domingo, 16 de diciembre de 2018

ÁMSTERDAM Y LA HAYA: MÁS ALLÁ DE LOS PORROS Y LAS P...RISAS

 Mientras me dirigía a tomar el autobús que me conduciría  a mi siguiente destino, el temor se me apoderaba. Si los dos anteriores trayectos en una compañía de bajo coste habían sido muy mejorables, miedo me daba la de ínfimo coste que había contratado para el siguiente.  Mis temores se desvanecieron cuando el amable conductor partió de Amberes con exquisita puntualidad.
 Como nadie da duros a cuatro pesetas, el autobús nos dejó junto a una estación de tren a las afueras de Ámsterdam. No fue problema, ya que, astuciosamente, había reservado un albergue bastante cercano.
 Eso no quiere decir que me costara poco llegar a él, ya que perdí mis buenos 20 minutos tratando de orientarme en busca del rumbo correcto.
 Por lo que había  leído, los albergues del centro con un precio razonable, estaban en un estado un poco lamentable hasta para mis poco exigentes estándares. En este caso, había elegido un edificio moderno y funcional bastante digno. Eso sí, nada más poner pie en él, me di cuenta de que había cometido un pequeño pero craso error.  Al tratarse de un establecimiento tan grande, el ambiente familiar en el que yo me encuentro más cómodo para socializar, brillaba por su ausencia.
 Me consolé parcialmente con una visita a un supermercado Lidl situado estratégicamente a unos 30 metros del hostel.  Pensando que los precios en Holanda estarían por las nubes, me sorprendió ver que  los copos de avena que tengo por costumbre desayunar, cuestan allí casi 3 veces menos que en España.
 Pero no había ido a Ámsterdam a comer copos de avena. Así que en cuanto me aprovisioné de suculentas y económicas viandas, partí rumbo a los míticos canales que atraviesan la ciudad.
 La caminata hasta el centro tenía bastante enjundia. Tras unos 40 minutos recorriendo tranquilos vecindarios y frondosos parques, se empezó a animar el tema. Y conforme me iba acercando al cogollo urbano, el interés que despertaban sus pintorescas calles, aumentaba al mismo ritmo que el número de turistas. No se puede decir que Ámsterdam sea una "gema oculta". Y la verdad es que no le faltan atractivos desde todos los puntos de vista para ser un destino turístico de primer orden.
Los míticos canales de Ámsterdam

 Podría explayarme sobre los sensacionales museos con los que cuenta la ciudad, o el impacto que la afluencia de dinero de la boyante Compañía Holandesa de las Indias Occidentales dejó en muchos edificios. Pero lo que está esperando el lector medio que me da de comer con sus "cliks", es que hable del popular Barrio Rojo. Bueno, pues tampoco hay mucho que contar: varias calles muy estrechas por el centro, con escaparates donde las "mujeres públicas" son más públicas que en ningún otro sitio, exponiéndose a todo aquél que pase por delante de sus vitrinas. Por un lado, me pareció una forma de banalizar y exponer al público algo que debería quedarse en la intimidad. Pero por el otro, acaba con la hipocresía y el oscurantismo que acompaña habitualmente a la prostitución.
 Y respecto a los "Cofee shops", poco más puedo decir que si nunca le he visto aliciente a fumar porros, tampoco me motivaba mucho hacerlo en Ámsterdam para hacer la típica turistada.
 A la espera de un recorrido más exhaustivo al día siguiente, me quedé con una idea general y volví al albergue. En la cocina, me encontré con una simpática pareja mexicana de mediana edad. Como no hablaban inglés les ayudé haciendo de intérprete con la recepción y estuvimos platicando un rato muy pinches mientras cenábamos. Eso sí, pasé un rato delicado aguantándome la risa cuando se me presentó el hombre (todo un señor con bigote) y me dijo que se llamaba José Isabel.
 A la mañana siguiente, volví a repetir pateada hacia el centro para unirme al clásico tour "gratuito" por el centro. Esta vez, la locuaz y bien preparada guía estuvo más de dos horas mostrándonos los rincones más característicos de la capital. Se refirió a las bicicletas, que son el medio de transporte habitual por el centro. Nos contó que cada año se rescatan cientos de bicicletas de los canales, y que el robo de las mismas está a la orden del día, habiendo gente que hace de su venta en plan pirata su "modus vivendi". También nos contó historias del Barrio Rojo y nos enseñó un jardín de infancia situado en el corazón del mismo. Al fin y al cabo, la gente que vive en esta zona tiene las mismas necesidades, sueños y esperanzas que el resto de los mortales.
Historias sobre canales y bicicletas

