Como había decidido estar un día más en Bangkok, necesitaba reservar una noche más. Lo intenté en mi albergue, pero estaba completo. Así que hice de la necesidad una virtud y busqué alojamiento cerca de la estación de autobuses, situada unos kilómetros al norte. Antes de hacer el cambio, aproveché para visitar el templo cercano de Wat Pho, que destaca por la presencia de un Buda gigantesco tumbado de 46 metros de largo bañado en oro. Ciertamente, la escultura es impresionante, aunque el resto del templo, quizá porque ya había visto unos cuantos, no me llamó mucho la atención.
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¡Peazo Buda! |
Un acto en teoría tan complejo como una mudanza, se facilita enormemente cuando todo el equipaje se limita a una mochila. Mi morada por tres días había cumplido su cometido con creces, aunque no fue un lugar que facilitara mucho la socialización.
Un viaje de algo más de media hora en metro me dejó en la estación de Kamphaeng Phet, en la zona de Chatuchak, conocida por albergar el mercado más grande del país y uno de los más grandes del mundo. Contuve mis ganas por visitarlo y caminé unos 15 minutos hasta mi albergue. El entorno donde se encontraba, difícilmente podría ser más inhóspito, junto a una autovía y una carretera elevada. Pero como se suele decir de las personas (sobre todo cuando son poco agraciadas físicamente), lo importante es el interior. Y en este caso, puedo decir que las instalaciones del alojamiento, muy modernas a la par que acogedoras, estaban muy por encima de su ubicación. Apenas iba a tener tiempo de aposentarme. Enseguida me dirigí al mercado Chatuchak, que solo abre los fines de semana. Afortunadamente, ese día era domingo y el mercado lucía en todo su esplendor. Más de 10.000 puestos, 27 secciones, 140.000 metros cuadrados... El Rastro de Madrid es una broma comparado con esto.
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El mercadillo de los domingos |
Tanto por comprar y tan barato...y yo limitado por una mochila que ya estaba casi al tope de su capacidad. Por ello no me detuve mucho en los puestos. Me limité a dar un paseo para palpar el ambiente, muy animado como era de esperar, y llené el único habitáculo que aún disponía de sitio: mi estómago. Y tampoco me sobraba el tiempo, así que me conformé la degustación de un par de platos mientras caminaba y observaba las marabuntas humanas entregadas al consumismo más desaforado.
A las 5 había quedado con mi cita del día anterior en la zona de Silom. Se trata de un área de oficinas repleta de rascacielos. La idea era subir a uno de ellos para observar las vistas desde la terraza de la cafetería de un hotel. Las primeras vistas que me llamaron la atención fueron las de mi amiga con su modelito rojo para la ocasión. No desmerecían tampoco las que ofrecía Bangkok visto desde las alturas, y más cuando la luz del atardecer dio paso a la ciudad iluminada.
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Mi amiga Biw: mucho lady y poco boy |
Así que allí estaba yo, lamentando no ser estrábico por momentos, teniendo que dividir mi atención entre la belleza natural de mi cita y la artificial que ofrecía Bangkok en el anochecer. Dejando aparte consideraciones estéticas, la conversación fue muy agradable y las horas que pasamos en el local se me pasaron volando.
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Uno no sabe a donde mirar |
Como se suele decir, el pototeo, aunque no sea consumado como fue el caso, da hambre. Así que aproveché la presencia de un supermercado 7 Eleven cerca de mi albergue para improvisar una cena de enjundia con platos preparados a precios de risa. La cadena es omnipresente en todos los rincones del país. Todos los establecimientos cuentan con un microondas que permiten calentar los productos que se adquieren allí, lo cual es perfecto para un niunclavelista como el que escribe. Un agujero más en el cinturón en un país que ya de por sí lo permite apretar bastante.
A la mañana siguiente me tocaba abandonar Bangkok. Gracias a mi astuciosa idea a la hora de elegir la ubicación del hostel, pude ir andando a la estación de autobuses. Eso sí, fue un paseo un poco largo y no muy agradable, teniendo que atravesar autovías muy cargadas de tráfico.
