intereses. La vista sobre la sierra, con Santa Marta y el mar de fondo nos dejaron sin palabras. El chocolate, en cambio, de textura bastante líquida, no me pareció gran cosa. Aunque tomado en un lugar tan privilegiado y en tan buena compañía, me supo a gloria.

Sobran las palabras

 Si el momento del ocaso fue memorable, no le fue a la zaga el descenso por un camino oscuro bajo las estrellas, arrullados por los cantos de los innumerables pájaros e insectos que pueblan el lugar.

 En Minca les dije "bon nuit" a mis compañeros y proseguí en solitario por la carretera que subía a mi albergue. Afortunadamente a esas horas no había mucho tráfico, pero tenía que tener cuidado para apartarme cada vez que venía un vehículo.

Hogar, dulce hogar
 Pude llegar a tiempo a mi alojamiento para cenar y me retiré pronto a descansar. Ello me permitió levantarme al alba y visitar la cascada que el día anterior por la tarde no cabía un alfiler. El madrugón valió la pena, ya que me encontré el paraje sin un alma, aparte de la mía , claro. La experiencia agobiante de mi primera visita se convirtió en todo un canto a la paz y el sosiego. 
Esto es otra cosa

 Aún me dio tiempo esa mañana para juntarme en el poblado con la pareja francesa. Dimos un paseo por un camino a las afueras hasta que se me hizo la hora. Me despedí definitivamente de la pareja y volví al apeadero de Minca para salir de tan privilegiado paraje. Como suele pasar en entornos informales, las furgonetas no tienen hora fija de salida, sino que parten en cuanto están llenas. Tuve suerte esta vez, porque fui el último que pudo entrar en el atestado vehículo. Tenía un enlace después y quién sabe cuándo hubiera salido el siguiente transporte.

Amistad franco-española

 La furgoneta me dejó en Santa Marta. Recorrí por última vez sus calurosas calles hasta una mini estación de transporte donde tomé un autobús. Mi estancia en Minca me había cargado las pilas. En buena hora, ya que mi siguiente destino me iba a exigir emplear muchas de mis energías.

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Veo que el nombre de Sierra Nevada es recurrente, puesto que hay una cordillera en California del mismo nombre, amen de la que tenemos en Hispania, y quien sabe cuantos paises tendrán su Sierra Nevada particular.
En cuanto a las cascadas de Minca, veo que nada tienen que envidiar en hora punta en lo que respecta a ocupantes por metro cuadrado a Salou en pleno agosto.
El albergue la verdad, es que tiene una pinta inmejorable, probablemente si hubiera conocido algunos como el de las fotos mis prejuicios hubieran desaparecido.
Esperando tu próxima entrega recibe un saludo.

Rufus dijo...

Sí, la verdad es que no es muy original llamar a una cordillera "Sierra Nevada", es casi lo primero que viene a la mente cuando se trata de montañas.
Ciertamente el albergue de Minca era de auténtica enjundia. Aunque a veces eso no sirve de nada si te toca una motosierra como compañero. Afortunadamente no fue este el caso.

Saludos