viernes, 21 de abril de 2023

ATERRIZAJE EN COLOMBIA: PRIMEROS CONTACTOS CON LA FAUNA LOCAL

 Después de las más de 10 horas que había durado el vuelo de Madrid a Bogotá, la hora y media del que me dejó en Santa Marta, se me pasó volando (juas,juas). 
 Ya era de noche cuando arribé a la ciudad costera. En esas circunstancias, y teniendo en cuenta que el taxi al centro no era muy caro (unos 6 o 7 euros), la opción lógica hubiera sido hacer uso de uno de ellos. Pero mis viajes no suelen estar determinados por la lógica. Fueron el niunclavelismo y mi afán de aventura los que me llevaron a tomar el autobús, que me sirvió para tener mi primera toma de contacto con la población local, que era la que dominaba en el vehículo. Tenía que estar atento para bajarme, ya que la ruta del autobús no acababa en el centro sino que seguía hasta las afueras. La esperada amabilidad colombiana se puso de manifiesto cuando mi compañera de asiento me indicó el lugar exacto para descender, junto con una sugerencia que no me tranquilizó mucho. Me dijo por qué calle debería meterme para evitar problemas. A fe que le hice caso para recorrer con cautela mis primeros pasos por la ciudad, atravesando una zona repleta de bares y restaurantes. Las calles del centro contaban con la animación propia de un viernes por la noche, incrementada por el ambiente tropical. Sin ningún incidente reseñable conseguí llegar a mi albergue. La estructura de calles en cuadrícula no es la más bonita, pero es bastante práctica para orientarse. 
 El establecimiento escogido no estaba exento de encanto, dentro de su humildad. Se hallaba situado en un edificio de aire colonial y presentaba un buen aspecto. Además, mi cuarto estaba bastante despoblado, por lo que presentía una noche tranquila.  
 El cansancio del viaje al que se sumaba la diferencia horaria, se empezaba a acusar. Pero estaba inquieto por empezar a degustar los encantos culinarios del lugar, así que hice una inspección que concluyó en un humilde restaurante. Estando a unos pasos de la playa, no pude evitar decantarme por el pescado. Así que me pedí un plato de mojarra (pez local muy sabroso) acompañado de arroz, ensalada y patacones (plátano frito). Delicioso y a precio muy competitivo. 
Aún dicen que el pescado es caro...

 El buen sabor que me había dejado el pescado, se tornó en amargo cuando descubrí a otro animal, en este caso vivo y del género blatodeo correteando por el lavabo del albergue. Creo que la repulsión fue mutua, ya que la cucaracha enseguida encontró un agujero por donde meterse y librarse de mi incómoda presencia. No fue este el preludio deseado para un descanso reparador, pero pronto me encontraría con otro impedimento mayor para desplomarme en brazos de Morfeo. Los altavoces de un bar cercano al albergue derrochaban vatios como si no hubiera un mañana, lo que hizo imposible mi descanso hasta que se calmaron. Al día siguiente me esperaba un destino menos ruidoso y más bucólico que la bulliciosa Santa Marta.

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