Me esperaba un largo viaje de más de 12 horas al norte del país, así que más me valía que el autobús fuese cómodo. Afortunadamente, los asientos eran amplios y no se había montado mucha gente. Además, al poco tiempo de arrancar, una azafata nos obsequió con una caja que contenía un bollo y una chocolatina a modo de desayuno, además de una botella de agua.
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Que tomen nota los de la Oscense |
Me hice una idea del abrumador tamaño de Bangkok comprobando que el vehículo empleó sus buenos 40 minutos en abandonar el paisaje urbano y para internarse en las interminables llanuras tailandesas. A medio camino paramos en un área de servicio para comer. El almuerzo estaba incluido en el billete. Tailandia me seguía dando sorpresas, y casi siempre positivas.
Así, entre convites, paradas en algunas localidades para recoger y dejar viajeros y observando los paisajes tailandeses se me pasaron las 12 horas de trayecto. Todo había ido como la seda, aunque aún me faltaba un escollo que superar. El autobús nos dejó en la estación Nº 2 de Chiang Rai, muy distante del centro de la localidad, incluso para pateadores de enjundia como yo. A esas horas de la noche la estación estaba desierta y no había transporte público, por lo que me vi obligado a reservar un taxi utilizando Grab. Esta aplicación funciona bastante bien, aunque tiene el problema de que te no recoje en el punto desde el que se reserva, sino que manda a un punto de recogida cercano. Y eso en un lugar desconocido y con letreros en un alfabeto distinto puede causar confusión.
A los 5 minutos apareció un vehículo y me monté. El taxista no hablaba ni papa de inglés, así que mi intentos de confirmar mi destino fueron vanos. Al poco vi que llegaba un mensaje a mi móvil. El conductor de Grab reclamaba mi presencia en la estación. Con mucho esfuerzo y gracias al traductor del móvil descubrimos que ambos habíamos cometido un pequeño y craso error. Yo debía haber cogido otro taxi y él debía haber recogido otro pasajero. Se empezó a poner tenso el hombre y me dijo que me tenía que dejar allí mismo, en un centro comercial. Mientras, yo estaba intentándole explicar la situación al conductor original. Le pregunté que si me podía recoger allí. Pero no estaba para muchas historias y me dijo que anulara el pedido.
Así que me tocó reservar otro taxi. Esta vez me aseguré de elegir un punto de recogida reconocible y comprobé la matrícula, el modelo y hasta la marca de colonia que usaba el conductor. Esta vez las segundas partes fueron buenas y pude llegar sin más contratiempos a mi albergue. Un cálido recibimiento por parte de la anfitriona y su madre me hizo sentir enseguida como en casa. El ajetreo de Bangkok, el viaje de 12 horas y el sofocón a cuenta del taxi eran ya un recuerdo del pasado.
4 comentarios:
Otra gran entrada aunque el título de la misma hacía presagiar vivencias más apoteósicas que las finalmente consumadas.
Aunque quizá sea mejor así.
Habiendo conocido ya fotográficamente a Biw queda la duda respecto a su ocupación, ¿estudia, trabaja, ves factible una amistad duradera pese a las inevitables diferencias y similitudes entre ambos?
Seguiremos con gran interés las siguientes peripecias.
¡Gracias Joaquín! Ya se sabe que la hipérbole y el clikbait van de la mano en este mundo tan competitivo. Aunque literalmente sí que se ajusta a parte de lo que sucedió.
Biw trabaja en un centro de estética, al cual no deja de hacer buena publicidad con su sola presencia. Respecto a la última cuestión, permíteme que la deje en suspenso, ya que es posible que se responda en entradas posteriores. Un saludo
Estupendo, Alfonso.
Me parece muy astucioso por tu parte emplear la hitchcockiana estratagema del suspense para mantener la tensión dramática en tu narración viajera.
Así se incrementa el interés de los lectores por la trama y los personajes permitiendo disfrutar aún más de cada capítulo.
¡Saludos!
¡Gracias Joaquín! Esa es la idea. En un mundo dominado por la inmediatez, quiero poner mi granito de arena para valorar lo que lleva su tiempo conseguir. Como por ejemplo, hacer una entrada, que lleva su trabajo. ¡Un saludo!
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