La vida del funcionario es cómoda pero, en general, poco emocionante. Esa es una de las razones de mi largo periodo sin publicar en el blog. Espero que me disculpen mis estimados lectores, a los que les prometo un buen ramillete de entradas con bastante miga en las próximas semanas.
Durante 2024 apenas me tomé días libres. Eso ha hecho que, para evitar perder días de vacaciones, me viera obligado a tomarme libre casi todo el mes de enero. Haciendo de la necesidad una virtud, aproveché ese periodo tan poco asociado en nuestras latitudes con las vacaciones para viajar a tierras con climas más cálidos que los que nos ofrece nuestro invierno.
Tras estudiar las diversas opciones y comparar precios, decidí que mi destino iba a ser Tailandia. Lo malo es que apenas tenía referencias de los lugares a visitar. Le pregunté a mi jefe, que había estado el año anterior y me dio un esquema básico: Bangkok, la zona de Chiang Mai, al norte (montaña) y las islas al sur. Suficiente para ir tirando.
Los días previos consulté todo tipo de guías y foros para ir haciéndome una ruta, pero tanta información me abrumaba. Así que me limité a reservar mis 3 primeras noches en Bangkok y ya iría montando el viaje sobre la marcha.
Había que apurar los días para maximizar mi estancia, evitando los días más críticos. Así que contraté un vuelo que salía el día 1 de enero desde Madrid. Eso hacía que no pudiera pasar la nochevieja con la familia en Huesca. Tampoco me apetecía ir a un cotillón ni tenía plan para ello, por lo que me iba a tocar afrontarla en solitario. Pero como dijo el popular marinero Chanquete, uno nunca está solo del todo. Así que esa tarde me junté con mis compañeros de carreras por el Retiro y aparte de despedir el año trotando, que está muy bien, hicimos un humilde e improvisado brindis de fin de año comprando bebidas en un bazar oriental. Para mí esto fue mucho mejor que pasar la noche en un garito bebiendo y gastando sin freno.
Brindis con mis panas de Retiro Running |
Por poco dinero me monté una cena de campanillas y disfruté de un maratón de documentales de Queen que echaban por televisión. Me acosté pronto para reservar fuerzas ante el largo vuelo que me esperaba.
A fe que me iban a hacer falta esas fuerzas. Al hacer la facturación del vuelo me indicaron que iba con retraso. Y no pequeño. Nada menos que 7 horas. Dado que mi casa está bastante cerca de aeropuerto, barajé la idea de ir a echarme una siesta y volver más tarde. Pero me advirtieron de que existía la posibilidad de que se buscase una solución alternativa y ese retraso se redujese. Por ello me recomendaron que me quedara en el aeropuerto. Además me ofrecían una comida durante el tiempo de espera. Pensando que las posibilidades de que perdiera el vuelo si me volvía a casa eran pocas, pero el resultado hubiera sido catastrófico, me quedé esperando. La comida, consistente en un pollo (o algo parecido) rebozado con patatas ya frías y una ensalada de batalla, en poco o casi nada contribuyó a paliar las molestias de la espera.
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Casi mejor pasar hambre |
Las 7 horas se acabaron convirtiendo en 8. Y más que la tediosa espera en el aeropuerto, me preocupaba si íbamos a llegar a tiempo de tomar el enlace a mi segundo vuelo en Amán.
En todo caso, una vez montado en el avión, poco podía hacer. Esta primera parte de mi periplo transcurrió en un avión un tanto cutre. Los asientos no tenían pantalla de entretenimiento y mi bandeja no estaba bien sujeta por lo que se caía continuamente. Yo me esperaba algo más lujoso de una compañía llamada Royal Jordanian, además de un poco más de puntualidad.
Mis peripecias en el aeropuerto de Amán, tampoco ayudaron a mejorar mi impresión del país mediooriental. Nada más llegar, vi que el vuelo a Bangkok aún no había salido, por lo que, cual si fuera un aeroplano de Royal Jordanian, volé sobre los pasillos del aeropuerto para llegar a tiempo. Pero no iba a ser tan fácil. Al doblar una esquina me esperaba un control de equipajes. ¿Para qué? Si ya llegaba de un vuelo... No contentos con detener mi avance, me revisaron la mochila, con la espera correspondiente. Luego le pregunté a un empleado por dónde tenía que seguir para coger el vuelo y al enseñarle el billete, vio la hora de embarque y me dijo que ya había salido. Estaba en Babia el hombre, así que seguí a otro pasajero más despierto y conseguí llegar a la puerta de embarque, donde acababa de comenzar la entrada al avión. A falta de explicaciones oficiales, no sé realmente qué pasó. Si el vuelo esperó a los enlaces o también se retrasó por razones endógenas. En todo caso, iba a poder llegar a Bangkok, lo haría a una hora razonable y además me evitaba la escala de 3 horas en el aeropuerto. No salí tan mal parado.
Esta segunda parte del vuelo era más larga, pero el avión era más competente. No se me caía la bandeja y en la pantalla de entretenimiento pude ver algún telefilme. La comida estaba bastante bien, así que, aunque el viaje fue un tanto accidentado, no se puede decir que se me hiciera muy pesado.
Se acercaba la hora de llegada y mi inquietud aumentaba. ¿Sería capaz de llegar en metro a mi alojamiento? ¿Conseguiría agenciarme con éxito una tarjeta SIM local con datos? Similares inquietudes rondaban a mis compañeros de asiento, una pareja menorquina con la que no tardé en hacer buenas migas. Decidimos afrontar en equipo nuestros primeros pasos tras el aterrizaje. Cuando uno llega a un país extranjero (y Tailandia es muy extranjero respecto a España) siente una sensación de orfandad. En este caso fue sustituida por otra de hermandad. No tardamos en encontrar un puesto donde una eficaz a la par que encantadora empleada nos instaló en un santiamén las tarjetas de teléfono tailandesas a pesar de que sus largas uñas de fantasía no eran las más indicadas para un trabajo tan minucioso. Tampoco supuso mucho problema comprar los vales de metro en las máquinas y dirigirnos a nuestro destino. Compartimos un tramo en el tren y nos despedimos. Me enfrenté a partir de allí en solitario a una travesía por el antiguo Reino de Siam que no me iba a dejar indiferente, y espero que a ustedes, mis queridos lectores, tampoco.
5 comentarios:
Disfruta de tu aventura
Marisa
Hola Alfonso!
Un placer leerte de nuevo. Ya te advertí que en la vida del empleado publico no es oro todo lo que reluce. Resulta bastante monótona y poco emocionante, y además, al menos en mi Administración, cuando ha habido algún cambio no ha sido precisamente para bien. Aún con todo, supongo que la calidad del empleo público sigue siendo superior al del sector privado, cuando miles de opositores siguen codiciando las plazas ofertadas todo los años.
Desafortunadamente, Tailandia se ha hecho celebre en los últimos tiempos por el caso Sancho, pero seguro que se trata de un país con grandes virtudes. Esperamos que tu blog nos ilustre y nos ilumine sobre el país asiático. Hasta que publiques tu próxima entrega, recibe un abrazo.
¡Gracias Marisa! He disfrutado lo que he podido, que no ha sido poco.
¡Gracias Antonio! No me quejo de la vida del funcionario. De hecho, en la privada hay muchas más emociones, pero muchas de ellas son negativas. Y respecto a Tailandia, se trata de un país muy seguro. Lo de Sancho es una mera anécdota (muy macabra, eso sí). Un abrazo
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