Al este de Puerto Rico hay
un par de islas llamadas Culebra y Vieques, que conforman las
llamadas Islas Vírgenes Españolas. Están unidas a la isla
principal por ferri, y tenía curiosidad por visitar, al menos una
de ellas.
Dos razones me decidieron a visitar Vieques:
1)Es más grande que Culebra y podría dar más juego.
2)Mientras que la capital de Culebra se llama Dewey (almirante estadounidense que derrotó a Montojo en la Batalla de la Bahía de Manila ), la capital de Vieques es Isabel II (reina de España en el siglo XIX). Y puestos a homenajear, prefiero que sea a una reina española, aunque fuera un desastre.
Dos razones me decidieron a visitar Vieques:
1)Es más grande que Culebra y podría dar más juego.
2)Mientras que la capital de Culebra se llama Dewey (almirante estadounidense que derrotó a Montojo en la Batalla de la Bahía de Manila ), la capital de Vieques es Isabel II (reina de España en el siglo XIX). Y puestos a homenajear, prefiero que sea a una reina española, aunque fuera un desastre.
Hay varias formas de llegar a Vieques
desde San Juan. La más cómoda y cara es un vuelo de unos 25
minutos. La más incómoda y barata es la que hice yo.
El primer paso fue andar unos 45
minutos desde mi albergue a la estación de tren de Sagrado Corazón, donde tomé un tren urbano hasta Río Piedras. Allí tenía que
buscar la estación de carros públicos y coger uno a Fajardo, ciudad
situada en la costa noreste de Puerto Rico. Pregunté a un hombre que me explicó que había dos estaciones en la zona, y me indicó cómo
llegar a ellas. Como suele pasar, la primera no era. Al llegar a la
segunda, me encontré una furgoneta con gente esperando junto a ella.
El sistema de transporte público boricua es muy curioso. No hay líneas regulares de autobuses o trenes entre las ciudades, sino unas furgonetas donde caben hasta 8 ó 10 personas que hacen la ruta y parten cuando se considera que hay un número suficiente. Es decir, no hay horarios ni nada que se le parezca.
El sistema de transporte público boricua es muy curioso. No hay líneas regulares de autobuses o trenes entre las ciudades, sino unas furgonetas donde caben hasta 8 ó 10 personas que hacen la ruta y parten cuando se considera que hay un número suficiente. Es decir, no hay horarios ni nada que se le parezca.
En este caso, apenas tuve que esperar
10 minutos para que el conductor decidiera arrancar. Tampoco parecía
muy reglamentado el sistema de tarifas. Un ayudante del conductor
preguntaba a la gente dónde iba y les cobraba un precio. En mi caso,
ya estaba informado de que si la furgoneta te dejaba en el centro de
Fajardo te cobraba un precio (muy módico), que se triplicaba en caso
de que te llevasen a la terminal de ferris.
Nada más salir, vi que un joven
escribió un mensaje en su móvil y se lo enseñó a una tinajera
sentada junto a él. Le decía que le habían cobrado de más.
5 minutos más tarde, otro joven que
había pasado por el aro y había pagado el viaje a la terminal de Fajardo cambió de idea y le dijo al conductor que quería
bajarse. Éste le dijo que sin problema, pero que no le podía
devolver el dinero, ante el enojo del cliente, que se acabó bajando
de malas maneras.
Con cierta tensión en el ambiente,
prosiguió el curioso viaje. La furgoneta iba dejando y recogiendo personas por el camino. Algunas aparecían a pie de carretera en mitad de la nada.
El cielo se iba encapotando por momentos y nada más que puse el pie en Fajardo, empezó a llover torrencialmente. Curiosamente Puerto Rico estaba en estado de emergencia por sequía, ya que llevaba meses sin llover. Me pareció egoísta quejarme de la lluvia teniendo en cuenta cómo estaba el tema por allí.
La astuciosa jugada de ahorrarme unos cuantos pesos al bajarme en el centro de Fajardo no me acabó de salir del todo bien, teniendo en cuenta que llegué al embarcadero como una sopa. Pero como dicen los entrenadores deportivos, uno ha de ser fiel a sus ideas. Y en ellas encajaba muy bien el precio del transbordador: dos dólares, por un trayecto de más de dos horas.
El ferri nos dejó en la capital de la isla (Isabel II), pero mi albergue estaba en la parte sur, concretamente en Esperanza. Por suerte, en el muelle había unas cuantas furgonetas-taxi esperando. Otro viajecito para el cuerpo, esta vez de unos 15 minutos y llegué a mi destino: un pequeño poblado a orillas del mítico mar Caribe.
Toda esta peripecia me la podría haber ahorrado cogiendo un vuelo desde San Juan. Pero si quiero estar cómodo y que no me sucedan percances inesperados, me quedo en casita.
La astuciosa jugada de ahorrarme unos cuantos pesos al bajarme en el centro de Fajardo no me acabó de salir del todo bien, teniendo en cuenta que llegué al embarcadero como una sopa. Pero como dicen los entrenadores deportivos, uno ha de ser fiel a sus ideas. Y en ellas encajaba muy bien el precio del transbordador: dos dólares, por un trayecto de más de dos horas.
Esperando al ferri en Fajardo |
Albergue Lazy Jacks en Esperanza |