viernes, 30 de mayo de 2025

RETIRO EN WAT UMONG: VACACIONES DENTRO DE LAS VACACIONES

  Hace unos años, un vecino me comentó que, en su visita a Tailandia, estuvo unos días meditando en un templo budista. También me contó que lo primero que hizo cuando salió fue pillarse una cogorza, pero me quedé más bien con la primera parte. Así que lo del retiro fue una de las actividades que quise incluir a toda costa en mi periplo tailandés. 

 Mis pesquisas antes del viaje me ofrecían unas cuantas alternativas para vivir esa experiencia. Pero también me habían advertido que algunas de ellas eran trampas para turistas. Nada más llegar a Chiang Mai, volví a retomar el asunto, teniendo en cuenta que había algunos templos en zonas remotas a los que hubiera sido complicado acceder. Tras la pertinente criba, contacté con un par de templos por correo electrónico. Ambos me contestaron con rapidez y amabilidad. Uno de ellos era para una jornada intensiva, y el otro, para un retiro cuya duración mínima tenía que ser de 3 días. Ya que estábamos allí, no dudé en solicitar plaza en el segundo, aunque ello me iba a obligar a condensar un poco el resto de mi viaje. No me confirmaron, pero en el correo que me habían enviado me decían que simplemente me tenía que presentar allí antes de las 8:30 y solicitar mi admisión. No las tenía todas conmigo, pero no me quedaba otra que presentarme allí y confiar en Buda.

 El templo Wat Umong estaba situado a unos 5 kilómetros de mi albergue. Es una distancia totalmente paseable en condiciones normales. Y estas lo eran, aunque hubo un momento de incertidumbre al tener que cruzar una avenida. Como he dicho en alguna entrada, los pasos de cebra en Tailandia están de adorno. En este caso, y no teniendo alternativa posible, tuve que esperar más de 5 minutos y hacer un sprint de los míos para pasar, ya que el flujo de vehículos no cesaba. ¿Qué será en este país de las personas con movilidad reducida y que no dispongan de coche? Mejor no pensarlo.

 Proseguí mi camino, por animadas avenidas hasta que me desvié por una calle que llegaba a las faldas de una colina. Allí me encontré con la entrada de las dependencias de templo. Aunque está situado dentro del casco urbano de Chiang Mai, el hecho de que el recinto esté situado en medio de un bosque, da una sensación de retiro muy apropiada para la desconexión. Lástima que se encuentre muy cerca del aeropuerto, con el consiguiente ruido que generan las aeronaves.

 Fui a la caseta de recepción y, afortunadamente, me admitieron como miembro de pleno derecho en el templo. Contraté una estancia de tres días y me condujeron a mi habitación. Lo que en tiempos se hubiera dado en llamar cutre o miserable, hoy en día se dice minimalista. En este caso, mi humilde pieza de 2x2 metros solo contaba con un colchón plegable tirado en el suelo y una percha para colgar la toalla. Nada más hace falta cuando uno busca lo esencial. 

Preparado para el desafío
  Cada día, a los nuevos miembros se les instruye sobre las normas y la forma de meditar. Como ese día yo era el único que entraba, fui el único alumno de la sesión, impartida por un simpático y respetable ancianito. Para mí fue todo un lujo que un monje budista me dedicara una hora de su tiempo, y sus enseñanzas no cayeron en saco roto.

 Una vez instalado en mi pequeña pero acogedora morada, tocaron una campana que llamaba a la comida. Hubo varias cosas que me llamaron la atención. La primera es que, aunque se podía escoger esa opción, la comida no era vegetariana. Y la segunda es que comíamos sentados en el suelo, apoyando la bandeja en una repisa. Y lo que más me sorprendió fue ver a una participante del retiro consultando el móvil en plena colación. Las normas recomendaban abstenerse de usar el teléfono, pero en este retiro se dejaba libre albedrío. En cualquier caso, para mí fue una oportunidad de desconectar de muchas cosas.

Cartas desde mi celda

 Los horarios eran bastante estrictos. Nos levantábamos a las 5:30 de la mañana, sólo había dos comidas al día y no se permitía comer después del mediodía. Mis muchos años de ayuno intermitente hicieron que pudiese llevar bastante bien estos largos periodos sin probar bocado. Se hacían 4 sesiones de meditación, que podían ser de una hora o de una hora y media, para totalizar las 5 horas y media diarias. Las primeras sesiones se me hicieron complicadas, sobre todo por mantener la postura. Pero la motivación de estar en ese entorno, y la ayuda de Buda, hicieron que mi mente se mantuviera en el foco y mi cuerpo se adaptara rápidamente a la inmovilidad. Aun así, había momentos que me tenía que levantar y daba paseos meditativos por la sala sin perder la concentración. Un par de veces al día nos hacían barrer el lugar (se acumulan muchas hojas y follaje) y por la noche, antes de meditar hacíamos cantos budistas.

