Como dice el famoso refrán, "allá donde fueres, pototea lo que pudieres". Siempre es bueno dejarse guiar por la sabiduría popular. Así que previamente a viajar a Tailandia me apunté a una página llamada "Thaifriendly", con la que, según me prometían, iba a encontrar el amor. Lamentablemente, esta promesa solo se estaba cumpliendo a medias, porque lo que abundaba en los contactos que estaba consiguiendo era el amor mercenario. Eso en el mejor de los casos. Porque por otro lado, también estaban otras dizque mujeres que usaban la aplicación como cebo para engancharme en operaciones con criptomonedas. No tengo nada en contra del llamado "oficio más antiguo del mundo", ni del universo de la inversión, pero como me dijo un profesor en su día, "cada cosa a su tiempo y en su lugar". Cuando ya estaba a punto de rendirme, contacté con un perfil que trabajaba en un sector no relacionado con el lenocinio y no me hablaba de las bondades de abrirme una cuenta en Binance. Además parecía simpática y aunque digan que eso no importa, a ustedes no puedo mentirles, importa mucho, sus fotos mostraban a una persona muy atractiva. ¿Demasiado buena para ser verdad? No, era un perfil auténtico. Entonces, ¿dónde está el truco? No hay truco. Bueno, hay un detalle con cierta relevancia... Se trataba de una mujer transexual. Entonces, ante la disyuntiva de tener sexo de pago, invertir en criptomonedas bajo la tutela de una desconocida o quedar con una mujer transgénero, elegí esta última. También podía no haber hecho nada, pero yo no viajo a miles de kilómetros de mi casa para seguir con mi rutina habitual. Además, hay que tener en cuenta que la presencia habitual de "ladyboys" es algo que caracteriza al país asiático, por lo que la cita iba a tener un componente cultural costumbrista. Vamos, que si me pongo estupendo, hasta podría pedir una subvención al Ministerio de Cultura, al de Igualdad, o a ambos dos.
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Un buen pototeador tiene que estar bien alimentado |
Para una cita, y más siendo poco habitual como la que tenía, hay que ir bien alimentado. Por ello, acudí a un restaurante vegetariano situado cerca de mi albergue. Que fuera vegetariano, no quiere decir que fuera inofensivo. Los platos que me pedí, guiado solamente por su aspecto visual, picaban como demonios, por lo que ni siquiera pude terminarlos. Encendido por el ardor estomacal, me dirigí a mi cita, que iba a ser en la zona de Siam. Se trata de una zona comercial situada a aproximadamente una hora de donde me encontraba. Aprovechando que tenía tiempo de sobra, decidí ir caminando hacia mi destino. Como creo que he dejado claro en mis anteriores entradas, Bangkok no es el lugar ideal para darse un paseo. Pero en este caso, dejando aparte algunos tramos de tráfico denso, pude transitar por calles más o menos soportables y observar algo del día a día de los sufridos vecinos de la capital tailandesa. En el camino me preguntaba si acudir a una cita de esas características era de ser muy hombre o muy poco hombre. Pero a estas alturas de mi vida, tampoco es que sea algo que me preocupe demasiado.
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El futuro ya está aquí |
La zona de Siam me sorprendió por su ambientación futurista. Trenes elevados, pasarelas peatonales, anuncios luminosos, rascacielos... Enseguida volví al presente en cuanto apareció mi cita. Contrariamente a lo que suele suceder, el filtro de la realidad, le sentaba mejor que el de sus fotos. Además de ser alta y tener un tipo estupendo. Con esas características, uno pensaría que se trataría de una "cara estaca" o una persona soberbia. Nada más lejos de la realidad. Se mostró muy simpática y accesible. De hecho, ese día estaba trabajando, y dejó sus faenas (no debía tener un día muy ocupado) para estar hablando conmigo durante bastante rato. Lo único malo de la cita fue la clavada que nos metieron en el local (Starbucks). Para que se hagan una idea, con lo que me costaron las dos consumiciones, me podría haber dado un masaje tailandés de una hora. Pero esa clavada se da por bien empleada por el rato tan agradable que pasé.
Y si en el Starbucks me habían tomado el pelo de forma figurada, en otro humilde local que encontré en mi camino de vuelta, lo iban a hacer de forma literal. Un trámite como un simple corte de pelo, puede ser una nueva experiencia si se hace como parte de un viaje al extranjero. Cuando hay interés y ganas, las barreras de comunicación se salvan fácilmente. Aunque el peluquero no hablaba inglés (ni yo tailandés) nos pudimos apañar. Me enseñó unas fotos de modelos capilares y elegí un corte degradado que iba a causar furor durante mi viaje. Además, para rematar la faena, me puso una toalla caliente por el cuello y me hizo un masaje. Todo por 140 baths (4 €), que completé con una merecida propina.
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Como niño con peinado nuevo |
El crepúsculo se estaba apoderando de Bangkok. La zona de Chula estaba plagada de restaurantes y puestos de comida. La desbordante vitalidad de la ciudad, que al principio me abrumaba, estaba empezando a conquistarme. A tal punto de que, aprovechando la flexibilidad con la que había programado mi viaje, decidí quedarme otro día en la capital. También influyó en mi decisión la buena disposición de mi cita para volver a vernos al día siguiente. ¿Cruzaría la última frontera?
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Chula: por fin algo de turismo nominal |