jueves, 17 de abril de 2025

CHIANG MAI: TEMPLOS, CASCADAS, PAPAYAS ARDIENTES Y BATIDOS ALTOS EN CALORÍAS

   Afortunadamente, mi siguiente desplazamiento en autobús no partía de la estación 2 de Chiang Rai (más allá de donde Nuestro Señor Jesucristo perdió el chaleco), sino en la 1, situada a un breve paseo de mi albergue. Esta vez, la compañía de transportes no fue tan rumbosa como en mi viaje desde Bangkok, pero por lo menos me llevó eficazmente a mi destino sin ningún contratiempo. Las anodinas llanuras del sur del país que me había encontrado al principio de mi viaje tornaban a exuberantes montañas repletas de verdor en esta zona.

 Sin llegar al nivel de Bangkok, ya se veía que Chiang Mai iba a ser una ciudad más bulliciosa y ajetreada que su semihomónima Chiang Rai. Afortunadamente, en este caso la estación de autobuses estaba a una distancia asumible de mi albergue. Un paseo de 40 minutos a 30 grados es un evento placentero comparado con tomar un taxi. Y más si a mitad de camino puedo seguir con mis probatinas culinarias. En este caso se trataba de un bollo relleno de crema de taro. Delicioso.

 Mi albergue estaba situado extramuros de la ciudadela, la parte antigua de la ciudad rodeada por una imponente muralla de forma rectangular. Si mis alojamientos de Bangkok destacaban por un diseño moderno y un toque de calidad, no se puede decir lo mismo del de Chiang Mai, con una apariencia bastante cutrecilla. Eso sí, presentaba un detalle importante: las camas no estaban dispuestas en literas y, además de tener una apreciable distancia entre ellas, contaban con una cortinas que aumentaban la sensación de intimidad.

 De entre todos los huéspedes, me llamó la atención una jovencita y animosa china, que llevaba un mes viviendo en la ciudad, y parecía encantada. Yo solo iba a estar dos días, así que no tardé en salir de exploración e internarme dentro de las murallas. Pronto me di cuenta de que Tailandia es un pañuelo, y nos conocemos casi todos. Me topé con un integrante del tour por Chiang Rai, al que, por cierto ya me había encontrado en la estación de Chiang Mai al llegar. Se trataba de un neerlandés ya talludito, que se mostró muy cordial y contento de compartir unos momentos con alguien que no fuese él mismo. Incluso me invitó a visitarle a su casa de los Países Bajos cuando quisiera.

Templos y más templos

 Mi pateada por la ciudad, no me dijo gran cosa. Templos por doquier, puestos callejeros de comida a tutiplén y bastantes turistas. Por lo menos estas calles intramuros eran bastante apacibles y se podía pasear con tranquilidad. Esta quietud se vio alterada cuando, en un pequeño mercado nocturno de comida local me decidí a probar una ensalada de papaya. El cocinero, tan joven que creo que en Europa sería delito tenerlo como empleado, me preguntó si la quería picante. Le dije que muy poco. El muy capullo se despachó a gusto con la guindilla, o lo que demonios echase en el plato. Así, una, en apariencia inofensiva, ensalada, se convirtió en una poderosa arma que venció mi resistencia. Mientras tanto, el cocinero y un colega suyo no podían disimular la risa. Poco se podían imaginar que tamaña descortesía iba a amenazar la supervivencia de su local, habida cuenta de que mi reseña en este blog les quitará muchos de sus potenciales clientes.

El lugar del "crimen"

 Media ensalada de papaya no llena mucho, así que visité otro local cercano, esperando mejorar mi experiencia culinaria. En este caso, pedí un pollo birmayi, pero las jovencísimas, casi bordeando la ilegalidad, empleadas me dijeron que no les quedaba pollo, y me preguntaron si no me importaba que en su lugar pusieran ternera. Como no soy especista, accedí. En mala hora, Ya que la carne correosa no me ayudó a olvidar la desazón que me produjo la ardiente papaya. Y para postre, a la hora de pagar, me endosaron 20 baths de más. Ante mi reclamación, me explicaron como pudieron (apenas hablaban inglés) que al ponerme ternera en lugar de pollo se había incrementado el precio. Apenas eran 50 céntimos de euro, pero me dio por saco que no me lo hubieran dicho de antemano, además de que ya venía "caliente" de mi anterior colación y de que la ternera era de una calidad más que dudosa. Dada su bisoñez, tampoco me quise ensañar con ellas, así que pagué religiosamente los 20 baths de más, dejándoles ver que esas cosas se tienen que avisar con antelación.

