lunes, 16 de diciembre de 2013

Estocolmo (I)

 De buena mañana me presenté en la estación de tren de Malmö con la intención de coger un tren para Estocolmo, si conseguía solucionar el problema que había tenido con la reserva. Me había sacado el billete por internet en el albergue de Dresde, pero no lo había podido imprimir. En la reserva ponía bien claro que había que mostrar el billete impreso.
 Intenté primero sacarlo en una máquina de la estación introduciendo el número de reserva pero no coló. Así que fui al mostrador de la empresa de transportes y tras trastear un rato con el ordenador, la empleada me dijo que me lo podía imprimir, previo pago de 40 coronas (algo más de 4 €). En ese momento se mezclaron en mí la sensación de alivio por poder viajar y el cabreo por tener que pagar 4 € por una simple impresión de un folio.
 El tren que me tocó en suerte contaba con los clásicos departamentos con dos filas de asientos enfrentadas, que tantas conversaciones han propiciado en viajeros de otras latitudes. Porque en estas tan meridionales, lo dudo.Como si quisieran hacer bueno el tópico de la frialdad escandinava, los pasajeros entraban al departamento sin siquiera saludar y así seguían durante todo el trayecto. Ante el poco juego que podía dar el paisaje humano del interior del tren, me volqué en el paisaje externo.
El agua, omnipresente en Estocolmo
El viaje de más de 4 horas me permitió hacerme una idea aproximada de la geografía física del sur del país, con bonitos paisajes de bosques de coníferas y abundancia de lagos. En esos momentos te das cuenta de que hace falta mucho tiempo para conocer bien un país, y que 4 días, por muy a saco que se vaya, son sólo un aperitivo.
 Estocolmo no es una ciudad donde sea fácil orientarse, por lo menos nada más llegar. Está formada por numerosas islas comunicadas por puentes, que forman un conjunto de original y espectacular belleza. Precisamente a orillas de una de esas islas estaba situado mi albergue.Éste constaba de dos partes: un edificio de tres plantas y varios siglos a sus espaldas (aunque estaba reformado y estaba en muy buen estado) y un barco anclado junto al mismo que contaba también con habitaciones.
Albergue flotante
Me di cuenta de que había cometido un craso error reservando la habitación en el edificio al ver a la gente solazándose en la cubierta del navío. Salía más barato, pero uno no tiene la oportunidad de dormir en un barco todos los días. Pregunté en recepción si podía cambiar la reserva. Esa noche estaba  completo el barco, aunque dos días después había plazas. Pero me dijo que al haber hecho la reserva mediante una página web, el cambio debía ser hecho por el mismo medio. Lo intenté, pero la página me remitía a la recepción del albergue en un bucle absurdo. No me quise complicar más la vida, más teniendo en cuenta que el último día  iba a llegar tarde al hostel y no podría disfrutar mucho del barco, así que me centré en aposentarme y explorar la ciudad.
 Me tocó una habitación inmensa en el ático, en la que debían caber unas 20 personas. Como he dicho alguna vez, suele ser mejor tener una habitación grande para muchos, que una pequeña para pocos.
 Cuando estaba de camino al albergue, había escuchado un gran algarabío en una isla cercana. Parecía una prueba deportiva. Me acerqué tras haber dejado los trastos y puede comprobar que se trataba de un triatlón de la Copa del Mundo. En ese momento los atletas estaban realizando la carrera a pie, en la que el español Gómez Moya quedó segundo, intercalado entre sus acérrimos rivales, los hermanos británicos Brownlee.
El ambiente era espectacular y resultaba ser un acontecimiento muy vistoso por la peculiaridad del lugar (se trata de la ciudad vieja, la parte más antigua y monumental de Estocolmo).
Brownlee, en pos de la victoria
 Luego di unas cuantas vueltas por la ciudad, que no cuenta con centros y edicicios de referencia desde el punto de vista turístico, pero forma un conjunto muy armónico y de original belleza.
 Durante mi estancia en Inglaterra, había frecuentado una actividad que organizaba una tienda de deportes de Windsor, que consistía en realizar un trote de unos 5 km cada lunes por la tarde. Allí había conocido a un simpático sueco llamado Johan que había vivido un tiempo en Barcelona,y que por aquel entonces residía por la zona. Ha vuelto a Suecia y ahora está viviendo en Estocolmo. Así que quedamos y fuimos a trotar un rato para recordar viejos (y buenos) tiempos. Matando dos pájaros de un tiro, Johan me hizo una ruta turística a la carrera mientras me explicaba los lugares más representativos de la capital. Fue agradable encontrarme con él en un lugar tan remoto y más tras llevar unos cuantos días solo por el mundo.
 Ya de vuelta al albergue, me encontré con tres simpáticos niños que hablaban en español y que resultaron ser de León.
 La noche en mi poblada, aunque amplia habitación fue bastante plácida. Así que pude reponer fuerzas afrontar la siguiente estación de mi periplo: la isla de Gotland.

2 comentarios:

Sosaku Runner dijo...

Que casualidad. La semana pasada estuve buscando info sobre la maratón de estocolmo ya que me cuadra por fechas y transporte. Aunque no se si será muy ventosa por haber tantas islas. Quedo a la espera de las siguientes entregas de tus aventuras por allí.

Rufus dijo...

Precisamente mi amigo Johan la había corrido. No mencionó que fuera especialmente dura. Respecto al viento, no lo sé, pero cuando yo estuve no había mucho. En todo caso, seguro que es más llevadera que la de Lanzarote.