La idea para mi, teóricamente, único día completo en Vieques, era visitar todas las playas que estuvieran a una distancia asumible a pie.
De buena mañana, salí del albergue con espíritu explorador y me dirigí al oeste. A
falta de un sendero tuve que caminar por la carretera que, además no tenía apenas vistas al mar. Por suerte, el
tráfico era prácticamente nulo. La isla de Vieques es un lugar
apacible, y más en temporada baja.
3 poderosos canes |
Tras más de media hora, me encontré con un letrero que
señalaba una senda que bajaba a la “playa Negra”. Estuve a punto
de quedarme sin verla cuando 3 poderosos canes se interpusieron en mi
camino y comenzaron a ladrarme. Pero cuando vi que no avanzaban hacia
mí, me di cuenta de que estaban de farol, proseguí mi camino y los
perros se apartaron ante mi osadía.
Más amable fue el recibimiento de unos
cangrejos que tenían sus madrigueras en los márgenes del camino y
se ocultaban a mi paso. Me llamó la atención verlos en mitad del bosque.
Como era de esperar, la “playa Negra” no era otra cosa
que una cala con arena silícea de color negro. Bastante pequeña y
con un fuerte oleaje que no hacía muy apetecible el baño.
Playa Negra |
Volví a la carretera y seguí un rato
más hacía el oeste, visitando un par de calas absolutamente
desiertas.
Ya me había alejado bastante de
Esperanza (el poblado donde estaba el albergue), así que volví, no sin pararme en una tienda para tomar
algo refrescante que mitigara el efecto del caluroso sol tropical. Me
decidí por un producto de la tierra, una lata de agua de coco. Lo
malo es que al leer la letra pequeña, comprobé que no era de la tierra viequense sino tailandesa. La globalización no hay quien la pare.
Aproveché mi estancia en el albergue para comer y descansar un poco antes de mi expedición vespertina.
Me hubiera gustado visitar las playas
en compañía, pero no me acababa de encontrar cómodo con los pocos
clientes del albergue. Así que seguí en solitario mi excursión,
esta vez en dirección este.
Le eché el ojo a un par de calas más
allá de la bahía bioluminiscente, que no parecían muy lejanas en
el mapa. Lo malo es que había que andar por una carretera que no
seguía la costa, y que la escala del plano (el típico de propaganda) distaba mucho de ser
atinada. De esto me empecé a dar cuenta cuando llevaba casi una hora
caminando. En ese momento dejé la carretera y cogí un camino que
parecía dirigirse a la costa, pero que en realidad no llevaba a
ninguna parte.
Desanimado, decidí volver al punto de partida, no sin
antes clavarme una espina de enjundia en el pie. Pero en los peores
momentos aparecen los grandes personajes, y apenas hube enfilado la
carretera para volver, una ranchera se paró y su conductor me invitó
amablemente a subir. Se trataba de un joven muy simpático que se
alegró cuando le comenté que era español, ya que me contó que
tenía ascendencia cántabra.
Casi llegando a Esperanza me dijo que
había quedado con un amigo para echarse un baño en el muelle y me
invitó a acompañarlos. Aparte de los chapuzones en el muelle también
hablamos un poco de la vida en la isla de Vieques y en Puerto Rico en
general. Fue lo que necesitaba en un momento en el que mi moral empezaba a flaquear.
Cuando mis dos improvisados compañeros
volvieron a sus quehaceres recorrí las playas cercanas, algunas de
ellas sin más compañía que unos cuantos caballos que, extrañamente
poblaban sus alrededores. La experiencia de vivir el ocaso en tan paradisiaco entorno hizo que olvidara los avatares menos afortunados de la jornada. Entre ellos, el olvido de mi cámara de fotos en una cala.
Playas poco concurridas |
Ya de vuelta al albergue, me encontré
un nuevo compañero de cuarto. Se trataba de Javier, un mexicano que
estaba viviendo en San Juan. Me comentó que había venido también
otra pareja de compatriotas suyos, pero que ya se habían acostado. A
diferencia de lo que me había sucedido con el resto de huéspedes,
enseguida me encontré cómodo con Javier, ya fuera por hablar el
mismo idioma, por la afinidad cultural, por su carácter abierto, o
por las tres cosas a la vez.
Al día siguiente tenía pensado
abandonar la isla de Vieques, pero una razón de fuerza mayor me iba a
hacer cambiar de planes.
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