jueves, 13 de noviembre de 2014

Cracovia (II)

 Por mucho que me guste hacer auténticos "viajes relámpago" para ver el mayor número de cosas posible, Cracovia se merecía algo más que la noche que había pasado al inicio de mi visita a Polonia.
 Así que después de mi grata estancia en los Montes Tatras, decidí pasar un par de días más en la segunda ciudad del país.
  Esta vez me decidí por un albergue un poco más céntrico, y según daban a entender en la página web donde lo reservé, con una gran atmósfera para conocer gente. Esto es un poco relativo, ya que depende de las personas que lo ocupen en ese momento, pero hay algunos detalles de distribución de espacios o de organización, que pueden propiciarlo más.
 El hostel estaba situado cerca de la plaza del Mercado,  auténtico centro neurálgico de la ciudad. Esta vez me había tocado en suerte una habitación con 6 compañeros suecos. Para que nos demos cuenta de la importancia que tiene una humilde letra, solamente con cambiar la "o" de suecos por una "a", la situación hubiera sido muy diferente. Ya se sabe, los hombres roncan más y todo eso...
 La prometida atmósfera festiva del local se empezó a manifestar pronto cuando se organizó un juego parecido al del "duro" al que yo me apunté presto. Aparte de mis compañeros suecos, había gente de lugares como Australia, Ucrania e incluso Mauricio.
Barrio judío (Se nota,¿no?)
 Mientras me estaba haciendo la cena, escuché hablar español a dos individuos. Tras tres días fuera de casa, la morriña empezaba a aparecer, así que me puse a hablar con ellos. Se trataba de un chileno y un pamplonica que estaban haciendo una ruta por Polonia junto a una donostiarra. Después de la cena me fui a dar una vuelta con ellos. Nos acercamos junto al río Vístula a visitar un monumento en hierro que representaba un dragón. Me dijeron que echaba fuego y me pareció una vacilada. pero efectivamente, cada cierto tiempo se oía un rugido y un mecanismo hacía que de sus fauces emergiera un chorro de fuego. Curioso.
 Acabamos echándonos un trago en un bareto. Me "tiré el moco" invitando yo. Con cervezas a 4 slzoty (1 euro) se puede quedar bien sin dejar de ser niunclavelista.
 A la mañana siguiente salí en solitario para recorrer la ciudad. Me dirigí al Kazimierz (barrio judío), zona que, aparte de sinagogas, concentra gran cantidad de bares y restaurantes.
 Proseguí mi paseo histórico para visitar el gueto, que fue la zona donde fueron confinados los judíos bajo el gobierno nazi. Aparte de algunas placas conmemorativas, no quedan apenas vestigios del gueto original, ya que la zona fue totalmente reconstruida.
 No muy lejos del gueto está la Fábrica de Schindler, mundialmente conocida por la película de Spielberg. Se puede visitar, pero no me motivaba demasiado. Si que lo hizo un museo sobre la ocupación nazi de Cracovia que había en el mismo edificio y en el que me pasé un par de horas muy bien aprovechadas.
Nowa Huta
 Ahora tocaba ruta comunista. Así que tomé el tranvía y me dirigí a Nowa Huta, un barrio construido a princio de los años 50 para alojar una gran fábrica siderúrgica y dar vivienda a sus trabajadores, siguiendo el modelo soviético. Es decir, amplias avenidas, arquitectura monumental y un intento de conformar una sociedad laica que no les acabó de salir bien.
 Ya era hora de comer. Aunque había mucho por ver, decidí prescindir de la socorrida comida rápida, y me metí en un restaurante convencional. Nowa Huta no es una zona muy turística. Eso me aseguraba una comida a precio razonable y que fuera algo parecido a lo que pueda comer un polaco un día cualquiera. Arriesgué pidiendo el menú del día que estaba anunciado en polaco en una pizarra en el exterior y no salió nada mal la jugada: una sopa y un plato con una especie de hamburguesa acompañada de patatas al horno y verduras. Buenísimo y muy barato. Me llamó la atención un pequeño busto de Stalin en una mesa decorativa del local. No sé si porque los dueños son unos nostálgicos o por darle un toque temático.
 Tras probar la gastronomía del barrio, me puse a recorrerlo. Esa arquitectura a la vez funcional, grandilocuente  y anodina, no es precisamente algo muy apreciado por el turista estándar. Pero a mí me pareció una visita casi obligada.
 Acabé mi visita de la zona entrando a un museo que contaba la historia de la ciudad. En realidad, llamar a ese recinto museo, es ser muy magnánimo. Se trataba de una sala con fotografías en las paredes con su correspondiente leyenda y algunos objetos dentro de lunas vidrieras. De hecho, me metí por una puerta esperando encontrar más salas y sólo estaban los baños.
Música Klezmer
 Henchido de espíritu socialista, abandoné Nowa Huta con destino al barrio judío. Iba a visitar una sinagoga, pero no para leer la Torá, sino para escuchar un concierto de klezmer, música tradicional de los antiguos judíos de Europa Oriental. Se trataba de un cuarteto de jóvenes músicos que tocaban violín, batería, contrabajo y acordeón. Su gran interpretación, unido a la atmósfera del lugar, me hicieron sentir por momentos que había retrocedido unos cuantos siglos de golpe y estaba metido de lleno en una celebración judía de algún país de Europa del Este.
El día había dado bastante juego. Así que volví al albergue con la satisfacción del deber cumplido, sin saber que me esperaba una noche bastante movida.




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