Como era de prever, al rato me tocó acomodarme en un furgón bastante más optimizado y con menos espacio vital por cabeza.
Mi destino no era otro que Taytay, la antigua capital de la isla de la Paragua, que así se llamaba Palawan durante el periodo español.
El viaje duraba más de 3 horas, pero se hacía bastante ameno, sobre todo por lo pintoresco de los paisajes, que alternaban las zonas costeras con los arrozales del interior, todo ello con una vegetación exhuberante.
No faltó una parada en una humilde área de servicio donde nos dieron tiempo para comer. El clásico sistema de pasar con la bandeja y elegir los platos a la vista se complicaba ante la ausencia de carteles. Pregunté a la camarera por algunos: descarté los hígados de pollo y la caldereta para decantarme por una ternera que no aparentaba contener casquería. Eso sí, estaba tan dura que la dejé por imposible. Por lo menos el arroz que allí acompaña casi cualquier cosa me hizo matar el gusanillo. Definitivamente, las Filipinas no son el destino gastronómico por excelencia.
Un rato después, nos aproximamos a un núcleo urbano y me pareció ver un cartel que indicaba Taytay. El conductor del furgón prosiguió su camino sin inmutarse mientras yo empezaba a inquietarme. Enchufé el GPS de mi móvil y cuando tuvo a bien situarse en el mapa, habíamos dejado muy atrás la ciudad a la que me dirigía. Le eché un grito al conductor que no se dio por enterado y le expliqué mi situación a otros viajeros que enseguida le explicaron la situación al chófer.
Éste detuvo inmediatamente el vehículo al margen de la carretera y me sacó la maleta del vehículo. Se disculpó y me dijo que nadie le había dicho que tenía que parar en Taytay. Eso sí, creo que ni se le pasó por la cabeza volver para dejarme. Vio una furgoneta en lontananza circulando en sentido contrario y me dijo que la parara.
Sin tiempo para pensar que se había librado de mí de mala manera, hice un ademán al conductor de la nueva furgoneta, que se detuvo. Donde caben 15, caben 16, así que no hubo mucho problema en que me embutiera en el ya atestado vehículo, que me dejó sin gran problema en el cruce de Taytay por una módica cantidad.
Toda una casa para mí solo |
Apenas dejé el maletón en mi flamante chalet me dirigí a la Real Fuerza y Presidio de Santa Isabel, imponente fortaleza en piedra erigida unos siglos atrás por nuestros aguerridos compatriotas para defender la ciudad de los piratas moros que frecuentaban la zona.
Para acceder a su interior, me cobraron 50 pesos, tasa de la que estaban exentos los habitantes locales. Estuve a punto de protestar, ya que como español, podía argumentar que fueron mis paisanos quienes la construyeron, por lo que tenía tanto derecho como los locales para acceder libremente. En aras de evitar un conflicto diplomático aboné la entrada y entré.
Fortaleza de Santa Isabel |
Haciendo bueno el popular refrán, "A Dios rogando y con el cañón amenazando", no faltaban algunas culebrinas y otras piezas de artillería apuntando al mar para recordarnos que las aguas que bordean la fortaleza habían sido menos apacibles en otros tiempos.
Aparte de la ya visitada construcción militar, y una antigua iglesia, Taytay no tiene mucho más que ofrecer al turista, además de tranquilidad y sosiego. A estas alturas de viaje, y tras el ajetreo de Manila, eso es precisamente lo que necesitaba.
Mi paseo por las poco pintorescas calles Taytayteñas me proporcionó una experiencia hasta ahora desconocida para mí en mis viajes. Se me acercaban muchos niños a saludarme. Al principio pensaba que me vendrían a pedir dinero o algo. Pero lo hacían simplemente por curiosidad. Les debía llamar la atención encontrarse con extranjeros, que no se dejan ver mucho por un lugar tan alejado de los circuitos turísticos habituales.
Paseando por Taytay |
En el albergue pregunté por el ambiente nocturno de la ciudad y me dijeron que, aparte de algún karaoke, poco más había. Así que aproveché la noche para hacer alguna reserva de vuelo y alojamiento para días posteriores y me retiré a mis aposentos para descansar. Mi próximo destino prometía ser mucho más movido.