 Chiang Mai no me había recibido como me merecía. Menos mal que al llegar de vuelta al albergue, me encontré con un simpático a la par que amistoso huésped con el que tuve una animada charla en el porche. Además me sirvió para ocupar la mañana del día siguiente, ya que me propuso hacer una excursión a unas cascadas cercanas, que organizaba un hostel donde se alojaba una amiga suya.

  Mi reloj biológico ya se estaba aclimatando al huso horario tailandés, lo que sumado a la tranquilidad y amplitud de mi habitación resultó en un merecido y necesario descanso para afrontar una intensa jornada, que empezó con un paseo de unos 20 minutos con mi compañero galo hasta un albergue cercano en el que, a diferencia del mío, se anunciaban numerosas actividades. No pusieron ninguna pega para que, como foráneos, nos sumáramos a esta. Así, tras un tiempo de espera nos invitaron a subir a la parte trasera de una furgoneta de bancos corridos. Si el día anterior me habían sorprendido la normativa tan laxa en materia laboral, en este caso lo hacía la de seguridad. Estábamos en plena carretera sin ningún tipo de sujeción. Cualquier frenazo hubiera podido tener graves consecuencias. Pero rememorando la biografía del ciclista Lauren Fignon, éramos jóvenes e inconscientes. Así que lo pasamos pipa charlando y observando los bellos paisajes que aparecían ante nuestra vista.

Bonitos paisajes

  A diferencia de la mayoría de las cascadas, en que como mucho te puedes poner debajo, en la de Bua Thong se puede trepar por ella, gracias a la rugosidad de los materiales de la roca. Esto hace la visita más entretenida, y lo pasamos muy bien subiendo contracorriente, cual si fuéramos salmónidos.

Trepando espero

  
A la vuelta en Chiang Mai fuimos a un restaurante en el que la buena calidad de la comida, su bajo precio y el buen trato sirvieron con creces para restablecer la muy negativa impresión que había dejado en mí el día anterior la gastronomía chiangmaiesa.
Así, sí

 Hasta ahora, todas mis interacciones no comerciales habían sido con gente extranjera. Había que hacer algo para remediarlo. Así que eché mano de la aplicación de pototeo para recurrir a uno de mis contactos. Se trataba de una chica que tenía una tienda de batidos de fruta. Y además pensaba hacerlo sin avisar.  ¿No les ha pasado a ustedes que han acudido a una cita y en el momento del encuentro han deseado desaparecer de la escena? Esa prerrogativa podía tener si aparecía en el establecimiento como un cliente más. A veces me asusto de lo astuto y maquiavélico que puedo llegar a ser.

 La "smoothería" estaba situada cerca de la estación de tren, bastante lejos de donde me encontraba. Cualquier excusa es buena para darse una pateada de enjundia. Lo malo es que la hora del cierre se acercaba, por lo que tuve que apretar el paso. Al llegar, mi gozo y toda mi astuciosa estrategia se vinieron abajo. La tienda estaba ya cerrada, a pesar de que, en teoría, faltaban 5 minutos para el cierre. Habiendo perdido definitivamente el factor sorpresa, le mandé un mensaje a mi "amiga". Me dijo que se había ido antes de la tienda y que ya estaba en casa.  Con poco que perder, y pensando en darle un sentido a mi esfuerzo por llegar hasta allí, le pedí que nos viéramos, aunque solo fuera para saludarnos. Sorpresivamente aceptó y me dio su dirección. Estaba muy cerca, así que en menos de 5 minutos estaba llamando a su puerta. La cosa tenía su emoción. Primera cita directamente en casa de la chica. Gloria o muerte.

 Al abrirse la puerta, pensé que me la habían colado. Las fotos de la aplicación mostraban a una mujer ciertamente de talla grande, pero bastante guapa. La persona que me recibió solo mostraba la primera característica. Afortunadamente, estaba bastante cansada y a punto de irse a dormir, por lo que no se llegó a producir ninguna situación incómoda. Hablamos dos o tres minutos y prácticamente me dejó claro que lo único que le apetecía en esos momentos era usar la cama, y no precisamente para actos lujuriosos. Nada más salir, volví a mirar sus fotos y me di cuenta de que, efectivamente, era ella. Pero con filtros y con maquillaje. Como el día y la noche. Se supone que algún día sentaré la cabeza. Mientras tanto me tocará pasar por experiencias como esta.

 El resto de la jornada lo dediqué a pasear sin rumbo por el centro. Habiendo ya explorado lo que la ciudad me podía ofrecer, tocaba el turno de explorar mi propio interior. Y ese iba a ser un viaje, tanto o más interesante que el exterior.