jueves, 8 de diciembre de 2022

VUELTA A SOFÍA

  Cuando fui a reservar mi billete de autobús para ir de Veliko Tarnovo a Sofía, me llamó la atención que una expedición partiera a las 9.30 y la otra a las 9.31. Por aquello de apurar un minuto más de sueño, reservé la segunda. En mi paseo hacia la estación tenía una cierta preocupación pensando que quizá iba a ser un poco complicado distinguir cuál de los dos autobuses era el mío. Por suerte, un cartel escrito a mano en el parabrisas del vehículo mostraba claramente la hora de salida.  Curiosamente, mi autobús partió antes que el de las 9.30, por lo que puede decirse que mi elección fue de lo más afortunada. Más dudas vinieron a mi mente sobre la idea de abandonar la ciudad ese día. Ese era mi plan previsto inicialmente. Pero debido a que mi vuelo de vuelta a España salía por la tarde, podría haber apurado una noche más en Veliko Tarnovo, en lugar de pasarla en Sofía. Esa idea me planeaba el día anterior, debido a lo a gusto que había estado en el albergue. Mi reserva en Sofía no se podía anular, pero solo había pagado 7 euros por el alojamiento, pérdida más que asumible hasta para mis estándares. Pero estaba vivamente interesado en asistir a un tour comunista en la capital, y todavía guardaba un gran recuerdo de mi paso por el albergue de Sofía. 

 Apenas arrancó el autobús y empezó a abandonar la ciudad, me empezó a invadir la sensación de que había cometido un pequeño pero craso error. Cada kilómetro en dirección a Sofía me hacía ver con mejores ojos el lugar que abandonaba, y con peores, mi lugar de destino. 

 Al volver a poner pie en Sofía, con casi todo el día por delante, otra vez solo, en una ciudad que ya me había ofrecido lo que me tenía que ofrecer, me di cuenta de que no estaba en el lugar correcto. Como si el destino se empeñara en recordármelo, en lugar de encontrarme con un cálido recibimiento en el albergue por parte de mi ya conocido recepcionista, asisití a una agria discusión que estaba teniendo con un cliente díscolo. En ese momento, asumiendo que no había tomado la mejor de las decisiones, se me planteaban dos opciones: irme a mi cuarto, tumbarme en la cama, dejar que pasaran las horas y rumiar mi frustación, o intentar sacar algo en claro de lo que la situación podía ofrecerme. Sacando fuerzas de la flaqueza que me invadía, elegí la segunda opción. Fui al salón a ver si había alguien con quien hablar y me encontré a un simpático egipcio que estaba haciendo tiempo hasta que saliera su vuelo. Me llamó la atención que perteneciera a la minoría cristiana del país, los llamados coptos. Y como nota curiosa y jocosa, me comentó que un hermano suyo había aparecido en el programa de Cuatro "Gipsy Kings" como guía en un capítulo de la serie rodado en Egipto.

 Mi posterior paseo por las calles de Sofía estuvo presidido por la nostalgia. No era lo mismo recorrerlas ahora que con la ilusión de la novedad y acompañado de gente que ahora ya no estaba. Por suerte, en cuando quise darme cuenta, se acercaba la hora del tour comunista que estaba bastante concurrido. Como suele ser habitual en estos eventos, el guía era muy competente, aunando simpatía y capacidad didáctica. Además nos contaba historias de su familia en la que habían convivido facciones pro-comunistas y anticomunistas. 

Fervor comunista
 Tanto o más interés, si cabe, despertó en mí una de las participantes del tour. Se trataba de una inglesa de 1,80, bien parecida, agradable y doctora en historia, habiendo hecho su tesis sobre la época comunista en Rumanía. Si existe la mujer perfecta, no debe andar muy lejos de ella. Con la atención dividida por momentos, disfruté del tour. Mis cavilaciones pesimistas parecían lejanas.  Una vez finalizada la ruta, intenté prorrogar el tour comunista cambiando de guía, pero la inglesa tenía otros planes. La perspectiva de pasar mi última noche de mi viaje, que para más inri era sábado, en solitario, hizo que mi ánimo volviera a desplomarse. En ese estado, no es de extrañar que no participase, sino que me limité a observar, en una competición de pulsos que se había montado en plena calle.

