viernes, 19 de abril de 2019

ENCAPSULADO EN CEBÚ

  Un poco antes de las 6 de la mañana, me desperté en la cama del albergue. Antes de girarme para volver en brazos de Morfeo, observé que mi móvil no estaba en la cabecera, que era donde recordaba haberlo dejado. 
 Tras tantear el resto de la cama y no encontrarlo, intenté buscar por el suelo. Tarea nada fácil, ya que estaba cubierto por bolsas, ropas y mochilas, con idéntico resultado.
 Como no había mucho más que hacer, intenté dormir hasta que se fuera despertando la gente. Este intento fue tan poco fructífero como el de la búsqueda.
 Conforme se iban despertando mis compañeros de cuarto, les preguntaba si habían encontrado un móvil. Se me pasó por la cabeza que hasta algún caco podía haber entrado durante la noche y haberlo sustraído. 
 La verdad es que por un teléfono de menos de 70 € no hay que penar mucho. Pero en este caso se trataba de mi medio para reservar el viaje, buscar información, además de contener muchas de las fotos que había hecho. Por no hablar de la cantidad de información que esos bichos llevan sobre nosotros, que es mejor que no caigan en según qué manos.
 Después de unas horas de inquietud y de infructuosa búsqueda, el humilde pero deseado celular apareció cuando se me ocurrió la feliz idea de buscarlo en un bolsillo de mi pantalón. Y eso que la noche anterior sólo me había bebido una San Miguel...
 Con el alivio de recuperar lo que nunca había perdido recogí mis cosas para montarme en la furgoneta que me iba a llevar a Puerto Princesa. Además de unos cuantos locales, coincidí con el compañero de albergue que dormía debajo de mi cama.
Se trataba de un pedazo de armario finlandés barbudo y rapado al cero.  Su más que rudo aspecto contrastaba con su carácter amistoso y su interesante conversación.
 La furgoneta me dejó en el aeropuerto de Puerto Princesa. Como tenía unas 2 horas hasta que salía mi vuelo, me fui a dar un voltio por la ciudad, tras haber facturado mi maleta. El aeropuerto está tan cerca que se puede ir andando sin problemas.
 Como ya comenté en una entrada anterior, Puerto Princesa es una ciudad poco destacable en el aspecto turístico, a pesar de su sugerente nombre. Tampoco es, ni mucho menos, una referencia a nivel gastronómico. Por lo menos si se toma de referencia la pizza que me sirvieron en un local con nombre italiano. Una masa excesivamente gruesa, una estética muy discutible y una gran cantidad de cebolla prácticamente cruda, hicieron que la filipina desbancara a la cubana en mi particular palmarés de pizzas poco afortunadas. En atención a mi estómago, no me atreví a probar ninguna más en mi viaje, así que me queda la duda de si en otros lugares del archipiélago tienen más tino en prepararlas.
 Aparte de un retraso de una hora y media, el  corto vuelo no presentó ningún problema. Por lo menos desde el punto de vista externo. 
  Mi moral, que suele estar a un nivel muy alto en mis viajes, estaba empezando a resquebrajarse.
 Había reservado dos noches en Cebú (la segunda ciudad de Filipinas) y no tenía ningún plan para hacer  después. En esos momentos pensaba que las 3 semanas de viaje se me iban a hacer largas sin saber muy bien qué hacer.
  Además, al encontrarme de bruces con una gran ciudad que, a primera vista desde el aire me recordaba a Manila, era un contraste demasiado fuerte con el aire relajado y los maravillosos paisajes de Palawan.
 Más allá de consideraciones anímicas y filosóficas, me enfrentaba a un problema más inmediato y mundano: cómo llegar al albergue. 
 Por supuesto, pensé en mi viejo amigo Grab (Uber versión asiática). No había wifi en el aeropuerto, así que busqué un mostrador de la aplicación como el que ya había utilizado en Manila. Al no encontrarlo pregunté en información. Me dijeron que no lo había, pero se ofrecieron a hacerme la gestión. 
 Era hora punta y costó un poco. Sólo me pudieron conseguir un taxi Grab sin tarifa prefijada. No estaba para exigir mucho así que acepté. Mientras caminaba al lugar de recogida, vi como gracias a esta jugada maestra, me saltaba una cola de unas 100 personas que esperaban pacientemente a ser recogidas por un taxi convencional.
 A pesar de que, atascos mediante, la carrera duró más de media hora, la tarifa se mantuvo dentro de lo razonable.
Hogar, pequeño hogar

 El albergue reservado para la ocasión era algo novedoso para mí. En lugar de pernoctar en una habitación compartida, iba a hacerlo en una cápsula.  La idea de dormir en un habitáculo de unos 2 metros de largo por 1 de alto y unos 80 cm de ancho, suena un poco claustrofóbica. Pero tiene sus ventajas, ya que se evitan los clásicos y molestos ronquidos de las motosierras de rigor. 
 Por lo demás, el albergue contaba con el resto de servicios (duchas o salón) en tamaño estándar. Quizá el mayor problema era el manejarse a la hora de abrir la maleta, ya que se tenía que hacer en un estrecho pasillo lleno de mochilas.
 Antes de probar la nueva experiencia de dormir encapsulado, quise dar un paseo de inspección por la ciudad.
 Pronto me encontré con una calle bastante animada, con algunos garitos abiertos.  Para mi sorpresa se me acercó una joven bien parecida con una actitud muy amistosa. Mi ego empezó a crecer exponencialmente, hasta que escuchó la palabra "masaje". Me deshice cortésmente de mi nueva "amiga", hasta que otra vino rauda a ocupar su lugar. En ese preciso momento mi espalda no estaba particularmente contracturada, así que decliné su tentadora oferta.
 La situación, que al principio casi tenía su gracia, empezó a tornarse incómoda cuando la tercera masajista  (o algo más) intentaba vencer mi recelo, a la vez que un siniestro personaje me ofrecía por la banda contraria un paquete de píldoras de forma romboidal.
 Entre salir por Huesca y no sumar ni por milagro divino y lo que me estaba pasando en Cebú tiene que haber un prudente término medio.
   Viendo el panorama, di por finiquitada la expedición y volví al albergue con paso firme y mirada perdida, sorteando como pude las acometidas de las insistentes señoritas.
 Me esperaba una confortable cápsula, toda para mí solito.
 
 

 


2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Veo que lo de dormir encapsulado ya no es solo exclusivo de la cultura nipona. Pienso que debe ser mucho mas cómodo que dormir en literas, ya que al margen de las molestas "motosierras", como bien apuntas, esta el hecho de que normalmente son estructuras ligeras y cualquier movimiento del anfitrión de la litera de arriba repercute en la litera de abajo y viceversa, con lo cual el descansar en condiciones puede llegar a ser toda una odisea.

Me alegro que la anécdota del móvil tuviera final feliz. Me recuerda una en Tenerife donde después de un buen rato buscando mi DNI sin suerte, fue regresar de la comisaria de policía donde había denunciado su pérdida y encontrarlo "misteriosamente" en el bolsillo de atrás de un pantalón vaquero fue todo uno.

Rufus dijo...

Sí, la ventaja de la cápsula es que, aunque sea pequeña, no compartes espacio con nadie. Eso sí, si te toca el sugundo piso como a mí, hay que hacer algunos equilibrios para acceder.
Es lo que nos pasa a los genios. Nuestra cabeza está en los grandes temas y descuidamos los triviales y mundanos.