martes, 8 de julio de 2025

PHI PHI: BAJO LOS TURISTAS, LA PLAYA

 Si algo ha caracterizado mi viaje por Tailandia, es que se ha ido gestando sobre la marcha. Me gusta la idea de adaptar mis rutas y paradas a las sensaciones que voy experimentando. En cambio, el problema de no tenerlo todo atado es que planificar sobre al paso es más incómodo que hacerlo tranquilamente desde casa. 
 Mi alojamiento de Krabi, sin ser para echar cohetes, había sido aceptable. Pero solo había reservado dos noches, y necesitaba una tercera. Probé suerte, pero estaba completo. Así que busqué otro de parecido o inferior precio, que estuviera a una distancia caminable. No hubo mucho problema, porque hasta en una ciudad tan sosainas como Krabi no faltaban lugares donde pasar la noche. 
 El único problema es que ni nueva habitación no se podía ocupar hasta las 2 de la tarde, y tenía planeada una excursión que me abarcaba todo el día. Así que me presenté en mi hotel y les pedí que me guardaran la mochila, a lo cual accedieron sin problema, pero sin mucho interés. La dejé en el suelo al lado del mostrador y el empleado no hizo ningún ademán de meterla en un cuarto de maletas o similar. Sin mucho tiempo que perder, volví a mi antiguo hostal, desde donde había apalabrado mi recogida.
 Esta vez, la furgoneta nos dejó en Ao Nang Beach, la localidad que ya había visitado el día anterior. Un improvisado tenderete comercial atendía a los diferentes tours que nuestra compañía iba a fletar. A lo largo del paseo marítimo se producían escenas similares con otros operadores. No íbamos a estar solos en las cálidas y hermosas aguas del mar de Andamán.
 Mientras hacía tiempo hasta nuestra partida, me di cuenta de que una pareja de jóvenes observaba con curiosidad mi flamante camiseta de la S.D. Huesca con la Cruz de San Jorge. Resultó que eran paisanos míos, la chica de Barbastro, y el chico, de Monzón. Somos pocos, pero nos dejamos notar.
 Nuestro destino eran las islas Phi Phi. Bajo un nombre tan pueril, se esconde uno de los archipiélagos más pintorescos de los que cuenta Tailandia. Aunque lo de esconderse, como voy a dejar claro unos párrafos más abajo, es algo relativo. 
 A diferencia de las islas de la jornada anterior, las Phi Phi están situadas a una considerable distancia de la costa. No fue problema para nuestra potente lancha que, en un agradable paseo de unos 30 minutos nos dejó en la proximidades del archipiélago. 
Solaz en las Phi Phi
 La visita propiamente dicha comenzó cuando la embarcación se metió en una bahía que casi formaba un lago en el interior de una isla, rodeada por acantilados. La estampa tan increíble, se vio ensombrecida por dos aspectos: la gran cantidad de barquitos que nos acompañaban y que el patrón nos ofreciera montar en una barca más pequeña para recorrer la bahía pagando un extra. El niunclavelismo fue la nota dominante en nuestra expedición, por lo que nos quedamos amarrados en una parcela de agua limitada, donde pudimos nadar y hacer un poco de submarinismo, aunque no se veía gran cosa. 
 Después nos tocaba el plato fuerte de la excursión: la visita a Maya Bay, hermosísima playa famosa por haber servido de decorado natural a la película "La Playa" (valga la redundancia). Siguiendo con el lenguaje cinematográfico, lo que nos encontramos al llegar al lugar estaba mucho más cerca de la distopía que del lugar paradisiaco que se nos mostraba en el film. 
Borreguismo nivel extremo
 Llegamos a un embarcadero del que partía un camino hecho a base de tablas que era por el que, a modo de dóciles corderitos, debíamos caminar por la senda marcada. El gentío era agobiante y para completar la desagradable sensación, una estridente voz nos conminaba a seguir el paso por megafonía para no producir atascos. Ni en la calle Preciados de Madrid en Navidad he visto tal marabunta humana. Superado el primer y agobiante atasco, se podía malamente andar por la plataforma hasta llegar a la deseada playa. Ciertamente su fama estaba justificada. Un paisaje increíble. Pero por si no fuera suficiente compartirlo con miles de personas, tampoco se permitía el baño. 
Con 5000 personas menos, estaría bonito
 Tampoco había mucho que hacer por allí, así que en poco tiempo, y sin mucha pena, ya estábamos embarcados rumbo a la mayor de las islas Phi Phi. Nos acercamos a un acantilado donde se podían ver monos y de allí nos dirigimos al único lugar que a esas alturas me apetecía ir, a un restaurante de "la capital" de las islas donde se nos sirvió el almuerzo.
 Compartí la colación con mis paisanos aragoneses, que para mayor inri, también son residentes en Madrid. Los abundantes, aunque no muy sofisticados manjares, junto a la buena compañía, sirvieron para darle lustre a una jornada que estaba siendo un tanto decepcionante. 
 Antes de haber comenzado mi viaje por Tailandia, cuando estaba preparando el recorrido, vi que existía la posibilidad de pernoctar en las islas Phi Phi. Pero por lo que pude leer en los comentarios, se trata de un destino "festivo", lo que implica mucho ruido, muchos turistas borrachos y poco descanso. Si a eso le sumamos unos cuantos miles de visitantes diurnos, el resultado es que me complací enormemente de no haber sumado este destino para pasar la noche.
 Ya de vuelta, paramos en la isla de Bambú (Phi Phi estaba cogido por los pelos, pero en este caso sí era turismo nominal con todos los pronunciamientos) donde pudimos descansar un rato en la playa. A pesar de que había bastantes turistas, me pareció un lugar recóndito y solitario, en comparación con las Phi Phi. En todo caso, después de dos tours a mí ya todas las islas me parecían semejantes, y el paso por Bambú no me aportó demasiado.
 Este fue el último hito de nuestra travesía. En el embarcadero nos separamos en varios transportes que nos condujeron a nuestro destino. Mi furgoneta dejó al resto de los pasajeros por la redolada y me llevó a mí solo a Krabi, lo que confirma el escaso interés turístico de dicha localidad.
 Durante mi excursión había mostrado cierta inquietud por la seguridad de mi equipaje, abandonado a su suerte en el nuevo hostal. Lo único que me preocupaba era el pasaporte, que ha había dejado por temor a que se mojara. 
 Al llegar al alojamiento, me encontré con mi mochila en el suelo, tal y como la había dejado. Ello incluía su interior, afortunadamente.
 La habitación era bastante competente. Aunque era compartida, me dio mejor impresión que la individual de los dos últimos días.
 A esas alturas de la tarde-noche, no tenía ni transporte ni alojamiento para el día siguiente. Algo que no es gran problema en un país tan preparado para el turismo como Tailandia. A dos calles, pregunté en una tienda-oficina de turismo y reservé mi transporte (que incluía autobús y barco para el día siguiente). Cumplido ese trámite, reservé un par de noches en mi siguiente destino y pude pasar tranquilo mi última noche en Krabi. Ya llevaba 3 días allí, así que casi le estaba cogiendo cariño al sitio. Me pude fijar en detalles, como el comprobar, viendo algunas mezquitas y mujeres con velo, que la religión musulmana, mayoritaria en el sur del país, empezaba a asomar por estas latitudes.
 La habitación compartida, a falta de compañía se convirtió en individual. Un lujo que aproveché para descansar en condiciones. Después de haberme movido entre multitudes, esa individualidad fue muy agradecida.