Tomándole el pulso a la ciudad
 Por el albergue las cosas no iban mucho mejor. En un claro ejemplo de "overbooking", empezaron a llegar huéspedes con reserva pero sin cama disponible. El pobre propietario hacía lo que podía, improvisando soluciones, como poner tiendas de campaña en la terraza. Esa idea no pareció del agrado de un terceto de españoles que, viendo el panorama, decidieron probar más suerte en otro lugar, a pesar de que no les iban a cobrar la estancia en tan singular habitáculo. No se mostró tan reticente otro compatriota, en este caso vasco, que se conformaba con pasar la noche en una hamaca.  Me estaba empezando a agobiar un ecosistema tan superpoblado, por lo que fui a dar un voltio nocturno. Mis intentos de reclutamiento en el albergue habían sido infructuosos. Volvía a estar solo en la gran ciudad. En mi estado anímico preveía que me iba a costar conciliar el sueño, por lo que intenté dar una pateada considerable para, por lo menos, cansar el cuerpo. 

 Se veía bastante ambientillo por las calles de Sofía. Hasta que llegué a una plaza donde había muchos grupos reunidos. El contraste con mi soledad era demasiado hiriente, por lo que decidí regresar al albergue. Como si el destino quisiera redimirse ante el castigo que me estaba imponiendo, y contra todo pronóstico, me topé con el grupo de tinajeros belgas con los que había coincidido en el albergue de Veliko Tarnovo. Estaban jugando en el suelo a un juego parecido al duro y me invitaron a sumarme al mismo. No soy yo mucho de esas timbas, pero en ese momento agradecí sobremanera estar con gente mínimamente conocida en un ambiente lúdico. Después de un rato, se dio por finalizado el festejo, y los simpáticos adolescentes se fueron a otro lugar para seguir la fiesta, mientras que yo di por finalizada la noche y me volví a mi atestado albergue. No había sido un día fácil para mí. Pero por lo menos mi actitud sirvió para que la jornada no hubiera ido mal del todo. Al día siguiente concluía mi periplo búlgaro. En la línea que había seguido durante ese día, intentaría aprovechar al máximo cada minuto.

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Según el filosofo alemán Nietzsche, la valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar. Aunque no se puede negar que el ser humano, al menos como regla general, es gregario por naturaleza. Tu periplo búlgaro me ha recordado también mi estancia por tierra gaélicas. Diria que la estancia media de nuestros compatriotas por esos lares era de 1 a 3 meses. Yo llegue a aguantar 6 meses de tirón con lo que era frecuente encontrarte con que la gente que habías confraternizado hiciera las maletas y tener que estar reciclandome frecuentemente en la búsqueda de nuevas amistades, lo que podía llegar a ser agotador. Veo que tu viaje va tocando a su fin. Seguro que mereció la pena por los buenos momentos y a pesar de los otros no tan buenos.
Esperando nuevas entregas en el futuro, recibe un saludo.

Rufus dijo...

Efectivamente, al igual que te pasó en Irlanda, en mis viajes tengo que estar reciclándome continuamente en búsqueda de nuevas amistades. En enriquecedor, pero en algunos casos, agotador. Quizá sea que ya no me conformo con simplemente encontrar alguien para no sentirme solo, sino que intento que haya una conexión o compatibilidad que no siempre aparece. Al respecto de la soledad, creo que es tan complicada de llevar a veces porque nos enfrenta a nuestro propio interior. Y a veces aparecen cosas que no queremos ver. Mientras estamos con gente, nos distraemos.
El viaje por supuesto que valió la pena, por los buenos y por los malos momentos. Todo forma parte de la experiencia y ayuda a crecer.
Saludos