viernes, 15 de febrero de 2019

PRIMEROS (Y CAUTELOSOS) PASOS POR MANILA

 Rellenar un humilde formulario y presentar mi pasaporte fueron los únicos y livianos trámites que se me exigieron para entrar en las Filipinas como turista. Eso sí, no pude dejar de pensar en que si el almirante Montojo hubiera estado algo más atinado en la batalla de Cavite, quizá me hubiera bastado con presentar mi DNI. 
 Aunque tampoco me puedo quejar, habida cuenta de las peripecias que, según me contaron, deben hacer los filipinos para poner pie en nuestro continente.
 Es muy importante mantener la sangre fría al aterrizar en un aeropuerto para evitar gastos innecesarios. Estuve a punto de cometer un pequeño, pero craso error, cuando acudí a los cantos de sirena de un chiringuito que ofrecía una tarjeta SIM con llamadas ilimitadas y 7 GB de datos por 1000 pesos (unos 17 €). Mientras unas poco eficaces empleadas intentaban que esa onerosa tarjeta funcionara en mi móvil, pensé que ni mucho menos iba a usar tantos datos y que en cualquier sitio me saldría mucho más barata.
 Afortunadamente, y a pesar de todas las probatinas que estaban haciendo, pasaba el tiempo y no acababa de funcionar el invento. Así que, con la coartada de la prisa que todo occidental debe tener, les dije que no podía esperar más, les devolví la SIM y me marché a buscar un taxi que me llevara a mi hotel.
 Esta vez actué con mayor inteligencia, y tras burlar los cantos de sirena de los taxis convencionales, busqué un puesto de Grab, una especie de Uber asiática. Allí me consiguieron un taxi a precio cerrado, que en una ciudad en continuo atasco como Manila, es algo a agradecer.
 Aprovechando los competitivos precios del país, y pensando en descansar tras el largo viaje, había reservado nada menos que una "Suite Deluxe"  en la zona de Malate, bastante cerca del centro.
 Como me esperaba, la rimbombante denominación estaba bastante inflada, aunque no estoy acostumbrado a disponer de tanto espacio vital en mis alojamientos. Además contaba con un balcón, pero la puerta no cerraba bien, por lo que el ruido de la calle, que no era poco, entraba en mi cuarto con total libertad.
 No tuve mucho tiempo para descansar, ya que había concertado una cita gracias a una página de pototeo filipina bastante competente. Ya se dice en la Biblia aquello de que "no es bueno que el hombre esté solo". No le iba yo a enmendar la plana, y menos en un país tan católico.
 Mis primeros pasos por las bulliciosas calles manileñas estuvieron presididos por la cautela. El barrio era bastante humilde y las miradas de curiosidad que despertaba en la gente me hacían estar inquieto. Las pocas aceras transitables estaban ocupadas por vendedores o gente ociosa, llegándome a encontrar a individuos durmiendo sobre esterillas. Esto hacía que, a pesar del denso tráfico, fuera más cómodo caminar por la calzada. Me estaba empezando a dar cuenta de que Manila es una ciudad poco agradable para pasear.
Jeepney manileño (foto tomada de "Mochileando por el Mundo")

 Ya en buena compañía, y aprovechando su conocimiento de las costumbres locales, conseguí una SIM filipina por 40 pesos, monté en un "jeepney"(llamativa e incómoda furgoneta de transporte urbano de pasajeros) y tomé contacto con la gastronomía del país.
 No pudimos visitar el cercano Parque Rizal, por estar cerrado al público. Al día siguiente se iba a celebrar una fiesta religiosa (Nazareno) y se habían tomado importantes medidas de seguridad. Entre ellas, alguna tan contundente como cortar las señales de teléfono e internet durante casi todo el día en todo el centro de la ciudad.
 No conseguí encontrar tapones para los oídos a pesar de visitar varias farmacias. Aun así, y a pesar del poco aislamiento acústico de mi habitación, el cansancio hizo que no los echara de menos y pudiera descansar en condiciones.
 Se me acumulaba la faena, y a la mañana siguiente tenía otra cita. Esta vez habíamos quedado en Makati, centro financiero del país, sede de numerosas multinacionales. Pero en este caso, el móvil no era económico sino cultural. Mi amiga quería practicar español y nada me podía motivar más que poner mi granito de arena para que nuestra lengua volviera a renacer en la tierra donde no hace mucho tuvo un papel preponderante.
Makati (foto tomada de "makeitmakati.com")

 Si por algo destaca Makati es por sus imponentes rascacielos que recuerdan a cualquier gran capital occidental. No tiene, sin embargo, mucho valor turístico. Aunque tras mucho buscar y ante mi interés, pudimos visitar una antigua iglesia española.
 Volvimos al centro en el tren ligero, que no es sino un necesario pero insuficiente intento de reducir el inmenso volumen de tráfico que colapsa las calles de la capital.
 Mi amiga se marchó a una entrevista de trabajo, en la cual parece que le sirvió de mucho mi curso acelerado de conversación en español. Ello me volvía a dejar sólo en la gran ciudad, pero me dio la libertad de elegir mi próximo destino. 
 Intramuros, la legendaria ciudad amurallada, máximo exponente de la presencia hispana en las Filipinas, aguardaba pacientemente mi visita.

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