A la hora de reservar mi lugar de pernoctación en la zona, tenía dos posibilidades Krabi y Ao Nang Beach. La primera era una ciudad más "auténtica" y tranquila, mientras que la segunda era un centro de ocio playero. Cualquier turista medio normal hubiera elegido esta última. Pero yo, aparte de ser un poco rarito, venía de estar 3 días meditando tan a gusto. Probablemente por eso escogí Krabi. Al fin y al cabo, en el mapa aparecía como ciudad costera y pensaba que no habría tanta diferencia. Como dejé claro en mi anterior entrada, la ciudad tenía un encanto más que discutible. No me quería quedar con las ganas de ver lo que me había perdido. Así que, aprovechando que tenía la mañana libre, decidí visitar Ao Nang.Ao Nang Beach
Para realizar el recorrido contaba con transporte público en furgoneta con bancos corridos. No es cómodo ni glamuroso, pero hace bien su función a un módico precio. Aunque al montarme en el vehículo no las tenía todas conmigo. Vi que el hombre tenía licencia de taxista y al estar yo solo, temía que me fuera a cobrar precio de taxi. Un rato después se empezó a subir más gente y mis temores se disiparon. Tras una media hora de agradable paseo, el vehículo se acercó a la costa y apareció ante mí el maravilloso espectáculo que proporcionan las formaciones kársticas en forma de islas que jalonan esta parte de la costa tailandesa. Si a eso le sumamos que la localidad de Ao Nang, además de estar en primera línea de playa (¡y vaya playa!) está bastante animada, el resultado es que me di cuenta de que había cometido un pequeño, pero craso error, al elegir Krabi como base de operaciones. Aproveché que la turistada todavía estaba durmiendo para darme un paseo por la playa y visitar un poco la localidad, en la que abundaban los garitos de fiesta. También había gran cantidad de comercios, lo que aproveché para agenciarme una mochila estanca que me iba a ser muy útil para la excursión vespertina. Esta transacción comercial fue lo más cercano que estuve al regateo, práctica muy habitual en el país, pero que intento evitar a toda costa. Pregunté el precio en dos lugares y me pidieron 300 baths. Ante mi indefinición, la segunda vendedora me dijo que me lo dejaba en 250 baths (6,5 €). Trato hecho.Transporte de lujo
Tan contento con mi mochila volví a la anodina Krabi y busqué un lugar donde comer. Probé el pescado por primera vez en mi viaje, que para eso estábamos en la costa y descansé un poco en el hostal hasta que me pasaron a buscar para la excursión. Una furgoneta de bancos corridos similar a la de por la mañana me recogió y fue dando vueltas por el pueblo hasta que se llenó y se dirigió a un humilde embarcadero desde donde partió nuestra aventura.
Siete islas en una tarde me parecían muchas. Pero pronto le empecé a ver el truco al asunto. Nuestra primera parada fue en las islas Tup y Mo, dos pequeños islotes unidos por un banco de arena. Con este astucioso 2x1 comenzaba una ruta en la que nos deteníamos en islas con zona de playa llenas de turistas de otras excursiones, donde nos dejaban estar un rato y pasábamos a la siguiente. Ciertamente es toda una experiencia poder visitar esas islas en un entorno tan privilegiado como el mar de Andamán. Pero también es cierto que, una vez visitadas dos o tres, el interés empezó a decaer, por lo menos por mi parte. Dos islas por el precio de una
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Isla de Poda |
Pero tanto ir de isla en isla, da hambre, por lo que nuestra siguiente visita era esperada con muchas ganas. Se trataba de la playa de Railay, famosa por sus bellos atardeceres. Aunque a mí lo que me motivaba es que era el lugar donde nos daban de cenar. Se trata de un enclave al que, debido a la complicada orografía que lo circunda, solo es posible acceder por vía marítima. Ello no implica que sea un lugar solitario. Decenas de barquitos habían tenido la misma idea que nosotros, por lo que la playa estaba tan concurrida o más que la de Benidorm o Salou en agosto. Y para colmo, el cielo estaba nublado, por lo que el atardecer no fue tan lucido como esperamos. Por fortuna, la comida tipo buffet en un restaurante de la playa sí estuvo a la altura de mis expectativas, haciendo bueno el refrán que dice "las penas con pan, son menos".Esperando al atardecer en Railay
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Malditas nubes... |
Una buena colación no está completa si no le añadimos un buen postre. En este caso fue uno muy brillante. Ya de noche, nos alejamos un poco de la playa de Railay y el patrón detuvo el barco en medio del mar. Nos dio una pequeña charla donde nos explicó el fenómeno de la bioluminiscencia. Ciertos microorganismos que habitan en el agua emiten una luz fosforescente. Para apreciarlo basta con mover un poco las aguas. Primero nos sacó un pozal de agua del mar de Andamán y lo volcó sobre la cubierta. Allí pudimos observar estas particulares luciérnagas marinas con cientos de pequeños destellos. Pero aun mejor fue poder sumergirme en el agua y ver cómo al mover el brazo se activaban estos curiosos seres luminiscentes. No se puede decir que fuera una sorpresa, porque estaba anunciado en la actividad, pero sí me sorprendió el detalle y el grado de luminosidad de los bichitos.
Con este final tan espectacular concluyó la actividad. Si bien es verdad que el número de islas estaba algo inflado (aparte del 2x1, alguna isla solo se veía a la distancia), es una buena opción para darse un garbeo por el mar de Andamán y descubrir rincones de gran belleza. Eso sí, quien busque parajes recónditos o solitarios que busque en otra parte.
Como es habitual en estos tours, y se agradece mucho, el transporte me dejó a la puerta de mi hotel. La noche en Krabi no ofrecía muchos alicientes, así que tras una visita a un par de supermercados para cenar, me retiré a mi habitación. Contrariamente a lo que me sucedió la noche anterior, el aire acondicionado que forzosamente tuve que soportar, estaba esta vez apagado, sin opción a manipularlo. O todo o nada. Como soy friolero, agradecí el calor tropical que me indujo a un sueño más que necesario. Al día siguiente tocaba otra excursión, en la que me iba tener la oportunidad de tener curiosos encuentros.
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