 Y también nos aclaró la clásica duda:¿Es lo mismo Holanda que Países Bajos? Respuesta: No. Holanda es una región de los Países Bajos y en ella está Ámsterdam. Así que todos los holandeses son neerlandeses (gentilicio de los Países Bajos), pero no todos los neerlandeses son holandeses.
 El tour acabó no muy lejos de la estación central de tren. Aproveché esta circunstancia para visitarla e improvisar una excursión sobre la marcha. Tras una rápida búsqueda en la máquina de billetes y dudando entre Rotterdam y La Haya, acabé decantándome por esta última.
 El sistema ferroviario neerlandés es una auténtica maravilla. Ayudado por las características del país, con mucha población en poca superficie, las frecuencias de los trayectos son altísimas. De tal forma que para ir de una ciudad a otra, se compra un billete, y en poco rato tienes el tren esperándote en el andén. Y si lo pierdes, no hay problema, que en breve saldrá otro.
 La idea que tenía de La Haya (“Den Haagg” en neerlandés y “La Haiga” en español vulgar) era de una ciudad con rascacielos modernos sin mucha solera. Y esto es lo que me encontré en las inmediaciones de la estación. Pero mientras me acercaba hacia el centro, los anodinos y funcionales edificios dejaban paso a majestuosos palacios y edificaciones singulares.
 No tardé en encontrar la oficina de turismo, donde aparte de agenciarme un mapa, pregunté a la amable empleada cómo llegar a la famosa Corte Penal Internacional. Me explicó la ruta, pero me advirtió de que la única manera de visitar su interior era en un determinado día de la semana y solicitando cita con antelación. Maliciosamente, estuve a punto de decirle que había otra forma de visitarla, además sin pagar entrada, pero la prudencia me hizo callarme.
Corte de algo. Da igual, es muy bonita.
 Parece ser que en un involuntario guiño a Sofia Coppola y su "Lost in translation", la empleada me mandó al Palacio de la Paz, sede de la "Corte Internacional de Justicia". Como no soy licenciado en Derecho y además el palacio renacentista estaba bastante bien, me di por más que satisfecho.  Así que dejaré la visita a la Corte Penal para cuando cometa un crimen de lesa humanidad. Aviso: Con la legislación vigente, las gracias y chistes que incluyo en mis entradas del blog todavía no están catalogados como tales.
Tras haber visto la Corte (cualquiera que fuese), parece que ya habría cumplido en mi visita a la ciudad. Pero en el mapa pude comprobar que, aunque un poco lejos del centro, La Haya tiene playa (¡Toma rima!).
 A medio camino, me encontré un cartel explicativo que me hizo reflexionar. Decía que, desde ese punto hacia el mar (unos 2 ó 3 km) los alemanes, durante la ocupación, habían evacuado toda la zona y demolido casi todos los edificios para erigir el “Muro Atlántico” que se extendió por todo el litoral ocupado para evitar una invasión, que finalmente, se acabó realizando en Normandía. Siempre que pensamos en la Segunda Guerra Mundial, se nos vienen a la cabeza grandes batallas, bombardeos o campos de concentración, pero hay pequeñas historias menos conocidas que aumentan la dimensión trágica del evento.
 Tras casi una hora de pateada, el adusto paisaje urbano se empezó a animar con unas pintorescas callejuelas llenas de animación, que no fueron sino el preludio de la deseada costa. Y lo que me encontré compensó con creces el esfuerzo. Se trataba de una enorme playa de fina arena que, aparte del clima habitual (aunque ese día era bueno), poco o nada tenía que envidiar a las españolas.
Playa de enjundia
Lástima que no fuera preparado, porque sin duda que hubiera caído un buen baño. A cambio le eché un vistazo a un muelle recreativo que contaba con numerosos restaurantes, tiendas y atracciones.
 A la vuelta me encontré con los que, posiblemente sean los dos hitos más destacados de la ciudad: el Binnehof (magnífico conjunto de edificios góticos que albergan el Parlamento) y el Mauritshuis (museo pictórico de la Edad de Oro neerlandesa, que alberga entre otras joyas, y nunca mejor dicho, "La joven de la perla"). 
Binnehof: broche de oro para mi excursión
 Ambos estaban cerrados, por lo que sólo pude visitarlos por fuera. Cuando se improvisa, no todo sale bien. Pero hay que ver el lado bueno. Esto me obligará a volver algún día a la ciudad, cosa que haré con sumo gusto.

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