martes, 6 de diciembre de 2022

VELIKO TARNOVO (y II)

  Con la conciencia tranquila tras mi buena acción de la noche anterior, amanecí en mi segundo día en Veliko Tarnovo con la idea de seguir una de mis tradiciones viajeras: el tour gratuito. De nuevo volví a coincidir con mi amigo cordobés, al que se sumó una pareja centroeuropea. Sería muy ambicioso por mi parte glosar la gran cantidad de historias y explicaciones que el muy bien preparado y simpático guía nos expuso. Aparte de que, habiendo pasado ya un tiempo desde su disertación, no me acuerdo de gran cosa. Por lo menos me quedó grabada la idea de la importancia histórica de la ciudad, siendo en su época capital del Imperio Búlgaro. Y como en el resto del país, dejaron su impronta pueblos como el romano, tracio o el otomano. Se nos explicó también que de la mayor atracción de Veliko Tarnovo, una imponente fortaleza situada a las afueras, apenas quedaban restos originales, estando casi totalmente restaurada. Además nos explicó que la iglesia situada en la cima del complejo fortificado, estaba decorada con imágenes de un curioso estilo comunista. 

Mostrando mi fortaleza

 Una vez acabado el tour me pasé un rato por el albergue donde recluté a una huésped israelí para salir a comer algo, con la ya habitual a la par que grata compañía de Javier el cordobés. Tras tantear unos pocos garitos con precios occidentales, sugerí uno de comida rápida que satisfizo nuestros humildes estándares niunclavelistas. Mi opción elegida (una simple pizza margarita de 5 levas) fue seguida por nuestra compañera sionista, que no dudó en alabar con entusiasmo tanto la textura como el sabor del plato que se nos había servido. No quiero pensar lo que pasaría si llevara a la israelí a un restaurante de enjundia. 

Cocina de fusión italo-búlgara

 Mi compañero Javier se volvía a su voluntariado en la Bulgaria profunda, así que nos despedimos. Esta vez definitivamente. O no, ¿quién sabe si nos volveremos a encontrar mundo alante? En todo caso fue un placer compartir parte de mi viaje con él.

 Ya de vuelta al albergue, mientras decidía si gastarme 15 levas en visitar la fortaleza, apareció una nueva huésped con la que iba a compartir habitación. En cuanto me dijo que era local, me faltó tiempo para pototear con ella. Hasta ese momento, mis interacciones con las misteriosas mujeres búlgaras habían sido muy limitadas. Pareció estar más o menos receptiva hasta que me comentó que había nacido en el Danubio (quiso decir en una ciudad a orillas del mismo) y le pregunté si era una sirena. No pareció hacerle mucha gracia el chistecito, y se volvió a comportar como una búlgara estándar. Es decir, pasó de mí.

 Con poco que rascar en el albergue, me decidí a visitar la fortaleza. La verdad es que, tanto la estructura como las vistas desde arriba eran imponentes. Pero el comprobar como las murallas estaban como nuevas (en realidad lo eran) le quitaba mucho encanto al asunto. Tenía mucha curiosidad por ver las imágenes religioso-comunista  de la iglesia. La verdad es que eran muy curiosas y no desmerecieron la expectación que me habían creado.

Si mezclas comunismo y cristianismo sale esto

 Ya empezaba a oscurecer cuando volví al albergue. Las reservas con las que había entrado en él el primer día desaparecieron del todo cuando me di cuenta de su punto fuerte. Estaba situado en un barrio de las afueras, con vistas a un bosque. Además contaba con un jardín, que cuando llegaba la noche se convertía en un remanso de paz. Era como estar en el campo. Y en ese entorno tan relajante y maravilloso, con las estrellas como testigos, un grupo de huéspedes, entre los que Carlo brillaba con luz propia, tuvimos una conversación de lo más profundo. No cambio esos momentos de albergue ni por el hotel más lujoso y exclusivo del mundo (aparte de que no querría pagarlo).

Entorno idílico

 Cuando se disolvió la tertulia, todavía era pronto. Estábamos a viernes y me apetecía tantear el ambiente nocturno de la ciudad. Hice una leva por el albergue y pude reclutar a un francés. La cabra siempre tira al monte, así que acabamos otra vez en el Hipster Bar, que estaba bastante animado. No tardamos en interaccionar con algunos clientes, todos ellos foráneos aunque residentes en Veliko Tarnovo. Parecía que se había reunido la diáspora en ese local, con lo que mi contacto con la población búlgara siguió bajo mínimos. A mi compañero galo, muy comedido al principio, se le apoderó el ambiente y ni siquiera contempló la posibilidad de inspeccionar otros garitos como yo le propuse. Volvió a aparecer el indio con el que había coincidido el día anterior, esta vez taladrando a una neerlandesa de bastante buen ver. Genio y figura.

 Con este buen sabor de boca, di por finalizada mi estancia en Veliko Tarnovo, ya que la mañana siguiente iba a volver a Sofía. Mi viaje por Bulgaria estaba cerca de su final. Pero antes de ello aún habría tiempo para vivir buenos y malos momentos.



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