Horarios estrictos

 Tanto o más interesante que la actividad, era la gente que me pude encontrar. A Tailandia se puede ir por muchos motivos: consumir prostitución, visitar playas de enjundia, montarse en elefantes o últimamente, para tomar marihuana impunemente. En este caso, me encontré gente de diversas partes del mundo con el objetivo de profundizar en su trabajo interior. No es de extrañar que me sintiera mucho más cómodo con ellos que, por ejemplo, con la gente con la que había ido a visitar la cascada unos días antes. En el templo nos juntamos personas de todas las edades y de muy diversas procedencias (incluida una chica de Madrid, ¡qué pequeño es el mundo!). En teoría, las reglas monásticas exigían el silencio, pero creo que hubiera sido un error no aprovechar la ocasión para congeniar con personajes tan peculiares. 

En busca de la iluminación

 Precisamente el tema del silencio fue el causante del único momento complicado del retiro.  Estábamos charlando unos cuantos en el patio, cuando una mujer ucraniana nos recordó de malas maneras que no estaba permitido hablar. Inmediatamente se enfrentó a ella una joven y fogosa colombiana. Dos caracteres fuertes chocaron. Al principio de forma verbal. Pero no tardaron en llegar a las manos ante nuestro asombro. Las separamos, no sin esfuerzo, y quedó un ambiente de tensión en el lugar. Ambas abandonaron el retiro en un breve plazo. Nunca me hubiera esperado un acontecimiento así en un sitio como ese.

 En el otro lado de la balanza, una monja se dirigió a una compañera y a mí y nos pidió que asistiéramos a una ceremonia al día siguiente en otra parte de las instalaciones. Se trataba de una especie de procesión con unos discursos en tailandés y lo más importante, con una comida tipo buffet de auténtica enjundia. Aproveché la ocasión para llenar mi plato con todo tipo de manjares desconocidos. Las escasas dos comidas diarias me habían dejado bastante canino. No es de extrañar que quisiera dar una segunda vuelta. Para mi desencanto, apenas quedaba comida a esas alturas. Había bastante gente, pero no tanta como para que hubieran comido tanto. Hasta que me di cuenta de que muchas personas habían acaparado comida y se la habían guardado en bolsas para llevar. Dejando aparte la decepción por no haber podido repetir y que no me enteré de nada de lo que decían en la ceremonia, fue una experiencia interesante. Y que me hubieran elegido para acudir dio fe de mi buena adaptación a la doctrina budista. 

Como si me hablan en tailandés...

 Más allá de un momento puntual, estos tres días fueron para mí como unas vacaciones dentro de las vacaciones. Agradecí tener unos días en los que no tuviera que planear nada ni tomar decisiones.  Las largas sesiones de meditación templaron mis nervios y alimentaron mi espíritu. El viaje interior demostró ser tanto o más fructífero que el exterior.

 Al tercer día me tocaba abandonar el retiro. Me dio pena abandonar un lugar donde había estado tan a gusto y había conocido a gente tan cercana. Pero una de las enseñanzas del budismo es la de no aferrarse a nada y evitar el apego. Con ese consuelo, que en ese momento me parecía magro, volví a la realidad y al ajetreo de las bulliciosas calles de Chiang Mai. Para amortiguar un poco mi aterrizaje, visité un templo que me quedaba de camino para rendir un último culto a Buda. Quedaban muchos lugares por visitar y muchos acontecimientos por vivir en mi viaje. Pero después de este retiro, no los iba a ver de la misma manera.

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Me alegro que tu aproximación a Buda fuera fructífera. Me resulta chocante el tema de la marihuana, ya que tengo entendido, que Tailandia es un país con unas leyes muy estrictas y en las que el bienestar de los reclusos no es precisamente una prioridad. Se podría fumar tranquilamente en España, exponiéndose, en el peor de los casos, a una multa. Seguro que la meditación es una práctica que produce bienestar espiritual, aunque eso de levantarse a las 5 y media de la mañana me parece un horario bastante espartano. No creo que mi mente estuviera muy entonada a esas horas, aunque quien sabe, quizás fuera una cuestión de practica. Esperando tus próximas entregas, recibe un saludo.

Rufus dijo...

De un tiempo a esta parte se ha legalizado el consumo y han proliferado los locales donde se puede adquirir heroína en todas sus formas. Levantarse a las 5:30 cuesta, pero para mí es mucho mejor hacerlo para meditar que para ir al trabajo. Además nada más levantarse, la mente no está tan cargada como por la noche, lo que favorece la meditación. Un saludo