lunes, 12 de diciembre de 2016

SURCANDO EL TITICACA

 No resultaba muy operativo llevar mi maletón a navegar por el Titicaca. Por ello solicité al recepcionista del hotel que me lo guardara. Ello me obligó a «retratarme» y admitir que había reservado la excursión con otra compañía distinta a la que me había ofertado. Afortunadamente, se lo tomó con deportividad, no sin antes advertirme que los de la cooperativa no acababan de ser trigo totalmente limpio (no le faltaba razón).
En el puerto había unos cuantos agentes a la caza del turista despistado. Entre ellos había un grupo que me preguntó en un inglés de acento sospechoso sobre la cooperativa. Les indiqué la misma oficina que había visitado el día anterior y luego me los encontré en mi barco hablando en euskera y castellano entre ellos. Para los mal pensados, luego me explicaron que también habían creído que
yo no era español, aunque también les chirrió algo mi acento.
  Además del terceto vasco, completaban la expedición una pareja italiana, una barcelonesa y un suizo.
Isla de los"e-Uros"
 No habían pasado ni 20 minutos de travesía, cuando hicimos una visita a la comunidad de los uros. Éstos viven en islas flotantes hechas con cañas del lago. En esta caso, se trataba de un pequeño islote donde nos recibió un grupo de locales que nos tenían preparada una auténtica encerrona. Porque en un espacio de poco más de 100 metros cuadrados tuvimos que pasar una infladísima media hora mientras un grupo de vendedoras intentaban «colarnos» algún recuerdo.
Un uro nos dio una pequeña charla sobre cómo construían las islas y vivían en ellas, tras lo que nos ofreció un paseo en barca.
Había que tener mucha sangre fría para no aflojar los soles en tan limitado reducto. Yo no la tuve y acabé aceptando la oferta del paseo.
Ó sole mio!
 El gondolero veneciano versión andina hizo un breve recorrido que no llegaría a los 10 minutos por las cercanías de la ínsula sin ni siquiera cantarnos una serenata (de todas formas tampoco parecía tener un gran chorro de voz). Por lo menos , y como curiosidad, extrajo una caña del lago y nos ofreció unos fragmentos comestibles de la misma. Por lo visto, es parte habitual de su dieta.
Ya de vuelta al barco, proseguimos la travesía y al rato llegamos a «lago abierto». Allí me pude hacer idea de las colosales dimensiones del Titicaca, al comprobar que en algunas direcciones, no se veía tierra más allá del horizonte.
Tras un par de horas surcando las frías aguas lacustres, arribamos a la isla de Amantaní. El piloto de barco nos llevó a una casa y nos distribuyó en tres habitaciones. Su mujer nos ofreció un humilde almuerzo y al acabar, nos comentaron que ese día había una boda en la isla, invitándonos a presenciar la fiesta, que se estaba celebrando en una explanada.
¡Vivan los novios!
 Allí se había concentrado todo el pueblo elegante y folklóricamente vestido para la ocasión, con muchas ganas de juerga, convenientemente regada con grandes cantidades de cerveza.
Aunque el acontecimiento no dejaba de tener su interés antropológico y cultural, no éramos más que unos convidados de piedra, así que al rato nos fuimos a explorar.
En pleno ascenso hacia una colina coronada por el punto más elevado de la isla, nos abordó un paisano con la intención de que le abonáramos una tasa por visitar la isla. Nos pudimos zafar de él aludiendo a nuestra falta de efectivo, invitándole a que se pasara a la mañana siguiente por nuestra casa antes de abandonar Amantaní, para hacer el pago (no se pasó). Más allá de estar de acuerdo o no (más bien no) en que haya que pagar una tasa por poner el pie en una isla, el método y el lugar de cobro no parecen los más adecuados.
Espectacular ocaso
 En la cima nos encontramos unos restos arqueológicos (Santuario Pachatata) con un gran número de turistas esperando observar el atardecer que, visto desde un lugar tan estratégico (en mitad del inmenso lago), resultó espectacular.
 A la vuelta nos pasamos por la fiesta donde los asistentes bailaban al son de una orquesta de cumbia peruana traída desde tierra firme para la ocasión. Las cervezas habían empezado a hacer efecto en los parroquianos, acercándose algunos de ellos a hablar con nosotros e incluso compartiendo sus "Arequipeñas"(cervezas, conviene aclarar) con nuestro grupo. Esta hospitalidad nos animó a lanzarnos a bailar la cumbia como si fuéramos unos amantanianos más.
La fiesta continuaba
  Cuando más lanzados e integrados en la fiesta estábamos, se acercaron nuestros anfitriones para llamarnos a cenar.
 La fiesta seguía, pero después de la cena no nos quedaban muchas fuerzas y nos fuimos a la cama a una hora inusualmente temprana (no eran todavía las 10 de la noche). Pero antes de acudir a nuestros camastros nos tomamos un tiempo para salir al patio de la casa y percibir la mágica atmósfera del lugar.
 La noche despejada y la escasa contaminación lumínica hacían que el cielo se presentara repleto de estrellas. Bajo ellas, a casi 4000 metros de altura, rodeados de las frías aguas del Titicaca y a miles de kilómetros de nuestra vieja Europa, saboreábamos la impagable sensación de estar en un entorno totalmente diferente al que nos acompaña día a día.  Eso es, para mí, el auténtico sentido de viajar.

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Observo últimamente que Perú es uno de los destinos turísticos que están actualmente de moda, y por tus crónicas parece que es una fama merecidamente ganada.

Por curiosidad llegaron a comentar algo sobre la fauna animal en el Titicaca (peces o anfibios)? Alguna leyenda parecida a la del monstruo del lago Ness? Excluyo de la definición de fauna a los molestos "jineteros" que se encuentran repartidos por la gran parte de los destinos turísticos, cada uno con sus peculiares variantes dependiendo del país en que nos encontremos.
Citando al gran poeta Antonio Machado podríamos decir: "Vosotros, jineteros vulgares, me evocais todas las cosas".

Rufus dijo...

Correcto, Perú da muchísimo juego. Y además a precios muy competitivos y muy buen trato al turista.
No sé si habrá algún "monstruo" viviendo en el Titicaca, pero no nos comentaron nada al respecto. Respecto a los jineteros, nada que ver en la zona con lo que me encontré en Cuba.